El popular músico y compositor uruguayo celebró sus ochenta años con una serie de cuatro memorables conciertos en el Auditorio del Sodre.
Por Carlos Dopico.
Ruben El Negro Rada, uno de los músicos más célebres, prolíficos y versátiles de Uruguay, cumplió ochenta años de vida el pasado 16 de julio, y setenta como parte de la escena musical rioplatense. Su nombre es toda una referencia no sólo en nuestro país sino también en Argentina, donde desarrolló buena parte de su carrera profesional. Lleva 54 años y más de una treintena de álbumes publicados edificando una carrera solista indiscutible y multigeneracional, con propuestas que van del rock al jazz, del candombe a la murga, pasando por la plena, la bossa, la milonga, el tango, el funk, el chachachá, la chacarera, el malambo e incluso la música para niños. Pero eso no es todo porque, antes y durante, su aporte a proyectos como los Hot Blowers, El Kinto, Totem u Opa ha sido también fundamental. Allí, acumula al menos una veintena de trabajos discográficos.
Debutó a los diez años, como cantante en comparsas de negros y lubolos, y desde entonces decidió no parar. Su registro vocal lo define como barítono, pero él, a lo Marvin Gaye, encontró que podía sumar otra octava con el falsete, según dice, “como trampa de negro”. Fue criado por su mamá y su tía en el barrio Cuareim, pero su padre era de Ansina, otro de los bastiones del candombe. Tiene dos hermanos, un hijo y dos hijas. Desde hace más de treinta años está casado en segundas nupcias con la argentina Patricia Jodara.
Para elaborar esta nota con la excusa de su aniversario, además de entrevistar y homenajear al protagonista, quisimos abordar su carrera profesional conversando con varios maestros musicales que lo han acompañado a lo largo de su trayecto en solitario. Daniel Homer, Ricardo Nolé, Andrés Arnicho o Gustavo Montemurro han tenido que interpretar sus melodías y escribir sus canciones para un acompañamiento integral. La charla con ellos aporta una perspectiva nueva, frondosa, repleta de anécdotas y miradas de las distintas épocas que el notable músico y compositor tuvo que atravesar, aquí y allá.
“El hecho de no tener formación teórica le da una libertad absoluta que yo no tengo porque estudié. Creo que ahí reside parte de la magia de su creatividad”, señala Montemurro, el músico que ha acompañado a Rada en los últimos años y con quien mantiene una sociedad musical. “Además del amplio mundo musical que posee desde siempre, tiene la virtud de poder abarcar cualquier género musical. Todo lo hace con buen gusto y estética”, recuerda Homer, el guitarrista cordobés con quien Rada trabajó durante sus primeros años en Buenos Aires.
El pianista y arreglador de una de sus más célebres formaciones en Argentina, Nolé, revela: “Me acuerdo de que después de tocar dos noches consecutivas en Escandinavia, vino el productor del festival y le dijo a Rada que junto a Chick Corea & la Akoustic Band habíamos sido el top del festival”.
“Yo lo admiré mucho siempre, desde niño. Cuando lo conocí, incluso antes de tocar, fue un encuentro muy importante. Empezar a trabajar con él fue una sorpresa atrás de otra. Rada es genial”, confiesa Arnicho, tecladista y arreglador de su etapa de mayor popularidad, una vez que el Negro regresó a vivir a Uruguay.
Hablar con Rada es emprender un viaje musical con múltiples escalas. Lo que no relata lo canta y lo que no recuerda es capaz de tararearlo, mientras percute sus manos.
Hace quince años fue distinguido como Ciudadano Ilustre de Montevideo y, además de varios premios Gardel en Argentina y casi una decena de Graffiti en Uruguay, en 2011 recibió en Las Vegas la distinción honorífica del Grammy a la excelencia musical. En 2013, junto con Fernando Peláez, escribió Rada, su extensa biografía publicada por Aguilar.
Rada en familia
A lo largo de su exuberante discografía, Rada ha ido celebrando en canciones a sus referentes, amigos y familia. Conocer esas historias nos permite acercarnos a los afectos personales del compositor, más allá del personaje. Algunos son más evidentes, para entender otros hay que desplegar las múltiples capas de la composición y conocer su contexto para entender el destinatario de sus melodías. ‘Terapia de murga’, por ejemplo, el hit que cierra el álbum homónimo que Rada grabó en 1991 y se publicó cuando ya había emigrado a México, lo escribió pensando en Patricia, su actual esposa: “Y no me voy a quedar / alucinando tal vez / que tú regreses. / Estoy de acuerdo con vos / que todo tiene el final / que se merece”.
