Antes fue el teatro
Por Gabriela Gómez
Actriz de teatro, productora y directora, Adriana da Silva confiesa que se encuentra con mucha confianza en sí misma. Cree en el esfuerzo, en la energía que le pone al trabajo y en seguir los pasos necesarios para lograr un objetivo. Aunque le da lugar a la intuición, tiene los pies sobre la tierra, algo que se percibe en sus trabajos, que abarcan desde la radio y la televisión en Buen día Uruguay –desde 1998 a 2012– hasta el teatro y los musicales Cine, radio, actualidad, Víctor, Victoria, La jaula de las locas, Cabaret, Doña Flor y sus dos maridos y sus últimos trabajos de corte más social en los que, junto con Hugo Giachino, ha actuado en obras de teatro enfocadas en problemáticas adolescentes como el bullying. En su trabajo más reciente, Los monstruos, vuelve para mostrar cómo toda la experiencia y el entrenamiento pueden concentrarse para lograr un resultado en el que el drama y el musical se unen para tratar un tema del que mucho se habla pero en el que siempre se es primerizo: cómo ser buenos padres.
¿Siempre es tan activa, o está en un momento especial?
Desde que dejé de trabajar en televisión me dediqué pura y exclusivamente al teatro, pero ya no esperando que me lleguen proyectos, sino buscando algunos y metiéndome en otros rubros, como la producción. El año pasado junto con Hugo Giachino empecé una etapa de producción con un espectáculo para adolescentes que trajimos de Buenos Aires, Perras, la adolescencia feroz, y nos fue bárbaro. Fue un trabajo medio de hormiguita, porque trabajamos directamente con los adolescentes. Había que ir a buscarlos a los liceos y eso fue complicado, porque por el título asustaba mucho. Teníamos que presentarla en los liceos, sobre todo a los directores, a los equipos psicopedagógicos de muchos centros educativos que trabajan junto con la dirección, y había que explicarles, antes que nada, que el título no implicaba, bajo ningún concepto, denigrar al adolescente, sino que se refería a la violencia y al bullying. No trajimos este espectáculo para hacerlo en horario central, sino para que lo pudieran ver los directamente involucrados. Arranqué una etapa de producción, de venta, de dirección, porque dirigimos el espectáculo, entonces aparece la cuestión de mover dinero, gente, relaciones públicas, prensa…, y nos fue bien. Después, una editorial consideró que Cecilia Curbelo, que escribe libros para adolescentes, tenía textos importantes para llevar al teatro.
Muchas de las obras que presentó se enfocan en problemáticas sociales duras.
Sí, buscamos el tema a propósito. En primer lugar, porque sabíamos que no había teatro para adolescentes: había para niños y para adultos. Lo adolescente tenía más el estilo del espectáculo Violetta, pero para la franja comprendida entre doce y veintiún años no había un teatro específico. Por ejemplo, se ha hablado mucho del bullying, se han dictado muchas conferencias, escrito muchos libros, pero no escuchamos qué le pasa o qué siente el principal involucrado. Entonces, luego de cada función de Perras… hacemos un foro y charlamos. Siempre les decimos que ante cualquier obra de arte –ya sea un espectáculo teatral, una pintura o música– les pueden pasar muchas cosas: que no les interese para nada o que se sientan identificados. En muchos casos, es la primera vez que estos chiquilines se acercan al teatro, sobre todo a un teatro con estas características: sin personajes de fantasía, sino con personajes que podrían ser ellos. Lo primero que les decimos es que lo que van a ver es ficción y que deben tomarlo con cierta distancia, porque cuando se trata de violencia les puede afectar demasiado o pueden sentirse muy identificados. Cuando termina la obra, las actrices y nosotros tomamos el micrófono, nos sentamos en los dos únicos bancos que componen la escenografía y charlamos sobre lo que sintieron, qué les pasó, si la situación que se pone en escena está cerca de su realidad. Esto tiene un efecto bastante catártico, la devolución es brutal: cuentan anécdotas increíbles, y vemos que se han naturalizado muchas cosas, como el destrato, y para unos es doloroso lo que para otros es normal. Hugo y yo hablamos con la platea como padres, porque no somos expertos en este tema: les decimos que no es normal pasar mal y que cuando uno pasa mal mucho tiempo, hay algo que tiene que revisar y hablar con algún familiar, docente o quien se tenga más a mano. Las realidades son muy disímiles, porque algunos dicen que no tienen padre o madre, o viven con una abuela muy mayor. Eso nos llevó a la obra Como vos y yo, que es sobre una joven de Rivera, hija de un hombre negro y una mujer blanca, el padre la abandona y ella se queda con su abuelo y su madre. Muere el abuelo, su madre se enamora de un argentino y ambas se van a Buenos Aires a vivir una vida diferente, sin su pueblo, sin sus amigos y con un hermanito nuevo. Aparece otra sociedad, costumbres, forma de hablar y también aparece el tema de la discriminación. Entonces los adolescentes sienten que estamos hablando de temas nuestros.
