Camino a Kafka, de Sandra Massera/Iván Solarich.
Por Bernardo Borkenztain.
Es que a partir de mis insomnios
vos me empezaste a visitar
y algo de alcohol hace milagros
para sentir que estás acá.
Es que me olvido que tú vienes
desde otra muerte a visitar
que siempre cuidas a tus vivos
como cuidamos de vos…
Ruben Olivera
Alianza
Sandra Massera e Iván Solarich son dos figuras de gran importancia y trayectoria en la escena montevideana. Fundadores del Teatro del Umbral y del ya mítico Puerto Luna respectivamente, ambos han sido actores, dramaturgos, directores, en fin, teatristas. En esta colaboración, Massera, que además de egresada de la Escuela Municipal de Arte Dramático Margarita Xirgú es profesora, desarrolla una obra coral en torno a un hipotético último día en la vida de Franz Kafka. Solarich, por su parte, despliega su conocida sensibilidad escénica en un espacio no convencional, con un elenco joven que responde de manera acorde al desafío de convertir la Biblioteca Nacional en el tortuoso dédalo kafkiano.
En este día final, marcado por la debilitante presencia de la tuberculosis que apenas le permite respirar, el protagonista se enfrenta a saldar cuentas pendientes, dar cierre a historias inconclusas y expresar aquellas palabras que –quizás– nunca fueron dichas.
La casa de Asterión
El lugar inusual elegido por Solarich para imaginar este supuesto último día del escritor es la Biblioteca Nacional, un sitio repleto de palabras clasificadas, organizadas, dormidas en un sueño eterno hasta que alguien toma una tarjeta y las rescata de la oscuridad de un estante olvidado.
De manera similar, cuando una dramaturga como Massera rescata lo que un muerto escribió alguna vez y entrelaza entre sus textos las palabras que tal vez algún día pudo haber dicho o pensado, despierta del letargo imágenes que estaban cifradas en esas historias, necesitando ser contadas, intentando quizás redimir algún pecado pendiente.
En este día de juicio, Kafka debe recorrer, como cantaban los Beatles, “un largo y tortuoso camino”, mientras sus seres más cercanos tratan, no siempre con éxito, de acompañar esas últimas horas: su padre, frío y distante, pero al que ama; su madre, incapaz de contenerlo; su hermana, que lo ama y que sí puede hacerle sentir su cariño, pero sabe que no la puede cargar con el peso de todo, aunque igualmente lo hará; su amigo, Max Brod, que falla en cumplir con la tarea de destruir sus escritos (para el bien de la humanidad), sus varias novias que duelan, como Idea Vilariño sus “ya no”…
Sin embargo, cuando la energía disminuye y el cansancio lo sumerge en un estado casi onírico, propio de aquellos cercanos a la muerte, son sus personajes quienes reclaman por sus historias y las injusticias de sus vidas ficticias. De igual manera que sus novias lamentaban las familias que nunca serían.
Joseph K (brillantemente interpretado por Mariano Solarich) cuestiona al autor al ser condenado a una eterna inquisición judicial sin conocer nunca los motivos de tal acusación. Así como Josefina no podía cantar o el oficial de la colonia penitenciaria vivía en un mundo ajeno a los juicios dictados por la máquina cuyas sentencias se marcaban en la piel de los condenados.
Peter el Rojo (el mono que se vuelve humano de “Un informe para la academia”, otra actuación brillante, esta vez Tomás de Urquiza), en cambio, es feliz, se ha vuelto humano y quiere la aprobación de su creador, ese Dios-Padre que es el autor, al que protege de ese monstruo que es el gerente de “La metamorfosis”.
Este caleidoscopio de personajes de ficción primaria de la vida de Kafka y secundaria de la autoría del escritor se suceden con ritmo y armonía hasta el momento en que le toca cruzar por la puerta que estaba destinada solamente para su pasaje al destino final.
Aunque Alejandro Sosa no encaja físicamente en el papel de Kafka, algo que capitaliza bromeando al respecto, logra deslumbrar con una actuación versátil que abarca todos los matices posibles. Su interpretación es sensible y delicada, y es sin dudas uno de los puntos altos de la obra, la benevolencia con que mira a quienes vienen a demandarle y reclamarle a él, que está justo por dejar de ser, que resuelva sus vidas.
Hay un hermoso trabajo de Solarich en la dirección, con un elenco talentoso y sin parejo que le responde de manera acorde. Es el tipo de arte que permite entender por qué en estos tiempos de mercaderes de espejos y baratijas es tan importante resistirnos a la nada…
Texto: Sandra Massera.
Dramaturgia: Iván Solarich y elenco.
Dirección y puesta en escena: Iván Solarich
Elenco: Alejandro Sosa, Vital Menéndez, Analía Troche, Maia Cayrús, Florencia González Dávila, Claudio López Lemos, María Eugenia Margalef Dotti, Mariano Solarich, Tomás de Urquiza Quiroga, Maite Guerrero, Joaquín Álvez, Mateo Uriel, Candelaria Acosta.
Curaduría de vestuario: Magalí Gugliotta.
Ambientación sonora: Diego Mutiuzabal.
Asesoramiento lumínico: Laura Leifert.
Diseño de maquillaje: Maia Cayrús.
Asistente de maquillaje y peinados: Mariaemilia Susena.
Fotografía: Magalí Gugliotta.
Diseño gráfico: Magalí Gugliotta.
Asistencia de producción: María Clara Montesano.