Por Nelson Díaz.
De lentes negros y con una estética rockera –género que ama–, Tabaré Leyton es uno de los referentes de la nueva generación de músicos de tango, que busca actualizar el ritmo rioplatense. Mientras pergeña su nuevo disco, tras la edición de Vivo por el tango, habló con Dossier sobre el oficio del cantor criollo.
Radicado en Buenos Aires, aunque con un pie en Montevideo, Tabaré Leyton tiene una intensa carrera musical. Ha editado tres discos –La factoría del tango (2011), Charrúa (2014) y Vivo por el tango (2017)–, aunque él no incluya este último en su discografía oficial, por considerarlo unplugged. Participó también en varios compilados y obtuvo varios premios: el Morosoli de Bronce 2011 a las artes y ciencias, el Iris Revelación en música 2012, entre otros. Ganó el concurso de la Embajada de España para representar a Uruguay en el 22º Festival Internacional de Tango de Granada, lo que lo llevó a hacer una gira por ciudades europeas, y obtuvo el Graffiti al mejor artista de tango en 2012.
¿Cómo fue su primer contacto con el tango?
Cuando era adolescente, un vecino estaba tirando unos discos en una volqueta. Le pedí que no los tirara, que me los diera. Había de todo un poco. Un disco de Elvis [Presley] en Las Vegas, el Axis: Bold as Love de Jimi Hendrix… Unos discos bárbaros. Y después había uno de Ignacio Corsini, El lazo de canciones, de Amalia de la Vega, uno del dúo Magaldi-Noda y otro con canciones de Gardel. Eran un tesoro. Empecé a escuchar continuamente los de Gardel, Magaldi-Noda, Corsini y Amalia de la Vega. Ese fue mi primer contacto. Después escuchaba radio Clarín a escondidas, porque con mis amigos estábamos en plena adolescencia y ellos escuchaban The Black Album, de Metallica [se ríe]. En ese tiempo trabajaba limpiando piscinas, una tarea muy solitaria. Iba a las casas de familia y, mientras hacía el servicio, me pasaba escuchando tango y discos de rock. Pasaba de un género al otro sin problemas, como si fuera todo una sola música. Con el tiempo me independicé de la empresa, me quedé con algunos clientes –yo era menor de edad, tenía 17 años– y me puse a trabajar por mi cuenta. La manera de sacarme ese estrés era cantar sobre las orquestas, principalmente sobre la de Troilo y, especialmente, sobre la voz de Francisco Fiorentino y algunos temas de folclore. Me gustaba imitar a los cantores, por ejemplo copiar la forma en que Jorge Valdez daba los agudos en un programa donde pasaban la orquesta de Juan D’Arienzo con la voz de él. Eso fue muy bueno. Hasta el día de hoy, cuando trabajo en talleres de canto, les digo que no tengan miedo de copiar, porque sirve para aprender. Mucho peor es decir que uno tiene un estilo cuando recién está empezando. Considero que el canto está basado sobre lo de antes. No hay un estilo propio, es muy difícil lograrlo. Lo que sí hay es una conjunción de cosas que uno saca de los demás, que puede llegar a ser a un estilo propio. Pero todos estamos parados sobre los que estuvieron antes.
Me quedé pensando en ese “encuentro musical” al pie de una volqueta. También había discos de rock, pero se inclinó por el tango.
El rock es quizá la música que más me gusta. El de los cincuenta, los sesenta, el rockabilly me encanta. Siempre hice rock paralelamente a mi carrera como cantor de tango y folclore. Hasta hoy tengo una banda de rock, que se llama Ruta 8, con mis amigos José Medeiros, Lucas de Acevedo y Diego Méndez. Es una banda de covers en la que todos cantamos. Tocamos todos los meses y gozamos brutalmente. En una época escribíamos canciones de rock, pero después desistimos. A pesar de que las canciones eran buenas, vimos que disfrutábamos mucho más tocando covers de Elvis, de Creedence, de Roy Orbison y de The Beatles, por supuesto. No tengo la frustración del rock; por suerte, mi parte rockera está bien cubierta. Siento las dos cosas de la misma manera. Una, por propia y territorial; la otra, por amor. Por eso puedo desdoblarme y ser un rockero y, al segundo, ser un cantor criollo en cualquier lugar.
Hablemos del proceso de creación de su primer disco, La factoría del tango, y cómo lo ve en perspectiva.
El disco me encanta. No lo escucho siempre, pero cuando lo hago me parece que está mejor que en su momento. Cuando recién lo grabé me parecía que estaba lleno de errores y que había cosas por mejorar, pero ahora me parece un disco bastante jugado para su momento. Yo estaba bajo mucha presión para que grabara sólo tangos clásicos, pero gracias al apoyo del productor argentino Max Masri tuve la oportunidad de grabar canciones, sin experiencia, escritas por mí. Hicimos eso tan ecléctico y dividido, como en los viejos discos de vinilo. Un lado A para satisfacer el estereotipo de sonido que la gente esperaba de mí en ese momento, ya que venía tocando en vivo sin grabar desde hacía dos años; y un lado B mucho más abierto y experimental. Eso fue con el apoyo, repito, de Masri y de gente divina como Hugo Fattoruso, Fernando Cabrera y Jorge Galemire, con quien me junté durante un buen tiempo para elegir una canción del disco Sansueña, de [Eduardo] Darnauchans: ‘Los reflejos’.
