Por Alexander Laluz.
¿Qué es un bicho raro? ¿Un artista puede tener el síndrome del “bicho raro”? ¿Cómo sería su música? Lo que sigue es un ensayo precario, abierto y ficcionado para pensar, justamente, en músicas que no suelen disciplinarse ni acotarse a los clisés establecidos.
Hay un par de sillas, hay una luz blanca, hay una mesa que antes –un antes indescifrable– oficiaba como mesa-de-comedor-diario. Sobre la mesa un desorden cósmico: pilas de discos compactos –los vinilos arman fila, verticales, en el piso y apoyados contra una de las patas de la mesa–, un pequeño montón de diarios amarillentos, cuadernos –algunos sin tapa, otros con pegotines y hojas sueltas–, una computadora portátil, un teléfono –un teléfono viejo, de línea, con números gigantes–, un celular, un cargador, lentes, auriculares, tres libros, una pequeña montaña de fotos, mate, termo.
En la penumbra y de pie, frente a la mesada de la cocina, Suárez calienta agua. Piensa. Suponemos, en realidad, que piensa –no hay que olvidarse que esto es un ejercicio de ficción, nada más–. Quizás recuerda que venció –otra vez– el plazo para entregar el artículo que le había encargado el editor de un suplemento cultural. Queda, sin embargo, algo de tiempo para terminarlo. Las ideas están claras, o eso parece. A las dos de la madrugada todas las ideas oscilan. Van y vienen. Resultan geniales en el momento que surgen. Minutos después se pierden en la papelera de reciclaje. Así está el mundo, amigos: un montón de líneas con algo parecido a “frases inteligentes”, que él mismo sabe que poco tienen de “ideas” y mucho menos de “inteligentes”. Acaso son líneas astutas, evidencias del oficio que hay que movilizar después del enésimo mensaje del editor.
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Hierve el agua: es el momento de volver al trabajo, reiniciar la reproducción del disco El otro que despierta (2019), de Portillo, de Jorge Portillo en grupo, de Jorge Portillo en grupo a través de Bandcamp. Primer mate. Los datos: segundo disco de este proyecto –proyecto en marcha, que, en 2015, llamó mucho la atención de la porción under de la escena local con Portillo, editado por Feel de Agua– que tiene como una de las cabezas motoras a Jorge Portillo, pero cuenta con otras cabezas que suman ideas, muy buenas ideas, al quehacer creativo, como Manuel Rilla y Fabrizio Rossi, entre otros.
Suena la pista tres: ‘Danza del mosquito’. Saltan preguntas. ¿Qué es? ¿Un ejercicio de descripción sonora? “Tiene la manera… de pensar así…”, canta, cantan: líneas de voces en conducción paralela. Siguen las estructuras repetitivas en las guitarras. Sí –piensa y luego insiste–, hay una analogía con el vuelo –la danza– de los mosquitos. El patrón guitarrístico es obsesivo, insistente. Vuelve a la primera pista: ‘Canción de Aída’. La breve introducción de la guitarra lo lleva al mundo de la milonga, o de las milongas, en realidad, que es una trama de variantes de una estructura básica, reconocible, pero que remite a músicos y a regiones y a intenciones expresivas y a gestos distintos. La voz, una voz femenina, plana, sin vibrato, con dinámica homogénea: “La vereda es un lugar, que no tiene nada que ver…”. Sigue la guitarra. Suárez recuerda: “Esto se parece a lo que hacía Choncho Lazaroff, ¿no? Una estructura armónico-rítmico-tímbrica inquietante, como detenida en el tiempo, que amaga a resolver pero… nada, se queda ahí, suspendida, jugando con las resonancias de las notas en ‘cuerdas al aire’ en contraste con las notas en ‘cuerdas pisadas’… ¿Cómo escribo eso?”. Insiste: “¿Cómo etiqueto este disco?”. Imposible, reconoce otra vez. Los escribientes de notas para suplementos y revistas suelen gozar mucho inventando etiquetas y jugando a las comparaciones interminables e insufribles (“Esto se parece a lo que hizo Fulanito en el disco Tal pero tamizado con las influencias de Menganito, cuando hizo el disco Aquel después de meditar tres años en el Tíbet”). Y esto a Suárez lo desacomodaba casi hasta el fastidio (“¿Somos acomodadores de discos en góndolas de supermercado?”).
Sigue sonando Portillo, ahora con ‘Celibato’ (pista 8). “¿Leo Maslíah… Los Que Iban Cantando?… ¿Pero esto me lo pasaron como si fuera indie?”, se pregunta.
