Con un disco de elogiable factura formal, Fuera de la realidad (Yaugurú, 2017), Santiago Tavella bucea en otros caminos de la canción, integra lenguajes y referencias estilísticas tanto musicales como de otros campos artísticos, marca una distancia con el exceso de obviedad plástica del pop y perfila la diferencia con su otro proyecto musical: el Cuarteto de Nos. Su apuesta es a Otro Tavella. Y sus socios son Los Embajadores del Buen Gusto.
Están dentro de la realidad. Y allí, en eso que llamamos realidad, están por todas partes. En la cocina, en el baño, en la oficina, en la fábrica, en la galería, en la calle. La omnipresencia del fenómeno, sin embargo, no está acompañada de una noción acabada de sus límites, de su estatus conceptual, de su funcionamiento (y de su eficacia) simbólico. Ellas, las omnipresentes, se conocen por un término genérico: canción. Pero, ¿qué son?, ¿por qué son tan importantes?, ¿por qué son tan poderosas? En la realidad, en eso que llamamos realidad, o en eso que describe esa palabra que debería ir entre comillas, no están las respuestas.
Y así quedó Fuera de la realidad: un proyecto de canciones, un disco, un disco-libro, un disco-libro-objeto; una obra cuya tapa la termina a mano su autor según el gusto de quien lo pida; una obra en la que lo aparente encierra otros posibles universos significantes para nada previsibles, aunque conocidos, familiares; un cruce de universos, escrituras, sonidos, a la vez tributarios del pop, del rock, y tan distintos de lo que solemos etiquetar como pop y como rock. Y, como dice el señor Tavella, un cruce de lenguajes y universos de lo posible que está alejado del Cuarteto de Nos, sea del “viejo Cuarteto de Nos”, sea del “nuevo Cuarteto de Nos”.
–La gente suele hablar y discutir sobre el Cuarteto de antes, el Cuarteto de ahora…, pero esto, este proyecto, no es ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario –dice Tavella.
Pero en Fuera de la realidad no están todas las respuestas. Sí, quizás, varias interrogantes para discutir y varios modos que se pueden ensayar para convertir a la canción en algo tan poderoso.
Si fuera necesario hacer algunos apuntes para un perfil básico de Tavella, ese texto tendría que especificar que su participación fundacional en El Cuarteto de Nos sólo delinea una parte de su experiencia artística. Y debería indicar, por tanto, que sea en esa faceta, es decir, en su incursión como solista con banda, o en su trabajo en el campo de la plástica, gravitan las marcas legadas por maestros como Nelly Pacheco, como Miguel Ángel Pareja, como Coriún Aharonián, por su pasaje por la Facultad de Arquitectura, por su trabajo al frente del Centro Municipal de Exposiciones Subte. Y debería continuar con algunos puntos que reseñen esos otros proyectos que lo llevan por patrias artísticas y lenguajes tan disímiles como sus muestras Planos plegables de la ciudad de Tajo (1990); Helarte de Santiago Tavella (2000), con curaduría de Clío Bugel y Fernando López Lage; Vivir el plano (2012), con curaduría de Verónica Cordeiro; Falsos estudios (2014); Verdaderos preludios (2014). Y, por cierto, debería concluir con esta última edición musical, Fuera de la realidad, que contó con la producción de Guillermo Berta y la edición de textos de Aldo Mazzucchelli; que sumó a su banda Los Embajadores del Buen Gusto, integrada por Ignacio Lanzani (guitarra eléctrica), Sebastián Macció (batería, percusión y vibráfono), Analía Ruiz (coros), Josefina Trías (coros), Martín Tavella (bajo) y los visuales en vivo de Virginia Arignón.
Y con estos puntos, más otros omitidos alevosamente, el perfil quedaría igualmente incompleto. De la charla, de lo que está entrelíneas, de lo no evidente, se nutre el resto de su arte.
Una casa vieja sobre la calle José Enrique Rodó, a pocas cuadras del Cordón y de la zona céntrica. Timbre. Pasillo. Patio interior. Puerta. Escalera hacia abajo.
Una estufa remedia el frío que viene de la calle. Allí, entre libros, discos, pinturas, más pinturas, más libros, una computadora, el celular que suena, el teléfono de línea que suena, Tavella habla de su primera edición musical firmada por Otro Tavella & Los Embajadores del Buen Gusto.
