Por Bernardo Borkenztain.
Pido a mis dioses o a la suma del tiempo que mis días merezcan el olvido,
que mi nombre sea Nadie como el de Ulises, pero que algún verso perdure
en la noche propicia a la memoria o en las mañanas de los hombres.
Jorge Luis Borges.
No vamos a generar expectativas, fue un gran año en el aspecto teatral. Al estilo de Sergio Blanco, daremos una lista de lo que consideramos lo mejor y lo peor, y como dijera el señor S en Tebasland, toda lista tiene algo de vertiginoso y muy personal. En consecuencia, tomaremos una decisión estética: abandonar la economía de adjetivos calificativos en el ensayo y dedicarnos al ejercicio hedonístico de recordar y recrear las experiencias del que, reiteramos, ha sido un gran año. Que se nos perdonen los posibles excesos en que pudiéramos incurrir, aunque no nos arrepintamos de ninguno.
Después de un inicio muy difícil, en el que en todo el verano hubo pocas instancias importantes, con la excepción del festival Temporada Alta, el teatro tomó impulso y desplegó su magia en los meses restantes. En los primeros meses, vimos un video llamado Pan rallado, que se basaba en un incidente en un supermercado: la empresa había intentado ocultar la sangre de un empleado fallecido en el supermercado.
Luego, el primer plato fuerte llegó con una puesta que sería lo que prometía: una de las me- jores del año. La obra Consentimiento, dirigida por Lucio Hernández, impactó en la cartelera. La obra trata del consentimiento sexual (fuera y dentro de la pareja), pero vista desde la pers- pectiva de abogados y fiscales.
La escena local confirmó a Lucio Hernán- dez como uno de los mejores directores y des- tacó a Moré y Soledad Frugone como actores importantes. En un elenco muy parejo, los dos actores mostraron una fuerza escénica que llevó el peso del pathos de la historia, con ma- tices y con sutileza, también con intensidad.
Después llegó la primera y última decepción del año: el Fausto de Marlowe fue el “Fraude” de Ruben Szuchmacher. En efecto, nunca hemos visto a un director faltar el res- peto hacia los actores y al público de tal manera. No lo dude, solamente por esta herejía hay nueve vueltas de cola esperando al final del camino del zapatero.
También hubo una serie de buenos momentos, una sensible lectura de la amistad con Extractos, de Leonardo Martínez, con la finísima actuación de Renata Denevi y Luis Pato Pazos, que se suman a la brega por lo mejor del año. Sin dudas, “la moza mayor” quedará en los mejores anales de nuestro teatro.
La zapatera prodigiosa, con la versión de Gabriel Calderón sobre Lorca y la dirección de María Dodera, fue otro punto alto, con una in- geniería estética compleja y efectiva. El trabajo de Florencia Zabaleta y Juan Antonio Saraví fue muy importante, y muchos momentos de los actores Gustavo Saffores, Andrés Papa- leo, Juan Manuel Outeiro (un joven a seguir, sin dudas), Alejandra Wolff, Sofía Lara y no podemos olvidar al alcalde protagonizado por Fernando Dianesi, que fue de lo más logrado de humor en el año.
La gayina, una nueva pieza de la Comedia Nacional inspirada en el cuento de Horacio Quiroga, con Israel Adrián Caetano al frente, dividió las aguas entre público y crítica, pero no fue inadvertida y el público respondió. No nos gustó, pero muchos críticos, como la profesora Gabriela Braselli de la Escuela de Espectadores, la encontraron excelente. Hemos manifestado nuestra opinión: lo peor del arte no es que no guste (en lo hedonístico la opinión calificada es relativa) sino que no ocurra nada. El arte que no genera emoción es un pecado. Y esto no fue así, muchas cosas se podrán apreciar, menos que alguien pueda no verse afectado por la violencia escénica, dicho esto en el contexto más valorativo de los sentidos: la violencia estética es un recurso que no todos los directores pueden gestionar. Caetano, siendo director de cine, por ejemplo, pudo.
Luego, dos momentos de la Comedia Nacional a la altura del año pasado, que fue irrepetible: Edipo rey, a cargo de Andrés Lima, fue una de las iniciativas más estéticas y arrolladoras del año. Uno de los mejores dispositivos escénicos, al servicio de un seleccionado de los actores del elenco y becarios, con Fernando Vannet y Roxana Blanco al frente y con los no menos impactantes Mario Ferreira y Gabriel Hermano como deuteragonistas.
Si añadimos un bello y cercano Frankenstein, dirigido por Andrea Arobba, esta vez con una estética de teatro/danza/música, la cual presentó a Fernando Vannet y Diego Arbelo como la bestia simbiótica que son el doctor Víctor Frankenstein y su criatura, Lucía Sommer como la autora Mary Shelley y Mané Pérez con música en vivo, y Mario Ferreira como narrador en un espacio no tradicional (la Facultad de Medicina) se confirma lo que afirmamos en el momento de hacer la crítica. Su trabajo fue muy bueno en sus dos protagónicos, ya que combinó la sensibilidad con la intensidad en la escena. Merecida confianza en su trabajo, pagada no con creces, sino a la tarifa del desierto, que establece que si alguien comparte su agua en el viaje, al llegar a una ciudad, esta debe ser pagada en veinte veces su valor.
Con el pasar de los meses pudimos presenciar ese pequeño milagro secreto que fue Aguaviva, trabajo de Felipe Ipar y Camila Parard, en el pequeño espacio del MAPI que fue testigo de la belleza cinética del despliegue de Parard en escena. Talento, confianza y trabajo. Esa tríada no falla nunca, y aquí tampoco.
Lo mismo podríamos decir de La sapo, de Ignacio Tamagno, Emilia Díaz y Sofía Rivero, así que dejémoslo por dicho.
Una sensación agradable nos dejó Recuerde esto: la lección de Jan Karski, el último trabajo de uno de los más relevantes directores y traductores de textos de los últimos ¿cincuenta años, quizás?, Jorge Denevi. Con su hija Renata, ponen en la materia del cuerpo de Álvaro Armand Ugón la historia del primer testigo de los horrores nazis y que, cual Cassandra, fue ignorado con pertinacia. El trabajo de Armand Ugón es uno de los mejores del año. Con mucho.
El último hito del año fue el estreno de la reciente autoficción de Sergio Blanco, Tierra, que no comentaremos debido a que en este mismo número sale la crítica, pero un estreno de nuestro mayor dramaturgo es un hito en la historia del teatro nacional siempre.
Finalmente, el acontecimiento más significativo del año fue el faraónico proyecto Macondo de la Comedia Nacional. La integración de artes teatrales, representación, gastronomía, conferencias, radios y la presencia de la totalidad de la planta baja del Teatro Solís constituyó un hito que será complejo de imitar en largos años. En este siglo, sólo se podía comparar el proyecto Felisberto de Mariana Percovich, que era muy espectacular y eso que no tenía fondos municipales.
No cabe duda de que Gabriel Calderón, aquel joven que estrenó Taurus el juego en Arteatro, ha adquirido una visión y un propósito que le han permitido desempeñarse, primero como director del INAE y luego de la Comedia Nacional, mientras que continúa ofreciendo sus creaciones escénicas que marcaron el ini- cio de la era del teatro del nuevo siglo.
La escena lo necesitaba y lo sabía, el público lo necesitaba y lo sabía. Ojalá que podamos disfrutar de nuestro Capitán de mar y tierra por mucho tiempo.