Por Eldys Baratute.
Hay libros que te dan un golpe en el estómago y te dejan sin aire. Te mantienen tembloroso esperando el desenlace de unas historias que desde el comienzo se sienten ríspidas, hirientes, cautivadoras.
El arte de construir un bonsái, de Daniel Zayas, publicado por Ediciones Demiurgo en el 2023, es de esos libros que no se pueden leer bajo cualquier estado de ánimo porque la miseria humana que padecen sus protagonistas te deja resentido.
Pericia técnica en el manejo de estructuras narrativas, la intensidad de la prosa y la madurez para transmitir sentimientos profundos de personajes complejos, en historias de una crudeza conmovedora, fueron algunos de los elementos que resaltó el jurado de la tercera edición del premio de narrativa joven Ediciones Demiurgo (integrado por Diego Martínez, Estefania Canalda y Nicolás Alberto) para entregarle el lauro al cuaderno de un autor que sabe meter el dedo en la llaga, esas que te dejan el tiempo, los odios, el rencor.
Tres historias aparecen en este libro, a sus personajes las circunstancias les arrebatan la inocencia y los dejan vacíos, con un agujero negro que se llena de resentimientos, de hastío, de frustraciones. Hay una rabia contenida en ellos que los hace gritar y ese grito se escucha más allá de las páginas del texto.
Ese es el hilo que hilvana los cuentos. Superficialmente pudieran no sentirse del mismo curpus, hasta que el lector se percibe odiando. Entonces se percata de que, sin importar sus diferencias, estos personajes son esencialmente uno solo: el hombre doblegado por la vida, convirtiéndose en lo que no pensó ser, pero las circunstancias lo obligaron. El hombre que, más tarde, arremete contra su igual y lo devora.
De eso van estas tres historias, de sobrevivir.
Con qué carajo se rellena el tiempo, dice uno de ellos y por momentos se siente que han vivido una vida que no escogieron.
En medio de ese grito áspero, Daniel Zayas trata de que cada historia se sienta única, que cargue con la responsabilidad de ser buena. En un libro con sólo tres cuentos, todos tienen que ser buenos. Si uno cae, el libro cae.
En “Como esos océanos en calma”, el autor explota la voz de una adolescente que crece demasiado pronto, en donde la pérdida de la inocencia es más abrupta que en las otras historias y por lo tanto la crueldad del desenlace sorprende más. Este primer cuento es un anuncio de lo que pudiera acontecer después. Toda mueca es un síntoma de debilidad, dice la muchacha y se nos dibuja su rostro haciéndolas, asqueada, marcada por las quemaduras de un trago de ron que baja por su esófago, muecas que denuncian el robo de su virginidad, muecas mientras ve su abdomen abultarse, muecas al saborear su venganza. Muecas que le desfiguran el rostro.
Una atmósfera de putrefacción bordea “El arte de construir un bonsái!”. Aquí el personaje se va cansando, se corroe, y la imagen de un hombre con el cuerpo lleno de un hongo negruzco que se extiende, no se aparta de mi cabeza. Cada una de las partes en las que está dividido es una puerta a la vida de ese hombre y su compañera. Las manchas en el techo, las cucarachas, el olor a muerte mucho antes de que se anunciara la enfermedad de Silvia, la desesperanza que le provoca no tener su propio hijo, el cansancio. Hay un cansancio pegajoso que se siente en la voz de ese narrador personaje que provoca que el lector se pregunte si está interesado o no en abrir la próxima puerta.
En “Pequeño inventario de olores”, se habla de la redención, la culpa, la evasión. El protagonista quiere volver a nacer, empezar de cero, lejos de ese sitio en donde lo han hecho sentirse vil. Es hermosa la alusión al embarazo múltiple, al nuevo nacimiento de doce personas que deciden arriesgar su vida para volver a nacer. Es, de los tres, el texto en dónde el autor evidencia, con mayor énfasis, sus conocimientos técnicos, en un juego de retrospectiva prospectiva que permite mirar la vida completa del protagonista.
Como en los otros hay dolor, hay resentimiento, hay culpa, demasiada culpa carga un solo hombre sobre sus espaldas. El final sorprende con un cambio del nivel de realidad, y te deja con la misma sensación de desasosiego que te provoca la primera frase del libro, cerrando un círculo dentro del que quedará atrapado el lector, para siempre.
No importa que se haya cerrado el cuaderno, el lector queda ahí, atrapado con las historias de El arte de construir un bonsái, de Daniel Zayas, esas que no se olvidan nunca.