Sansueña es un disco fundamental de la música uruguaya, donde Galemire tocó todos los instrumentos y fue el responsable de los arreglos.
El encuentro con Galemire, esas semanas que pasamos juntos, fueron un momento decisivo en mi vida. Parecíamos niños escuchando música y decidiendo qué tema íbamos a incluir del Sansueña. Al principio, yo quería grabar ‘El nudo desatado’, porque me parecía el más adecuado a mi estilo, a pesar de que los músicos con los que estaba en ese momento no querían tocarlo en vivo, porque decían que no tenía nada que ver, que la gente esperaba tangos de mí. Tuve que dar esa lucha en ese momento con el público y con mis propios compañeros de agrupación. Fue una lucha amistosa, convengamos, pero finalmente me impuse. A la hora de decirle al Gale que tocáramos ‘El nudo desatado’, me dijo: “Yo no toco milongas”. Entonces me propuso grabar ‘Los reflejos’, y con esa versión quise terminar mi primer disco. A la hora de buscarle un nombre, no se me ocurrió algo más original que ver lo primero que tenía en la pared. Era un afiche del disco Cosmo’s Factory, de los Creedence, y pensé en ponerle “La factoría”. La producción me dijo que tenía que llevar la palabra “tango”, si no la gente no iba a entender. Así quedó La factoría del tango.
¿Es difícil para un músico joven ingresar al universo del tango con textos nuevos? Parecería que es un género hermético en el que hay que respetar, repetir e incluir en el repertorio los temas clásicos.
Esa es un arma de doble filo. Esos treinta temas que se cantan hace cuarenta, cincuenta años, ya son viejos. Y si bien muchísimas veces son perfectos, porque son de la época en la que se juntaban el autor de texto y el de música para hacer esas obras maravillosas, están tapando una cantidad de obra que se está haciendo en la actualidad. No me refiero a mí, sino a otros colegas. La repetición de esos clásicos hace que el tango parezca vivo, cuando en realidad está agonizante en ese aspecto. Está vivo en la danza y porque se transformó en una cultura a nivel mundial, pero en cuanto a la creación se está muriendo. No hay radios que se animen a pasar canciones nuevas, ni autores nuevos. En Buenos Aires, que se supone que es la meca del tango, ocurre lo mismo. Es muy extraño. No hay periodistas, ni musicalizadores en las radios de tango que se animen a pasar música nueva. La excepción es cuando se va a una entrevista, pero después ese disco no se pasa más, porque lo que mide sigue siendo los de la década del cuarenta, lo bailable. Es entendible hasta cierto punto, porque esos grandes siguen siendo vanguardia pero, de alguna manera, el tango se ha cerrado, no ha hecho como otros géneros, en los que ocurre al revés: se juntan y abren la cancha. Esto le juega en contra, porque hay muchísima juventud que no se acerca al género por eso. Excepto, como decía, la danza, que puede sobrevivir con grabaciones de hace setenta años sin la necesidad de que haya músicos. Es un momento bastante delicado, más allá de que existe la sensación de que el tango está más vivo que nunca. Lamentablemente, no siento ni veo eso, ni acá, ni alrededor del mundo. Lo que cuesta actualizar el tango tiene que ver con lo generacional pero también con que, más allá de que en su momento fue innovador, se volvió muy conservador. No hay música popular más profunda que el tango. Se desarrolló en pocos años. En el comienzo del tango, se escuchaban los textos autorreferenciales de Ángel Villoldo, pero pocos años después los poetas del tango les dieron vida a los objetos: “El espejo está empañado y parece que ha llorado”. Eso Villoldo no lo hacía. Todo se desarrolló en muy poco tiempo hasta llegar al punto más alto, con los grandes autores de los años treinta y cuarenta. Pero después se estancó ahí. Hubo gente como [Astor] Piazzolla y Horacio Ferrer que quisieron renovarlo, pero tuvieron un rechazo absoluto. O sea que esa inmovilidad viene de larga data, pero llegará un momento en que será tanta la obra nueva que esa montaña se nos caerá encima. Tengo esa esperanza.
Si no existe una actualización en los textos, las nuevas generaciones no se van a sentir identificadas.
