Por Bernardo Borkenztain.
De cumpleaños
En su cuadragésimo quinto aniversario, el teatro La Gaviota, festeja con la puesta de una obra clásica de Molière, cuyo cuarto centenario se celebra este año. La simetría se complementa con el tema de la enfermedad y la naturaleza de la condición de autopercepción de estar enfermo del protagonista, Argán, que no dudamos en afirmar es una actuación consagratoria del gran actor Fernando Amaral.
La cercanía de la pandemia pone en un contexto diferente el tema de las enfermedades, pero eso solamente hace que la puesta cobre un sentido que es más afín al espíritu del teatro de Molière que ningún otro. En la época del autor, el trabajo del dramaturgo consistía en poder reescribir los clásicos situándolos en el contexto de su contemporaneidad, y con una obvia influencia de la Commedia dell’arte, de cuyos personajes estandarizados podemos reconocer en Argán al Pantalone, el burgués que se cree astuto, pero es burlado por los antagonistas e incluso por su familia.
Lo que debemos esperar
Molière , como dijimos, al tener la impronta de la Commedia dell’arte, también toma de ella sus tópicos, como en el eterno problema de su oposición al romance de los jóvenes enamorados (por ejemplo una hija suya que no acepta un matrimonio arreglado, como es el caso) y con la intervención como ayudante de alguno de los criados astutos como Brighella (Antoinette en el texto de Molière) para frenar las maquinaciones y los enredos. La gran diferencia es que, a la manera de Collodi, los personajes pasan a ser fijados en un guion y pertenecen al autor. Como pocos, el de Molière es lo que hoy en día se llama “teatro de autor”
Porque es necesario entender un par de cosas: las tramas de Molière siempre conllevan enredos y equívocos bastante simples y lineales, que se resuelven mediante algún deus ex machina que muchas veces es ramplón, pero nada de eso importa, porque si la puesta es adecuada (y esta lo es, y mucho) siempre logra interactuar con algún aspecto de la sociedad en la que se está actualizando. En este caso, la proximidad de la pandemia, como dijimos, permite que se resalte lo absurdo de un personaje que en su hipocondría quiere estar y seguir enfermo, mientras que, en un evento sin precedentes en la historia de la humanidad, un planeta entero dedicó su histeria de masas a tratar de evitar una misma enfermedad. (No negamos ni por asomo la gravedad de la pandemia, somos irreductiblemente pro vacunas, pero descreemos de la ola de miedo suscitada, a la vez que destacamos el aspecto transteatral de tantos personajes ridículos que tuvieron su cuarto de hora de fama negando todo lo anterior).
Otro de los aspectos es la compulsión consumista de una sociedad que logra, en Argán, convertir la enfermedad en un producto de consumo personal –no es posible negar que la salud es una industria, pero generalmente no es un producto de autoconsumo salvo en patologías o en el aspecto de la prevención, que en ese caso no está del todo mal–. Esto es actualizado en la puesta de manera perfecta con los sueños húmedos de Argán con poseer laboratorios que le fabriquen ingentes cantidades de medicamentos.
Los nombres de los personajes son de por sí caricaturas, ya que el médico es llamado Purgón por Molière, mientras un notario venal se llama Bonnefoi y el otro médico Diafoirus, un derivado de la palabra latina para sudoración. Ese es un ejemplo de las necesidades de tomar opciones al dirigir a este autor, ya que el último ha perdido su sentido humorístico con el tiempo pero los otros no.
En suma, en una obra en la que el final es irrelevante, lo que se hace imprescindible es justamente eso, que conserve la capacidad de interpelación original, pero manteniendo el aspecto humorístico, lo que es complicado con chistes escritos hace cuatrocientos años, pero Silvera lo logra con perfección. Esta es una de las puestas mejor planteadas desde lo humorístico que hemos visto, especialmente porque toma una apuesta arriesgada –no es novedad que amamos la toma de riesgo en el teatro– en una obra que lo permite sin ningún lugar a dudas, el director evita el uso excesivo de la caricatura, reservándolo a aspectos del maquillaje y el vestuario, manteniendo las actuaciones todo lo sobrias que una comedia de este estilo permite. Y las risas abundan, precisamente por este contraste entre lo que se muestra y lo que se dice. Y los actores, que están parejos como elenco, se muestran en un nivel extraordinario.
Lo que vemos
Otra de las elecciones acertadas es el dispositivo escénico, que más allá de alguna silla, silla de ruedas o mesa, no tiene más elemento que una cama de hospital, que es el microcosmos en el que transcurre la vida del hipocondríaco Argán, quien vive por y para atender esas enfermedades ficticias que son su modo de vida, y para su médico y boticario un excelente medio de vida, al que no pretenden renunciar sin dar batalla.
Así, todo en este universo gira en torno a dicha cama y la relación que con esta tiene Argán, mientras ayudantes y oponentes compiten por mantenerlo en ella o liberarlo. Es en los momentos en los que se vincula con este elemento que Amaral despliega los recursos más logrados en este personaje. Insistimos, nadie va a descubrir que es un gran actor, pero en este caso ha llegado a otro nivel.
Lo anterior es más destacado si tomamos en cuenta que el resto del elenco está también en un gran nivel, y además todas las actuaciones “suman para el equipo”, permitiendo el brillo de Amaral, que en otro contexto quizás no destacaría de igual manera. Las interacciones con su hija y la criada son quizás las más hilarantes, en especial aquellas en las que la criada se hace pasar por un médico.
En suma, esta fue, junto con Slaughter, de María Dodera, en la que Sebastián Silvera es uno de sus protagonistas, de las mejoras puestas de este colectivo que festeja su aniversario nada menos en el año en que la Comedia Nacional brilla como nunca. Y marca también la vigencia que desde la época de Júver Salcedo y Lilián Olhagaray siempre tuvo La Gaviota en el teatro independiente montevideano. Larga vida al grupo.
Dramaturgia: Molière. Versión y Dirección: Sebastián Silvera.
Producción: La Gaviota.
Elenco: Fernando Amaral, Cristina Cabrera, Agustina Vázquez Paz, Gabriela Quartino, Mathías Albarracín, Daniel Plada, Damián Barrera y Fernando Lofiego.
Diseño de escenografía: Johanna Fonseca.
Realización de escenografía: Johanna Fonseca y Eugenia Ciomei.
Diseño de vestuario: Leticia Sotura.
Realización de vestuario: Nilda Rodríguez.
Diseño de iluminación: Nicolás Amorín.
Composición musical: Mauricio Fernández.
Músicos: Enzo Rosso (violín), Julieta Taramasso (bajo), Felipe Lamolle (guitarra) e Iván Barceló (batería).
Realización de utilería: Lorena Rosano.
Peluquería: Bettina Intercoiffeur.
Pelucas: Heber Viera.
Maquillaje y peinado: Fiorella Mornelli.
Diseño gráfico: Federico Gallardo.
Fotografía: Reinaldo Altamirano.
Redes sociales: Florencia Rivas. Comunicación y prensa: Fernanda Muslera.