Por Carlos Diviesti.
Difícilmente Annie Dutoit-Argerich se parezca a Quimera, la hija de Equidna y Tifón, porque no tiene tres cabezas zoológicas ni escupe fuego como aquella célebre dragona, aunque sí sea similar a ella en dos cosas: una, en que Annie ha recorrido todo el ancho mundo que nos circunda –como Quimera, quien en su época vagó por todo el mundo conocido‒, y la otra, como a Annie le gusta decir, en que es hija de dos monstruos: Charles Dutoit, tal vez uno de los mayores directores y padre de orquestas del siglo XX, y de Martha Argerich, la exquisita e insustituible pianista argentina.
Pero Annie no se dedicó a la música; formada en la licenciatura en Letras de Princeton y catedrática en la Arizona State University, la pasión por el escenario le llegó con el tiempo, después de tener dos hijos, a esa edad en que la gente tal vez ya dominó su apetencia por el descubrimiento y busca establecerse en alguna parte. A muchos nos pasa eso. Hoy Annie es la protagonista de ¿Quién es Clara Wieck?, el espectáculo dirigido por Betty Gambartes y creado por Gambartes y Diego Vila, que se ofrece en la sala Cunill Cabanellas del teatro San Martín de Buenos Aires y se ofrecerá en junio en el teatro Solis de Montevideo.
¿Quién es Clara Wieck? es uno de los mayores sucesos de la temporada teatral porteña; ficcionaliza la vida de Clara Wieck, la más notable pianista del siglo XIX, esposa de Robert Schumann y cercana a Johannes Brahms. Sus puntos de contacto con la historia de Annie son azarosos, pero no casuales. Sí tal vez sea casual que este debut argentino se produzca a menos de cien metros del teatro Astral, el sitio donde su madre dio su primer concierto a los tres años. Conversamos con Annie en un bar frente al edificio La Colorada, que construyera Regis Pigeon para el personal ferroviario en el lado señorial del barrio de Palermo, e incluso hablamos sobre su actuación frente al emperador Akihito y sobre cuánto Indiana Jones influyó en su vida personal y profesional.
Lo que impresiona de tu trabajo para Clara Wieck es la enorme fortaleza que muestra Clara vestida con un vestido vaporoso y frágil, y cómo toda esa fortaleza se trastoca en absoluta fragilidad dentro de un vestido absolutamente corpóreo y rígido que hasta le impide deshacerse.
Qué linda observación esta última. No lo había pensado así.
Es muy extraña la forma en la cual te disponés sobre el escenario en ese momento; produce una especie de desasosiego en el espectador, una angustia tremenda por ver a esa mujer caída así cuando sabe perfectamente que debe salir a escena. ¿Cuáles son los ecos de Clara Wieck que aparecen en vos?
Para mí, Clara Wieck es una mujer que es artista. No se puede separar la una de la otra. Como mujer tuvo una vida excepcional; tuvo una carrera cuando para las mujeres no era normal tenerla y, además, se destacó por sobre todos como la pianista más importante de su época. Pero al mismo tiempo se casó con Schumann, fue madre de ocho hijos y continuó con esa carrera que tuvo. Entonces, los conflictos de una mujer excepcional son también los conflictos normales de cualquier mujer que tiene una carrera, esos que generan culpa por no poder estar con los hijos cuando tiene que trabajar, especialmente en una profesión así. Y viniendo de una familia de artistas y de vivir a diario esta situación, es también una manera de comprender a mi madre, que es una mujer excepcionalmente normal. No porque sea una star dejará de tener los problemas que tienen las mujeres en general. Clara Wieck, además, fue una mujer entre dos genios, Schumann y Brahms. ¿Cómo darle finalmente una voz a su creatividad sin dejar de ser la musa, o la pianista, que hizo tanto por su marido en la difusión de su música? Hay una parte de Clara que yo entiendo muy bien. Soy la hija de dos monstruos de la música. ¿Cómo tener una voz cuando estás entre semejantes personajes? Yo tuve un coach de teatro que siempre me dijo que un papel te elige a vos, porque tenés que sacar cosas de tu vida y buscar dentro tuyo cosas que quizás nunca te preguntaste. Hay algo mágico en ese proceso, de autodescubrimiento.