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Cinco de la madrugada. El mate ya tuvo varias vueltas. Suárez tiene un poco más claro el panorama de ideas para su artículo. Definir claramente el tema fue lo primero. Son demasiados discos –o demasiadas entidades creativas, ¿obras?, que, más allá del soporte físico, convenimos en llamar ‘discos’–, y Suárez sigue reproduciendo las pistas de El otro que despierta. Así las cosas, decidió que intentaría analizar este asunto de los bichos raros, o proyectos que no cuadran, que generan tantos desconciertos como fascinaciones.
Como le suele pasar en situaciones como esta, Suárez recurrió al auxilio de “la voz de su conciencia”. En fin, no había otra: chateó con Bruno Gepé. Él era y es su forma de calmar inquietudes.
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“Bruno, tengo acá un montón de nombres y discos que me pasó Matador… ¿te acordás de él? Perdón, Matador es el nombre del proyecto musical. Se llama Santiago, es el guitarrista y compositor que te recomendé hace como dos años. Bueno, el asunto es que estoy escuchando uno de los artistas que él anotó en la lista: Portillo. Estoy con el último disco hasta ahora, que es el segundo de su discografía, y por lo que me enteré hace poco, está por sacar uno nuevo antes de fin de año. Portillo lo adelantó en un toque hace pocos días. Un toque formidable…”–escribió Suárez a las corridas, pensando que a esa hora Bruno estaría durmiendo.
“No lo tengo muy escuchado a Portillo. En realidad, sí. Escuché bastante el primer disco y me impactó. Me resultó ‘raro’, inquietante. ¿Cuáles son los otros discos?” –le respondió Bruno a los pocos minutos.
“Mirá –siguió Suárez–, este disco, El otro que despierta, me provocó mucho interés. Te diría que las canciones no son ‘canciones’. O sea, no son ‘canciones’ para tararear mientras hacés otras cosas, mientras vas a correr por la rambla para pensar en otra cosa. Tampoco son canciones ‘lindas’ para enamorar chicas o chicos”.
“¿Qué son entonces, che? No te pongas difícil, no le busques la quinta pata al gato… porque acordate que tiene siete” –Bruno no pudo resistir la tentación de provocar.
“Jajajajaja –más un par de emoticones; ridículas expresiones de la iconografía ‘whatsappiana’–. No me pongo ‘en difícil’. Solo intento ensayar una explicación”.
“A ver… ¿cómo sería?… Igual no me contaste nada de los otros títulos que tenés…”.
“Vamos por partes. Lo más simple primero. Acá tengo como nombres para seguir escuchando, gracias a los ‘piques’ de Santiago, a los de Señor Faraón, Marcelo Rilla, Vladimir Guicheff, Juan Ibarra, Sofía Scheps, Fredy Pérez, Clara García, Animales de Poder… y otros tantos. A esa lista se me ocurrió agregarle el de Maxi, que está de regreso, armó banda y está por sacar disco. Y podría agregar a Daniel Yafalián…” –anotó Suárez.
“¿Maxi? ¿Maximiliano Angelieri?” –escribió enseguida Bruno.
“Claro, Maxi & Casi Exilio Psíquico, tu amigo y colega en televisión”.
“¿Cómo cuadra en esa lista?”
“Ya vas a ver”.
“Dale, soltá prenda…”.
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A esa altura de la madrugada, los filtros de Suárez ya se habían apagado, así que sin dar muchas vueltas –y sin piedad– copió y pegó partes de los apuntes para la nota en un nuevo mensaje a Bruno.
“Esto es lo que estoy anotando a partir del disco de Portillo. Es más, ya tengo el título: ‘Bicho raro’. Ahí va: ‘En cualquier ambiente o estado, lo desconocido causa desasosiego, inquietud, estrés, miedo, rechazo. Pasa en el medio de un monte. Pasa en una ciudad. Y también con los discursos, los lenguajes, con aquello que no logramos descifrar ni comprender, aunque, en principio y precariamente, se asuman como eso: como discurso y como lenguaje con la capacidad de movilizar algún tipo de significado. Este problema ha desvelado a muchas disciplinas, pero casi ninguna ha llegado a explicaciones satisfactorias. Sus ensayos son, precisamente, abordajes provisorios y sujetos a múltiples discusiones. Hay quienes sostienen que ante lo desconocido, ante un hecho artístico desconocido, el escucha se enfrenta al desafío de reconfigurar sus competencias asentadas. Tiene que revisar esquemas estilístico-cognitivos, apelar a una revisión de sus historias personales con otros lenguajes y estilos, y armarse de estrategias innovadoras para explorar el material desconocido. Esto supone un trabajo perceptivo e interpretativo más intenso, más detenido, que el que puede realizar con una pieza o con varias de un género y/o estilo ya conocido, asimilado e hipercodificado’”.
