Por el rostro de Elena y la perseverancia de Ulises.
Por Bernardo Borkenztain.
Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
Un tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada.
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.
“Los justos”, J. L. Borges
Wajdi Mouawad: un nombre que resuena en los escenarios y las páginas, un artista cuya creatividad y profundidad han dejado una marca indeleble en el mundo del teatro y la literatura. Nacido en Beirut, Líbano, en 1968, Mouawad emigró con su familia a París en 1977 para escapar de los conflictos civiles que azotaban su tierra natal. Finalmente, se establecieron en Quebec, Canadá.
Mouawad es escritor, actor y director de teatro. Se graduó de la Escuela Nacional de Teatro de Canadá en 1991 y durante su trayectoria profesional ha dirigido el Teatro Quat’Sous en Montreal y fundado compañías teatrales tanto en Francia como Montreal.
Como actor y director, ha dado vida a personajes con una intensidad que va más allá de las tablas. Sin embargo, es como escritor que Mouawad ha dejado su legado más profundo.
En el núcleo de su creación se encuentra la serie de cuatro obras teatrales titulada La sangre de las promesas. Cuatro piezas interconectadas que exploran temáticas universales como la identidad, la herencia, el dolor y la redención.
Roxana Blanco, por otro lado, no debería necesitar presentación, con más de treinta años de carrera cosechando un éxito tras de otro en cine y teatro, premio tras premio tanto a nivel local como internacional. Egresada de la Escuela Municipal de Arte Dramático Margarita Xirgu, en 2012 ingresó a la Comedia Nacional, donde continuó su carrera con una gran cantidad de papeles destacados hasta su primera dirección en 2023, El salto de Darwin, de Sergio Blanco, que le valiera un Premio Florencio como revelación. Respecto de cómo puede ser revelación alguien con la carrera soberbia e insuperable que reseñamos antes podríamos hacer una tesis, pero va por el mismo lado por el que hay gente que considera que esta es una obra polémica: estamos en una época que no entiende el contexto y es incapaz de simbolizar. Por eso, ante los referentes vacíos, la ausencia de contexto y el nihilismo de la estupidez, una directora con mirada nueva y el mejor dramaturgo del momento (hay que hacerse cargo de alguna afirmación radical) se hacen necesarios. Y si le sumamos un elenco sin fisuras, tenemos una maravilla como Todos pájaros.
Bint Ishmael, Ben Israel
Wahida (que significa “única”) es una estudiante palestina, ciudadana americana, que en una universidad de Nueva York conoce a un estudiante judío israelí nacionalizado alemán llamado Eitan (que significa “fuerte”) y, por razones de improbabilidad, la bellísima chica termina enamorándose del desgarbado y torpe estudiante de genética.
Mané Pérez y Joel Fazzi están espléndidos y entrañables en sus papeles, lejos de cualquier cliché o caricatura, solamente dos adolescentes enamorados, con sus carreras y sus conflictos (la familia judía que rechaza una novia palestina y el reencuentro con las raíces árabes de ella en un viaje a Jordania que sale mal). El talento de ambos despliega una enormidad escénica en todas las diferentes temperaturas que les toca transitar, una unidad de cuidados intensivos, un cuarto de interrogaciones, una cena de pascua judía, una biblioteca universitaria, un muro inexorable que separa dos pueblos que de un lado ve terroristas que explotan niños con chalecos bombas y del otro no logra impedir la llegada de soldados.
La vieja alianza
Una de las razones por las cuales Mouawad destaca en la interpretación de la realidad en Medio Oriente es su evitación de los textos sagrados. Estos textos están llenos de contradicciones y dependen de la fe del lector para ser validados, lo que los convierte en una fuente inherente de conflicto.
Como dramaturgo, Mouawad se centra en la complejidad de la naturaleza humana, que ofrece suficiente material para su trabajo creativo. A pesar de nuestras diferencias internas, como humanidad contamos con una diversidad que nos enriquece. Sin embargo, es importante reconocer el conflicto presente al analizar este problema.
