Por Isabel Prieto Fernández.
Entre las distintas manifestaciones del arte está la que mezcla telas, tejidos, encajes, plumas, lanas, seda y un sinfín de materiales, incluida la combinación con el plástico. Se trata del arte textil, una expresión que en Uruguay está tan desarrollada como en movimiento. Dossier fue al encuentro de Felipe Maqueira. Su taller fue el punto de encuentro con este artista, quien también es docente.
¿Cómo quitarle color a un lugar lleno de colores? Lavándolo, sería la respuesta más sensata. En un lugar que no es el mío no puedo hacer eso. Me explico: ya llegarán fríos peores, pero los primeros del invierno son los que calan los huesos. Tiritando llegué al taller de Felipe Maqueira. El artista se dio cuenta de la situación porque me hizo pasar con una frase: “Tengo la estufa prendida”. A la estufa nunca la vi, pero el calor que entibiaba la estancia gritaba su presencia. Lo otro que te invita a avanzar son los colores. Si él me había dicho “sentate por aquí”, ¿qué hacía yo unos cuantos metros más al fondo, ignorándolo? Con vergüenza pedí disculpas, pero ese sentimiento no alcanzó para que no siguiera husmeando. No fue un ataque repentino de mala educación; fueron los colores. Capaz que no ellos por separado, sino la combinación y –quién no lo diga– la mezcla de texturas, esas que no se tocan porque están debidamente colocadas tras un vidrio o claramente colgadas para decorar, pero se palpan con la vista y con eso alcanza para subyugar.
Nos sentamos a la mesa, enfrentados. Arriba, una lámpara que permitía ver con nitidez el trabajo que Maqueira estaba realizando: “El arte textil es todo lo que tiene que ver con la fibra, con la tela, con lo que tenga urdimbre y trama. El entrelazado de hilos es lo que lo hace textil”, comienza informando ante mi pregunta, y agrega: “Hay gente que parte de cero, como la que teje en telar o quienes preparan la lana para tejer, pero en mi caso utilizo la tela ya industrializada, tanto la comprada por metro como la de ropa hecha, la cual destrozo”. Felipe ríe. No lo hace de manera estruendosa ni mucho menos, y entonces es fácil caer en la cuenta de que en este lugar nada le saca el protagonismo al arte, ni siquiera la risa.
Cuesta dejar de observar el entorno, por eso la entrevista no nace de una manera “normal”, esa que, básicamente, es pregunta-respuesta. Maqueira voltea un tanto, para ver qué estoy mirando. Es un maniquí de costura que lleva puesto algo a medio hacer: “Lo que pasa es que desde un comienzo estoy relacionado a la moda y eso me permitió conocer materiales y entusiasmarme con las bellezas de las telas, los estampados o las texturas que generan. Eso me permitió ir acumulando cosas que en algún momento iban a salir. Surgió el vestuario para teatro. En la década de los noventa empecé a hacer vestuarios para obras. He trabajado para varios directores: Imilce Viñas, Jorge Denevi, Félix Correa… Soy independiente, pero acá somos pocos y nos conocemos”.
Sin embargo, a pesar de sus andanzas por la vestimenta, de las paredes cuelgan tapices y en la mesa hay otra cosa: unos cuadrados de género intervenido con un bordado por aquí, una guarda por allá, un pedazo de tul por acullá. A pesar de que todos tienen distinto diseño, hay cierta secuencia. En la vida profesional de Maqueira también: “Como te decía, empecé con la moda, después trabajé como colorista en una fábrica textil, seguí con ese rubro, pero en la fabricación de hilados y en la parte de color. En el año 1976 descubrí el tapiz y no lo dejé más”.
De su conversación, surge que tejió en telar, realizó escultura blanda “que es formas o volúmenes que hacía con Polyfón, después lo forraba y trabajaba encima, los pintaba o dibujaba. Después dejé el volumen y empecé a trabajar sobre el plano. Como diseño utilicé los azulejos portugueses y franceses que venían en colores amarillos y azules”. Señala una vitrina que está a mi espalda. Doy vuelta y allí está el “azulejo”, igualito a los de cerámica, pero en género y bordado. Continúa: “Hice una muestra, achicando el tamaño porque eran muy grandes y los llevé al de un azulejo promedio, el de veinte por veinte centímetros. O sea, hago la versión de un azulejo de cerámica llevado al textil”. Y ahora sí: la palma de su mano muestra lo que tiene sobre la mesa, como quien dice voilà: “Luego volví a los tamaños grandes, uniendo los diseños de los azulejos y volviendo al del piso, de lo que llaman baldosas hidráulicas, que todas tienen un dibujo que desarmo y lo compongo a mi antojo; agrego partes y saco otras, pinto y bordo encima, aparte de utilizar diferentes telas e hilados. Todo recreando la baldosa”.
