Dos discos, un álbum. Dos mundos, una voz. Francisco Falco redobla su apuesta a un proyecto tanguero muy personal con su tercera edición fonográfica para el sello Ayuí, Falco + Falco: a mi padre. Un trabajo excelente y ambicioso a la vez, en el que pone toda la carne en el asador.
Se trata de dos discos en los que recorre climas, lenguajes, poesías que componen el mapa simbólico y mítico del tango con una especial dedicación cargada de afectos y memorias: a su padre.
En el primer disco pone la mira en un sonido guitarrero, con fuertes marcas que remiten a ese universo sónico que suele llamarse folclore, en el que su voz se ensambla con el solvente trabajo en guitarras de Julio Cobelli, más invitados como Fernando Ximénez, la payadora Mariela Acevedo y Mauricio Ubal, quien pone voz y guitarras en la soberbia versión milonguera de ‘Al fondo de la red’, que es uno de los puntos más altos –en lo emotivo, en lo musical– de esta edición. Aquí, Falco incluye varios títulos clásicos: ‘Adiós pampa mía’, una muy buena versión de ‘El corralero’, ‘Mala entraña’, entre otros. Y su voz juega, se adapta a los climas dinámicos y expresivos, destila swing en las piezas más rítmicas, pega duro en lo dramático, apoyado por las afinadísimas performances guitarreras de Cobelli.
En el segundo disco cambia la pisada. Un repertorio de tonos más urbanos, nocturnos, con intensos recorridos dramático a través de títulos de autores y compositores muy disímiles –de Astor Piazzolla a José María Contursi, de Eladia Blázquez a Homero Manzi–, se ensamblan en un tratamiento orquestal dirigido por Franco Polimeni (piano) y con una formación integrada por Miguel Trillo (bandoneón), Jorge Pi (contrabajo), Matías Craciún (violín) y, como invitado, Norberto Vogel (bandoneón). Y aquí Falco saca el mejor partido de la potencia y su capacidad para componer personajes vocales creíbles, que actualizan tópicos expresivos tradicionales, hipercodificados, con vueltas de tuerca interesantes en el fraseo, en el control dinámico, en los cambios de registro. Así pulsan en intensas interpretaciones ‘Cristal’, ‘Fuimos’, ‘Sin lágrimas’, ‘Grisel’ y ‘Tal vez será su voz’.
Sin trasnochadas transgresiones ni enfoques de ingenua –o banal– vanguardia, Falco se despacha con un plato fuerte tanguero, recuperando esa potencia del género para revolver giros y formas musicales –de las milongas guitarreras al dramatismo orquestal que devino sinécdoque de lo urbano, nocturno y moderno–, tópicos poéticos y modos de construir el sentido de lo contemporáneo. Un fenómeno único –quizá equiparable a lo que ocurrió con el jazz– que en lo diverso, en la intrincada malla de tendencias y planteos formales y estéticos encontrados, en el cruce a veces duro de valoraciones –por ejemplo, entre los planteos renovadores y los que defienden a ultranza una tradición casi académica que “no se puede tocar”–, gana importantes rasgos de unidad y, a la vez, una original capacidad para volver porosas sus fronteras estilísticas y reforzar su capacidad de absorber elementos de otros lenguajes musicales.
En esa línea, el nuevo disco de Falco es un golazo al fondo de la red, no sólo por la calidad de su síntesis estilística sino, sobre todo, por encarar el ambicioso proyecto con seriedad y virtuosismo interpretativo bien entendido, en el que se evidencia su conocimiento profundo del género y su historia y su habilidad para actualizar sus esquemas y guiones.