Por Fabricio Guaragna Silva.
Desde niño su pasión por la pintura lo llevó a visitar constantemente el Museo Nacional de Artes Visuales, a mirar las paredes colmadas de pinturas y, en algunos casos, hasta a copiar alguna obra con lápices y acuarelas. Imitaba las imágenes que aparecían en los periódicos y “pintaba lo que podía”, aclaró. Una pareja de vecinos era dueña de una juguetería, en donde Antonio trabajó de pequeño; “allí encontré mi gusto por el color y las formas”, dijo.
Comenzó a pintar de manera autodidacta a los diecisiete años, y al poco tiempo hizo contacto con el pintor Juan Ventayol, quien años después comenzó a incursionar en la pintura informalista y matérica. “Aunque no lo sentí del todo como mi maestro, me gustaba mucho como pintor. Lo conocí cuando todavía era posimpresionista, a principios de los años cincuenta, pero tuvimos bastantes discordancias. Recuerdo una vez que hice el retrato de un amigo mío que era enemigo de él, y no me lo quiso corregir”. El contacto con Ventayol no fue muy duradero, y Antonio se volvió un artista solitario, encaminando su pintura hacia los bodegones y las acuarelas, siempre con un impulso de investigador. A finales de la década de 1950, el artista planteó sus trabajos en acuarelas y dibujos, y expuso naturalezas muertas y marinas por primera vez en la galería Andrioletti.
Años más tarde, la pintura del artista Miguel Ángel Pareja llamó la atención de Donabella, quien se conectó con su pensamiento en relación con la pintura. Para ser admitido en la Escuela Nacional de Bellas Artes, presentó sus trabajos de pintura y acuarela (c. 1963). Así, Antonio pudo seguir los pasos de Pareja en su taller. “Su color y sus formas hicieron que tuviéramos muchas cosas en común, aunque también siento que no fue un gran maestro para mí”, planteó directamente, enfatizando el rigor y la disciplina como elementos fundamentales de cualquier docente o maestro: “Te dejaba solo, y vos querés que te enseñen. Si querés mezclar un blanco con un negro, u otros colores, y te ves en un problema, te tienen que ayudar. El maestro te tiene que dar un camino para resolver las cosas”. Para Donabella, la Escuela tenía un determinado camino didáctico que no lo convencía. “No era un lugar muy disciplinado, y Pareja a veces llegaba tarde, pero me interesaba mucho su pintura. Era un hombre muy bien y me apreciaba mucho”. Las anécdotas del taller no son muchas, pero queda claro el lugar que el maestro le daba a Antonio y el trabajo constante respecto de la disciplina. “Cuando estábamos mostrando los trabajos, venían compañeros de otros talleres a ver mis pinturas. Según Pareja, fui uno de sus mejores alumnos”. Durante el período de trabajo en este taller su obra se tornó un tanto matérica e informalista, con temáticas de galpones y ferrocarriles, siempre fiel a su estilo figurativo con referencias al espacio. “La materia la descubrí yo solo. Teníamos los potes de pintura llenos y no teníamos límites para usar las cosas”.
En cuanto a la influencia de los maestros que conoció, su personalidad y sus expectativas siempre fueron muy directas: “Siento que soy autodidacta porque los maestros que tuve no me influyeron directamente. Miraban mis obras y opinaban, pero no siento que hayan marcado mi trabajo […] yo tomaba cosas de [Joaquín] Torres García, de [Rafael] Barradas, de Pareja, para poder investigar yo solo en ellas”. Visitó bienales en Brasil y Argentina para estar al tanto de lo que sucedía en el mundo, pero prácticamente dedicó toda su vida a investigar el arte desde su país. Como gran admirador de la pintura, insistentemente recorrió espacios expositivos –museos y galerías–, observando y conociendo todo lo que le era posible. “Estaba permanentemente interesado en lo que pasaba acá y en Europa, India, Japón, China, Egipto; la capacidad que tienen esas culturas de sintetizar las imágenes y componer el espacio en el plano es increíble”.
Años después de su paso por la Escuela, propuso bodegones en su obra y retomó el óleo, se alejó de la materia y trabajó en capas más finas y colores más fuertes. “Estuve tentado de usar el acrílico, pero el óleo me permite equivocarme más y me da más tiempo”. En su trabajo se puede entender que los procesos eran fundamentales para su crecimiento, momentos de mucha riqueza de experiencias. “Voy pintando en el espacio, respetando las proporciones y las relaciones que existen entre los colores, algo que fui aprendiendo equivocándome”.