También está actuando en Los monstruos, una obra para adultos.
Fuimos con Hugo Giachino a Buenos Aires a buscar una obra que se está haciendo allá, Los monstruos. La consigna era encontrar un texto que nos gustara, que significara cierto desafío para nosotros como actores, porque los dos venimos del rubro del humor, aunque hemos hecho trabajos más por el lado del drama. Vimos que Los monstruos era un trabajo fuerte y que coincidía con la temática que veníamos tratando: las relaciones entre padres e hijos.
Todos estos trabajos tienen un trasfondo común: familiar, educacional, problemáticas adolescentes.
Se fue dando así, porque después que hicimos el primer espectáculo para adolescentes no pensamos montar otro, sino que vino desde afuera y salió muy bien. Los monstruos es ya un espectáculo para adultos. Son historias paralelas de dos padres que tienen hijos bastante diferentes: ella, que viene de un matrimonio desgastado, tiene una niña que no habla, mientras que él vive solo con su hijo hiperactivo, que llora mucho y eso lo exaspera, además de que es un niño con tendencia a la obesidad. La obra comienza con estos padres tratando de convencer a directores de colegios de los beneficios de la institución por recibir a sus hijos, que no son ni mejores ni peores, sino distintos. El esfuerzo que hacen estos padres por convencer a esos directores es con argumentos tremendos que muestran ya la ‘monstruosidad’ y que marcan la pauta de que a veces no hacemos lo que queremos, sino lo que podemos. No es un tema de echarle las culpas a alguien.
¿Quién dirige la obra?
Emiliano Dionisi, quien también es el dramaturgo. Es argentino y tiene treinta años. Dice que lo que mostramos en la obra no es la parte romántica de la paternidad-maternidad, en la que parece que todo es fantástico, sino la otra: la que muchas veces no mostramos, que sabemos que existe pero se cubre por el qué dirán. Es una obra muy desafiante, tenemos dos músicos en vivo, porque además es un musical, con canciones que cierran cuadros de la obra. No se trata de un musical light ni coreográfico, cantamos en vivo y es una versión un poco más de cámara comparada con la puesta argentina. Tenemos sólo dos sillas en el escenario. Otra diferencia es que tenemos hijos, entonces interpretamos la obra desde otra mirada. El director intentó hacer una interpretación un poco más lineal y se dio cuenta de que necesitábamos darle color. Estuvimos como un año yendo a Buenos Aires a ensayar: íbamos por tres días a ensayar, volvíamos a los diez días y así fuimos armando el puzle.
¿Cuál ha sido la respuesta del público?
