Por Bernardo Borkenztain.
Del amor más poderoso que la muerte.
Y ahora pregunto aquí: ¿quién es el último que habla,
el sepulturero o el Poeta?
¿He aprendido a decir: Belleza, Luz, Amor y Dios
para que me tapen la boca cuando muera,
con una paletada de tierra?
No.
He venido y estoy aquí,
me iré y volveré mil veces en el Viento
para crear mi gloria con mi llanto…
León Felipe
Los nombres
Esta puesta ha logrado ensamblar lo que se podría llamar un equipo de ensueño, con la conjunción de cuatro nombres importantes, Fernando Parodi, Josep María Miró, Luciano Supervielle, y, por supuesto, el que pone su humanidad en peligro en cada tour de force que es la obra, Alfonso Tort.
Parodi es egresado de la EMAD, donde fue docente y es un director con experiencia, con puestas como Dinamarca, de Lluïsa Cunillé, en Montevideo y Buenos Aires, así como Umbrío, también de Miró, Caricias, de Sergi Belbel, y una versión de Shakespeare: La compañía presenta: Enamorados una noche de verano, entre otras muchas.
Miró es un docente, dramaturgo y director catalán de fama internacional, con licenciaturas en periodismo y en dirección y dramaturgia. Sus obras se han puesto en muchos países, como Argentina, México, Reino Unido, Francia, Italia, Estados Unidos, Canadá, Chipre, Grecia, Alemania, Rusia, Croacia, Bulgaria, Brasil, Cuba, Perú, Ecuador, Paraguay o Puerto Rico. En nuestro país, en concreto, hemos visto la ya mencionada Umbrío, Nerium Park, puesta por Gerardo Begeres, La travesía, dirigida magistralmente por Jorge Denevi, y El principio de Arquímedes, con dirección de Mario Ferreira. El texto de esta obra acaba de ser premiado en España con el Premio Nacional de Literatura Dramática 2022, lo que no sorprende a quienes vimos la puesta, porque es un trabajo extraordinario.
Supervielle es un músico conocido por integrar el grupo Bajofondo. Ha trabajado en la dirección y arreglo de producciones de otros artistas, y ha musicalizado varias obras de teatros y películas, por ejemplo, su tema ‘Miles de pasajeros’ es parte de la banda de sonido de la película Savages de Oliver Stone. Este año en particular también realizó la dramaturgia sonora de Constante de Gabriel y Guillermo Calderón e incluso realizó funciones ejecutando la música en vivo.
Alfonso Tort, por su parte, es un actor egresado en 2001 de la EMAD, pero se hizo conocido desde el año anterior por su protagónico en 25 watts, de Rebella y Stoll. Desde entonces ha participado en una gran cantidad de películas, como La noche de doce años, de Álvaro Brechner, o El 5 de Talleres, de Adrián Binierz; series de televisión como El hipnotizador, de HBO, o El reino, de Netflix. Asimismo, en teatro realizó grandes puestas como Cara de fuego, de Alfredo Goldstein, Demonios, de Marianella Morena, Acerca de la teoría del eterno retorno aplicada a la revolución en el Caribe, de Santiago Sanguinetti, y recientemente Cuando pases sobre mi tumba, de Sergio Blanco.
El dispositivo
La planta escénica se encuentra marcada por una pasarela en forma de cruz latina, surcada por guardas de luces led, con el consiguiente juego que permiten de cambio de colores y ritmo. Al fondo, una suerte de podio con escalones, y nada más aparte del manejo (por demás sobrio) de las luces, que son esenciales en su seguimiento de los diferentes desplazamientos del actor, en tanto que sus diferentes personajes habitan sectores diferentes del espacio, que es a la vez símbolo e ícono. Lo segundo es obvio, porque es una pasarela que se utiliza como tal, pero lo primero, sin ser un tiro por elevación, marca una alusión a un Dios que –literalmente– brilla por su ausencia. Las luces se intensifican en los momentos más terribles de estos siete personajes (al menos lo que tienen voz), uno de los cuales, innominado, es la hipóstasis del pueblo que encuentra, con Luís (así, con tilde) el cadáver de Albert Ramis, un adolescente de diecisiete años, que cautiva a todos con su belleza y la intensidad de una sensualidad, no contenida por el crucifijo que pende de su oreja ni su significado, y que es el centro de las pulsiones de un pueblo que está más muerto que el Pueblo Blanco de Serrat, inmerso en lo ominoso de las vidas inauténticas de las que nadie parece escapar.
El cuerpo más bonito
Apenas vestido con un short demasiado pequeño para el actor y con calzado deportivo blanco, Tort se presenta con los labios y las axilas pintados de rojo rabioso, en un estilo que recuerda a los viejos problemas del judaísmo y cristianismo primitivo con las “prostitutas de Babilonia”, las mujeres (y hombres) que ejercían la prostitución sagrada en adoración de dioses que los religaban con la esencia y corporalidad que nos define. Por otro lado, el programa de mano cita un pasaje del Evangelio en el que Jesús se dirige a Magdalena y todo esto nos recuerda que el Dios único se dedica a reprimir la pulsión erótica en pos del premio de esa vida que se nos promete luego de la muerte. Yahvé aplasta y destruye bajo su pie a las divinidades del teatro por antonomasia: Apolo y Dionisos, y su promesa es solo a los que siguen sus mandamientos, obviamente, porque si Apolo es el Dios de las reglas y las proporciones, el de la Biblia es el de los mandatos ineludibles, es el Dios de la justicia y el castigo, para el que la belleza y el deseo son asuntos que eludir.