Definió su pintura como una investigación de la forma y el color. “No soy muy partidario de teorizar sobre la pintura. La pintura hay que sentirla, hay que emocionarse con ella. Hay personas a las que les gusta el arte que hay que explicar de manera filosófica. Me parece muy bien que esto conviva con otras maneras de trabajar, pero en mi obra no es el motivo sustancial de lo que expreso”.
Durante toda su carrera planteó diversas modificaciones de la realidad, pero nunca propuso un estilo netamente naturalista. Si bien la figuración es su herramienta y eje principal, la tendencia a no atarse al realismo se ve en su estilo pictórico y la resolución de sus propuestas. Ya en sus instancias junto a Pareja, él pudo estar cerca de la abstracción, cuestión que investigó más adelante.
“No me retrates mucho con la cámara”, le dijo a la fotógrafa que acompañaba la nota: “La pintura habla por mí”. Y a medida que nos adentramos en su vida y sus experiencias, quedó clara la pasión y lo que su pintura tenía para decir. En varias zonas de su taller se veían pequeñas y medianas esculturas de madera, pintadas en composiciones abstractas. “En estas estructuras investigo lo que le pasa al color en el espacio, cómo los contrastes y los matices, según sus formas, componen conjuntos, y cuando –por ejemplo– un rojo es sesgado por manchas blancas, se ve claramente el movimiento que genera”. De ahí su planteo: “Es importante el espacio, ya que cuando uno pinta el color hay que medirlo, son importantes sus capacidades e intensidades; el color no se pone sobre el lienzo sin medir lo que ocupa en el espacio. Por ejemplo, en esta serie de cuadros en la que pinto la fachada del Palacio Legislativo, los árboles, el cielo, todo lo que compone la pintura tiene una armonía que solamente surge de la prueba. Voy probando las áreas de colores y cómo entre ellas surge la imagen”.
Exponiendo de manera intermitente pero sin descanso, también investigó la pintura mural, planteando varios trabajos en Colonia y en Montevideo. Uno de sus murales se encuentra en el Centro de Protección de Choferes en la calle Soriano, lugar que constituyó su espacio de trabajo hasta que se jubiló en 1990. Impulsado por la búsqueda de una disciplina, por los murales y por el arte de los niños, decidió comenzar un proyecto en una escuela, donde realizó talleres introductorios a la pintura para niños, que finalizaron en el año con un gran mural pintado por ellos. “Me entusiasmó muchísimo dar clases de arte en las escuelas. Trabajaba con niños de primer año, quinto y sexto; las cosas que resolvían esos gurises eran increíbles. Fusionábamos clases con otros profesores –por ejemplo, con el de música–, y de allí surgían las propuestas”. Durante años practicó esta profesión, y proyectos de su autoría fueron llevados a congresos internacionales de docentes.
En sus últimos años de vida investigó la pintura digital, en la que exploró en torno a universos abstractos y desnudos de mujeres. “Este tipo de pintura me dio una experiencia interesante: cuando uno pinta y se equivoca, borra una y otra vez, el pincel y la pintura dejan huellas; en la computadora, por el contrario, se puede cambiar las cosas miles de veces y nunca sin que sea posible ver lo que sucedió antes, los errores”. Algunos de los diseños digitales están impresos sobre cerámicas, ya que buscó soportes nuevos para su investigación. Antonio tuvo siempre un temperamento fuerte y un espíritu inquieto, pero explicó que, a medida que los años fueron pasando, la tranquilidad y los impedimentos propios de la edad transformaron ese fulgor de la materia en trabajos realizados por computadora: “Pintar en la computadora me tranquiliza y me resuelve muchos problemas”.
En los últimos años hizo una serie de pinturas que expuso en la galería Diana Saravia, muestra a la que se sumaron algunas obras de otras series más antiguas y las estructuras pintadas. Fue un evento que lo sorprendió por la cantidad de personas que asistieron y la acogida del público; muchas de las obras expuestas fueron vendidas.
De mirada centellante y un espíritu imparable, desde la tranquilidad de sus posibilidades, Antonio fue un investigador que reeditó y hasta retocó algunas de sus pinturas que supo haber terminado; con frecuencia volvía a visitar su creación y siempre encontraba el poder del color frente a las veloces miradas contemporáneas.