Acción y reacción
Por Bernardo Borkenztain
Dios mueve al jugador, y este, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonía?
Jorge Luis Borges
Mariana Wainstein dice –y tiene razón– que hablar de Cuba en la sociedad uruguaya genera tensión. En efecto, agregaríamos que se genera una verdadera polarización cuasi futbolística entre detractores y simpatizantes de su régimen.
Ante esto, una obra, crítica e inteligente de la realidad cubana, pero realizada por un artista local que vive ahí gran parte del año, no un emigrado, es un revulsivo de esta misma polarización, en sí misma más interesante quizá que la discusión de fondo.
En esta obra, González Melo critica a una parte de la elite isleña y elige reescribir la obra Casa de muñecas (1879), de Henrik Ibsen, la que fue una crítica muy dura de las relaciones familiares y en especial del papel de la mujer en la familia y la sociedad de la época, pero que hoy difícilmente podría tener el mismo impacto, ya que la liberación femenina, aunque de manera imperfecta y parcial, ha logrado moverla del lugar denunciado por la obra. Por ello, y tomando como hipotexto la obra, escribe Mecánica utilizando como idea articuladora el subtítulo “Demostración de las leyes del movimiento”, entendidas como las formuladas por el físico Isaac Newton, contemporáneo de Ibsen.
Estas leyes son tres: el principio de inercia, según el cual en ausencia de fuerzas exteriores los cuerpos tienden a conservar sus cantidades de movimiento inalteradas; la ley fundamental de la dinámica, que define a la fuerza como el producto de la masa y la aceleración; y la más provocativa, el principio de acción y reacción, según el cual para cada fuerza existe una igual y opuesta que la contrarresta. En este sentido, y adelantándonos al análisis de la puesta en sí, es de destacar el bello trabajo inicial de Carolina Silveira que ilustra estas leyes utilizando los cuerpos de los actores.
Volviendo al autor, presenta un clima claustrofóbico, una isla, que es una porción separada del mundo por el mar, dentro de la cual una demarcación arbitraria separa Varadero, un destino privilegiado por su carácter turístico, y dentro de él un hotel de lujo que contiene una suite que es donde viven Osvaldo y Nara, los protagonistas. El banco de la obra original ha mutado en este negocio del lujo y el ocio que, así como aquel era el epítome de la sociedad capitalista, es un reducto del mismo capitalismo inmerso en el régimen socialista que, simbólicamente, se llama Gran Cuba.
Con respecto a los personajes de la obra original, González Melo invierte los sexos, de forma que Thorvald pasa a ser Osvaldo Telmer (Robert Moré) y Nora, Nara Telmer (Laura de los Santos), pero el rol original queda invertido: es Nara la ejecutiva que lidia con la burocracia corrupta y mantiene a flote el hotel, mientras Osvaldo cuida y cría a los hijos. Otro personaje, Linda Kristin (Aline Rava) toma el lugar de Christine, amiga de Nora en la obra original, pero de Osvaldo en Mecánica, y no es una viuda desposeída, sino que ha sido abandonada por su marido, pero tiene estudios económicos y domina varios idiomas. Es claro que tanto ella como Nara son mujeres empoderadas, no son elementos pasivos de inercia sino agentes de su propia voluntad –al igual que Katia (Cecilia Lema), la tercera mujer, que es doctora–. Esto las diferencia de Osvaldo y de Carlos Rogbar (Oliver Luzardo), que tienen destinos reactivos en la obra: en la segunda ley de Newton les toca ser la reacción frente a las acciones de las mujeres, que llevan las iniciativas.
Así, a lo largo de la trama, el conflicto surge por la oposición de los deseos de las mujeres y los de los hombres, con la particularidad de que todas las líneas de fuerza convergen en Osvaldo, que pasa a ser, como lo era Nora, el personaje central.
Por supuesto que el autor no descuida un elemento fundamental en toda tragedia que se precie de tal: los hombres no pueden dominar el mundo por sus propias fuerzas, así que hacen su aparición, distorsionando todos los balances de poder, dos fuerzas que no pueden controlar. Por un lado, la burocracia estatal que desconfía de ese mundo que se rige por reglas distintas y que solamente el padre de Osvaldo sabía manejar; por el otro, una plaga, la invasión de medusas que arruinan las playas para los turistas y, por lo tanto, la principal fuente de ingresos del hotel.
La directora elige para la planta escénica una estética minimalista, con un sofá rojo en el centro, un candelabro de candilejas y la proyección, al fondo, de un cuadro/ventana que modula y dialoga a modo de contraescena con lo que ocurre sobre el escenario.
De la misma manera que todas las tramas pasan de alguna manera por Osvaldo, en el sofá confluyen también las líneas de fuerzas simbólicas, y quien “domina” el sofá es quien lleva las de ganar; esto es bellamente sugerido en la coreografía inicial, en la que los personajes se turnan para ocuparlo.
La iluminación es sutil, sin contrastes ni invasión de la escena con su efecto, y la ambientación sonora está compuesta por canciones de Buena Vista Social Club, con letras escogidas por Wainstein de forma significativa con respecto a la acción.
En cuanto a las actuaciones, un gran acierto de la dirección es utilizar la forma uruguaya de hablar, evitando parodiar el acento cubano, pero al mismo tiempo se logra un ambiente universal. El microcosmos del Gran Cuba se vuelve así imagen representativa del macrocosmos universal. El elenco no es parejo. Moré se destaca mucho en actuación y rendimiento; logra una interpretación demasiado despegada del resto como para que no se note, pero a la vez no tanto como para que se rompa el pacto ficcional.
En suma, un gran texto, una muy buena puesta y un interesante conjunto de personajes que transitan sus vidas sujetos, por supuesto, a las leyes del movimiento.
Mecánica
Texto: Abel González Melo.
Dirección: Mariana Wainstein.
Elenco: Robert Moré, Laura de los Santos, Oliver Luzardo, Cecilia Lema, Aline Rava.