Por Mauricio Rodríguez.
La actriz y comediante Florencia Infante tiene un largo camino sobre las tablas. En este Carnaval sumó la experiencia de salir en una murga, en 2022 publicó el libro La fiesta de los nadie y agotó la sala mayor del Sodre con Yo soy la tormenta. En abril volverá a repetir el desafío en la misma sala.
Florencia Infante nació en 1982. Desde ese entonces hizo teatro, ingresó al Instituto de Actuación de Montevideo, actuó en Brasil, España, Chile y Argentina y fundó junto a un grupo de colegas la compañía Impronta Teatro de Uruguay. Estuvo en varios programas de radio y pasó por varios programas de televisión. En 2018 protagonizó la comedia teatral Jardín de Infante y en 2019 el unipersonal teatral Intensidad. Estuvo en los humoristas Cyranos, es conductora de los Premios Graffiti y en 2022 hizo el unipersonal Yo soy la tormenta, con la dirección de Ernesto Muniz. Ese mismo año publicó el libro La fiesta de los nadie. En el último Carnaval se sumó a la murga La Gran Muñeca.
Fotos por Mario Cattivelli.
¿En qué momento artístico te sentís hoy?
Nunca sé responder a esta pregunta porque creo que uno percibe eso cuando se corre del momento artístico en el que está. Sí siento que estoy en un momento de muchos
desafíos, que me encantan. Soy estudiosa y me encanta crecer en lo mío. En mi tiempo
presente estoy desafiada porque estoy en una murga, haciendo muchísimos tablados.
Nunca había salido en una murga, no sabía cuál era la exigencia física, vocal y mental
que conlleva. Y a su vez, en simultáneo estrené un programa de televisión, en vivo, de
lunes a viernes, que tampoco lo había hecho. Y tuvimos muchos ensayos para ver de
qué se trataba. Y a su vez voy a reestrenar el espectáculo Yo soy la tormenta, que es en una sala gigante. Y eso energéticamente mueve mucho –no es lo mismo pararse ante dos mil personas que ante seiscientas– y exige mucho entrenamiento, un entrenamiento distinto. Entonces, volviendo a tu pregunta de en qué momento artístico estoy hoy, te diría que estoy como en la investigación, en el de poder salir de un chip y meterme en el otro. Por lo general siempre percibo el momento artístico en el que estaba más que en el que estoy. Sí exigida, y en eso del cambio de chip muy rápido de cosas que están sucediendo y van a seguir sucediendo.
Si mirás el camino recorrido como artista, ¿qué recordás especialmente?
Lo que recuerdo siempre es que nunca dejé de estudiar y de formarme. Siento que eso
es un poco lo que hoy la gente me valida. Siento que muchas veces me va a ver porque
le copa mi trabajo, pero hay otros que siento que me van a ver porque validan la trayectoria. Lo sentí cuando hice el Sodre en marzo del año pasado. Sentí como esa
validación de todos estos años de proceso artístico. A muchos les copa lo que hago y
otros dicen: “Bueno, si hace tanto que está en la vuelta, algo debe pasar con ella”. Eso
es lo que yo me imagino, porque también, desde un lugar de ego, me cuesta de verdad
pensar que tantos miles de personas, después de tantos años, sigan eligiendo verme.
Quiero creer que hay gente nueva que en realidad está validando mis procesos artísticos. Soy muy respetuosa del espectador. Me gusta desafiarme para presentar cosas de mayor calidad. Siento que eso es algo que entra en tu pregunta, porque algo que nunca me olvidé es de ser respetuosa con el espectador. Pensar en qué espectáculo me gustaría ver a mí o si un artista hace un show en una sala, qué pretendería yo de esa propuesta.