No hace chistes, no monta un personaje para un stand up. Pero maneja el humor y la ironía con filo serio y saca partido, sin virtuosismo académico, de una extensa reflexión en torno al hecho creativo.
Y dice:
–Es cierto, este disco es un debut y es un debut que en muchos aspectos llevó unos treinta años de trabajo.
Pero has dicho que, sin embargo, hay un año más reciente que marcó un mojón para este proceso.
Hay, sí, un comienzo más o menos formal del proyecto en 2012. Hasta ese momento venía haciendo algunas de estas canciones con un proyectito que tenía, pero ese año salí solo, con la guitarra, a ver qué pasaba con el repertorio.
¿Qué respuestas tuviste?
Obtuve respuestas interesantes. Pero debo destacar que eran respuestas cualitativas. Era un retorno interesante para seguir trabajando el material. Pero está claro que esto no sería algo masivo. Lo que sí sé es que a la gente que lo escuchó le gustó y mostró mucho interés, lo que fue generando un público muy fiel.
Pero no seguiste con ese formato, con voz y guitarra…
En esa época empezaron a sumarse socios al proyecto, como para ir dándole forma a un espectáculo. Todo, como te dije, en un plan que conjugaba cosas que me interesaban desde hacía mucho tiempo y que no cuadraban con lo que estábamos haciendo con el Cuarteto. Era, es, algo muy diferente.
A estas variables, sigue Tavella, se integró otro proyecto importante: montar un estudio de grabación.
–En ese aspecto, mi hijo, que es músico, integra la banda y es técnico, tuvo mucho que ver. Nos compramos una casa para el estudio, empezamos a comprar dispositivos para equiparlo. Y hay en ese montaje del estudio muchas cosas que tienen que ver directamente con el registro de este disco. Fue, digamos, como un estudio hecho a medida. Y una de las cosas que más me interesaban era que fuera un estudio diferente, que su sala no fuera seca sino con una acústica distintiva: algo que se escucha en Fuera de la realidad, que le da una personalidad al trabajo y que va de la mano del plan de hacer sonar las canciones con el instrumental justo y necesario. Hay canciones que grabamos con muy pocos elementos: un bajo, la guitarra, la batería; y en otras, a ese instrumental le sumamos algún detalle tímbrico más, como un vibráfono, y nada más.
Bajista, guitarrista, cantante, compositor, artista plástico, curador, escritor. Tavella: ¿una versión local del creador renacentista? No importa. Lo que sí es clave: Tavella tiene curiosidad estética y una poco frecuente capacidad crítica (autocrítica) e inquietud por la investigación.
Y vuelve a 2012:
–Las voces fueron muy importantes en este proyecto. O, mejor dicho, la interpretación vocal. Y ese año, en 2012, cuando me largué con la guitarrita, también había retomado los estudios de canto.
Con Nelly Pacheco, con quien ya habías estudiado.
Sí, con Nelly.
¿Le mostrabas las canciones en las que estabas trabajando?
Claro, iba con la guitarra y se las cantaba. Con ella trabajé el tema de la interpretación y aprendí un montón, sobre todo a nivel de lo expresivo. Este, justamente, es un asunto que va como contracorriente con lo que se está grabando ahora, especialmente entre las cosas más mainstream. Ahí se busca algo más aplanado para que, luego de realizada la toma, se pueda editar más fácil y que todo quede perfecto.
Especialmente en la afinación…
Claro, si hacés todas las notas mal pero parejitas, después, en la edición, en la mezcla, las corrés y listo.
Pero eso no te interesaba…
Esa orientación no me interesaba ni me interesa ahora. Esos productos me aburren: todo es igual, hecho como en serie. En ese sentido, con el productor del disco, Guillermo Berta, estuvimos de acuerdo. Sea con la voz solista, sea con los coros, que los hicieron alumnas de Nelly con las que colaboró Sara Sabah, apuntamos a la interpretación, a poner mucho trabajo y atención en lo expresivo. Por eso esto tiene poco de mainstream, de semejanza con los productos musicales que se afanan por cumplir con las reglas que, supuestamente, sólo supuestamente, garantizan la masividad. Como me decía Nelly Pacheco. Una vez le pregunté: “¿Qué pasa si a la gente no le interesa esto que estoy haciendo?”. Y ella me dijo: “Ese no es tu problema”, como diciendo: vos tenés que cantar y esto tiene que quedar. Nosotros fuimos por ese camino; ese camino era el que más me interesaba.