Mágico pero muy tangible. Una vez que lo encontraste descubriste la esencia de todo.
Bueno, ¡no sé si de todo! Como dijo Gaspard Uliel cuando tuvo que interpretar el papel de Yves Saint-Laurent, él tan solo trató de darle vida. Es difícil saber cómo es una persona, profundamente. Uno puede acercarse, leer sobre esa persona, pero en definitiva hay una parte de eso que es un misterio. Lo que yo estoy tratando de hacer es darle vida a esa mujer, a mi manera. No sé si soy completamente fiel a cómo era ella, pero trato de acercarme a través de lo que yo me imagino. Aquí es importante la cuestión ficcional, porque no es una biografía. Hay una historia basada en la vida de ella con cosas interpretativas. Eso es la belleza.
¿Qué es lo más importante de Clara Wieck? ¿Su rol como música o como mujer?
Pienso que para el espectador actual, el rol más importante de Clara es su rol como mujer. Pero como artista, como mujer, como persona, me parece que Clara es un personaje atemporal y relevante. Del rol que tuvo en la difusión de la obra de Schumann tampoco se sabe mucho, pero lo más importante que debe decirse es que siempre al lado de un genio hay alguien que lo ayuda. La verdad es que Schumann le debe mucho a Clara aunque nadie lo diga. ¡Y él la dejó con ocho hijos! De eso no se habla tampoco. ¿Quién llevaba la plata a la casa? ¡Ella! Hay mucha hipocresía alrededor, es mi percepción. Antes de salir a escena le hablo un poquito a Clara, tengo una foto de ella y le digo “I want to defend you”, así que vamos, salimos a defenderla. La obra es eso. Es ella que habla de su vida, de las complejidades de su vida, y de que es humana, que no es perfecta. Siento también que hay algo muy protestante, culturalmente hablando, que para el público latino quizás no se entienda tanto, eso del deber sobre cualquier otra cosa… No sé si leíste la biografía de Andre Agassi, Open, que comienza diciendo “I hate tennis”. ¿Cómo es posible? Pienso en la vida de Clara, incluso en la de mi madre, que comenzaron a tocar el piano siendo tan pequeñas, pero el hecho de que el padre de Agassi tuviera tanta exigencia con ese niño, que ya desde bebé le diera una tennis ball para jugar, que aunque al principio haya rebeldía, luego internaliza la voz del padre, la exigencia del padre, que se vuelve su propia exigencia. Con Clara es así. “Du musst perfekt sein! ¡Debes ser perfecta!” La voz interna del padre le dice “¡Levántate ahora, que hay que salir a escena!”. Y es la voz que le da el impulso para levantarse a pesar de que esté destruida.
¿Vos resignaste a la académica que sos por ser artista?
No. La académica está en otro momento de mi vida. Se fue. Dejarla ir no fue una decisión racional, una decisión sistemática. Fue una decisión vital. Tuve un momento de depresión, realmente, no podía llevar la vida que tenía, que parecía tan bien armada, tan perfecta en muchos sentidos. Yo sentía que había algo en mí que no podía continuar así. Fue un impulso vital hacer eso. Sentí que si no lo hacía me iba a morir. Espiritualmente. Cuando empecé a dar clases era muy jovencita; me sentía como si estuviera en el escenario. Dar clases es como hacer una suerte de performance, obviamente con metas distintas. Durante muchos años enseñar me dio mucha alegría, me encanta, y no es eso lo que resigno. Lo que dejé de sentir fue que las conferencias o escribir papers científicos me ahogaban, que no me dejaban transmitir algo de manera más amplia.