En 2022 Infante publicó el libro La fiesta de los nadie, que se presentó como “una invitación a transitar el caos y el orden de una vida que es la de Flor Infante, pero podría ser la tuya, la de todos. Es una invitación a reír, llorar, bailar, abrazar, soltar, compartir, perdonar y, sobre todo, pensarse. Con su mirada camaleónica de actriz y comediante, Flor recorre una serie de episodios en la vida de un nadie: desde el nacimiento, el desarrollo y la enfermedad, hasta la búsqueda vocacional, el enamoramiento, la ruptura y las andanzas de la maternidad. En ese camino, propone ‘saltar al vacío sin red’. Dar juntos un salto íntimo y arriesgado, repleto de humor, epifanías, amores y despedidas”.
En ese contexto, ¿cómo nació la idea de escribir un libro?
El libro nació de la necesidad de salvarme, literalmente, la cabeza. Lo escribí en 2020,
en medio de la pandemia y la incertidumbre total. Sin trabajo, rearmando la vida. Reacomodando, literalmente, todas las fichas de la familia, la vida, lo laboral, de lo que
quiero, de lo que debo. De cuestionarme todo surgió La fiesta de los nadie. Empezó
como un diario de supervivencia y terminó siendo un libro que ahora la gente me dice que le hace reír, llorar, pensar. Para mí es un libro muy ameno, muy ágil, muy rápido de
leer y me encantaría que así como me van a ver al teatro –que no tiene nada que ver con el Carnaval, ni con La tormenta ni las obras anteriores– lo vean porque es un libro que me ayudó a sobrevivir. Y me ayudó a sanar también. Por suerte, creo que –y de eso se trata el arte– en la música, una obra de teatro o el ballet, el arte es para reparar heridas profundas. Así que si ayudé a sanar a uno o dos –y ya me consta que sí– ya estoy muy feliz.
Respecto al Carnaval, ¿cómo surge sumarte a la murga La Gran Muñeca?
Surge con una llamada de teléfono, un día que estaba cocinando en mi casa [risas]. Era
la cena y me acuerdo perfectamente porque quedé en estado de shock. Me llamaron
porque uno de los nombres sugeridos por [Edu] Pitufo Lombardo para integrar el último lugar que faltaba fue el mío. Quedé en shock porque tenía la certeza que nunca más iba a salir en Carnaval. Porque salir en Carnaval es muy exigente para el físico, para la mente, para todo. Y para la familia. Yo había salido en Carnaval con mis hijos muy chicos, en humoristas Cyranos, y estaba segura que eso no lo quería hacer más. Pero también como niña y adolescente de Sayago, que te llame el Pitufo y Marcel
[Keroglian] para salir en una murga hace que se te muevan todos los cimientos del
ADN. Con esa llamada lo pensé un minuto, lo hablé con mis hijos antes de hablar con
nadie, y les dije que para mí significaba como que Messi te invitara a jugar a la pelota.
O que Tini o Lali te invitaran a un concierto. Lo entendieron y fueron muy parte de la
propuesta, porque sino yo no lo hubiera podido hacer. Y así surgió todo: en una llamada de teléfono mientras hacía un guisito en pleno invierno [risas].
¿Cómo fuiste creando el personaje de la vecina en la murga? ¿Qué te dejó hacerlo?
Ese personaje fue apareciendo como en simultáneo a su creación. Era como una cosa de construcción escénica en presencia del espectador. La vecina se va quedando rígida y a punto de explotar, como dice la murga, a la vista del público. Que era algo que me parecía interesante de hacer. Personalmente me dejó mucho más de lo que yo imaginé, porque me dejó hasta mujeres que se tatuaron textos del cuplé. O muchas mujeres o niñas que se acercaban en los tablados a agradecerme porque sentían que subían conmigo. De hecho, yo al principio no lo decía, pero después sí, lo empecé a tomar de la calle, que las mujeres se me acercaban, me agradecían y sentían que subían conmigo. Mujeres de mi edad, niñas y adolescentes que de pronto tuvieron el sueño de ser dirigidas por Pitufo estaban subiendo, o que soñaban con ser murguistas, estaban subiendo conmigo. Como que era posible ser mujer y murguista, y a la vez también tener un discurso feminista. Empezaron a suceder cosas que para mí eran enormes y que no las esperé jamás.
