El deseo en el espejo
Estos ojos… ¿de quién son?
Carlos Solari
¿de quién son mis deseos de hoy?
¿y este insomnio de quién es?
Esta adaptación de La gaviota, de Chéjov, en un tono irreverente plantea la reescritura de una obra que en Uruguay tiene tanta tradición que dio nombre a un teatro, nada menos.
En este caso, Jorge Denevi opta por una adaptación de los nombres y una técnica de distanciamientos que agrede el pacto ficcional desde el inicio mismo, cuando el texto pauta una interacción con el público, que debe esperar a que alguien de la audiencia diga “Que empiece esta obra estúpida”, para que comience.
Por momentos el estilo de actuación es hiperrealista (por ejemplo, se hace un jugo con un extractor y naranjas reales) y por momentos impresionista, en especial en los monólogos de los personajes, entre los que destaca el del doctor Eugenio Sorn que, encarnado por Juan Antonio Saraví, toma un tono de clown, en particular del estilo de Pietrolino (Pierrot), el payaso triste o blanco de la Commedia Dell’Arte que sublima sus frustrados deseos de amor en el alcohol. Los diferentes modos de actuación también contribuyen a la agresión al pacto ficcional, pero sin llegar a ser un distanciamiento propiamente dicho.
Desde este ángulo, el dispositivo escénico juega a favor del ritmo de las actuaciones. Es un espacio icónico de naturaleza proteica que –siendo una simple tarima con cuatro rampas a modo de puente y un lago pintado alrededor‒ se reinventa y resignifica como una sala de la casa, un bar e incluso una cocina.
Jugando con el título, la obra, ya desde el original de Chéjov, podría decirse que trata sobre siete personajes en busca de amor, pero como son fallidos terminan frustrados, incluso los que consiguen lo que desean. Es indudable que necesitamos la mirada del otro para existir, sin poder ser reconocidos por un igual (recordemos a Hegel) la necesidad vital de poder sentir que somos se frustra y la vida se hace imposible, o, en el mejor de los casos, insufrible.
En este sentido, los personajes están destinados a fracasar porque los deseos (recordemos que para Hegel la diferencia entre el humano y el animal es que este desea cosas mientras que aquel desea ser deseado; sin un igual que sienta deseo por él, el homo sapiens se frustra) se entrecruzan y mientras Daniel (Gabriel Hermano) desea a Mash (Jimena Pérez), esta desea a Conrado (Andrés Papaleo) que ama a Nina, la cual desea a Trigorin (Diego Arbelo), el que le corresponde, pero solo temporalmente. Mientras tanto Arkádina, la actriz en decadencia (Alejandra Wolff) desea a Trigorin, pero desde el narcisismo que comparte con él. Confrontando todo esto, como hombre impar, Sorn no tiene un objeto de deseo concreto, solo desea poder amar. Mientras todos desean ser amados, el que realmente está solo desea poder amar. Y este es el nudo gordiano de la obra.
Los otros personajes –que también podrían compararse con los de la Commedia Dell’Arte– son resaltados como en un claroscuro cuando se confrontan con el único personaje realmente generoso en su deseo de la obra. Porque el tema esencial del deseo es que es deseo de posesión del otro. Eso implica la aniquilación del otro para convertirlo en lo poseído. Como nadie lo logra, todos terminan frustrados, como dijimos, pero cada uno a su manera.
Quizás el personaje más complejo desde este punto de vista sea Conrado, que por algo es el protagonista. Junto con Nina son los innamorati, pero si bien Conrado ama a Nina esta desea a Trigorin. Por otro lado, y simétricamente, desea (necesita desesperadamente) el amor de Arkádina, su madre, que al negárselo impide su narcisización y por ende su ritual de pasaje desde la adolescencia a la adultez. Por eso, al enfrentarse con Trigorin, pese a los obvios defectos de su rival, pierde siempre, primero con su madre y luego con su amada.
El núcleo esencial de su conflicto es cuando, al sentir que pierde a Nina ‒la que se compara románticamente con una gaviota por su alto vuelo‒ mata al pájaro (estúpido) que es hipóstasis de los deseos de trascender de Nina, en un desesperado intento por matar ese deseo de volar (que se deposita en Trigorin) y recuperarla. Pero la ofrenda del ave no sale como él quiere. Nada en la obra lo hace, de hecho.
Arkádina y Trigorin serían los vecchi, los amos, que se caracterizan por un fuerte narcisismo. En este caso desean ser venerados, no solamente deseados, ella por su arte como actriz y él por la excelencia de sus libros (que Nina leyó todos).
El problema del narcisista es que una vez que logra su finalidad, el otro deja de ser un ser humano y pasa a cosificarlo, perdiendo todo interés en él. Eso le ocurre a Trigorin con Nina (que además es una jovencita insulsa, a diferencia de la diva que es Arkádina), que lo aburre rápidamente (pese a que tiene un hijo con ella, atándose a la resignación).
En ese sentido, Daniel y Mash (en la Commedia serían los sirvientes) son los más genuinos porque saben que resignan su deseo vital, porque se casan, pero ambos sabiendo que nunca serán amados (el caso de Daniel) ni podrán amar a su compañero (Mash sigue deseando a Conrado). Se entregan a esa triste resignación que se llama madurez y que, tarde o temprano, alcanza a todos los burgueses.
En suma, una comedia que, de la pluma magistral de Chéjov, domina los aspectos más profundos de la psique humana, adquiere un cariz humorístico de la mano de Posner y es tomada por Denevi, que le impone un ritmo shakesperiano a una obra que sigue siendo más del maestro ruso que de su adaptador.
Dramaturgia: Aaron Posner.
Dirección: Jorge Denevi.
Elenco: Alejandra Wolff, Jimena Pérez, Andrés Papaleo, Diego Arbelo, Gabriel Hermano, Juan Antonio Saraví, Renata Denevi (actriz invitada).
Escenografía: Lucía Tayler.
Iluminación: Eduardo Guerrero.
Vestuario: Diego Aguirregaray.
Música compuesta: Riki Musso.
Peluquería: Heber Vera.
Traspuntes: Carmen Barral y Cristina Elizarzu.
Encargado de montaje: Gerardo Egea.
Encargada de vestuario: Mariela Villasante.