A Carmen, su madre, nacida en Santana do Livramento, la ha tenido presente a lo largo de su carrera, pero recientemente le dedicó todo un álbum: As noites do Río / Aerolíneas Candombe (2021), que Ruben grabó en portugués y por momentos en portuñol y lleva como portada una hermosa foto de madre e hijo que ha sorteado los avatares del tiempo.
A tu mamá le dedicaste todo un álbum, pero previamente le habías compuesto además alguna canción. ¿Es correcto?
No, ninguna canción en particular. Le dediqué ese disco entero. Después, en varias canciones digo “Mama”… Ah, no, tenés razón, en Richie Silver le grabé una canción que se llama ‘Madre Carmen’, que dice: “Una canción que corra / urgente y sin demora, /que viaje por los cielos / donde yo sé que estás”.
Y a tu papá le compusiste ‘De este cielo santo’, en el debut de Totem (1971), agradeciéndole la vida.
Sí, claro: “De este cielo santo/ nació la vida. /De este amor de tantos, / me diste un día. /No, padre, no / no llores, no. / Yo te he de adorar /y te he de admirar. / Y quiero que entiendas que te quiero / que te quiero mucho, padre”.
¿Saldaste la deuda artística con los dos?
Creo que sí, pero te voy a contar una cosa rarísima. Estaba grabando este último disco [Con ayudita de mis amigos, 2023, con duetos con Fito Páez, Adriana Varela, Sebastián Teysera y Pablo Milanés, entre otros] y en la versión del tema de Cabrera, ‘El tiempo esta después’, ese que dice “La calle Llupes raya al medio / encuentra a Belvedere, / el tren saluda desde abajo”, me pasó algo increíble. Ya había hecho el disco a mi madre un año antes. Y en este tema, cuando estaba grabando, empecé a tocar un repique endemoniado y me dije convencido: “Este es mi viejo”. Yo nunca había tocado el repique así. Empecé a improvisar y me salió un repique rarísimo. Montemurro no lo podía entender. Le dije: “Yo nunca toqué esto, debe ser mi viejo que está celoso. Le hice un disco entero para mi vieja y a él no” [risas]. Le dije: “Dejalo así”, y así quedó en el tema.
¿Qué recuerdos tenés de tu viejo?
Mi viejo se había peleado con mi vieja y, por supuesto, nosotros escuchamos siempre la campana de mi madre. De chiquitos le teníamos mucha bronca. Mi vieja se encargó de criarnos y también de salpicarlo. Recuerdo que cuando era chico iba a verlo al barrio Palermo. Ella le decía que yo no estudiaba y me mandaba para que me diera algún coscorrón. Me sacudía un poco.
Te sacudía para enderezarte.
Me daba unos buenos coscorrones, así con los nudillos, ¿viste? “Tenés que estudiar y respetar a tu madre”, me decía. Pero él nunca fue a verme cuando estuve dos años internado en el Saint Bois por tuberculosis. La única que iba era mi madre. Mis hermanos tampoco podían ir por el contagio, pero mi vieja estaba siempre, aunque también podría haber muerto. Ella iba todos los sábados y domingos a verme. Después, de grande, casi con cuarenta años, fui varias veces a ver a mi padre; almorzábamos en su casa, hablábamos de fútbol, de los tambores. Terminé siendo no amigo, pero entendí aquello que decía María Magdalena: “Quien esté libre de culpa que arroje el primer pen drive”. ¿Viste que ahora todo cambió? [Risas]. A todo el mundo le puede pasar que se le complique la vida y deje a sus hijos. Pero si no hubieran estado él y mi madre juntos, yo no hubiera nacido. Así que agradezco eso. Por eso el “De este cielo santo / nació la vida” de la canción. Cuando veo esos pibes sin padre, yo digo: “¡Estás acá! ¡Mostrate valiente, que vos podés!”.
Este Ruben Rada padre, preocupado a los ochenta años por sus hijos, inquieto por si tienen casa, comida, o si están bien, ¿creés que tiene que ver con esa ausencia?
No sé por qué, pero supongo que sí. Soy un tipo que no abandono nunca a mis hijos. Cuando me casé con Patricia, Lucila [hija de la argentina María Vivanco, su pareja anterior] vivía en Argentina y cuando nos fuimos a México ella se quedó en Buenos Aires. Entonces, todos los años la mandaba a buscar y se quedaba con nosotros dos o tres meses. Me moría si no la veía. Cuando estoy en alguna entrevista y me dicen: “¡Che, cómo canta Julieta o cómo toca Matías!”, yo siempre pienso en los tres. Los tres son tremendos, Matías, Lucila, Julieta. Ninguno canta mejor que el otro.
