Por Inés Olmedo.
El escarabajo, el artista, el museo y el pintor de la patria.
Esta obra de Fernando Sicco abre la temporada montevideana con un bienvenido retorno del artista, luego de su intensa gestión de más de diez años dedicados a la creación y dirección del Espacio de Arte Contemporáneo (EAC). El vientre del escarabajo es una propuesta que ya desde el título nos invita a jugar con las citas a la obra cinematográfica de Peter Greenaway, en especial con El vientre del arquitecto y, simplemente, a unirnos al juego que propone el artista. De ahí el título de esta nota, como referencia a El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante, 1989) del mismo director. Como Greenaway, Sicco ha experimentado y migrado entre diferentes prácticas artísticas, y se lo permite como quien sabe que “el artista se dedica a volver visibles, dentro del espacio reservado del arte, estas artes del hacer que existen dispersas en la sociedad.”, en el juego entre arte y no-arte, como dice Jackes Rancière en su Malestar en la estética.
Es que si hay algo que tiene esta muestra es que es tan seria como lúdica y, sobre todo, estimulante para que los espectadores, iniciados o no, se acerquen y viajen dentro del proceso que Sicco nos abre para ir desde un acto cotidiano al diálogo con el mismísimo Blanes. En un viaje que comienza en su propia casa, en la doméstica tarea de liberar de “pelotitas” prendas de lana con un quita pelusas que se parece a un escarabajo, de pronto el artista descubre que el vientre del aparato ha generado una aglomeración de fibras de diferentes colores. No nos equivoquemos: el escarabajo no es un aparato con intención artística. Lo artístico está en la mirada que construye arte a partir de la imagen que se genera.
Aclaremos que Sicco comenzó su carrera artística como fotógrafo, y es esta primera práctica artística la que lo lleva a reconocer en lo casual el potencial estético, a tomar la cámara y encuadrar, eligiendo el recorte y el grado de acercamiento al objeto. Lo artístico reside en la mirada capaz de reconocer belleza en lo que los demás mortales vemos basura, y en plasmar esa mirada intencionada, haciendo uso de los recursos propios de la fotografía. A partir de ahí, las pequeñas aglomeraciones de pelusas, que caben en la palma de una mano, pasan a ser objetos encontrados, dignos de pedestal y campana de acrílico. Así nos recibe la muestra: con una antesala donde el contenido del vientre de escarabajos quita-pelusas se acompaña de textos curatoriales en los muros.
Una vez adentro, la sala, caja blanca alargada, neutra, generosa de medidas, es el espacio donde el montaje, también diseñado por el artista, nos permite con una mirada acceder a la totalidad de la obra. Este espacio abierto y a la vez articulado en secciones es un gran acierto, porque nos invita y sugiere que no hay nada oculto, no hay estrategias, no hay trampas. Aquí está el artista que nos abre su proceso y nos invita a su viaje personal, desde el espacio doméstico al espacio artístico del museo Blanes, con todo el peso histórico y simbólico que encierra ese lugar. Este espacio fue primero La quinta de Las Duranas, y allí Clara García de Zúñiga, acusada de loca y despojada del derecho de disponer de sus bienes y su vida, fue recluida por su familia. La mansión patricia devino museo: de espacio privado a espacio público, como proyecto civilizatorio de los ciudadanos, un concepto que nace junto con la revolución francesa y que forma parte de nuestro programa nacional desde la gesta artiguista. Y es el museo dedicado a Blanes, el pintor de la patria. Por su pincel tenemos la imagen del desembarco de los Treinta y Tres, pintado en 1875, o sea, cincuenta años después del hecho, en una época sin fotografía ni cine para documentarlo. En realidad, la pintura histórica más que ser fiel a los hechos, es un género que nos instala imágenes que nos acercan no a la realidad, sino al valor que le da una generación posterior, mediante una elaboración estética y conceptual que recorta, posiciona, ilumina e instala la imagen. Esa mirada artística de Blanes sobre los hechos históricos pasados, o los contemporáneos a su época, tienen una función de discurso oficial. La multiplicación por la reproducción infinita de estas obras de Blanes, que nos acompañan desde la escuela, nos ha hecho pensar que sí, así y no de ninguna otra manera lució el desembarco en la Agraciada. Pero Blanes tiene otras obras que también conviven en el museo; por ejemplo, el retrato de Clarita niña, realizado antes de su formación académica europea. O motivos que pintó en paralelo a estos encargos oficiales, que retrataron anónimos de la “barbarie” con pinceladas mucho más sueltas: son esas pequeñas y deliciosas imágenes de gauchos y chinas, de soldados mazorqueros, mucho más cercanos al espíritu romántico que al de la academia decimonónica. Todo este preámbulo me parece necesario para entender el sentido del viaje de Fernando Sicco, un artista de hoy, por las diferentes escalas y operaciones artísticas que realiza a partir de las pelusas rescatadas del vientre del escarabajo. Este viaje también incluye los bellos pañuelos de seda estampada que se exhiben en la tienda del Museo, cuya venta es una forma de apoyar a la Asociación de Amigos del Blanes.