Esta obra generó una movida muy interesante y que me ha venido en devolución con opiniones como la de la psiquiatra Natalia Trenchi, el psicólogo Alejandro de Barbieri, Celsa Puente, la directora del Consejo de Educación Secundaria. Van directores de escuelas a verla, grupos de padres. A nivel de educación, por ejemplo, hay cursos para padres; no creo que haya que hacer un curso, sino que con gente que trabaja en torno a estos temas hay que hacer mesas redondas y charlar, a ver qué nos pasa, porque la infancia y la adolescencia que vemos hoy tienen que ver con el ritmo de vida actual. Todo cambió bastante, y uno como padre nunca está preparado –no lo estaba antes ni lo está ahora–, pero me da la impresión de que los centros educativos están tratando de dar una mano y de aprender de la gente que trata estos temas. Trenchi dice de la obra: “Aparecen todos los elementos de lo que llamamos ‘parentalidades tóxicas’, te cachetea con realidades mucho más frecuentes de lo que queremos creer y te muestra que ‘los monstruos’ también aman, sufren, temen, que están solos y no saben qué hacer”. Por eso digo que es una etapa muy interesante para mí como actriz, frente a mis colegas, a directores, y también es una instancia interesante como mujer, para plantarme frente a un tema que me parece que está más vigente que nunca. Si alguien sale hablando de esto después de ver la obra, creo que habré cumplido con mi cuota de aporte desde mi costado de actriz.
¿Cómo se siente haciendo una obra en la que predomina el drama?
Muy bien, aunque yo había hecho ya algunas obras, como Inquina, que era drama puro. También Cabaret tenía sus momentos de drama: por más que hubiera un trasfondo de mucha música y mucho brillo, era una historia muy triste. Hice La sangre en el Mincho Bar, con César Troncoso, Gabriela Iribarren y Roxana Blanco. Todas ellas son de distintas etapas de mi vida y las hice a distintas edades.
Ha estado en obras en las que actúa, canta y baila. ¿Cómo administra la energía en estos casos?
Soy una convencida de que el actor completo es el que hace todo. En otros países es impensable que no puedas cantar y bailar y actuar, y además siempre quise aprovechar para hacer todo esto mientras soy medianamente joven, porque llegará un momento en que no podré hacerlo. Aprovecho al máximo porque cantar, actuar y bailar te entrena mucho físicamente, te hace resistente. Si después de pasar una temporada haciendo todo eso salís airosa –Cabaret, por ejemplo, duraba dos horas y media–, cualquier otro texto en el que te sientan alrededor de una mesa a hablar, tu energía está sobrada. El director de Los monstruos hizo y deshizo todo el tiempo. Te ponía una escena y decía: “Bueno, ahora probala así”. La fijábamos y decía: “Vamos a probarla de esta otra manera”. Lo hacía para no quedarnos estancados en algo que se va a repetir y que supiéramos que siempre se puede llegar a algo más, siempre puede haber algún cambio, algo más efectivo; él probó hasta último momento. Yo le decía que era como volver a la Escuela de Arte Dramático, como que me sacaran el herrumbre, como que mis bisagras estuvieran medio oxidadas y él hubiera dicho: “Vamos a ponerle aceite”.
¿Con qué director le gustaría trabajar?
Con un gran amigo al que conozco desde hace años y hace cosas lindas, Sergio Blanco. Con Jorge Denevi también. Son dos directores diferentes en edad y experiencia, y nunca trabajé con ninguno de ellos. A Sergio lo conozco porque cuando era alumna de la EMAD, él iba a las clases de Eduardo Schinca y se sentaba a mirarnos. Es muy lindo ver todo lo que ha crecido y ha hecho. Tuve a grandes docentes en la escuela: Nelly Goitiño, María Azambuya, Schinca, María Luisa Rampini en Historia del Arte, cuando internalizo eso digo qué es esto, ¿es teatro, es la vida? Para mí es todo. Uno tiene que aprender de eso, pero también, cuando se termina la función y se apaga la luz, hay que estar equilibrado, porque cuando vas a trabajar textos tan fuertes tenés que hacer trabajo de campo, analizar qué vas a presentar. Eso lo hacés con el director, pero de pronto lo que querés decir no es lo mismo que él quiere decir, entonces hay que ponerse de acuerdo.
Su exposición mediática ha sido muy grande. ¿Qué fue primero: el teatro o el periodismo?