A tus hijos también les dedicaste canciones. A la primera le hiciste ‘Lucila II’ en el álbum En familia (1982), a Matías le escribiste ‘Matías, el nuevo embajador’ en Siete vidas (1987) y a Julieta le compusiste ‘Julieta’ en Montevideo II (1999).
Sí, ese dice: “Llegaste justo, Julieta, / en el momento que el hombre se empieza a complicar”. Lo que pasa es que Julieta nació cuando yo ya era un jovato [47 años]. Imagínate que nunca me pude agachar para agarrar un juguete con ella [risas].
Sé que tenés un disco grabado con todos tus hijos, Lujuma band. ¿Por qué lleva años encajonado?
Sí, se lama Lujuma por Lucía, Julieta y Matías. Es un disco que grabé con ellos, pero Matías dice que no es un disco de ellos, sino un disco mío. Cuando lo terminamos, cada uno estaba en su trabajo, metido en sus proyectos y quedó ahí. Una vez que sacás un disco así, tenés que salir a tocar. El disco les gustó, pero no se vieron identificados. Las canciones son mías, pero le erré al bizcochazo, tendría que haberlos puesto como compositores. No sé. Está ahí, dormido. ¡El día que salga te vas a morir!
Conceptos en tu radar
El estadio.
Fue para mí un sentimiento grande cuando estuve afuera. Yo quería volver a Uruguay tan sólo para ver a Peñarol entrar a jugar en la cancha.
El tambor.
Es la cosa más linda que me dejaron mi padre, que era un gran tamborilero de Ansina, y Chichito Cabral cuando me enseñó algunos golpecitos de conga. Les estoy muy agradecido. El tambor es mi forma de componer. Yo uso el tambor, las mesas, los cajones, las paredes. Siempre estoy tamborileando y componiendo.
Uruguay.
Es lo más grande que hay. Con Hugo y Osvaldo nos volvimos porque estábamos perdiendo identidad. En Estados Unidos, por decirte algo, Sergio Méndez es un artista americano tocando música brasilera, sin embargo es brasilero. Pero Gilberto Gil es un brasileño que va a cantar en portugués a Estados Unidos. ¿Entendés? Yo soy el Negro Rada, que salgo de acá a cantar a Japón o donde sea y a representar a Uruguay. También pensábamos, en Estados Unidos, que estando acá íbamos a ayudar mucho a los músicos nuevos. De hecho, aparecieron los Arnicho, los Ibarburu, y por suerte miles de músicos más.
El honor.
Es lo más importante. Yo tengo la responsabilidad de defender a Uruguay y cuidarme, como uruguayo y como negro. Soy uno de los negros más conocidos en el Río de la Plata. Pero, como decía mi madre, “un negro la caga a la entrada o la salida”. Vos te podés portar bien toda la vida, pero te tirás un pedo en televisión y dicen: “Cosa de negros”. Eso le pasó a Monzón, a Galíndez, a Maradona, todos negritos. Me cuido mucho. Me he mandado muchas cagadas en los micros con los muchachos de viaje, pero en el escenario no me olvido jamás de que represento a mi país.
La vergüenza.
La sigo teniendo cuando subo al escenario. Me preocupan siempre las dos primeras canciones. Si la gente sale a bailar me tranquilizo, pero si se queda quieta me muero de vergüenza. En Japón, di un concierto de hora y media y estaban todos de tapaboca, quietitos. Imaginate. En las últimas tres canciones –aunque no querían por una cuestión cultural– pedí que prendieran las luces. Nos habíamos aprendido unas palabras en nipón y los hicimos bailar. Arrancaron “Moto, moto” (otra, otra) y les tocábamos otra [risas].
La muerte.
La muerte me está llegando. Me preocupa que las balas piquen cerca.
Pero ya te picaron cerca varias veces. Tuviste tuberculosis, cáncer y hasta un accidente vial que te podría haber costado la vida.
Lo que pasa es que se están yendo muchos amigos, más jóvenes que yo. Sólo por mencionarte un par: Osvaldo Fattoruso y Beto Satragni. Eran dos chiquilines. Me da una pena tremenda. Buscaglia, otro; el gordo [Enrique] Rey, Panchito Nolé, Caio de los Shakers, a quien fui a ver al Maciel. Los llevo siempre en mi corazón. A veces prefiero ni escuchar. Voy más a los velorios que a los cumpleaños.
La suerte.