El espectador que entra al museo puede recorrer este mismo viaje, porque si mira el diseño de las baldosas, o las obras abstractas, o incluso los detalles en alguna de las obras de Figari, va a entender que el artista está haciendo un recorrido personal en varios sentidos. El primero, evidente, es entre las prácticas artísticas: desde la fotografía en macro de las pelusas, impresas en formato cuadro, al videoarte que registra el acto del escarabajo. Y de ahí a la experimentación con técnicas, materiales y escalas: primero en los paneles donde a partir de la manipulación digital, recorta, enfrenta y combina formas generando nuevos motivos, más pequeños, pero impresos en una dimensión cuya escala los asocia más a murales que a cuadros. Cambio de escala doble, que lleva más allá, cuando esos motivos vuelven a transformarse para ser sublimados sobre telas, con las que genera prendas. Cambio de escala para ajustarse a la proporción del cuerpo humano y un territorio nuevo para el artista, que experimenta y se arriesga a hacer arte en volumen, en un proceso colaborativo e interdisciplinar. Pero este viaje, de lo conocido y familiar como lenguaje plástico a lo desconocido y experimental, a su vez va complejizándose en lo conceptual: del juego de descubrimiento en las fotografías al juego del diseño en los paneles, para terminar en un gesto mucho más radical: la re-versión de personajes de obras de Blanes a partir de sus vestuarios. Lo interesante, más allá de que las telas y las prendas son bellas, es el cambio de signo que propone para estos personajes, y aquí entonces ya no estamos hablando solo de escalas espaciales, sino de intenciones conceptuales. Porque el vestuario para Clara, que parte de una reconstrucción cuidadosa del escote que se ve en el retrato, se vuelve un vestido colorido y liviano, más adecuado a la mujer sensual y libre que fue, que a la época en la que le tocó vivir. El vestuario de la Paraguaya ya no es el de víctima. El de la Samaritana ya no es virginal. El del mazorquero feroz cambia de colores y se vuelve, como el de Carapé, sin género, “genderless”. Y cuando llegamos a Lavalleja, el cuerpo del maniquí es rotundamente femenino, y el vestuario pierde la camisa y muestra los pechos desnudos. Contradiciendo al original, la casaca y el pantalón combinan azul piedra, que no Prusia, con delicados tonos crudos, y nada de lisos, aquí hasta los vivos tienen pequeños motivos estampados. La bandera que sostiene ahora es blanca, como la de las primeras sufragistas, que como el diseño de estampados, incorporaban el blanco con el verde y el violeta. Y Sicco incorpora, por fuera de la iconografía nacional, a la Samaritana: la que transgrediendo la ley de su pueblo, que prohibía el trato con judíos, le dio agua a Jesús y además se convirtió a la nueva fe. Ella de alguna forma, para los que puedan conocer la historia, simboliza la capacidad de transformarse, y de cuestionar la discriminación hacia el otro, que puede ser judío, indio, mujer, loco, una sexualidad disidente, víctima de guerra, o simplemente… diferente. Y de alguna manera, se une con las otras propuestas como una invitación a mirar cómo las pequeñas acciones, como quitar pelusas en vez de deshacernos de una prenda, una acción a pequeña escala, micropolítica, puede impactar a otra escala. O como el aleteo de un escarabajo puede desafiar el canon institucional y abrirnos a otras posibilidades de mirar la historia, el presente y el futuro.
Fernando Sicco
El vientre del escarabajo / cuestión de escalas
Sala María Freire del Museo Juan Manuel Blanes
Avenida Millán 4015. Martes a domingos de 12 a 18 horas, hasta el 8 de mayo.
Proyecto seleccionado por el programa cultural de Fundación Itaú.