Fue el teatro. También estuve en radio Carve como productora, después gané un concurso en Canal 5, de ahí pasé al 4 y no paré. Cuando estaba en la televisión sólo hacía un espectáculo por año, entonces el público no me identificaba como actriz de teatro. Desde que me dedico de lleno a esto hay un reconocimiento por mi trabajo, y estrenar tantos espectáculos en el año genera mucho más entrenamiento y confianza. Ahora estoy empezando con otro espectáculo que se estrenará en setiembre y ya tengo otro para enero. Es una etapa preciosa para mí, fue mi profesión primera y estoy encantada. No es que el periodismo y la televisión no me gusten: es que no están en mi vida.
¿Cómo fue su experiencia en la radio?
La radio es muy interesante. Trabajé en radio Carve muchos años y dejé de hacerlo para trabajar en televisión. Fui productora y trabajé en Las reglas del juego, con Raquel Daruech, haciendo móvil de exteriores. Era un periodístico que se emitía en las mañanas de Carve; yo salía con el grabador en la mano y con los primeros celulares que salieron. Trabajar con Raquel, que es una guerrera, me fogueó bastante, pero fue un período corto porque enseguida me presenté a un concurso en Canal 10, en el que quedé como finalista. El trabajo de producción en radio es muy interesante: la búsqueda de la información, el tiempo es diferente. Es hermosa la radio.
¿Qué le aportó Buen día, Uruguay?
Me dio mucha confianza. Cumplí con varios espacios dentro del programa, desde hacer móviles en exteriores hasta autoproducirme las notas, y después pasé a la conducción. También me dio la convicción de que uno no tiene que montar un personaje en televisión para salir al aire. Mi zona de confort es lo que soy, ser yo misma, siempre, entonces me di cuenta de que es lo que me funciona y me va a seguir funcionando en donde sea no es armar un personaje que se aparte de la realidad, porque eso es insostenible. Además, el rubro en el que trabajaba, que era la revista, es muy amplio y me seducía porque tanto estaba hablando con un escritor como con un médico, con un chef, con un músico…, era tan dinámico que no me aburría: tenía la sensación de que estaba en varios frentes a la vez. Pasaba tanta gente en un solo día, que era muy enriquecedor.
¿Volvería a hacer televisión?
Sí, volvería. No aceptaría algunas cosas, como hacerme la joven canchera, porque hay cosas que ya no van conmigo o con las que no me siento cómoda. Cuando quedé fuera de Canal 4 me llamaron de otro canal para trabajar, pero el rol que me proponían era para una mujer más joven y se lo dije a la productora. Lo puedo hacer como actriz, pero es muy distinto porque en el teatro estoy creando un personaje, mientras que en la televisión soy yo, más allá de que siempre tenga algo de actuación: en la televisión, cuando se ve que algo funciona, se empieza a tirar de la piola en torno a esa característica. Por ejemplo, en Buen día, Uruguay éramos tres [con Sara Perrone y Leonardo Lorenzo] y se jugaba con que ellos peleaban y yo no. La gente asumía que ellos se peleaban y yo era una especie de jueza, eso se empezó a instalar. Es casi un servicio a la carta para el público, porque funciona el personaje. No necesariamente tenés que cambiar o dejar de ser quien sos, pero le estás dando al público lo que le gusta.
¿Cuáles son sus planes?
Estoy ensayando Falladas, de José María Muscari, que se estrenará en el Movie Center el 7 de setiembre. Después, en el Teatro del Notariado el año que viene vamos a estrenar un espectáculo que se llama Tres [de Juan Carlos Rubio], que se hizo en España y Buenos Aires. Siempre se aprende y se empieza de cero, porque siempre hay un director que quiere algo y tenés que interpretarlo. Podés aportar experiencia, por supuesto, pero siempre estás empezando de cero, porque si no, todos los personajes serían iguales, utilizaría las mismas armas para todas las creaciones y la idea es que alguien te diga: vamos por este otro lado.