Además del trabajo con la interpretación, Tavella le sumó otro foco de atención al proyecto: las letras.
–Ese es un asunto bastante olvidado… En el universo de la canción te encontrás con letras, algunas muy simples, que se quedan demasiado en lo literal, otras que abusan del golpe bajo. Y en muchos de esos casos me pregunto: ¿este tipo no tiene algún amigo escritor que le tire unos piques, que le sugiera otros caminos, otras soluciones?
Y ahí sumaste a Aldo Mazzucchelli –ensayista, escritor, músico, con una vasta formación académica– al proyecto…
Claro. Con él comenzamos a analizar las letras, a definir cuáles eran las mejores para incluir en el disco y, sobre todo, trabajamos con un objetivo: encontrar la forma más fluida para decir las cosas. En algunos casos hay letras que tienen algo de complejidad en lo formal, en los contenidos, entonces trabajábamos distintas opciones para plantearlo de la forma más llana posible, sin complicarla más.
La industria musical y también los músicos, sin embargo, a este plano de la canción no le dedican mucho esfuerzo, mucho ‘pienso’, y no suelen convocar a un editor.
La cosa funciona diferente en la industria. Al sonido se le da un peso muy grande, pero al trabajo con las letras no. Sin embargo, en otros momentos de la historia musical, el cuidado con las letras fue diferente, incluso en la historia musical local.
Con este concentrado trabajo en el plano de las letras, no resulta extraño que en el librillo incluido en la edición de Fuera de la realidad los textos de las canciones estén prologados por escritores.
–Esta idea surgió porque había varios escritores amigos a quienes les colgaba el proyecto. Bueno, el primero fue Aldo. Pero después comenzaron a sumarse otros, incluso estuvieron en la vuelta algunos poetas jóvenes. Para el librillo escribieron Amir Hamed, Gabriela Onetto, Santiago Pereira, Ignacio Alcuri, Gustavo Wojciechowski (Maca), Aldo Mazzucchelli, Mylène Lacrampe, Patricia Turnes, Hoski, Isabel Retamoso, Juan Manuel Martínez. Y, sin entrar en análisis definitivos, académicos, cada uno propuso su personal abordaje de las canciones. Esto, confieso, también fue como una señal para otros: intercambien con escritores que está bueno.
Tanto en lo musical como en lo letrístico, este repertorio cancionístico se enriquece por un trabajo con lo no evidente, con aquello que pulsa en el interior de la superficie sonora, de la superficie textual. Y, al mismo tiempo, en ese interior que se alcanza superando los esquemas que constriñen la escucha en tiempo real, también pulsa un juego con referencias estilísticas, con un intertexto que no se restringe a lo musical, sino que recorre lo literario, la mitología, personajes y situaciones de la cultura popular.
–Hay, sí, mucho juego con referencias, con guiños, presencias. En la medida en que uno trabaja en serio con esos materiales, si uno los digiere, funcionan, se generan cosas nuevas. Y eso pasa por no hacerlo de forma explícita. De lo contrario, uno estaría haciendo lo mismo, repitiendo o haciendo una versión. Como te dije recién, mi idea es que si uno digiere bien todo ese conjunto de referencias, de intereses, de presencias, consigue hacer algo más o menos original. Cuando no es así, se cae en algo parecido al plagio, o en el plagio mismo. Y el plagio es de gente muy básica, muchas veces: se van a lo mismo de siempre y, claro, les sale algo así, igual. El riesgo de eso es que todo suene igual, que todo parezca igual.
La clave, otra vez, es la interpretación…
El camino de la imitación es todo lo contrario a la interpretación. Mucho de eso, como hablamos, se discutió en las clases de canto. Por ejemplo, Nelly me decía: “Todo el mundo dice ‘ah, sos vos que estás en la interpretación’, o ‘hago esto así porque a mí me pasó tal o cual cosa’”. Y no es así. No sos vos: vos tenés que hacerte a un lado. A nadie le interesa lo que te pasó a vos.
Si fuera así, la interpretación se convertiría en terapia.