La Sura 5:20-21 del Corán asegura a los hijos de Israel la tierra que se les dio (Israel) hasta el día del juicio final. Por lo tanto, la guerra no puede justificarse por este libro ni por la Biblia, ya que Ismael es hijo de Abraham y en Génesis 17:20 Dios promete a Hagar que su hijo sería el padre de una gran nación. Seguir esa línea argumental sería caer en la hipocresía.
Tres historias de amores malnacidos
Por falta de una, nos encontramos con tres historias de amor que se van revelando a partir de la historia de Eitan y Wahida. Los jóvenes viajan a Berlín para que los padres (y abuelo) judíos conozcan a la hermosa novia, sólo para encontrarse con el rechazo del padre de Eitan por lo que considera una apostasía de la historia de la culpa sagrada que acarrea como una insignia el pueblo judío.
En esta escena, que Mouawad sitúa con gracia infinita en una cena de Pésaj (Pascua judía), la multiplicación de símbolos requeriría la extensión de una tesina para poder agotarla, pero intentaremos proporcionar una guía para que los lectores de Dossier puedan disfrutar al máximo esta obra.
Por un lado, tenemos la simbología en los nombres: el padre, David, es llamado como un rey, mientras el abuelo lleva por nombre Etgar, que significa “valiente” y la madre se llama Norah, cuyo significado es “terrible”. Estos nombres reflejan aspectos clave de sus personalidades, se diría que, borgeanamente, “se cifran en sus nombres”.
Hay una frase que David repite con frecuencia: cuando era niño “no podía encontrar el afikoman” (un juego tradicional del Pésaj en el que se esconde un pedazo de matzá para ser encontrado por los niños), pero Eitan logró hacerlo a los tres años. Eso marca el desarrollo de la historia, Pesaj, la celebración que narra cómo Dios libera a su pueblo de la esclavitud. En ella, Eitan tiene éxito donde su padre fracasó; David se sumerge en su fe mientras que su hijo parece indiferente. Otros personajes incluyen a la abuela de Eitan, Leah, quien fue la esposa no deseada de Jacob y madre de Judá, aquel que transformaría a Israel y sería el patriarca de la nación.
Recordando que Eitan es genetista, en un estudio descubre un secreto sobre sus antepasados, decide viajar a Israel para confrontar a su abuela. Sin embargo, un atentado en el puente Allenby lo deja en coma. A raíz del accidente, su familia en Berlín se ve obligada a volar a Israel para reunirse con la abuela y sanar las heridas familiares entre tres historias entrelazadas: Etgar y Leah; David y Norah; y la relación entre Eitan y Wahida.
El atentado se convierte en un punto crucial dentro de esta narrativa, marcando momentos terribles que han ocurrido previamente en las vidas de los personajes.
Para Norah, criada en Alemania del Este, fue la masacre de Sabra y Shatila, cuando al ver la propaganda soviética se entera por un comentario accidental de su padre de que eran judíos, una verdad que se ocultaba con vergüenza. Para Etgar, cuando en medio de una operación de su servicio militar (él llega a Israel como un niño sobreviviente del Holocausto que vio a su hermano descuartizado y servido a perros como comida) en una casa árabe descubre a un bebé en una caja de zapatos envuelto en una kefiá. Para David, volver a su casa de la infancia a encontrarse con la madre que lo abandonó y su hijo en coma.
Para no revelar de más, pasemos a comentar algunos elementos de la puesta.
El arte de elegir
Al dirigir actores de presencia tan fuerte como los que conforman este elenco hay que saber dosificar la presencia de símbolos en el dispositivo escénico, por eso el estilo minimalista que elige Roxana Blanco nos parece una elección perfecta.
Una mesa proteica se vuelve convivio familiar, camilla, unidad de tratamientos intensivos, biblioteca, cuarto de interrogatorios. Sillas. Un muro de hormigón al fondo que se yergue ominoso como recordatorio de la incapacidad humana de existir sin poder decir que hasta cierto lugar la tierra pertenece a una u otra persona o nación.
