Aunque todos sabemos lo que es, aunque todos hemos escuchado una ingente cantidad de expresiones que se engloban bajo la etiqueta pop, poco se ha reflexionado en estas latitudes sureñas sobre este campo de producción musical. ¿El popes una tendencia? ¿Es un género, o un macrogénero? ¿Cuáles son las experiencias musicales uruguayas que tienen las marcas de este fenómeno? Suárez, un periodista freelance, acepta la propuesta de una agencia de noticias de Argentina y encara, en tiempo récord, una investigación no muy formal sobre este tema. Las respuestas de corte definitivo, sancionatorio, se verán en esta ficción, serán seducidas por las interrogantes. En este oficio, la primera y última certeza son las dudas, las preguntas*.
Llovía. Otro estado del tiempo era improbable: la semana no tuvo otra constante que el pronóstico de lluvia y su irremediable confirmación. Suárez no salió de su apartamento, salvo para llevar la ropa a la lavandería. Para su último encargo periodístico tampoco tuvo que salir; era un texto corto, de esos que los editores llaman “creativos”, ágiles, “con mucho color”, y que suelen resolverse de taquito. Lo que Suárez tenía claro era que de taquito y con “notas de color” no lograba frenar la pérdida de fondos de su cuenta bancaria. Algo tenía que hacer. “Una extra no vendría mal”, pensó.
A media tarde, tras una malograda siesta invernal ‒las dificultades para dormir ya le pegaban con la luz del día‒, vibró su celular, pero lo dejó allí, sobre la mesa de luz, esperando que una voluntad sobrehumana lo ayudara a salir del letargo. Al cabo de un rato venció ese estado de suspensión muscular y leyó el mensaje. Era de su editor en Buenos Aires, el de la agencia de noticias para la que escribía con cierta regularidad.
“Suárez, tenemos que hablar ‒así, sin mucha retórica amigable comenzaba el mensaje de texto‒. Estoy abriendo una nueva línea de trabajo en la agencia, algo de periodismo de investigación, con temas originales o poco frecuentados, y tengo un caso para vos. Decime cuándo puedo llamarte”.
Era la oportunidad que buscaba. Quizás era un trabajo de largo aliento; unos días de acción serían bienvenidos para zafar del hartazgo que le provocaba el clima electoral y, de paso, su presupuesto podría volver a la línea de flotación. “Impecable, llamame ahora”, escribió Suárez.
–Hola.
–¿Suárez?
–Sí, ¿cómo estás?
Por esas asociaciones instantáneas, las que irrumpen con la potencia de un relámpago, recordó a su tío, el que vive en Buenos Aires, que ganó prestigio en el ambiente periodístico por ‘El caso Benedetti’. Pero la voz del editor cortó rápidamente el recuerdo.
–Tengo un caso para vos. Ojalá puedas con él.
–¿De qué se trata?
–Parece sencillo y a la vez es raro. Acá, en Buenos Aires, tenemos la idea de que la música que se escucha en tu paisito queda entre algunos pocos nombres. Viglietti, Zitarrosa, Roos, Rada, Cabrera, y, desde hace unos años, Drexler, La Vela Puerca, No Te Va Gustar, El Cuarteto. Ah, Bajofondo. En fin, ya sabés de qué hablo.
–Más o menos ‒Suárez ya se había resignado a reconocer que su universo musical conocido comenzaba y terminaba en tres o cuatro discos de Thelonious Monk; lo demás estaba en tierras desconocidas.
–Bueno, me imaginé que estarías más metido en el asunto cultural… La cosa es así: alguien, que había estado en Montevideo durante una semana, pasó por la redacción y nos tiró algunas ideas. Acá, y sobre todo los cuarentones como yo, tenemos una idea algo limitada de lo que pasa musicalmente por tus pagos. Pero esta persona nos habló de algunos músicos que curtían un lenguaje más pop. Nosotros, ni idea; nuestros repertorios orientales quedaban, como te dije, en seis o siete nombres. Entonces, como también te dije, queremos abrir la cancha para otro tipo de reportaje, especialmente para publicar en los meses más próximos al verano. ¿Me entendés? Hacer algo interesante, con fuentes, con ideas, pero que no sea un plomazo. Queremos algo fluido, canchero, con datos para que la gente salga a buscar otra música.
–¿Pop en Uruguay? ¿Qué querés averiguar? ‒Suárez daba algunos manotazos de ahogado ante la inesperada propuesta; ni su memoria ni su información musical lo ayudaban.