En este pueblo, sin embargo, hay un problema con lo anterior. O dos, porque mientras que el mandato divino de la fidelidad, no tener sexo fuera del sacramento del matrimonio y sin perversiones que ofendan a la divinidad, nadie en este lugar parece muy proclive a cumplirlo, y el deseo solo necesita una chispa para adquirir su explosión dionisíaca.
Y cuando Dionisos, Eleutrio el liberador, es la divinidad imperante, las distinciones entre edades, sexos, contratos y promesas se borran y solo queda la bacanal, el imperio de los sentidos. Y Albert es esa chispa. Y por eso Albert debe morir.
El despliegue de energía de Tort, que literalmente encarna, a la manera de un médium, el espíritu de los personajes y le da a cada uno su lugar en la cruz, mientras despliega una verdadera clase de actuación manteniendo el registro permanentemente en lo sutil, sin juzgar a los personajes, incluso el de Ricard, un viejo que grita y maldice, y lo logra igualmente sin cruzar el límite de la caricatura.
Encarnar es lo que hace un actor cada vez que sale a escena, poner carne a la palabra escrita, pero en este caso Tort no parece estar interpretando, sino prestando su cuerpo de manera literal a esos personajes, que viven en tanto cuentan sus historias a través de él.
En la edad media existía la figura del “devorador de pecados”, generalmente personas pobres y marginadas, que mediante ciertos rituales depositaban en un alimento y una bebida (generalmente pan de cebada y leche de cabra o cerveza, ya que utilizar vino hubiera sido blasfemo) los pecados de un muerto reciente y los devoraban, asumiendo así la carga metafísica del castigo y absolviendo al muerto para lograr la bienaventuranza.
Albert está muerto, pero nos cuenta como, en vida, a la manera del célebre personaje de Pasolini en Teorema, utilizaba su belleza y falta de ataduras morales para reunir a los demás habitantes con sus deseos reprimidos o frustrados, encarnándolos él mismo y dando una vía de escape a ese pueblo en el que nadie es feliz, pero del que –casi– nadie puede escapar.
Albert guarda una relación especial con su padre, también muerto, al que recuerda que le profesaba un amor que nunca sintió por parte de su madre, ni tampoco necesita. Albert es una entidad angélica, metafísica, y tiene una misión. Su padre, Ramis, nos enteramos a través de los diferentes relatos, es decir, deducimos, porque en este pueblo nadie puede llamar a las cosas por su nombre de tan instalada que está la sombra de “la obra”, como llaman al Opus Dei y su poder represor, que se suicida por no poder asumir su homosexualidad.
La sexualidad “maldita” de todo tipo en realidad era practicada por todo el pueblo, pero la homosexualidad y transexualidad eran restringidas a la dantesca “rotonda”, inevitable al llegar a este pueblo que parece tener la misma geografía del infierno. Mediante un abrazo letal Ramis, padre, le traspasa a Albert, de la misma manera en que Hamlet recibe el mandato paterno, la misión de cortar esa cadena maldita de un pueblo paralizado entre la muerte y la imposibilidad de la vida.
Junto con el mandato, Albert, cuya belleza es, como todos dan testimonio, sobrehumana, adquiere el don de la ubicuidad y se dedica a liberar a todos de sus imposibilidades afectivas, destrabando lo bloqueado y comiendo así los verdaderos pecados de sus coterráneos: no pueden ser felices. Pero, como ninguna buena acción queda impune, la obra empieza con Albert muerto, tirado en cruz sobre la tierra, mutilado, pero sin tormento, en paz, dispuesto a dar testimonio de lo ocurrido.
Solamente un personaje ha escapado del infierno, el único que siempre fue leal a sí mismo y su deseo, y, quizás por eso pudo escapar: Eliseu (nombre de origen hebreo que significa “Dios es mi salvación”), el amor de Ramis padre, al que este no pudo corresponder por miedo, protector de Albert y la pesadilla de los hombres del pueblo que lo desean y lo odian con igual intensidad. Eliseu es en realidad una mujer trans, que asume el nombre de Pink por su peluca rosada, y enhebra en su pelo múltiples papelitos de las galletas de la fortuna, volviéndose ella misma en su corporalidad un oráculo que dirá la suerte de sus amantes. Ella nunca cayó bajo el hechizo de Albert, que por ser el hijo de su amor tiene en ella la figura materna que su madre, Antonia, nunca pudo ser. Eliseu, Pink, logra tomar la carretera, pasar la rotonda fatal y llegar a un lugar en el que descansar, cambiar de nombre y de color y, si hay suerte, vivir para dar testimonio de todo lo que pasó en el pueblo. El resto, quizás sea silencio.
Texto: Josep María Miró.
Dirección: Fernando Parodi
Asistente de dirección: Felipe Ipar.
Producción ejecutiva: Lucía Etcheverry.
Producción creativa: Stefanía Reta
Actor: Alfonso Tort.
Música: Luciano Supervielle.
Diseño de escenografía: Johanna Bresque.
Realización de escenografía: Tato Rebollo.
Diseño y realización de vestuario: Stefanía Reta.
Diseño de iluminación: Juan Andrés Piazza y Lucía Rubbo.
Diseño gráfico: Magdalena Domínguez.
Fotografía: Bruno Nogueira.
Maquillaje y peinado de fotografía: Paula Morón.
Prensa: Beatriz Benech.
Comunicación en redes sociales: Stefanía Reta.