¿Qué te dejaron, más allá de este personaje, las experiencias de los tablados e ir al
Teatro de Verano?
Fueron y son de las experiencias que siento que todos los artistas de nuestro país
tendríamos que vivir. Porque no se parece a nada. El Teatro de Verano por la adrenalina, y los tablados por la variedad de llegar a los recovecos más profundos de
nuestra ciudad. Ir a los lugares con las infraestructuras más elevadas para que todo
suene y se vea de forma excelente y a la vez llegar al último hueco donde no llega nada, donde lo que llega es la murga. Es muy emocionante eso. Cómo en una misma noche pasás por todas esas realidades, todos esos contextos socioculturales y económicos. A mí me da mucha emoción todo eso. Me da igual de emoción cada uno de los contextos o la multiplicidad de contextos. Pero me emociona eso, de cómo todos somos lo mismo. Y a la vez no. Porque el sistema deja afuera a un montón de personas. Pero el Carnaval llega a esa gente. Y eso me resulta muy, pero muy emocionante. Este Carnaval me deja una experiencia muy hermosa, sobre todo por haber trabajado nuevamente con dieciséis varones. Era la única mujer, como era en la radio o como fue en muchos de mis proyectos. Me deja la satisfacción personal, a mi ego, de decir: “Fuiste cupletera, pudiste cantar, pudiste hacer seis tablados por noche”. Me deja como el pecho ancho. Como esa cosa del “yo puedo”. Porque en algún momento pensé “yo no puedo”, y un día darte cuenta de que podés. Aplica a todo. A andar en bici con rueditas y que un día te saquen las rueditas. Esa sensación de “yo no puedo” y pude. Y ahora que terminó, el “yo pude” es enorme porque la experiencia fue avasallante, agotadora y extremadamente exigente. Entonces este Carnaval me dejó el “vos podés, vos pudiste”.
En 2022 agotó la sala del Sodre con su tercer unipersonal llamado Yo soy la tormenta.
Se dijo entonces: “Florencia Infante navega por las aguas de la soledad, el alivio y
reivindica el poder de las contradicciones. La fuerza real del universo femenino; el amor y por supuesto la estupidez. En el ojo de la tormenta todo está en calma. ¿Pero
alrededor? Flor Infante grita: ‘Yo soy la tormenta’. Comedia stand up en primera persona”. La propuesta vuelve a la sala del Sodre el próximo 13 de abril.
¿Qué te dejó, a su vez, la experiencia del Sodre que recién comentabas?
Fue algo sobrenatural. Porque lo primero fue que no confiaba en que lo pudiera llenar a
nivel de convocatoria. Y se dio. Y fue hermoso porque ese show, que vuelve este año el
13 de abril, antes de hacerlo lo vi en mi cabeza. Como que lo construí al revés: vi la
última imagen de la lluvia. La vi con Piazzolla y de ahí lo empecé a construir de adelante para atrás. Pero siempre en mi cabeza lo veía como un videoclip, como una
película. Entonces hacerlo, y hacerlo tal cual yo lo quería hacer, que bajaran y subieran
cosas en esa sala que es enorme, con el papel que juega la luz como protagonista, de la mano de Juan Andrés Piazza, me pareció tan relevante, tan simbólico. Vengo de ver
muchos comediantes internacionales, que trabajan con ese nivel de exigencia casi
coreográfico con el iluminador, y yo quería eso. Porque me parece que esa sala merece
un artista realmente dándolo todo. Todo y más. Por eso les pido a los que vayan el 13 de abril que aprecien todo el juego de luces, que es casi como un segundo actor. Yo siento que los lugares donde pasan las cosas mágicas son en el teatro y en el cine. Si no pasan ahí, no pueden pasar. Como que la responsabilidad de los directores de cine y de teatro es hacer que lo imposible sea posible.