–Eso, Suárez, eso. Ponete a investigar, que tenés sólo unos días. ¿Te paso unos links de Youtube que me dejaron? Queremos saber si hay otro mundo más allá de las murgas, el candombe, los Drexler y rockeros hipermediáticos apadrinados por multinacionales.
–Me mataste. ¿Multinacionales?
–Discográficas importantes, Suárez, como Sony y otras.
–Ni idea…
–No embromes, Suárez. Ustedes viven en un pañuelo, se conocen todos… no vas a tener ningún problema. ¿Agarrás viaje?
–Bueno, si no hay alternativa… Dame unos días.
Arreglaron algunos detalles técnicos y el editor le pasó algunos contactos que solían manejar en la agencia, como para no mandar a Suárez a la guerra con un alfiler.
Cuando colgó, y pese a cierta inquietud que le generó el encargo, Suárez se sintió bastante más tranquilo: no era lo que esperaba, pero era todo un desafío. Esa noche el insomnio lo iba a acosar como siempre, pensó, pero ya tenía algo para enfocar sus pensamientos.
Después de pasar un par de horas en vela y multiplicando las pestañas del explorador de internet, Suárez no podía más que reconocer que el mundo musical era bastante más ancho que su acotada discografía bebopera. La suposición de su editor era cierta. Más allá del panteón de consagrados, Uruguay tiene un mapa musical bastante más complejo e interesante. “El asunto es que hay mucha cosa diferente, proyectos truncos, otros más exitosos y con más continuidad, hay más serios y también de los otros, esos que no pasan del efecto ‘masificación a través de redes sociales’”, anotó en su libreta.
“¿Qué es eso del pop, en realidad? ¿Es un género, un macrogénero, un estilo, una tendencia? ¿Por qué lo que no se etiqueta fácilmente cae en sacos sin fondo, a los que la prensa les pone etiquetas como pop o fusión?”, siguió con sus apuntes.
Lo primero que agendó fue el nombre del periodista y escritor Bruno Gepé, uno de los contactos que le pasaron desde la agencia; a la mañana siguiente lo iba a llamar, aprovechando que, según le contaron, Bruno trabajaba por la noche y quizás durante el día tendría algún momento libre para charlar. Le iba a pedir más nombres, más títulos de discos; una buena oportunidad para encontrar algunas respuestas de alguien que estaba más involucrado con el ambiente, que había entrevistado a varios músicos para su programa en Tevé Ciudad.
Así fue. Esa mañana llamó a su primera fuente ‒o su primer confidente‒ y se citaron en un café que está en la esquina de 18 de Julio y Barrios Amorín, cerca del canal. Quizás a causa de la noche en vela, quizás por la ansiedad que ya le estaba generando este asunto, la charla tuvo un comienzo enredado, con intercambio de anécdotas, historias de redacciones bizarras, periodistas malogrados y muchas preguntas incompletas y respuestas desordenadas.
–Ojalá puedas hacer algo interesante con ese tema ‒sonrió Gepé–. Pero tendrás que escribir algo en serio, tendrás que escuchar muchos discos. Y no dejes de ver los videoclips.
–¿Hay algo escrito sobre esto?
–Tenés mis notas, las de otros colegas. Un amigo, que también escribe en la prensa, es más lapidario en sus opiniones sobre este tema. Él dice que acá ni la prensa ni la academia se arremangan y encaran un estudio como la gente de estos fenómenos.
–¿La academia? ¿Vos te referís a la Universidad?
–Bueno, mi amigo dice eso. Parece que en ese ambiente más intelectual el asunto de la música popular está muy verde, lleno de prejuicios. Pero eso lo dice él. Yo te recomiendo que arranques escuchando.
–Algo ya escuché…
–Probá con los discos de Florencia Núñez.
–Anoto…
–Florencia Núñez… Ella ya dejó de ser una artista emergente. Tiene un par de discos interesantes… valiosos, te diría. El primero fue Mesopotamia, que lanzó en 2014, y el segundo fue Palabra clásica, de 2017… en este disco trabajó con Guille Berta en la producción. Son discos diferentes, pero en ambos la canción es la protagonista. En el segundo, sobre todo, se la jugó por una estética definidamente pop… que es lo que vos estás buscando. Buenas canciones, arreglos transparentes, para nada complejos, melodías también claras, directas. Ella misma lo define como pop.
–¿Algo directo?
–Por ahí… pero con buena cabeza, con inteligencia, con sensibilidad. No son canciones para poner en el supermercado.