La academia podría ser la forma de romper con tus padres, aunque luego vas al escenario, que es el lugar concreto y natural de ellos dos…
Dicen que te vas de casa para volver. Yo huí del mundo de mis padres, quería desarrollarme a mí misma, demostrarme a mí misma que podía hacer lo que hice. El doctorado fue un desafío personal, lo que me diferenció de la familia. Pero al final… bueno… El escenario no me correspondía a mí, era el lugar de mis padres, y pasaron todos estos años hasta que me dije que yo también puedo ocuparlo. Es un poco como la resolución de Clara Wieck, cuando habla de Schumann y habla de Brahms. “A mí me gusta, ¿por qué no puedo componer? ‒dice‒ Yo tengo mi lugar en ese mundo también”. Pero por los prejuicios de la época ella se puso límites creativos.
Y vos, hoy, ¿te considerás un artista trashumante, una ciudadana del mundo, o una migrante?
¿Una artista trashumante? ¿Qué es trashumante?
Los artistas trashumantes son los viejos cómicos como Molière, que iban con su carromato de pueblo en pueblo. Creo que sos una ciudadana del mundo, tenés cinco pasaportes…
No, tengo tres pasaportes. Hablo cinco idiomas, aunque todos los hablo con acento francés, ¡incluso el francés! Entonces, ¿cómo era, artista trashumante, ciudadana del mundo, migrante…? Podrías decir que soy las tres cosas, ¿por qué habría que elegir?
Este trabajo tuyo en ¿Quién es Clara Wieck?, ¿es más importante que haber recitado para el emperador Akihito?
Sí. Esta es la obra más importante que hice hasta ahora, es la primera vez que tengo un papel así. Lo que hicimos frente al emperador japonés fue muy importante por mi lado académico, por la misión que tengo todavía que es la de transmitir la memoria de las víctimas de las tragedias de la historia. Y en relación con el holocausto elegí Hiroshima. Hicimos una lectura con Hirano Keiichiro, un escritor japonés amigo mío, con textos de un sobreviviente japonés. Pero como artista, ahora, tengo un trabajo de transmisión a un público mucho más amplio, que no se corresponde con un evento único y excepcional, así que esto, que es un unipersonal, en castellano, que tampoco es mi idioma natal, y estrenarla en Buenos Aires, que es la ciudad de mi madre, esto de volver al mundo de mis padres sin hacer exactamente lo que ellos hacen, es como un renacimiento para mí.
¿Por qué decidiste actuar en Argentina?
Se dio así. Mi madre se fue cuando tenía doce o trece años y no volvió a vivir acá. Yo no crecí acá. Siempre tuve un deseo profundo de entender mis orígenes, mis raíces judías. Yo no crecí como judía, para nada, pero esto existe en mi familia. Yo sabía que tenía que venir acá para entender cosas de mí.
También que hiciste Shakespeare, en el contexto universitario.
Eso fue cuando estaba haciendo la transición entre el mundo académico y el mundo artístico. Estudiamos el primer folio de Shakespeare, y lo que me sorprendió es que no hay puntuación como en las ediciones ulteriores que hicieron los académicos. Lo interesante es que estudiado así es como leer una partitura. Es otro trabajo de respiración y de ritmo. De hecho mucho de lo que hice en esta obra, trabajando con Betty, fue trabajar la música, los matices del texto, y ella me dice que no podría tener otra Clara porque hay que tener oído musical para hacer esta obra. Es muy fuerte eso. La voz como música.
De todos los países en los cuáles has vivido, ¿alguno podrá ser aquel en cual te establezcas?
