La resistible ascensión del jabalí
Por Bernardo Borkenstain
Algo de Ricardo, de Gabriel Calderón
En cuanto a Gabriel Calderón, el dramaturgo, el lugar común es adjetivarlo como “joven” ya sea en su rol de dramaturgo o director, algo de lo que él mismo se burla en esta obra, cuando pone en boca del personaje de Saffores –dirigiéndose a un actor recién egresado– “vos no sos una joven promesa, sos una realidad”. En cuanto a su realidad, con una sólida carrera de más de diez años, sus obras han salido de gira y se han estrenado en medio mundo occidental, y en su carrera se incluye una en especial, Mi muñequita (2004), que pese a tener un horario inverosímil de sala (viernes a las 23) superó las cien funciones y fue vista por más de 9000 espectadores, convirtiéndose en una obra fundacional de un nuevo tipo de teatro en Uruguay. En nuestra metáfora, al ser el dramaturgo, sería el general que diseña el plan abstracto que luego será o no aplicable en el campo de batalla.
Por cierto, un ejército requiere un despliegue de logística imprescindible, ya que además de mover soldados debe hacer lo propio con armas, comida y demás elementos. En este caso Gerardo Egea tiene a su cargo el espacio escénico y las luces, con la habitual ausencia de elementos no significantes que es característica de Mariana Percovich. Entre una limitada cantidad de objetos, icónicos en su mayoría, destaca una silla-jabalí (que por momentos es trono, silla o incluso la propia bestia que figuraba en el escudo de armas de los York y representa el lado bestial de Ricardo), o un bastón que pasa, por destreza y arte de Saffores, de ser tal a ser una espada o un cetro real.
Lo mismo ocurre con el vestuario, que permite a Saffores convertirse sucesivamente en reyes, reinas, actores, sirviendo de apoyo a las transformaciones, pero con una versatilidad y simpleza de uso que permite que el actor los use y descarte sin ayuda de terceros en escena, lo que hubiera arruinado el efecto escénico. La simpleza de uso combina con la imagen adecuada de los ropajes en un equilibrio perfecto como para que el pasaje de un sexo al otro (género tienen las palabras, no las personas) o de la ancianidad a la juventud se realice de manera suave, sin soluciones de continuidad.
Miguel Grompone, a su vez, realiza un despliegue audiovisual que no es meramente un apoyo, sino un lenguaje en sí mismo imbricado en la obra sin atarse a su ritmo, siguiendo el propio, dando a veces un espacio (palacios o mausoleos en los cuales Saffores parece incrustarse con sus personajes) y a veces tomando el control de la narración, como al inicio de la obra, lo mismo que la música de Meredith Monk elegida por Sylvia Meyer y Percovich. Si las luces de Egea y los videos de Grompone dominan el espacio, la música de Meyer hace lo propio con el tiempo.
Por último, ya mencionamos la tropa de un solo hombre, Gustavo Saffores, que se juega el cuerpo y la vida en escena, interpretando con público aún sobre el escenario (Percovich interviene fuertemente los espacios, como dijimos) interpretando un número de personajes, todos y cada uno de los cuales comparten una cualidad oculta: la incapacidad de someterse a la autoridad y rebelarse, sea valiente o cobardemente, para obtener el poder, aunque lleguen, como Ricardo, a morir tres veces en escena.
Cualquiera sabe que Ricardo III es una obra de Shakespeare sobre un rey deforme que en un momento grita “mi reino por un caballo”. Algo de Ricardo, en cambio, es acerca de un actor al que se le encarga representar la obra citada, pero que no ofrece sus verdades predigeridas para un público pasivo. Antes bien, las ofrece a uno activo, para que hunda en ellas los colmillos y, por supuesto, las mastique.
La obra en sí es un palimpsesto, por debajo del texto de Calderón subyace el fantasma de otros más, no solamente el obvio, la obra Ricardo III de Shakespeare. Por un lado, el propio Calderón reconoce la inspiración en la serie de televisión House of cards, protagonizada por Kevin Spacey, un ambicioso político cuyas intrigas palaciegas lo llevan de jefe de bancada de su partido a deponer al mismísimo “hombre más poderoso del mundo libre” y ser presidente.