–¿Directo, transparente?
–Bueno, para hablar y escribir de música hay que recurrir a las metáforas… quizás demasiadas metáforas. No creo que en nuestro oficio, el de periodistas, funcione mucho eso de hablar de acordes, tonalidad, texturas polarizadas. Eso se lo dejo a mi amigo, jeje.
–La voy a escuchar ‒Suárez no disimulaba su desconcierto.
–Prestale atención a Alfonsina también ‒Gepé recargó el entusiasmo; se notaba que la había escuchado atentamente‒. Es de otro palo, sus canciones tienen otras búsquedas sonoras, con otras configuraciones tímbricas, diría mi amigo, el que te mencioné recién. Son canciones con una fuerza expresiva muy provocativa… te moviliza.
–¿Pero es pop?
–Bueno, no sé ‒duda Gepé‒. Quizás sea un lenguaje más cercano a lo alternativo. Tiene también dos discos, pero el segundo, Pactos, te va a volar la cabeza. Fue un trabajo en el que participó su pareja, el baterista Diego Bartaburu, y también recibió varios reconocimientos mediáticos, de la prensa. Tenés que tomarte tiempo para escucharlo. Además, está explorando en otros lenguajes artísticos; en la fotografía, por ejemplo. Eso le da otra amplitud a su proyecto.
–Sigo anotando… Todavía sigo un poco confundido con lo de la etiqueta pop. No sé… es la primera vez que trato de reflexionar de forma sistemática, o algo parecido.
–La confusión la tenemos todos. Es algo muy amplio, que se resiste a las explicaciones, o a las explicaciones que intentamos dar nosotros, los periodistas.
–Faltan palabras. Falta, por lo que vi, algo que le ponga cabeza, como se dice, al asunto. Hay mucho escrito sobre el rock, especialmente sobre el rock de los ochenta, el de la salida democrática, mucha recopilación de memorias. Están los libros de Peláez, ¿no?
–Palabras mayores ‒sentenció Gepé.
–Sí, escuché de su trabajo… es matemático, ¿no?
–El trabajo de Fernando es casi monumental. Recuperó toda una historia que parecía olvidada y que tuvo como protagonistas a los pioneros de eso que nos gusta llamar rock… toda una movida que fue silenciada.
–¿De las cuevas al Solís?
–Tremendo material, dos tomos… También escribió sobre Rada. Tiene la paciencia del matemático y la pasión del fan.
Dos horas más tarde, con la libreta llena de nombres, de ideas, y con el ánimo encendido por el entusiasmo de su colega, Suárez acompañó a Gepé hasta el canal y volvió hacia 18 de Julio con la idea de llegar hasta la rambla, tomar aire, ordenar las ideas y volver a su apartamento.
La noche estaba despejada, con algo de viento que entraba por la ventana abierta. Era acaso el momento más tranquilo de ese día: ideal para navegar por Youtube, al que Suárez siempre llamaba el supermercado de la porquería, un lugar insoportable, saturado y saturante, pero que, pese a sus histéricas notificaciones, de sus entrañas podían rescatarse algunas cosas valiosas como para derrochar muchas horas del día ‒y de la noche‒ frente al monitor.
Pasada la medianoche, llegó un correo de Gepé ‒nada de Whatsapp, de Messenger; Gepé tenía la chapa de cincuentón: el correo electrónico es lo mejor y más práctico‒. Suárez lo abrió y leyó enseguida.