Uno puede adoptar la fórmula para escribirlos y tratar de hacer que estén a la altura de esos clásicos. Sinceramente, de las canciones que he escrito sólo dos son tangos. La mayor parte son milongas y folclore. Lo primero que hice en La factoría… fue un tango que considero muy humilde a nivel de texto, que más bien fue como especulando, cariñosamente, y diciendo que el tango no va a morir. Intenté generar cierta empatía. Eso resultó y estuvo bien, pero para el segundo disco, Charrúa, intenté escribir algo que estuviera un poco mejor, la canción ‘No va más’, para la voz de Ruben Rada. Utilicé la versificación del octosílabo, que me parece muy milonguero, muy sonoro, muy cantable, y traté de hablar de amor, sin lunfardo y con sentimientos atemporales. Con este texto quedé mucho más conforme que con el primero. Pretendo mejorar y seguir escribiendo, pero no estoy tan seguro de si serán tangos porque, como decía, no tiene difusión y el folclore sí lo tiene. En el caso de ‘No va más’, es un tema que me hizo viajar bastante porque un DJ de Alemania lo llevó y lo mostró en su país, también lo pasaron mucho en radio Latinoamérica de Oslo; sin embargo, en Uruguay no se conoce, salvo por Gustavo Fernández Insúa, que lo pasa en el programa Planeta Radio. Con ese tango quedé muy conforme. Trataré de repetir la experiencia, tratando de mantenerme dentro de algunas de las reglas de estructura del tango, pero también buscando ser sincero, sin caer en una postura machista que reafirme mi masculinidad, ni en la del llorón tanguero. Eso es un poco denso. Luca Prodan decía que no le gustaban los tangueros porque lloraban por la mina que se les había ido, pero antes la habían tratado mal. En cierto punto, Luca tenía razón. Me gusta mucho más cuando el objeto poético es otro y no el hombre destruido, frustrado porque la mujer le hizo algo a él. Me gusta más escuchar a un frustrado por su propia vida, por sus propios errores, y no que le eche la culpa a la mujer. En lo personal, las mujeres me han salvado y siguen intentando salvarme. Tampoco me gustan los textos contestatarios, ni decirles a los demás lo que tienen que hacer. Ahora estoy muy interesado en el tema de la versificación, de ciertas reglas que son conocidas y estudiadas por los poetas, y espero adquirir las herramientas para escribir mejorar.
Realizó varias giras por Dinamarca, Finlandia y Egipto. ¿Cómo es llevar el tango a esos lugares?
Fue una experiencia divina, porque fuimos con algo que es casi étnico para algunos lugares. En Dinamarca, por ejemplo, los primeros dos años que fui tocaba en parrilladas durante un par de semanas y me volvía. De a poco fuimos creciendo y terminamos tocando en 2016 en un teatro muy importante de Copenhague, y en otro de Oslo, en Noruega. En esos lugares no entienden los textos, pero sí la música. Les gusta muchísimo. Me doy cuenta de que cuando uno le pone sentimientos, corazón, aunque sea gente que está lejos y parezca un poco fría para nuestro modo de ser, les encanta.
En Vivo por el tango hay un texto de Horacio Ferrer, otro de sus grandes referentes y con el que compartió amistad.
Vivo por el tango no lo considero mi tercer disco porque es unplugged. Capaz que es difícil de entender. Estoy muy orgulloso de ese disco, me encanta, pero es un producto específico que tiene algunas cosas originales, como la última canción que escribió Horacio Ferrer, que se llama ‘Milongones montevideanos’, con música de Alberto Magnone. Horacio me la dio en mano para que la cantara, ya que permanecía inédita. Fue un amigo que me dio buenos consejos, me presentó gente, me pagó varias cenas… Cuando lo conocí, luego de que me escuchó cantar, me escribió una carta con unos conceptos hermosos. Después me llamó por teléfono para invitarme a ir a la Academia de Tango, donde se hacían unos seminarios. Tuvo la grandeza de pasar una grabación mía, que era un demo, delante de todo el mundo. Después empezamos a trabajar juntos. Hicimos actuaciones junto a Alberto Magnone, que fue el músico uruguayo que trabajó en los últimos años con él. Y Horacio me dio ese texto que canté por primera vez con él en el teatro Solís cuando festejamos sus ochenta años. Después hicimos su ópera Dandy, que nunca se estrenó en Buenos Aires. Lo grabamos en el unplugged y quedó precioso. Quedé muy conforme con ese tema, que habla del siglo XIX, de la Aduana, tiene imágenes increíbles como sólo Horacio sabía plasmar. Es un poeta muy original, que puso la palabra blue jean y super sport en 1967 en canciones del dos por cuatro. Se podría decir que es el poeta cool del tango. También en este disco aparece ‘La uruguayita Lucía’, un tango que tiene noventa años. Pero a Vivo por el tango lo considero un disco puente, que va por el costado, que canté específicamente para satisfacer el estereotipo del tanguero, donde estuve dirigido en las tomas vocales por el productor Max Masri, que me decía: “Cantá como en el año veinte, cantá más agudo”. Por eso no lo considero conceptualmente mi tercer disco. Quiero hacer discos eclécticos como Charrúa, no por pretencioso, sino porque discos con catorce tangos seguidos me aburrirían tremendamente y no quiero presentarle eso a la gente. Así que el próximo disco tendrá tangos, canciones folclóricas y canciones de autor que no tengan nada que ver con ninguno de los dos géneros.