FISURA SÓNICA
Por Alexander Laluz
Discos sin arena: que el verano no te fatigue
La tiranía banal no es lo único que puede encontrarse en la temporada estival. Debajo de esa superficie, saturada de hits playeros, hay otra música. He aquí cuatro ejemplos que merecen ser rescatados y que no compiten por rankings imposibles.
UNO
“Bastante feliz, ¿eh?”. Esto dice Luis Alberto Spinetta, el Flaco, al final del registro de la jazzística ‘Apenas floto’. Fue, sí, una interpretación bastante feliz. Un registro que quizá funcionaría bien para abrir un disco. Quizá un disco que podría llamarse Los amigo. El disco de un trío, con el Flaco en voz y guitarra, y dos viejos amigos y socios musicales, Rodolfo García en bajo y Daniel Ferrón en batería, y que pudo llamarse Los Titos, pero que al final se llamó Los Amigo, el nombre que tiró sobre la mesa el asistente de grabación Aníbal Barrios.
Así fue. El trío Los Amigo grabó en vivo su disco, comandado por la atenta cabeza creativa de Spinetta, entre el 4 y el 11 de marzo de 2011, en su estudio personal La Diosa Salvaje, en Villa Ortúzar. Esto ocurrió once meses antes del fallecimiento del Flaco. El disco quedó ahí, en espera, hasta que García, Ferrón y los hijos de Spinetta (Vera, Catarina, Dante y Valentino) retornaron al estudio para culminar el trabajo y editarlo, en octubre del año pasado.
Los amigo (Sony Music, 2015) es un disco vibrante, con un sonido caliente y visceral, que descubre a su creador y a sus socios en buena forma. Es un cruce de sonidos acústicos y eléctricos, con recorridos por las marcas del estilo spinettiano, que en muchos casos suena “a raro”, con gesto complejo en la lírica, pero que con poco esfuerzo logra conmover.
Cierto, sobran algunos elementos, como la orquestación en la balada ‘Iris’. Cierto, los piques jazzeros a veces suenan impostados. Pero el sonido rockero y eléctrico le rescata la lírica melódica, para convertir esas composiciones, como ‘El cabecitero’, en una joyita retro pero muy viva, cercana. Las exploraciones con géneros y giros folclóricos también están presentes, y funcionan muy bien con el tamiz creativo de Spinetta.
La voz del master es la cereza del proyecto. Esa lírica, esa forma de narrar y de hacer poesía, ese sonido eléctrico, esos encadenamientos armónicos, no serían creíbles y queribles sin esa voz, esa forma de jugar con las inflexiones dinámicas, con los contornos melódicos y el fraseo.
Todo lo que suena en este disco es la garra y la inteligencia de Spinetta. Ni genial ni magistral ni hipervirtuoso. Sólo es la música y la poesía de este señor de la música, que no permite que el oído quede indiferente.
DOS
En pleno proceso de extinción del disco como registro documental y a la vez como hecho estético, como obra, la reedición ampliada de A Love Supreme, grabado en 1964 por el saxofonista John Coltrane y su cuarteto, se convierte en una rareza, un manifiesto contra la obsolescencia y la hiperfragmentación.
A Love Supreme: The Complete Masters (Verve, 2015; disponible en vinilo, cedé de audio y mp3) no sólo es la recuperación de una obra cumbre en la historia del jazz. No sólo es la revalorización de un lenguaje con tremenda riqueza expresiva y técnica. No sólo es el documento de uno de los momentos más altos en la carrera de Trane. Es el signo que refuerza el valor de un trabajo compositivo a varios niveles. Uno, en la utilización del concepto de suite, con cuatro obras autónomas (‘Acknowledgement’, ‘Resolution’, ‘Pursuance’ y ‘Psalm’) pero que funcionan en una unidad formal y conceptual mayor. Dos, es esa misma obra mayor que moldea el significado del disco: el soporte ya no es sólo un vehículo de la música; es parte de la obra. A Love Supreme fue grabado en una única sesión, el 9 de diciembre de 1964, en el estudio que tenía el gran Rudy van Gelder, en Nueva Jersey, con el cuarteto de dementes y brillantes músicos con el que Trane perfiló su estilo. A saber: el pianista McCoy Tyner, el contrabajista Jimi Garrison y el baterista Elvin Jones. El tiempo que insumió la grabación es inconcebible en tiempos de hiperproducción pop. Pero en el jazz este tipo de experiencias fue la regla. La materialización de las ideas musicales e interpretativas en el instante. Concentración, virtuosismo, energía, en- samble, plasmados en tiempo récord. Una experiencia estética que, en este caso, dejó sus influencias para otros rumbos experimentales que ya se insinuaban en el género. La reedición, que ya está en disquerías, le agrega a la obra un valor documental. Son tres discos que incluyen, en el primero, la suite tal como se lanzó en la edición original; un segundo con una selección de tomas alternativas (cinco con el cuarteto y seis con el sexteto, junto a Archie Shepp en saxo y Art Davis en contrabajo); y el registro en vivo de ‘A Love Supreme’ en el Festival Mondial du Jazz Antibes, realizado el 26 de julio de 1965. La atenta curaduría de este proyecto estuvo a cargo del crítico Ashley Kahn y la producción fue responsabilidad de Harry Weinger.