“Suárez, ¿cómo va? Me quedé colgado con tu asunto del pop. Tengo más recomendaciones. Fijate, cuando puedas, en los trabajos de Dani Umpi, ¿lo tenés? Es un caso muy interesante, movilizador. Eso sí que es pop. Es un planteo performático, kitsch, irónico (sobre todo autoirónico) y muy lúdico. Nada es lo que parece en su obra. Tiene varios discos, novelas, obra plástica; ha colaborado con artistas muy diferentes, que no tienen nada común, como Wendy Sulca, Luciano Supervielle, Max Capote. Prestale atención al manejo de la voz: es algo deliberadamente exagerado, intenso, agudo, a veces chillón, sobreactuado ‒pero adrede‒, con un gesto casi trans. Tenés discos que encantan, o al menos a mí me encantan. Por citarte algunos, tenés Perfecto, Dramática, Lechiguanas. Los videoclips forman un capítulo aparte. Pero no te quedes ahí. En otra línea podés escuchar a Mateo Moreno; el primer disco como solista, Auto, de 2008, es impecable, sea en el canto, en los arreglos, en el toque de la banda. Tiene otros títulos interesantes, pero de ese primero escuchate, por ejemplo, la canción ‘Simple’… si eso no es un lenguaje pop hecho con buena cabeza en el arreglo, en el toque, en la composición… no sabría qué decirte. No tiene misterio, pero está muy bien producido. En la radio funcionó bastante bien. Después tenés al proyecto de Federico Lima, Socio. Otra apuesta muy cercana al pop, a esa idea de que el pop casi que puede englobar ‒¿fagocitar?‒ a la mayoría de los géneros existentes. Escuchá sus discos ‒otro artista bastante prolífico‒, primero con Loop Lascano, después con Socio. Y ahí tenés a un compositor e intérprete muy habilidoso en el trabajo con las melodías, esas que te enganchan, que se quedan pegadas al oído… fijate en la canción ‘Nos fuimos estrellando’. Otro caso más: Martín Rivero, que tiene una carrera solista a la par de su participación en el colectivo Campo, que comanda Juan Campodónico (Campodónico, el de Bajofondo). Muy bueno (siempre para mí, claro). Su disco La espuma de las horas, lanzado este año, me dejó muy enganchado. Las canciones tienen una luz épica, intensa, componen fotos brumosas, melancólicas. Es tremendo melodista; vas a entenderlo cuando lo escuches. No te atomizo más. Cualquier cosa me llamás o me escribís. Abrazo”.
Suárez leyó de nuevo el correo, pero esta vez anotando los nombres en su libreta para después hacer las búsquedas internáuticas. Mientras masticaba más preguntas, le llegó otro correo de Gepé. “Me había olvidado: si andás con ganas de conectar con una búsqueda más documental, histórica, para componer un poco el proceso que conecta esos proyectos ‒incluso llegando hasta los años sesenta, lo que pasó durante la dictadura, la irrupción del rock con filiaciones punk en la salida democrática‒, podés mirar la serie Historia de la música popular uruguaya, realizada por el equipo encabezado por Juan Pellicer… ahí también estaba Ina Godoy. Abrazo”.
La sugerencia no tomó por sorpresa a Suárez. Esa serie, que se había emitido por el canal oficial, fue una patriada y fue, hace años, su principal o único contacto con músicas que estaban más allá de Monk.
Los cierres, como se dice en la jerga periodística, son lapidarios: entregás o se produce un ‘entierro’. Para Suárez la situación se tornó complicada. Tenía una enorme cantidad de datos ‒títulos discográficos, nombres, biografías, notas de prensa, videos‒ que acumuló durante tres días, pero estaban enredados en una trama a la que le faltaba un hilo conceptual. ¿Cómo ordenar todo eso en un artículo y que el lector no naufrague en el segundo párrafo? Su editor ya lo había llamado tres veces pidiéndole el informe y recordando la idea inicial: el texto tenía que ser ágil, con datos, pero manejados con cuidado, para que los medios que recibían los cables de la agencia usaran el texto para dar forma a un artículo en “plan verano”. Nada de cosas raras. Eso lo tenía claro.
Lo que no estaba claro era de qué se trataba eso de la música pop con marca uruguaya. ¿Tenía sentido algo así? ¿Todos los casos, los discos y videoclips que había audiovisionado, tenían algo, sea estético, sea técnico, sea estilístico, que los conectaba? ¿Había algo que podía llamarse pop por estas tierras? Era el bendito problema del hilo conceptual. Le dio vueltas al asunto hasta que se hartó. “¿Quién va a leer un texto así en “plan verano?”, pensó. “Nadie. Si fuera una revista o un suplemento cultural, la cosa sería diferente”, se consoló.
Demasiadas dudas para responder en tan poco tiempo. Quien podría darle algunas pistas para la salida, pensó enseguida, era Gepé. Pero llamarlo a esa hora de la madrugada era algo desproporcionado. Lo mejor, asumió, era volver al viejo hábito de escribir un correo electrónico; seguramente tendría el celular y la computadora apagados, y, quizás, de mañana, antes de llevar a sus hijas al liceo, le podría escribir.
“Hola, Bruno. Espero que estés bien. Estoy, todavía, con las dudas que te planteé en nuestro encuentro en el boliche. Revisé con detenimiento los artistas que me recomendaste. Debo confesarte que algunos me encantaron. Lo de Alfonsina es realmente muy bueno. Lo mismo te digo de Florencia Núñez. Son muy diferentes; tenías razón: están en universos estéticos que no tienen conexión.