¿Qué se va a ver en esta nueva presentación?
Es el mismo espectáculo del 22 de marzo del año pasado con algunos textos agregados, porque por suerte no tengo un pensamiento inmóvil [risas]. Es al revés, tengo un pensamiento bastante curioso. Y si bien sigo pensando lo mismo sobre algunas cosas, hay asuntos sobre los que tengo un comentario para agregar o decir.
¿Hay temas que siempre te interesan abordar especialmente?
Creo que no, creo que eso va mutando. Lo que sí tengo claro siempre es que no quiero
hacer personajes y que siempre es en primera persona. Yo me río de mis patetismos, soy autorreferencial. No me río de nadie, me río de mí. Y eso sí me interesa que siempre esté presente: anclo mis reflexiones en mí y parto de cosas que pienso. Me río de mí y nunca me reiría de un espectador o de una minoría o haría personajes. Porque siento que una cosa es el stand up y otra cosa es la comedia. En este momento de la vida estoy más volcada a la comedia tipo americana, que es el comediante que no hace stand up. Es el comediante en primera persona hablando de sí mismo. Otra cosa que me interesa siempre en mis obras y en mis propuestas es el cuidado de la estética. No presentarme en los escenarios con ropa con la que me podría haber bajado del ómnibus. Me gusta, como decía recién, que la luz tenga un diseño, que haya una escenografía, que tengan un porqué. No soporto ver sobre el escenario cosas que no tienen nada que ver con la propuesta. Todo lo que está en escena tiene que tener un significado, si no que no esté. Y si no hay nada también es un significado, y si no hay nada que esté cuidado para que se note que eso fue una elección y no una necesidad de rellenar. También cómo está iluminada esa “nada”…
Has hecho varias cosas, incluso a la vez, ¿tenés algo pendiente o que te gustaría
concretar?
El gusto que me gustaría darme como artista es poder cada vez más llenar salas más
grandes. Esto tiene capaz que ver más con el ego que con ser artista. Porque como
artista siento que ya cumplí muchas cosas de las que quería hacer. Capaz el siguiente
paso sería desafiarme, en una vuelta más del relojito, a cantar más o exigirme más
físicamente. Seguir mostrándole a la gente cómo evoluciono con los años y con mi
exigencia artística sobre lo que se ve. Me gustaría compartir escenario con algún artista invitado, esto no lo hice nunca todavía. Siento que los espectáculos, cuando uno los comparte con más gente, son de todos. Entonces ahí tiene que haber una alineación de pensamientos, de coherencia, de todos los del espectáculo para que no sea un cambalache de gente circulando. Me gustaría compartir la escena con algún invitado o invitada, pero tendría que tener que ver con lo que yo creo y pienso de las cosas, que esa persona entienda de qué va la propuesta. Y sí hay un sueño pendiente que es recorrer el país. Siento, tal vez tontamente o erradamente –ojalá– que hay espacios que todavía están más habilitados para los hombres que para las mujeres. Para algunas de nosotras todavía sigue siendo difícil hacer giras por el país si no somos extremadamente conocidas. Yo todavía no estoy en la categoría “extremadamente conocida”. En algunos lugares del interior, honestamente, no vendería más de cinco tiques. Pero mi sueño es recorrer el país. Seguir ampliando la magnitud del público que va a ver, a consumir, a Flor Infante como comediante. Ojalá que a la brevedad se encuentren con la Flor Infante actriz, porque me encantaría participar de algún proyecto artístico colectivo como actriz invitada. Al fin y al cabo eso es lo que soy: una actriz egresada de una Escuela de Arte Dramático que ahora está haciendo comedia. Pero fui formada para ser una actriz de arte dramático. Eso es lo que soy.