Por Eldys Baratute.
El 3 de junio de 1942 muere en Austria, Franz Kafka, uno de los escritores más influyentes del siglo XX. Las novelas El proceso, El castillo, La metamorfosis, junto con sus relatos, lo han convertido en precursor del expresionismo literario. El absurdo, la culpa, los cambios en la espiritualidad y el intelecto de sus personajes son algunos de los temas que aparecen una y otra vez en su obra. Kafka es de los autores en los que siempre hay que mirar más allá, detrás de lo que cuenta está la verdadera historia, una vez más evidente y otra solapada, escondida detrás de una frase, un personaje, un guiño.
Mucho se le acusó además de ser un autor autobiográfico, de construir personajes que son, esencialmente, el reflejo de su vida tormentosa.
Para mantener presente el legado de uno de los autores imprescindibles de la literatura universal, en el centenario de su muerte, el destacado director y docente Iván Solarich estrena el 6 de junio en la Biblioteca Nacional “Camino a Kafka”. Una puesta en escena con texto de Sandra Massera, en la que algunos de los personajes más representativos de la obra del escritor checo vienen a visitarlo en vísperas de su muerte, en el hospital de Kierling, en las afueras de Viena. Afloran los miedos, los rencores y las angustias, no solo del creador de Gregorio Samsa sino de sus personas más cercanas.
Desde el equipo de Dossier nos acercamos a un ensayo y seducidos por la puesta, conversamos más tarde con su director.
¿Por qué volver a Kafka, un autor que se encuentra bastante lejano de los lectores de hoy?
Porque es un clásico, un clásico del siglo XX, y los clásicos siempre arrojan luz a nuestra existencia.
Porque en su compleja y tortuosa vida, supo -a pesar de él casi siempre-, bucear en las profundidades del alma humana y describirla en una literatura de apariencia sencilla pero magistral.
Y porque quizá, y esto sea lo más importante, sus registros sensibles sobre la burocracia, el dogma, el incipiente totalitarismo, y en la micro escala, la incompletitud e infelicidad humana, tengan una inusitada vigencia en momentos en que nuestra civilización asiste a calificar con nuevas y extremas cualidades, nuestra locura generalizada y nuestra creciente y mayor desigualdad.
¿No es extraño que se una biblioteca como el escenario para una puesta?
Hoy más que nunca en su historia -fruto de las vertiginosas transformaciones de la existencia producto del desarrollo tecnológico y todas sus consecuencias-, el teatro debe interrogarse acerca del sentido, sus discursos, formas de espacialidades y el carácter de la presencia y la actuación. Integrado a ese corpus reflexivo, y tratándose de un espectáculo buceador en el universo kafkiano, simbólicamente atado a la celebración de los 100 años de su desaparición, nos pareció tremendamente “natural” integrar su presencia y nuestra búsqueda creadora a la arquitectura majestuosa, laberíntica y silenciosa de nuestra Biblioteca Nacional, además de su carácter simbólico por ser el templo del libro por excelencia.
Esta es una obra difícil, con un juego entre la realidad y la ficción, con varias historias dentro de una historia, con personajes que se apoyan en referentes ya construidos, un ejercicio que demanda una carga actoral, sin embargo, Solarich apuesta por un elenco joven. ¿No es demasiado arriesgado eso?
Empecemos diciendo que es un bellísimo texto de Sandra Massera, que ciertamente involucra la realidad de Franz, su familia y cercanías; al tiempo que inserta en su desarrollo personajes surgidos de sus propias obras, de la ficción. Que como toda propuesta de espectáculo serio, entraña variados retos y riesgos.
Vengo hace muchos años trabajando con la generación que hoy ronda los 30 años, entre los que por ejemplo está mi hijo Mariano (también actor y director), muchos de los cuales han sido alumnos míos en sus procesos de egresos, especialmente en la Escuela del Actor. Con varios de ellos en diversos espectáculos, muy especialmente “La tierra baldía”, conjunción de Brecht y T. S. Elliot en la bella “Fábrica”.
Les tengo una enorme confianza fruto de sus talentos, contracción y pasión por el trabajo, y sobre todo por el enorme respeto que nos reúne. Todo ello me genera mucho placer y disfrute, elementos que considero absolutamente imprescindibles para la vida, la vida teatral, y para llegar a buen puerto.
Se trata de interpretarlos, de que me interpreten, y de que juntos resonemos con Kafka. El resto será el encuentro con el público, los diversos públicos, los que irán reescribiendo con sus pareceres el sentido más definitivo de la propuesta.
Te escuché decir en algún momento que el actor lo es todo en una obra de teatro. Sin embargo anoche vi a un director que se esforzaba muchísimo por lograr una buena puesta en escena. Con todo lo que lleva esa puesta. ¿Qué es más importante para Solarich, el texto, los actores o la puesta?
Creo que efectivamente el centro de la creación teatral es el actor. En su cuerpo material y presente se reúne todo: las palabras, emociones, los tránsitos, y sobre todo, el ida y vuelta vinculante con la platea, la energía total.
El hecho teatral cuando se consuma y es compartido, es mucho más que la sumatoria de las partes. Un buen texto ayuda sin duda, buenos actores son importantes, ni hablar que sí, la lucidez en el montaje colabora, obviamente. Pero es vital la necesidad del colectivo por expresarse, que exista una mirada directriz que afine y decida; y sobre todo, que los espectadores puedan encontrar (desde el entretenimiento y la sensibilidad), un leitmotiv que los convoque a pensarse.
¿Qué espera del público que viene a ver Camino a Kafka?
Como siempre y cada vez más, que el teatro nos reúna. Seguir siendo la grey humana que se auto convoca para encontrarse, mirarse, disfrutar, gastar su tiempo para volver a verse en ese antiguo, arcaico y sofisticado espejo que es el teatro, para prometernos quizá una vez más, que a pesar de todos los pesares, la vida podría ser más bella y por consiguiente nosotros más humanos.
Para Franz Kafka, por infinitas razones fue casi un tormento. Quiero creer, si puedo escucharlo con astucia, que al oído me susurra…, “quizá para ustedes podría no serlo”.