Núñez tiene eso de que la canción funciona como eje articulador, como punto de partida y de llegada. Lo de Alfonsina va por la intensidad expresiva, algo que, me pareció ‒no tengo muchos elementos técnicos para evaluarlo‒, se aprecia en la interpretación y en la composición. Pero las dos conectan con la idea vaga de lo pop. Para aclarar el asunto ‒o para enredarlo más‒ estuve revisando un libro de Simon Frith, sociólogo, crítico de rock, que ha escrito mucho sobre el asunto, y algo aportó a estructurar… mi confusión, jeje. A lo mejor ya lo leíste. En ese libro, La otra historia del rock. Aspectos clave del desarrollo de la música popular: desde las nuevas tecnologías hasta la política y la globalización, que fue editado en 2006 y que encontré en una librería del Centro, Frith ensaya una caracterización de la música pop. Reconoce que es un concepto huidizo: puede diferenciarse de otras clases o géneros musicales ‒desde los cultos a los populares‒, pero, a la vez, puede englobar a casi todos los estilos existentes; filia músicas generalmente consideradas accesibles al público general, no dirigida a las minorías ni dependiente de la adquisición previa de unos conocimientos especializados. Dice también que es música producida para el consumo, para ser rentable; es, en otras palabras, un producto de la industria, algo inimaginable en un marco socioeconómico distinto al capitalismo. Asociado con esto, otros autores que encontré en la enciclopedia del doctor Google hablaban también de la división del trabajo: cada rol ‒el del productor, técnicos, instrumentistas, cantantes, compositores, entre otros‒ está bien especificado y hacen máquina con el funcionamiento industrial del negocio pop. Es, también, música que no tiene un lugar de origen determinado ni define un gusto particular ‒algo que, me parece, reclama una discusión más detenida‒, y quizás la excepción serían aquellas producciones musicales dirigidas al público adolescente. Está interesante todo eso y hay otras ideas más. La cuestión es que muchas de las ideas de este buen hombre, Frith, funcionan bastante bien para entender lo que pasa en el mundo anglosajón. Lo que sucede aquí está a bastantes kilómetros de distancia. Los proyectos que estuve investigando ‒El Astillero, Mateo Moreno, Socio, Martín Rivero; les sumé los discos de Bajofondo, los trabajos de Campo‒ responden a dinámicas bien distintas.
El éxito, los hits, en algunos casos están, en otros, quizás porque las emisoras de radio no les prestan mucha atención, las canciones quedan como buenas creaciones, pero cubiertas por un manto de desconocimiento para ‘la-masa-que-consume-pop’. Los más oportunistas, claro, corren con otra suerte. Y por ahí tenés a Campo y su Tambor del cosmos. Un curioso caso de apropiación y reapropiación de ‘músicas en alta rotación mediática’, como el reguetón, que convergen en un trabajo de producción con mucho oficio… y que quedan en eso de que podrían ser canciones de cualquier lugar del planeta, de formas sencillas, que se te pegan al oído, como decís vos, que son, inequívocamente, un producto de la industria orientado a que te lo apropies sin problemas: no tenés que tener un doctorado en musicología ni en ingeniería para moverte con ellas. Otros, en cambio, van por rumbos más interesantes. Diego Presa, por ejemplo, que da en el clavo en materia poética y en su forma de evocar, me pareció, a Dino en muchas de sus baladas. Una cantera interesante de buenas canciones. O Franny Glass, que suena más ‘indie’, ¿no? También escuché a Phoro, el proyecto de Patricia Horovitz… que también me pareció más alternativo que arrimado a una tendencia más ‘pop y hitera’ (¿viste?, ya se me pegó algo de la jerga de los críticos; decime vos si eso es bueno). Gracias por tu paciencia, Bruno. Cuando puedas, respondeme (si es antes de mañana al mediodía, mejor). Abrazo”.
Pasó media hora, o quizás menos, desde que Suárez envió el vehemente correo cuando vibró su celular. Era Gepé.
–¡Suárez! ‒el buen ánimo de Gepé parecía a prueba de balas incluso a esa hora de la madrugada.
–¡Bruno! ¿Todavía despierto a estas horas?
–Trabajando, estimado. A estas horas, con el silencio, la luz concentrada, funciono mejor. Leí tu correo. Ya veo que tenés la nota…
–¿Te parece? Son sólo apuntes ansiosos. Hoy, después del mediodía, tengo que entregar. No creo que llegue.