Maqueira asegura que aunque, por lo general, la gente busque la tela de acuerdo al diseño, él es al revés: se inspira por la tela. El problema, a veces, son los materiales. Si bien se nutre de lo que adquiere y lo que le donan, que su arte transforma dándole una nueva vida en una suerte de economía circular, se necesitan telas nobles: “Yo utilizaba una loneta que era gruesa, como para toldos, que ya no viene más. Eso hace que el resultado sea diferente y tengas que ir probando y cambiando estructuras y formas. Es como un desafío permanente. Esto lleva su tiempo. Cuando querés terminar la obra y salís a buscar lo que precisás, ya tenés otros materiales en plaza”.
El artista me muestra el boceto con el que está trabajando: “Es para tener clara la idea, pero como trabajo cuadrado por cuadrado, sé que el que le sigue va a tener algo con el que antecede y así sucesivamente. Es una especie de secuencia. Sin embargo, voy modificando a medida que lo voy elaborando. Siempre pienso en el color, al que imagino y junto materiales que van con ellos; luego me juego a mezclar. Siempre digo que cuando hay dos colores que no están funcionando, se deben dejar un par de días hasta que el ojo se acostumbre y acepte. Es como cuando uno se viste. Hay combinaciones que están establecidas, pero la moda ha cambiado tanto que vemos unión de colores que nunca se nos habían ocurrido”, dice con total idoneidad.
Cambios en el arte textil
Para Maqueira, el arte textil se ha ido aceptando: “Siempre fue como la hermana pobre. Es como la cerámica o la fotografía, que ha tenido más fuerza en los últimos años. Lo textil es muy nuevo porque empezó en los sesenta, al no tener una cultura en ese plano como es el caso de los peruanos o los argentinos. Lo nuestro es muy nuevo, aunque tenemos grandes artistas, como Ernesto Aroztegui o Cecilia Brugnini, ambos pioneros con diferentes corrientes”.
En el arte textil hay corrientes. Están quienes tejen y trabajan lo figurativo, otros tienden más a lo conceptual, y están quienes se dedican a la escultura, utilizando fieltros o acumulación de tejidos, el crochet: “Digamos que toda la artesanía que fue una necesidad hasta los sesenta y que luego se dejó, como que las mujeres bordaran, ahora es la valorización de todo ese trabajo antes de que se pierda”.
Consultado sobre si se ensambla la valorización artística con la realidad social, Maqueira consideró que sí porque “las necesidades de la pandemia obligaron a generar algo con lo que se tenía. Fue un momento de muchas muestras virtuales. Por ejemplo, la gente hacía trabajos con pañuelos de mano, joyas textiles, mucha cosa. Pero a lo que voy es al trabajo manual, ese que requiere paciencia y que se está enseñando nuevamente. Antes la gente lo sabía porque lo aprendía en la casa, se transmitía de generación en generación o en los colegios de monjas y pará de contar, porque ya no era rentable. Bordadores o bordadoras eran rentables para trajes de fiesta o para hacer el ajuar, pero ya eso se dejó de usar por los costos y el tiempo que lleva. Se fue perdiendo, por más que las máquinas tengan los puntos habidos y por haber. Por supuesto que es distinto algo hecho a máquina que realizado a mano, pero cuántos pueden encontrar la diferencia cuando no se tiene con qué comparar”.
Maqueira utiliza varias técnicas para su trabajo. La termofusión, de la que también dicta cursos en su taller (ver recuadro); el collage, que utiliza con telas; pinta sobre la tela: “Mezclo todo. No necesariamente bordo o pinto, sino que, como dicen los brasileros cuando hacen muchas cosas ‘pinto y bordo’. La creatividad no tiene límites y yo la disfruto. También hago mesas y bancos en MDF [fibra de densidad media o contrachapada], las que luego pinto e intervengo de distintas maneras”. El artista señala una hilera de bancos acomodadas de forma vertical. En ese caso, están decorados con páginas de diarios rusos. También hace biombos, los que se ven desde mi lugar; excepto uno, son pequeños y con estampados coloridos. Para el ojo no entrenado, bien podrían ser antiguos o vintage. Se lo digo, pero él se reciente un poco: “Me gustan las cosas nuevas o, en todo caso, el material que viene del pasado, pero lo ‘aggiorno’. Si te referís al objeto, la de hacer biombos es simplemente una necesidad artística, porque hoy, con tanto monoambiente, es difícil que le sirva a alguien”.
