Por Eldys Baratute.
Montevideo no pasó por alto el centenario de la muerte de Franz Kafka, un autor difícil, polémico, rodeado de un mundo alucinante, dentro y fuera de su obra. Sandra Massera, Iván Solarich y un grupo de actores, jóvenes en su mayoría, se reunieron para rendirle homenaje.
Fotos por Magali Gugliotta.
En Dossier publicamos una entrevista al director de la puesta, Iván Solarich, cuando no se había estrenado, y después de una temporada completa, de mantener vivo al escritor de La metamorfosis nada más y nada menos que en la Biblioteca Nacional, dejo algunas de mis impresiones.
Entre los elementos positivos de la obra destaca la locación, no hay un espacio mejor seleccionado para ella que un santuario de libros. Lo otro que destaca es el guion de Sandra Massera, se evidencia detrás de cada parlamento una profunda investigación, un conocimiento no solo de su obra sino de su vida misma. En Camino a Kafka se mezclan personajes literarios, nacidos de la pluma del autor con otros más cercanos a su vida cotidiana. Y no digo real porque ambos, Massera y Solarich, se encargaron de que nunca sepamos realmente cuál es el mundo real al que pertenece el escritor. Incluso en el que empezamos a vivir nosotros desde el momento en que nos convertimos en espectadores.
Algo más que destaco es la puesta en escena. Solarich se esforzó por dirigir una obra que rozara con el alucinante universo kafkiano y al mismo tiempo que comulgara con el espectador de hoy. Música en vivo, materiales audiovisuales, desplazamientos constantes, distanciamiento Brechtiano, y lo más importante para un director como este, actores con humanidad que en la mayoría de los casos logran la verosimilitud necesaria.
Peter el rojo, interpretado por Tomás de Urquiza es el personaje que más se disfruta. Un disfrute que se aprecia desde su construcción misma en el guion y que se enriquece con el talento de Urquiza. Un actor que camina sobre una cuerda floja, interpretando a ese simio –hombre que se alterna entre lo caricaturesco y un símbolo de libertad. No nace Peter el rojo de una obra de ficción, sino de un ensayo, lo que hace más difícil su construcción psicológica, sin embargo Massera, Solarich y el propio Urquiza lo tejen con delicadeza. Momentos de tristeza, tensión, alegría, bochorno, nos hace vivir ese joven mientras se le nota cómodo, orgánico, con múltiples estados de ánimo y disímiles maneras de asumir la libertad. Quiere ser libre Peter el rojo, pero no se desprende de Kafka y eso le provoca sentimientos encontrados que se reflejan a través de los ojos, la voz y los movimientos escénicos de Tomás de Urquiza.
También es pertinente señalar que en ocasiones se nota la falta de organicidad en otros actores. Pasa sobre todo con los personajes que no pertenecen al universo literario. Son esos los que demandan más visceralidad porque padecen la presencia de un hombre con demasiadas luces pero también con demasiados demonios.
Las luces, el vestuario, la escenografía, la banda sonora que refuerza los momentos de tensión y la permanencia del espíritu kafkiano sobre la sala habla de un director experimentado que sabe lo que lo quiere.
También es cierto que el recorrido entre las distintas locaciones de la biblioteca, si necesario porque sumerge a los espectadores dentro de universo kafkiano, se siente impostado. No lograron que el desplazamiento se sienta una parte de la obra, más bien simulaba un corre corre entre las salas. Es importante, además, que los intérpretes tengan en cuenta que, en ese recorrido, también están en la escena y que cada gesto, movimiento, o palabra tiene un peso.
No puedo terminar esta nota sin mencionar a quien interpreta A Franz Kafka: Alejandro Sosa. La persona que encarnó con éxito ese hombre controversial, que ama pero no se compromete, que alberga remordimientos que es atormentado por sus personajes la noche antes de morir en el hospital de Kierling, que es demasiado sincero y que nunca está conforme con lo que ha escrito. Gracias al trabajo del joven Sosa el público pudo hacer tangible, de carne y hueso, real, un Kafka que a veces parece distante. Sin embargo en la escena en dónde rompe la cuarta pared y comienza a dialogar con el público se siente demasiado a la persona, como si estuviésemos escuchando al propio Alejandro Sosa y no al escritor atormentado. Y si bien es cierto que esa pudiese ser la intención, también es cierto que esa obra necesita mantener su clímax, el público necesita adentrarse en su mundo, vivir como él y cualquier ruptura debe ser dentro de la propia horma que establece la obra.
En resumen, se agradece Camino a Kafka. No solo por el acercamiento a uno de los autores más notables de la literatura universal, también por permitir el disfrute, y recalco la palabra disfrute, de una puesta vital, que te provoca disímiles emociones en poco tiempo. Gracias a Massera, a Solarich, a los actores y al equipo todo que nos trazó el camino hacia un mundo alucinante y vital.