[Ríe] en ese caso tendrías que pagarle a la gente que va a escucharte, y no al revés. Para mí, la interpretación tiene mucho que ver con el inconsciente. Uno tiene dejar de lado lo consciente, que tiene más que ver con el ego, y dejar que aflore el inconsciente. Esto me lleva a una idea medio terrorista: el arte no tiene nada que ver con la comunicación. En la comunicación uno dice una cosa y el otro lo entiende, o hace el esfuerzo por entenderlo. Con lo artístico la situación es diferente: el inconsciente se libera y se produce algo inefable entre el público y el artista. Ahí cabe aquella frase manida pero certera: ante un hecho artístico poderoso, a uno “se le mueve el piso”. Y eso no es comunicación. Es un fenómeno muy distinto.
En el campo de las artes plásticas, visuales, Tavella también ha proyectado el juego con las referencias, en la vuelta crítica sobre lo ya hecho, sobre los signos de un tiempo pasado.
Esta línea, sin embargo, no sólo gravita en lo conceptual, en lo teórico. Las paredes, las bibliotecas, son testigos de su materialidad: trabajos con colores intensos, líneas, planos, y, en convivencia con estas formas y tratamientos cromáticos, la figura humana, los rostros, los nombres que evocan otro tiempo pero no lo replican: lo intervienen, lo transforman.
–Es un camino para lograr algo nuevo… Un proceso creativo bien interesante. Tengo un rollo importante con la arquitectura, ya se sabe, hay varios proyectos míos en esa línea. Y también me cuelgo buscando imágenes, y ahora, en estas nuevas creaciones, están apareciendo personas. Todo tiene mucho que ver con el Uruguay de la primera mitad del siglo veinte, con la modernidad. Claro, una modernidad vista, interpretada, desde la actualidad. No es como hacer de vuelta, como replicar, los estilos de la modernidad. Para mí es muy importante no acotarme a lo presente inmediato. Me interesa establecer un diálogo con cosas que pasaron hace veinte, treinta o cincuenta años, y que tienen que ver con lo literario, con lo musical, con la plástica, con lo visual.
Es que no se puede crear sin memoria.
Bueno, Aldo Mazzucchelli dice: “Escribir es como hablar con los muertos”. No sé si llego a eso, pero por ahí va la idea. Y de ahí evitar, al igual que la música, esa cuestión autorreferencial, ese yoísmo que domina casi todo. Eso incluso se ve en el trabajo de artistas plásticos grandes, consagrados. No quiero que me vengan a contar nada de sus experiencias personales, salvo, claro, en una charla de bar. Pero eso es otra cosa. Otra vez: con el arte quiero que me muevas el piso, no que hagas terapia. Pero, atención, que estas posturas pululan, es cierto, pero también es cierto que no todo va en esa línea en el arte contemporáneo y hay cosas que son realmente interesantes.
Sobre esta nueva línea de trabajo plástico, agrega que tiene que ver con otras presencias, con otras referencias. En el plano concreto, refiere a la arquitectura de los años treinta, cuarenta, y a sus elementos del art déco. Por otro lado, recupera, pero no como cita, a personas de esa época y un lenguaje de color estrechamente vinculado al trabajo de los planistas.
–No obstante, insisto, todo es distinto. Estas referencias están como violentadas. Esto, además, está relacionado con una investigación que estoy haciendo para el Museo Nacional de Artes Visuales sobre el lenguaje del color en el arte uruguayo, un campo de la producción pictórica uruguaya muy poco explorado, sobre el que hay muy poca cosa escrita. En música pasa algo parecido: es muy difícil encontrar libros que tengan análisis de cuestiones relacionadas con el lenguaje.
¿Conclusiones? Varias. ¿Conceptos? También varios. ¿Está fuera de la realidad el señor Tavella? Rotundamente: no. Quizás por eso, la ironía del título. Quizás por eso, la búsqueda en un lenguaje que no reniega del mainstream, como él dice, pero marca distancia. Quizás por eso, tal distancia se acreciente por su trabajo con la interpretación, con un intertexto que saca partido de toda su densidad simbólica, con la ruptura de la autorreferencialidad, con el juego a lo no evidente aunque todo, en la superficie, resulte sencillo y directo y no tan distante del pop guitarrero, cantable, entrañable.