Ante tanta oferta musical en ese amplísimo (casi indefinido, o, mejor, indefinible con pocas palabras) mapa del pop es difícil encontrar, descubrir, proyectos que marquen al menos alguna diferencia, que resalten por alguna singularidad despegada del canon industrial. Algo que esté, efectivamente, jugado a lo musical: a decir algo con voz personal.
En esta página ya se ha escrito bastante al respecto. Pero vale insistir. Los dos casos que vienen a cuenta en este número van por ese camino. Por la diferencia. Conectan con esa maraña del gusto hegemónico, pero no por vano ejercicio de producción. Tanto Florencia Núñez como Santiago Montoro hacen gala de lenguajes cancionísticos muy personales. Sólidos en lo técnico, ambos proponen subrayar el valor de la canción como fluida convergencia de letra y música, con morfologías transparentes, interesantes soluciones en lo armónico y tímbrico. Sus discos, más allá de contrastes estilísticos, tienen un valor en común: se escuchan de un tirón; la escucha no encuentra escollos inútiles ni muecas “experimentales” también inútiles (ese complicado afán de sonar “raritos”; pura cáscara sin espesor estético).
Imán contigo. La cantante y compositora rochense Florencia Núñez ha construido unas sólidas señas de identidad estilística. Esto le ha valido un lugar importante en el mapa cancionístico local, una carrera en franco ascenso, con reconocimientos de la crítica y del público. El primer paso lo dio con algunos demos que circularon hace ya unos años por internet, que pronto llamaron la atención por tratarse de una voz singular en la interpretación y en la composición. Luego llegó, también por rutas virtuales, el EP Estas canciones no están en ningún disco (2011). Unos años después, redondeó un proyecto más ambicioso que se plasmó en el disco Mesopotamia (La Nena Discos, 2014), que rápidamente afirmó la atención de un público muy diverso, así como el Premio Graffiti 2015 al mejor álbum indie (en esa edición también estuvo nominada como en la categoría mejor artista nuevo).
Este año llegó su segundo trabajo, Palabra clásica, que presentó en octubre en La Trastienda. Este nuevo material, que fue editado en soporte físico y también se puede escuchar en la plataforma de Spotify, presenta a una artista ya con claros signos de madurez, jugada al pop cancionístico, que apostó a un interesante trabajo con los recursos del estudio de grabación mediante el cual capitalizó arreglos también interesantes, aunque enmarcados en “piques” cómodos, algo previsibles pero muy efectivos. Florencia pone toda la garra en el canto, la ejecución de la guitarra, componiendo un personaje vocal redondo, claro en su búsqueda expresiva, sin afectaciones ni otros excesos en plan “miren qué bien que canto”. Esto le permite llevar sus canciones a buen puerto, lucir la simplicidad y transparencia formal, conmover, y completar un proyecto, como se dijo, de claro cuño pop, íntimo y optimista, que no se pierde en marañas inútiles de efectos ni se marea con las influencias y/o referencias estilísticas (incluso cuando sus interpretaciones vocales la acercan bastante a Julieta Venegas). Palabra clásica es de esos discos que se escuchan y se disfrutan de un tirón, con especial énfasis en canciones como ‘Pactos’, ‘Tengo un imán contigo’, ‘Revistas’, ‘Bailo en la silla’, ‘Palabra clásica’ (con un conocido y siempre funcional juego con las esdrújulas).
Jardín. “La palabra jardín evoca un lugar mágico, sensorial, misterioso, exuberante, luminoso lleno de vida y color. Un bosque frondoso rebosante de felicidad a los ojos de un niño”, anota Santiago Montoro en su nueva y reciente edición discográfica, titulada, precisamente, Jardín.
Para esta nueva edición, parida en un proceso relativamente rápido e intenso a comienzos del año pasado, Montoro asumió la responsabilidad en todas las áreas de trabajo y reunió en su estudio a un virtuoso combo de músicos que volcó ideas y técnica a una muy interesante selección de canciones, cinco de ellas con letras de Eduardo Nogareda, y una composición instrumental.
El resultado es un muy buen álbum, en el que se aprecia su calidad como músico creativo y con la capacidad de lograr un compacto ensamble de instrumentistas. Las canciones abrevan de distintas fuentes estilísticas, sin convertirse en estructuras saturadas de referencias ni piques “al estilo de…”, con realizaciones rítmicas y armónicas interesantes que le dan otra vuelta de tuerca a esquemas jazzísticos, rockeros, folclóricos (sobre todo en el tratamiento de los materiales tonales y modales, sus construcciones y secuencias armónicas), y con una interpretación vocal que saca buen partido de su registro medio-agudo, a la articulación de los fraseos y al tratamientos del nudo de intenciones expresivas.