Tuve la suerte de haberme salvado muchas veces, como dijiste. Fijate que tuve un accidente terrible en la esquina del cine Premier, por saludar a mi hermano, crucé la calle y un auto me atropelló. Me hundió el cráneo. Estuve varios días en el Hospital de Clínicas. Ahí pensé que me pelaba.
La canción.
La canción es lo que hace al artista. Podés tener la mejor voz del mundo, pero si no tenés la canción que le llegue a la gente estás liquidado. Es muy importante la canción. ¿Cuántos artistas hay que cantan una sola y con eso trabajan toda la vida?
¿Te obsesiona la canción perfecta?
No, para nada. Hay cosas que canto mal y le pregunto a Monte: “¿Tiene swing? Bueno, dejala así”. Si me critican, mejor. No me importa.
Radeces
Rada tiene una virtud compositiva difícil de igualar. Su cabeza está llena de melodías, arreglos y orquestaciones. A lo largo de su carrera, ha compuesto un enorme repertorio de celebración, pero también de denuncia, de reflexión, de amistad, de llamado a la equidad, sin perder jamás la identidad cultural de este lugar del mundo.
Descubrió la facilidad de hacer canciones tras escuchar la simpleza musical de ‘Love me do’, esa pegadiza canción que los Beatles publicaron hace ya sesenta años en su álbum debut. Sin embargo, entendió lo que significaba la armonía musical después de que Hugo y Osvaldo Fattoruso lo incitaran a escuchar los arreglos instrumentales en época de los Hot Blowers, el grupo Dixieland que integraron en los años sesenta junto con Cacho de la Cruz, Paco Mañosa, Ringo Thielman y Bachicha Lencina. Rada cantaba engominado bajo el seudónimo Richie Silver.
Ruben ha compuesto canciones en la ducha, de camino al almacén, de trayecto al estudio o de regreso a casa. Una de sus más célebres canciones es ‘Las manzanas’, el tema que compuso por Carlos Roxlo, en el trayecto de 18 hasta la Rambla, y que presentó minutos más tarde en la Musicación que Mateo, Buscaglia y compañía tenían programada en el Teatro El Galpón.
¿Es verdad que en tus canciones si la letra no surge casi en simultáneo con la melodía las abandonás?
Sí, las dejo. Nunca demoré más de dos horas para hacer una letra.
¿Y eso por qué? De hecho, tenés una enorme facilidad, una “buena lapicera”, como dice Hugo Fattoruso.
Me aburro. Me gusta sintetizar. Yo no soy un compositor. Soy más bien como un sonero. Ese que dice: “A las doce murió el señor no sé cuánto”… Soy un tipo que cuenta historias. Fijate que en una canción yo puedo no decir nada, como ‘Candombe p’al Fatto’: “Tararira lala lala lirareré, / dicen que doña Juana con Don José”. ¿Quién dice? Es rarísima. “Tararira lalá reré, tararira lalá reré/ dicen que todos se ríen cuando comentan en el café”. ¿Me entendés?
Pero es tremendo tema ¿Por qué decís que no sos un buen compositor?
Porque no soy buen letrista. Algunas zafan: ‘Malísimo’ tiene una buena letra, ‘Biafra’, ‘Dedos’, ‘Quién va a cantar’, o una canción divina que se llamaba ‘Melanco’. Decía: “Pasa el tiempo y uno crece, / los recuerdos desvanecen. / Pero hay cosas que se pegan / como arena y más. / El repique de mi padre, / la sonrisa de mi madre / que la veo dibujada en todo el Uruguay. / En mis recuerdos siempre tocan, / en mis tambores siempre tocan, sin parar”. Esa hablaba de Uruguay, de mi madre, todo… Nombro a Peñarol, incluso a Joya y Spencer.
Quién va a cantar, ¿y tocar?
Desde su dupla compositiva con Eduardo Mateo en El Kinto, con Eduardo Useta en Totem, con Hugo Fattoruso en Opa o con quien se afiliara para traducir sus canciones en el recorrido solista (Manolo Guardia, Julio Frade, Daniel Homer, Ricardo Nolé, Andrés Arnicho o Gustavo Montemurro) Rada ha desarrollado técnicas distintas en cada caso para orquestar sus melodías.
A lo largo de tu carrera has tenido al lado grandes maestros, que han interpretado tus composiciones y hecho los arreglos para las distintas bandas. ¿Con quién lograste mayor entendimiento?
Con todos. Son muy distintos. Con el primero que compuse fue con Mateo, después con Manolo Guardia, con Useta, con Hugo Fattoruso. Hice mucho con Ricardo Nolé, y después con Daniel Homer, Andrés Arnicho y ahora con Montemurro.