Yo siento que la vida es fluida, así que establecerme, ¿qué significaría? Tengo dos hijos que viven en Estados Unidos. Mi corazón está allí por mis hijos, pero ni mi corazón ni mi alma están ahí. Siento más cercanía con Argentina que con Estados Unidos a nivel afectivo. Y en cuanto a Europa… Me siento como en un triángulo. Yo no siento que tenga que elegir. Traté de hacerlo, pero no pude, parece que no es mi naturaleza. Yo me siento muy bien viviendo con dos valijas. Mis hermanas son diferentes, tienen las raíces mucho más acendradas. Al final a mí me parece que el mundo es mi casa. Me gusta. Viví dos años en la India, donde me di cuenta de que no soy una ciudadana del mundo. En la India me sentí absolutamente extranjera porque puedo entrar pero no sentirme realmente parte de esa cultura. Viajé mucho por Japón, por China, por Corea, pero la experiencia de vivir en un lugar es otra cosa. En la India yo viví en un campus universitario con las personas del lugar, desde adentro. Ahora que vivimos en un mundo tan globalizado, lo importante es no perder el sentido de la identidad. Es importante comprender cuáles son las raíces de cada uno y su complejidad.
Por las decisiones que tomaste en tu vida artística, ¿te considerás una mujer valiente?
Para mí fue una necesidad. Claro, la gente me dice “Qué valentía, cómo te vas a exponer en un unipersonal en el Teatro San Martín, en español…”. Si esto sirve como inspiración para otras personas, mujeres u hombres, me encanta, pero no es que yo me pongo como modelo de valentía. Ahora, yo sé que no es fácil. Hay sacrificios. Es el camino del héroe: una vez que pudiste enfrentarte a tus miedos, a los monstruos interiores, después se puede avanzar. Es un crecimiento espiritual que todo el mundo tendría que hacer. Esta obra la veo como una obra feminista, pero me gusta porque hay cosas que las mujeres padecen mucho más que los hombres, esto de hacer muchos más sacrificios personales con la culpa que genera. El hecho de que muchas mujeres, por cuestiones históricas, no pudieran ser artistas, no pudieran expresarse mejor y fueron olvidadas, bueno, todo eso hay que revisar. Hay que encontrar un equilibrio, una armonía entre hombres y mujeres. Vivimos en una sociedad donde debemos ayudarnos. El hombre también tiene que encontrar su lugar, hoy, porque está un poco perdido. Yendo a la obra, Clara está rodeada por tres hombres: el padre, que es de quien recibe toda su educación, quien pensaba en ella como su niña prodigio; después se casa con Robert Schumann, quien le muestra sus limitaciones como mujer porque de acuerdo con los prejuicios de la época, él no podía tener una mujer así (entre paréntesis: tampoco fue fácil para mi madre). No es fácil para un hombre tener una mujer tan potente y talentosa. Y finalmente esa relación maravillosa con Johannes Brahms, una relación ideal. No sabemos si pasó algo romántico o no entre ellos, pero el sostén, la amistad, la admiración mutua… No competían. Fueron su espalda el uno para el otro. Fue una relación muy bella la de Brahms y Clara, mucho más bella que la de Clara y Schumann, que fue un amor enorme pero muy trágico… ¡Diez embarazos en catorce años de matrimonio, las giras…! Qué increíble.
Investigando tu trayectoria leí que tenés un ídolo. ¿Te sentís intrépida como Indiana Jones?
I love him! Me enamoré del personaje porque quería imitarlo. Estudié griego y latín, durante muchos años estudié letras clásicas, y eso me llevó a Princeton y sentir que él y yo nos parecíamos, y de una cierta forma lo que hago ahora es lo que me faltaba, formar parte de una gran aventura. Fijate. Raiders of the lost ark (Los cazadores del arca perdida) comienza en 1936, en South America; mi madre es sudamericana y mi padre nació en 1936. Lo que me encanta de Indiana Jones, lo que me hace sentir muy identificada con él, es que Indiana Jones une los mundos. Une su vida a la aventura, al riesgo, al descubrimiento, a la búsqueda espiritual. En mi caso algo de todo esto fue consciente, pero mucho no. Al final se dio así… Y bueno, no sé si te habré respondido…