Por Carlos Dopico.
Mateo solo bien se lame.
El pasado diciembre se celebro el quincuagésimo aniversario de uno de los álbumes más sobresalientes de un gran músico y compositor uruguayo: Mateo solo bien se lame, de Eduardo Mateo. Luego de su pasaje por O bando de Orfeo y su notable recorrido con El Kinto conjunto, en 1971, Mateo viajó a Buenos Aires para grabar en los míticos estudios ION algunas canciones del disco de su amiga Diane Denoir. Aprovechando la ocasión, Denoir y el técnico uruguayo Carlos Píriz lo convencieron de registrar algunas composiciones propias, fundando así su carrera solista.
Mateo aceptó la idea y se sumergió en la búsqueda sonora y la definición del repertorio. Durante varias sesiones grabó guitarras, percusión y voces, pero la dinámica de grabación comenzó a verse alterada por distintas razones. Lo que preveían resolver en una semana les tomó meses. Píriz le confesó a Guilherme de Alencar Pinto el porqué de su decisión, transcripta en Razones locas: “El primer día grabó, no sé, tres, cuatro cosas. Al día siguiente descartó esas tres o cuatro cosas […]. Borramos. Y ese proceso de borrar lo del día anterior y volver a hacer otras cosas corrió durante cuatro o cinco días. Entendí que ese iba a ser el sistema para todo el disco […]. Entonces empecé a guardar el material”.
Las sesiones transcurrieron hasta que un día Mateo les dijo: “Voy a comprar puchos, ya vengo”, y no volvió más. Había regresado a Montevideo. Por tanto, todo el material, los insertos entre canciones, la mezcla general y el orden del repertorio corrieron por cuenta de Píriz, productor asociado del álbum.
No fue sino años más tarde que el disco, con canciones como ‘Yulelé’, ‘Qué macana’, ‘De nosotros dos’, ‘Jacinta’, ‘La Chola’ o ‘De mi pueblo’, comenzó a tener la repercusión merecida. Sin embargo, entre sus pares provocó casi de inmediato una profunda admiración y respeto.
El disco fue editado por el sello De la Planta en diciembre de 1972. Recién doce años más tarde se publicaría su sucesor: Cuerpo y alma.