Por Eldys Baratute.
Acabo de leer Otros poemas sucios (manual de castellano estándar), de Luis Pereira Severo, publicado por la editorial YAUGURÚ, y me he quedado en sus predios, presa de una angustia, una desazón de la que, además, no quiero desprenderme, porque no quiero dejar de sentir, de pensar en ese cosmos, de vivirlo.
En el prólogo con que lo presenta a los lectores, el poeta y ensayista Esteban Moore asegura que “La suciedad a la que se refiere no es otra que el efecto que le imprimen los hablantes a nuestro instrumento de comunicación: el lenguaje cotidiano…” Pero amén la variedad de términos, giros, coloquialismos que ha venido enriqueciendo la lengua de Cervantes en este lado de Atlántico, estoy seguro de haber asistido, de haber experimentado aquí las consecuencias, casi en carne propia, de otras suciedades, esas que emanan del comportamiento humano, de su trato con sus congéneres, que el poeta expone con una sutil crudeza, una economía de recursos que no impide al lector asistir, (re)construir una historia donde alternan y se imbrican lo personal y lo social, donde la maestría del creador, su profunda sensibilidad, embellecen hasta lo escatológico, una historia de la que no puede evitar sentirse parte, y con cada imagen ama, sufre, se conmueve, percibe hedores o aromas, golpe o caricia, teme, se encoleriza, sonríe…
“Los rasgos, cualidades de su poética, (la de Luis Pereira Severo) no se relacionan meramente con una poesía «confesional», «autorreferencial». Todo lo contrario, su propuesta apuesta a una dicción, un modo de enunciar, la inclusión del otro. El desarrollo progresivo de un tono distintivo, la búsqueda de una voz”, dice Moor, avezado intelectual, en su rol de prologuista, mas prefiero yo jugar el de lector lego, ingenuo, asistir al “relato” como si alguien me contara su biografía, como si mi interlocutor fuese el protagonista de cada verso, cada escena, cada vivencia con la que me apabulla por lo tremendo de lo cotidiano, por la barbarie y lo aparentemente anodino, común, sin disimulos y sin máscaras.
Hablo de un libro y es, en el caso que nos ocupa, hablar de un universo, de un tiempo, de una(s) vida(s). Uno empieza a leer y cree que lo hará “por deber”, por esa curiosidad innata que lo impulsa a saber, uno cree que es ajeno, que quizás, en el mejor de los casos, lo roce el ala, emoción más o menos real, de algún poema.
Y nada más asomarse, resbala y cae… Como en un filme en tercera dimensión está dentro, es un joven por las calles de Montevideo disimulando el gesto, la mirada, la voz para que “los otros” no lo identifiquen; es Di Leone “trajeado junto a su chica”, Di Leone “colgado de las muñecas”; es el sujeto lírico-narrador, en cualquier ciudad del mundo con sus marcas imborrables, su historia; es quien mira a un viejo recostado a su ancianidad sonreír beatíficamente, los parpados entornados al recuerdo de sus “buenos tiempos”, su sadismo en activo, y le aprisiona a uno la circunstancia, ¿la rabia?; es quien pasea de la mano de una chica, la espera, la abandona, la extraña; uno es parte ya de una red de la que no escapa ni luego de concluida la lectura.
Otros poemas… está dividido en tres secciones: Cuaderno viajero I, Garuada y Cuaderno viajero II. Tras el rejuego indiscutible con la palabra, que pese al aparente desgaire es un engranaje de relojería donde cada pieza permite al lector, antes o después, armar el todo. Late en “Cuaderno viajero I” y “Cuaderno del viajero II” la realidad, viva, lacerante, cariciosa a veces, late el dolor por las ausencias, la nostalgia. El sujeto lírico se encuentra todo el tiempo consigo mismo y con sus fantasmas, que pueden ser personas, lugares, circunstancias, la guerra con sus muertos y sobrevivientes, que no volverán a ser los mismos.
Garuada, la segunda sección, no es precisamente una llovizna refrescante. Lo que pudiera pensarse enumeración de escenas bucólicas se contamina en la niebla, ese cierzo que sin notar empapa, y la humedad puede venir del cielo, pero también de los ojos, de las venas, del estómago golpeado “que estaba dentro de lo previsto, pero nada como el espesor de lo real, el jergón tapando la respiración, la mugre de la venda, la oscuridad y en la oscuridad el ejercicio de reconocer los ruidos”.
Afirmaría que este aparte constituye el corazón de Otros poemas sucios, y no solo por su posición en el conjunto, pero no estaría siendo fiel a la verdad, a mi verdad, aquí el órgano vital late en cada verso, es este un único viaje. Y aunque Pereira Severo intente convencerse ―convencernos― de la inutilidad de la poesía, no lo consigue. La poesía nutre, ayuda a tomar partido, salva, en ella reaparece “lo que queda luego de las /despedidas / ciudades que se extrañan / juegos de mesa / malabares / historias circenses / tardes de fiesta / iluminadas”.
No hay espacio acá para un recorrido exhaustivo por la poesía ―de madurez, vital, enjundiosa y para nada sucia― que Luis Pereira Severo nos ofrece en su más reciente libro, pero quizás sea lo mejor, porque ninguna reflexión, ningún análisis puede hacer justicia a este manual de castellano estándar, singular y sorprendente como todo arte si de veras lo es; solo la lectura en que cada lector, de modo indefectible, terminará por encontrarse.