Por Eldys Baratute.
Históricamente muchos artistas han logrado cultivar dos o más manifestaciones del arte. Entre los casos más significativos se destaca Jean Auguste Dominique Ingres, el francés nacido en el siglo XIX, quien se convirtió en una de las figuras más representativas de su época, no sólo por sus retratos de los personajes de la alta sociedad o por sus desnudos femeninos, sino por su virtuosismo a la hora de tocar el violín como parte de la orquesta del Capitolio de Toulouse. De cierta forma, el músico, gestor cultural, locutor y escritor Juan José Zeballos es heredero de Ingres.
Llegamos a él por un disco del que mucho se ha hablado: Embrujo de ciudad. Una compilación de doce temas a piano, grabados por la disquera uruguaya Sondor el año pasado, que invita a hacer un recorrido por dos ciudades que laten con fuerza en el imaginario de los habitantes del sur del continente: Montevideo y Buenos Aires.
Doce temas escritos por siete compositores rioplatenses vivos, con excepción de uno, que le cedieron sus obras al pianista para que las hiciera suyas. Eduardo Gilardoni, Efraín García, Ramiro Schiavoni, Cristina Beatriz Pyñeiro, Saúl Cosentino, Juan Carlos Cedrón y Facundo Fernández Luna acompañan al intérprete y a los transeúntes en este recorrido por ambas ciudades.
Aunque los temas no sean de su autoría, el instrumentista logra una armonía tan uniforme que la obra parece una sola con pequeñas pausas. Es como si Embrujo de ciudad nos tomara de la mano para hacer un recorrido por sitios que han quedado en el recuerdo del (los) creador(es). Se descubren postales de la Ciudad Vieja, Cordón, la rambla o algunos de los barrios más antiguos de Buenos Aires. Al mismo tiempo, junto a esas postales aparecen otras, más íntimas, que reflejan ese otro viaje, más personal, como si cada parada fuese una invitación a la nostalgia.
Es el fonograma una invitación al disfrute del paisaje urbano, a la evocación del amor adolescente, del verano con todos sus colores, a caminar con los pies descalzos hundidos en la arena que bordea El Plata, al insilio, a permanecer, ser parte, ser resiliente, también a la inconformidad, a sentir el realismo mágico de dos ciudades que comulgan una con la otra.
Un poco más tarde aparece el poemario. Como buscando el sonido con los ojos se lee sobre una foto de cubierta que hiciera el propio autor. Y al leer los textos se descubre musicalidad, de esa imprescindible en cualquier buen poema, aunque sean escritos en verso libre como estos. Más allá del título, de la cita de Marilyn Mason que abre el cuaderno, o de las palabras de Beatriz Piñeyro (una de las compositoras de Embrujo de ciudad), el texto que sirve de pórtico revela las claras intenciones del poemario.
Cada una de las dos secciones contiene ocho textos que se integran en un bloque uniforme, como si fuera un solo poema. Parecería que el último verso de cada uno fuese el primero del otro. Como si sujeto y objeto líricos fueran moviéndose por las páginas para mantener un solo discurso.
En la primera sección, nombrada “Tonos”, aparecen pequeñas escenas, casi minimalistas, fragmentos de vida que merecen ser revisitados. Si en Embrujo de ciudad el paisaje urbano era escenario fundamental, aquí prevalece el paisaje campestre, la naturaleza y sus olores, las magnolias, los jazmines, las manzanas, las llamas. Todo se vuelve sensorial, emotivo.
En “Certezas, ilusiones y otros instrumentos”, la segunda sección, descubrimos un viaje más personal, el sujeto lírico juega a ser el objeto y se deja seducir por su alter ego, se permite desnudarse, mostrar retazos de sí. Son más elaborados estos poemas, aquí se muestra a un autor más experimentado, con más dominio de la palabra, que no tiene miedo a jugar con el ritmo y la musicalidad que le brinda el verso libre.
Un agregado al poemario son los códigos QR que aparecen en la antesala del pórtico y las dos secciones: una invitación a escuchar tres temas musicales interpretados por el artista y que pudieran ser una traducción de sus versos al mundo sonoro.
No hay artilugios en la poesía de Zeballos, no hay falsas poses de erudito, no hay planteamientos demasiado filosóficos, no hay verborrea incomprensible. En cada uno de los poemas hay emoción, hay música, hay dudas, hay miedos, hay sentimiento, hay silencio.
Esos son, quizás, los elementos más comunes entre Embrujo de ciudad y Buscando el sonido en tus ojos. En ambos la verdad y le emoción laten en las manos de un artista.