Lo escénico se complementa con la ambientación sonora y visual muy lograda, con proyección de textos e imágenes sobre el muro, que se resignifica como soporte visual de lo terrible que se vive en el conflicto, y la voz de Silvia Meyer de fondo como contrapunto de la escena. Sobriedad y belleza serena dadas por un fondo que resalta el horror de lo que les ocurre a los personajes. Gran diseño. Gran realización. Gran elección de la directora.
La carne en peligro
Nos gusta usar la metáfora del actor y su cuerpo en peligro porque la consideramos impactante y poderosa. En este caso, es doblemente significativa, ya que se aplica tanto a los personajes atrapados en situaciones violentas como a los actores expuestos a la mirada del público.
Todos tuvieron que renunciar a una carga familiar para abrazar una elección personal: el valiente Etgar, dejando detrás el horror nazi o la coalición de cinco países que atacaron Israel en 1967 para rehacer su vida en 1982, nuevamente en la Berlín a la que juró no volver; la terrible Norah, que abjuró del comunismo paterno por amor a David y su judaísmo radical y que prefiere herir a su hijo por no sentir que esa renuncia no valía la pena.
Mientras Wahida explora las raíces de un pasado del que había renegado viviendo en Estados Unidos, encuentra una improbable amistad con Eden (Sofía Lara), una soldado israelí a quien conoce en un interrogatorio. La inicial hostilidad de Eden se transforma, gracias a la culpa, en protección y le brinda un salvoconducto hacia el lado palestino, donde puede encontrar seguridad mientras reina la locura y sólo los pájaros pueden cruzar los muros divisorios.
Cuando la vida se torna abrumadora, Wazzan, un psicopompo que comprendió a la perfección lo que significa ser forastero en tierras ajenas, viene desde otros tiempos para brindar consuelo a las almas atormentadas y compañía en los trayectos hacia el destino final de aquellos que lo requieran. Todo se resume en 46 cromosomas.
Pero esta es la historia de David, él, que jamás encontró el afikomán porque era el juego de la fiesta equivocada, en el momento de la muerte, desde la vida, la voz del canto de Wahida lo despide mientras Wazzan lo guía hacia donde nunca falta ni el agua ni los deleites.
En suma
La palabra de Mouawad es un acero que corta profundo. Sus imágenes son un eco de la tragedia humana y la búsqueda de significado en el horror. A través de sus obras, nos invita a mirar más allá de lo evidente, a cuestionar nuestras promesas y a encontrar la redención en medio del caos, nos invita a mirar al fondo del abismo solamente para ver que, si nos atrevemos a no perder el último resquicio de humanidad, no todo está perdido.
Roxana Blanco encuentra en sus actores y actrices la materialidad final de ese acero metafórico, que se hace carne, sangre, dolor y, más que nada, amor. El resultado es la razón por la que actores y público seguiremos convergiendo siempre en el teatro, y por lo que el convivio no podrá ser sustituido por virtualidades que no impliquen jugarse la piel.
Porque esto es una guerra. Contra los asesinos del amor, contra los asesinos de la belleza y contra los que no entienden que todo se reduce a 46 cromosomas. Porque esos, y no otros son el cuento contado por un idiota, ellos son los que están llenos de ruido y furia y ciertamente son los que no significan nada.
Contra los significantes vacíos, el teatro. Contra la muerte, Mouawad.
De momento, en la Sala Zavala Muñiz se está dando esta obra de arte, lo o la desafío a ir sin enamorarse de Eitan, Wahida o de ambos.
Dramaturgia: Wajdi Mouawad.
Traducción: Laura Pouso.
Dirección: Roxana Blanco Ayestarán.
Elenco: Mané Pérez, Joel Fazzi, Federico Rodríguez, Sofía Lara, Elizabeth Vignoli, Florencia Zabaleta, Juan Antonio Saraví, Gustavo Saffores, Mauricio González.
Escenografía e iluminación: Laura Leifert.
Vestuario: Virginia Sosa Santos.
Sonido: Daniel Yafalián.
Música original: Daniel Yafalián y Eleni Karaindrou.
Canciones: Sylvia Meyer.
Visuales: Natalia de León.
Asesoramiento histórico: Natalie Zemon Davis.
Traspuntes: Magdalena Charlo y Cristina Elizarzú.