Sin embargo, la primera referencia que viene a la mente es la película Looking for Richard (1996) protagonizada por Al Pacino, que narra, a modo de documental, la búsqueda de la manera de implementar a Ricardo III. Lo puntos de contacto son varios: reflexionar sobre el carácter del personaje, sus métodos, interpelar al público acerca de qué conocen de Shakespeare, analizar el verso shakesperiano, el pentámetro yámbico, o incluso la presencia de un actor que desea interpretar a Ricardo en escena.
Al tratarse de una obra de Shakespeare que se basa en un personaje histórico, el yey de Inglaterra Ricardo III de la Casa de York, es importante presentar un cierto grado de contextualización, y es lo que haremos a continuación, tanto más cuanto Mariana Percovich y Gabriel Calderón estudian exhaustivamente para preparar sus obras, lo cual genera esa profundidad de palimpsesto de la que hablábamos. Claramente, si las escuchamos, por detrás de sus voces, otras voces –miles– cantan sus propias canciones, y desconocerlo sería renunciar a una buena parte del goce de la obra.
Aun más: observada unidimensionalmente, la obra ya es excelente, pero al agregarle las otras dimensiones se convierte en superlativa. Esto es una realidad de la vida: la cultura y la inteligencia son elitistas; en los únicos lugares en los que “es lo mismo un burro que un gran profesor” es en ciertos programas de la televisión. Pero sobre esto volveremos luego.
Retomando la necesidad de contexto, la historia se sitúa al final de la llamada Guerra de las dos Rosas, donde por la conquista del trono de Inglaterra (siglo XVI) se enfrentan la casa de Lancaster, que tomaba por emblema una rosa roja, y la de York, que tomaba una rosa blanca. En esta parte de la inglesa, quizás como nunca antes, las mujeres juegan un rol fundamental en la política. La madre de los York, Cecilia Neville, duquesa de York, Margarita de Anjou y Anne Neville, esposa primero del hijo de Enrique VI el rey loco, y luego de Ricardo III, son junto con Isabel Woodville, esposa de Eduardo IV (única que no aparece en la obra), personajes tan importantes como sus maridos e hijos.
Volviendo a la obra, Saffores recibe al público vestido de negro, y cerca del inicio se pone una chaqueta bordó, recamada asimétricamente con rosas rojas, como remedando y resaltando la deformidad de Ricardo III, que por momento asume en escena.
En medio de un gran despliegue físico, se narra la historia de un actor homónimo de Saffores, Gustavo, tercero de una línea familiar de tocayos, al que se le encarga protagonizar la obra de Shakespeare. Al igual que las rosas de su chaqueta, bordará en el relato de la obra su historia personal, la de Gustavo III, el metapersonaje de Saffores que no debe confundirse por la homonimia con el actor, de la misma forma en que no se debe confundir lo que se dice en una obra con lo que piensa el autor: Sófocles no se acostó con su madre, ese fue Edipo, su personaje. Mastiquen, que sin ese mecanismo la digestión es imposible.
La mezcla es compleja, pero sin ser pretenciosa: la historia de un rey y su complot, la de un actor y su ‘coup’, matizado por reflexiones metateatrales e incluso filosóficas, acerca de si es posible un encare sincrónico de Shakespeare sin ser Shakespeare y sin estar en la Inglaterra del siglo XVI, o si estamos condenados al anacronismo por la distancia, o de la estructura del verso shakesperiano, el pentámetro yámbico, o tantas otras cosas que solamente puede apreciar un espectador inteligente, no uno complaciente.
Este ejército está librando una guerra, liderado por Mariana Percovich, en la que todos nos jugamos la vida: una guerra por la cultura, la inteligencia y el buen teatro. La batalla tiene lugar martes y miércoles en el Teatro La Gringa. Los valientes van a apagar el televisor para matar a los parásitos del alma, y se van a sumar a sus huestes del teatro. ¡A masticar!
Obra: Algo de Ricardo.
Dramaturgia: Gabriel Calderón.
Dirección: Mariana Percovich.
Asistente de dirección: José Pagano.
Actor: Gustavo Saffores.
Audiovisuales: Miguel Grompone.
Diseño de vestuario, espacio y luces: Gerardo Egea.
Producción: Complot-Adrián Minutti.
Lugar: Teatro La Gringa. Galería de las Américas. Av. 18 de Julio 1632.
Fecha: 18 de junio de 2014.