Dossier quiso saber cómo está el arte textil uruguayo respecto al de otros países: “Estamos cabeza a cabeza; muy bien posicionados a nivel internacional. Tuvimos una bienal en 2017 organizada por la WTA [World Textile Art], que lleva adelante Pilar Tobón, y han participado muchos uruguayos con buen nivel. La próxima será en Miami, donde está la sede”.
El inconveniente que hay es que “es todo a fuerza de pulmón, incluida la divulgación; es una queja permanente esa”. En relación con las ventas fuera del país, Maqueira asegura que no es la mejor. Inclusive acá tienen problemas por la falta de galerías: “El tapiz es un elemento muy egoísta. Ocupa mucho espacio y no quiere nada al lado. No es fácil colocar un cuadro al lado de un tapiz. Además, hay una onda de lo conceptual que es la que prima en gran parte del arte uruguayo y dentro del tapiz esa onda, si bien existe, no está del todo impuesta”.
Maqueira recuerda que en los ochenta el tapiz tuvo auge, el que se perdió una década más tarde y recomenzó en 2011 a nivel internacional: “Ahora hay un montón de bienales, encuentros y grupos en todo el mundo, desde China a Escandinavia… En todas partes”.
Salgo otra vez al frío. Estoy en la Ciudad Vieja, a una cuadra del Río de la Plata, al que olvido mirar porque tengo grabado un sinfín de colores.
” Soy un fanático de la belleza”
Felipe Maqueira fue docente en la Escuela Municipal de Arte Dramático (EMAD), donde dictó Diseño Teatral Integrado y Taller de Diseño de Vestuario. Hizo lo propio en la Escuela Universitaria Centro de Diseño (EUCD), en el área tecnológica del Departamento Textil. Su vasta experiencia incluye muestras individuales en el Museo del Azulejo, en el Museo de Arte Contemporáneo y en el Cabildo de Montevideo, así como su participación en muestras colectivas nacionales e internacionales, como en la bienal de China.
A pesar de haber obtenido el Premio Paul Cézanne en 1989, lo que le permitió una beca de estudios en Francia, de ser Morosoli de plata en el 2003 y obtener un Florencio en 2007 en la categoría mejor vestuario, lo que me reitera de su currículum es que fue miembro fundador del Centro de Tapicería Uruguaya. Me llama la atención que lo remarque y por eso lo anoto. Mientras lo hago, aclara: “El Centro duró más de treinta años, pero después no hubo plan recambio porque los jóvenes no se quieren etiquetar. Son artistas, pero no les gusta que se les etiquete como textiles. Es una forma diferente de pensar. Yo insisto porque a mí me gusta lo textil y me muestro como tal. Lo mío es absolutamente decorativo. No es transgresor, no denuncia nada, es simplemente decorativo. Soy un fanático de la belleza, me gusta rodearme de cosas lindas y pienso que el mundo, con toda la locura que estamos viendo, también las necesita”.
Espacio creativo
En su taller, Maqueira dicta cursos. Su alumnado se compone de gente adulta, a partir de los treinta años aproximadamente. Considera que eso es porque los más jóvenes todavía están insertos en el estudio formal, quedando por fuera de la tendencia a las clases de arte particulares. Asegura que una de las técnicas más solicitadas es la “termofusión”. Se levanta de la silla, va hacia una vitrina, la abre y comienza a sacar distintas obras. Las pone frente a mí. Sus motivos son sumamente creativos y llama la atención cierto brillo que desprenden algunos de los materiales, pero no me animo a tocarlos porque temo que eso ofenda al artista, así que acerco mi cara lo máximo que puedo. Al final, es imposible no exclamar “¡es nailon y está como bordado”. Esta vez sonríe por mi hallazgo: “Sí –alarga la i–. Me gusta mucho jugar con las apariencias, ese juego de parece pero no es. Es como los azulejos. Lo son, pero no para colocar en el baño, por ejemplo. En esto pasa lo mismo. Hay una base de plástico, que se modifica con plancha, y después se trabaja encima con hilo o con el material que se quiera”. Diríamos que es una técnica que combina belleza con practicidad y, quizá por eso, ese curso es tan requerido, ya que su producto puede modificar las prendas, “para un buzo aburrido o cambiar un vaquero; la gente le da distintos usos”.