–Llegarás, vas a ver. Lo que escribiste coincide con lo que pienso, con lo que vengo masticando desde hace años.
–¿Sí?
–Es así, Suárez. El pop es impensable fuera del mercado y de la industria, pero eso no significa que no existan realizaciones que apuesten a la calidad. Al marco capitalista también le sirven las músicas que se desmarquen de los clichés, del producto elaborado como si la gente fuera idiota o submusical. Aunque esos otros productos, pensados para invadir y saturar el mercado con banalidades, con letras telenovelescas, con músicas cuadradas, marquen el pulso, las otras músicas (muchas de las que mencionaste en el correo) le juegan la pulseada a lo hegemónico y, con sus propias armas, construyen otros lenguajes.
–Pienso lo mismo ahora. Esos lenguajes, por otro lado, también tienen referencias locales. No todos son productos que podrían funcionar en cualquier otro país, aunque se hayan producido con cabeza de industria, con sonidos, instrumentaciones, formas de cantar, del estándar pop. No son músicas a lo Monk, jeje. Pero funcionan, incluso para banda de sonido de telenovela ‒hacía horas que Suárez, que por primera vez había salido del horizonte bebopero, tenía ganas de decir algo así, algo que lo conectara con la cultura popular.
–Bien ahí.
–El tema, Bruno, es que a nadie se le ha ocurrido encarar el fenómeno de forma crítica, en serio, con un buen marco conceptual. Por ejemplo, se me ocurre ahora, el pop funciona más como una actitud, como una actitud contenida por una tendencia que se cuela en distintos lenguajes musicales dejando marcas que orientan la interpretación, más que como un género hiperestructurado. ¿No te parece? Por ahí encontrás canciones de Jaime Roos con esas marcas, aunque, como vos me dijiste, estas se arrimen más a la frontera rockera del pop.
–Bueno, te pusiste semiótico. ¿Tomaste algo?
–Sólo café, jeje ‒a esa altura Suárez llevaba demasiados tazones de café; la sobredosis de cafeína que espanta el sueño… para siempre.
–¿Qué más se te ocurrió?
–Mi problema, Bruno, es que el pop, por más livianito y plástico que suene… como las versiones uruguayas del k-pop, que superan en plastificación a la mismísima Natalia Oreiro o a Lucas Sugo… perdón por la digresión…
–Jajajaja, mirá que resultaste cruel… te metiste con la buena de Natalia.
–¡Perdón! Se me fue la mano… pero, te decía, por más livianitos que sean los fenómenos que se generan en torno al pop, son por demás complejos, sobre todo por esa intensa conexión entre los condicionamientos de la industria y los lenguajes creativos, lo que genera unas tensiones muy interesantes. Y, debo confesarte, me asombra y me alegra que la oreja uruguaya, tan pacata y conservadora, se permita explorar estos caminos.
–Es verdad, Suárez. Lo que pasa, no te olvides, es que por acá tenemos problemas para lidiar con las cuestiones musicales… y también cuesta entender que los relatos siguen los caminos de ciertos pensamientos hegemónicos.
–¿Te parece?
Las conversaciones con Gepé se convirtieron en fuente de inspiración para Suárez, aunque a él esa palabra siempre le resultara molesta. Dos horas después de esta última llamada, ya casi al amanecer, había quedado con demasiada energía como para quedarse sentado frente a la computadora. Al mismo tiempo, era consciente de que, con esa energía, con esas ideas, no iba a llegar a completar un artículo en el plazo fijado por su editor. Con todo eso dando vueltas en su cabeza, Suárez decidió salir a caminar. El fresco de la rambla, pensó, lo iba a despejar. Aunque invisibilizado por algunos discursos, el músculo resistente del pop podía confabularse con los primeros vientos de la mañana y darle coraje para avisarle al editor que el artículo le llegaría, y confirmando su idea inicial, pero más tarde y con algunas discusiones no tan veraniegas ni de “color”.
* Este artículo fue concebido como una suerte de homenaje a un histórico artículo de Elvio Gandolfo (periodista y escritor argentino, que tiene una íntima y prolífica relación con Uruguay), titulado ‘El caso Benedetti’, publicado hace ya muchos años por la revista El Malpensante, y del que se toman algunos elementos para su estructura y para construir el personaje de Suárez. Ese texto de Gandolfo se convirtió en referencia ineludible para las prácticas de escritura que han explorado las zonas de confluencias entre la literatura y el periodismo.