Por Gabriela Gómez.
El remozado edificio colonial museo Casa de Lavalleja, que reabrió sus puertas en 2016 luego de haber permanecido cerrado por casi quince años, alberga una exposición que indaga en las costumbres uruguayas, sobre todo en las gastronómicas y todo lo que esta engloba y representa en el proceso de construcción de la identidad nacional.
La muestra tiene como título El mantel como bandera. Alimentación e identidad en el Uruguay (1850-1950) y cuenta con distintos espacios y representaciones del mundo de la cocina, en un periplo que muestra algunos aspectos de la cocina oriental en estos cien años.
Se detiene, por ejemplo, en los primeros recetarios que se publicaron en el país y su perfil afrancesado, como El arte culinario de Francisco Figueredo, que sería el primero en ser utilizado en las primeras décadas del siglo XIX. Luego se publicaron El cocinero moderno, de S. Irrelor (1894), y El consultor culinario de Pascal (1898).
Los hábitos alimentarios y elecciones gastronómicas constituyen una rica fuente de información de donde surge que estas primeras publicaciones no reflejaron la cocina nacional, ya que la mayoría de las recetas pertenecían a la cocina internacional y estándar francesa. Sus autores eran afamados chefs, tal es el caso de monsieur Pascal, quien estuvo al servicio de Julio Herrera y Obes durante su presidencia y aun cuando, ya arruinado, continuaba dando banquetes.
En el novecientos aparecieron otras producciones que representaron la cocina nacional, como La cocinera oriental, de María del Carmen Pérez, impresos que fueron reeditados hasta la década de 1940, pero que según surge de esta investigación “no fue una decisión inocente, ya que sus autoras buscaron imponer una nueva retórica patriótica en la cocina nacional” con nombres de platos “a la oriental”, “a la montevideana” o “a la uruguaya”, publicaciones destinadas a las amas de casa.
Varias de las habitaciones del museo sumergen al visitante en un mundo de cucharones, ollas de loza y una serie de objetos que fueron parte de la publicidad que realizaban los caudillos y los candidatos políticos: vasos con los retratos de Aparicio Saravia, Luis Alberto de Herrera o Fructuoso Rivera, que apelaban a la simpatía del bebedor.
El proyecto, que contó con la coordinación general de Gabriel Fernández, del Museo Histórico Nacional, y la curaduría de Fernández, Andrés Azpiroz y Gustavo Laborde (invitado), es un agradable paseo por los hábitos culinarios y también es un recorrido por los avances en beneficio de una mejor gastronomía y espacios arquitectónicos que favorecieron el ritual culinario. También se muestran prácticas y tra- diciones populares como el mate y sus orígenes, así como las distintas formas de preparar el asado; y hay lugar también para comedores más suntuosos como el que se recrea en una de las salas del museo.
La exposición hace un recorrido por cien años de maneras de los uruguayos de identificarse con la comida y, además de pedagógico, es muy interesante porque logra mostrar la estrecha relación entre la comida y las diferentes clases sociales, así como la evolución en los mandatos de género, además de identificar a la cocina como el recinto donde también penetra la política.
El mantel como bandera. Alimentación e identidad en el Uruguay (1850-1950). Casa Lavalleja. Zabala 1469.