TRES
Pau O’Bianchi es uno de los creadores más interesantes de la llamada escena indie local. Un compositor inquieto, buscador, prolífico, original. Sus mundos musicales pueden bordear los mundos más extraños e inquietantes, y los que subyugan por la belleza de sus entornos sonoros.
Tras un tiempo de silencio público pero agitado en materia de búsqueda y creación, en 2015 se despachó con tres proyectos que siguen la marca de la dinámica indie: fundir la figura del autor en diversos emprendimientos colectivos. A saber: Fernando Henry / Lucas Meyer / Pau O’Bianchi (Paulino Records, Elvis Attack!, Esquizodelia), que es la reunión de tres cabezas creativas muy locas, capaces de dar forma a ideas igualmente locas en lo musical como en lo poético; María Rosa Mística (Paulino Records, Elvis Attack!, Esquizodelia), un trabajo crudo, directo, guitarrero, grabado a dúo con Renata Castellano de la Torre; y Alucinaciones en familia (Paulino Records, Elvis Attack!, Esquizodelia), en el que O’Bianchi arma un equipo con algunos de los nombres que más suenan en este entorno cancionístico singular: Lucas Meyer, Fabrizio Rossi, Pablo Torres, Darío Barrios, Matías Chouhy, Luciana Giovinazzo, Sebastián Pina, Diego Zapata.
Desde el lanzamiento de Diciembra, un título icónico en la breve trayectoria de 3Pecados, la banda insigne de O’Bianchi, este Aluci- naciones en familia era su disco y su banda más esperada. Es una obra de extrema sensibilidad, con originales ideas en el plano letrístico (‘Parodista!’ y ‘Drones por Capurro’ son buenos ejemplos) y en lo musical. Con interpretaciones ‘pequeñas’, las texturas fluyen en el juego de timbres pop y rockeros (pero alejados de los clichés más carica- turescos de estos géneros), colores im- previstos y con soluciones formales poco convencionales de patrones y esquemas ya conocidos.
Alucinaciones en familia es de esos discos que deben escucharse fuera de la sintonía radial y de la banalidad veraniega.
CUATRO
Las performances del pianista chino Lang Lang (Shenyang, 1982) son fenómenos multimedia. Hay que verlo. Hay que escucharlo. Hay que seguirle las manos, los movimientos de cabeza; hay que ser parte de su concentración, del vuelo temperamental sobre el teclado, con el que tiene una simbiosis total: máquina y ser humano, prótesis y cuerpo fundidos. Un despliegue de técnica. Un despliegue, también, de concentración expresiva. Y la selección de obras de su repertorio, con Chopin en los primeros lugares, es el otro ingrediente: el lenguaje romántico que no sólo definió un estilo pianístico, sino que fue marca de un siglo, de una ciudad como París, y de un concepto particular de lo culto, de lo clásico, de lo virtuoso. No en vano se ha convertido en una de las estrellas más sobresalientes de la codiciada vidriera de la música culta. Tras larga espera, los seguidores locales de Lang Lang tienen ahora una recompensa. Ya está en disquerías locales una lujosa edición: Lang Lang in Paris: Chopin, Tchaikovsky (Sony Classical, 2015). Un álbum doble que recoge la obra de dos compositores con París como núcleo físico y simbólico.
El primer disco reúne los Scherzos N° 1, 2, 3 y 4 de Frédéric Chopin (1810-1849), con un abordaje denso, dramático y a la vez muy técnico, que resalta los contrastes que atraviesan estas composiciones y con los que el compo- sitor polaco radicado en París fue dejando pinceladas de sus experiencias personales en Polonia, su viaje y asentamiento en Francia, la relación con Georges Sand, la enfermedad que signó sus últimos años de vida.
El segundo disco está dedicado al compositor ruso Peter Ilych Tchaikovsky (1840-1893), para quien París fue un centro de referencia y admiración en lo musical, en lo cultural. En este caso se trata de las doce piezas que conforman el ciclo Las estaciones Op. 37a (así denominadas por Tchaikovsky aunque cada una corresponde a un mes del año). Un material que relega en buena medida el gran despliegue pianístico y se juega por un lenguaje con cierta economía y concentración expresiva, al que Lang Lang brinda un tratamiento preciso, profundo, resaltando sus climas, dinámicas y vuelos melódicos.