“Alto, me parece que arrancaste con Adán y Eva…” –arremetió Bruno.
“Tranquilo, no voy a ahondar más en eso… no quiero que se duerman los lectores. Aquí va otro fragmento: ‘En el juego de enfrentar lo desconocido inciden muchas variables. Están las de orden cognitivo, las intelectuales, las afectivas, los marcos de valores y los marcos socioeconómicos, y, también, los políticos. Uno es y se mueve en el mundo en función de su formación, de su historia de experiencias, de sus opciones –y oposiciones– ideológicas, y por las trazas que deja el poder institucionalizado. Con horas de curtido televisivo, radial, internáutico, periodístico, educativo, el escucha queda formado –¿o deformado?–, preso de los dictámenes de un establishment económico y político que se esmera en dictaminar qué es lo aceptable, lo conocido, lo permitido, lo apetecible y todos sus opuestos. Y la música no escapa a todo eso’”.
“¿Cuándo vas a ir al grano, Suárez?”.
“Ya voy, ya voy. El desvelo tiene estas consecuencias”.
“Mmmm, en ese plan no te van a publicar el artículo… ¿cuándo vas a hacer una reseña como Dios manda?”.
“Jajaja. Precisamente…”.
“Uy, se viene otro plomazo”.
“No seas así, dame una chance. Mirá: ‘Las músicas, para ese establishment, deben ser correctas, amables, entretenidas, lindas, poéticas, sencillas, elevadas, y respetar las reglas: son populares o son cultas, las mezcolanzas no valen. Si, en cambio, juegan con la disonancia, lo reiterativo, los choques armónicos, los pulsos complicados –o pseudocomplicados–, los planes formales no-discursivos, serán músicas que están por fuera. Serían lo desconocido. Y algo así pasa con Portillo y su proyecto, sea en grupo o como solista. Pasa con el proyecto Matador, con Señor Faraón, con Marcelo Rilla. O incluso con Angelieri y sus Exilios Psíquicos. O con Yafalián. Estas son músicas que bucean en otros rincones sonoros. Se permiten la libertad de componer, o poner juntos materias e ideas que están descartadas, que devienen disonantes, que provocan otros trabajos interpretativos. La prensa –sobre todo la dedicada a reseñar músicas y otras artes– y la crítica –¿crítica?, ¿los comisarios de la cultura?–, entonces, se lanzan a etiquetar y a disciplinar la cosa desconocida. Así, Portillo o Señor Faraón se convierten en experimentales: se les concede la licencia temporal para ser bichos raros, o artistas emergentes que chivean hasta que el mercado y la industria les pongan la correa. Tienen permiso para moverse en el under, en el indie, en los márgenes. Tocan en sitios raros y sacan discos torrencialmente, pero en sociedades creativas con otros bichos raros y los ponen en circulación entre otros tantos bichos más raros. Pero, los comisarios suelen perderse la oportunidad de escucharlos, de conocer las formas que los bichos raros descubrieron para reunir y revolver influencias, los modos de leer a Washington Benavides, de escuchar a Eduardo Darnauchans, a Los Que Iban Cantando, a Dino, a la etapa solista de Luis Trochón, a Bob Dylan, al bebop, al free jazz, a Brian Ferneyhough, a Luigi Nono, a los guitarreros tradicionales, o a los roqueros de otras patrias y otros mercados’”.
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“Bueno, te pusiste duro, Suárez. Transformaste el artículo en un manifiesto de bicho raro” –Bruno responde casi al borde del cansancio.
“Decime si no tengo razón, Bruno. La escucha musical está devaluada. La industria cree que somos poco menos que subnormales y que ‘debemos’ escuchar lo mismo siempre”.
“Tenés razón. Lo de Portillo, lo de Sofía Scheps, que vos me la hiciste escuchar hace tiempo, o incluso lo de Maxi, viene por ahí. Quizás, digo, lo de Maxi Angelieri cuenta con otra historia, ¿no? Pero eso que escribiste sobre las formas de procesar influencias, otras músicas, en su caso es bien claro. Él se escucha todo y todo lo que está por fuera de los hits de turno. Y eso se nota en su música” –comenta Bruno.
“Es verdad”.
“¿Pero será que la gente tiene ‘tiempo’, digámoslo así, para andar buceando en Bandcamp si tiene todo resuelto en otras plataformas?”.
“Creo que sí. Es una cuestión de opciones. Fijate, si alguien resiste eso que escribí y llega a la última línea quizás ya haya pasado por la experiencia…”.
“Dijiste bien, Suárez, si llega a la última línea y, claro, si el editor te publica ese magma”.