Pero la dinámica de trabajo ha sido diferente en cada instancia. Hoy pasás horas con Montemurro, con quien trabajás desde mediados de 2000. ¿A todos les “comiste la oreja” de igual forma?
[Risas]. Bueno, no. Ahora estoy horas con el Monte. Yo digo que encontré a la persona indicada para romperle bien las bolas y que lo acepte [risas]. Es que soy muy ansioso, quiero hacer todo rápido. Voy al estudio y canto, toco. Hay veces que quiero meter algún arreglo de violín y Monte me dice: “Bueno, vamos a llamar algunos violines”. Pero no puedo esperar. Hago que los demos suenen con lo que hay. Después, hasta suenan mejor que el disco.
Rada tiene más de una treintena de álbumes publicados, desde su debut solista, Rada (1969), hasta el más reciente, Con ayudita de mis amigos (2023). A ese número hay que agregar lo hecho junto a El Kinto, Totem, Opa; sus trabajos junto Mateo, Nebbia o Fattoruso, más las publicaciones de Rada para niños. Sin embargo, la usina no descansa, de hecho se podría decir que los últimos años Rada encendió la caldera de producción a toda máquina.
Para entender esa exuberancia creativa, sumamos a la conversación a Gustavo Montemurro, Andrés Arnicho, Daniel Homer y Ricardo Nolé.
Con Montemurro, Rada grabó el primer Rada para niños, Fan: pa’ los amigos, Confidence, Amoroso pop, Tango, milonga y candombe, Allegro, Confidence 2: la película, Negro rock, As noites do Rio / Aerolíneas Candombe y varios más que aún no se han editado. Gustavo es también compositor de algunas piezas como ‘Juanita la melodiosa’. Ambos llevan adelante el estudio de grabación Las Manzanas desde hace casi dos décadas, donde desarrollan múltiples proyectos de la estructura familiar.
Nos cuenta Montemurro: “Acá hacemos, fundamentalmente, los discos de Rada. Desde Amoroso pop a Tango, milonga y candombe, pero también discos de Julieta, cosas de Matías o Lucila. Todo lo que sea de la familia Rada se hace ahí. Todo lo que se ha hecho en los últimos diez años. Hace unos cuatro años que integro su banda, pero toco con él desde hace mil años, cuando armamos aquel Botijas band. Con Ruben trabajamos de lunes a viernes, de 14.00 a 20.00 horas todos los días desde hace veinte años. A Rada lo veo más que a mi familia. Tenemos cuatro discos terminados en un cajón, esperando que el tiempo pase. Rada es mucho más rápido que el tiempo natural de las discográficas. Hay un disco con los hijos que debe tener ya siete años terminado. Se mezcló en Buenos Aires y masterizó en Estados Unidos. Es tremendo disco de canciones nuevas. Después, está la otra parte de Negro rock, el disco que sacó en 2019. Ese disco es doble y son otros diez temas más. La segunda parte espera su tiempo. Pero, además, tiene un proyecto latino y otro que se llama Rada’s Funk. Ahora estamos en otro que es más difícil de definir. No para, todos los días trabaja”.
¿Cómo es la dinámica compositiva y de producción que mantiene contigo?
Montemurro: Yo con el piano transformo todas las ideas que él tira. Él dice: “Me imagino este ritmo”, y yo con las máquinas intento seguirlo. Me tira líneas de bajo, melodías, lo que sea. Yo participo como una herramienta de transformación de sus ideas a algo instrumentado. En la armonización de las melodías participo un poco más. Pero él, musicalmente, me canta todo, las trompetas, el trombón, todo.
¿Todo eso que Rada tiene en su cabeza finalmente coexiste en la partitura? ¿Tiene sentido?
Montemurro: Él me demostró que nada está mal, porque canta un montón de cosas que teóricamente no están bien. Yo digo: “Esto no va a andar; estamos sobre un acorde mayor y mete una tercera menor y qué sé yo”. Al final, todo suena bien. El hecho de no tener formación teórica le da una libertad absoluta que yo no tengo porque estudié. Él tira cualquier fruta y está bien, creo que ahí está la magia de su creatividad. No tiene ninguna atadura de ningún tipo.
Además de trabajar con Rada desde hace décadas, sos pianista estable en su banda. Del mismo modo, hace años que tocás con Jaime Roos, otra celebridad musical nacional. ¿Cómo son uno y otro?
Montemurro: ¡Son totalmente opuestos! [Risas]. Jaime ensaya mucho y busca un nivel en el que todo sea un Rolex. Su expectativa es lograr la repetición. O sea, después de que está aprendido, ir a más. “¿Ya lo sabemos? Bueno, ahora vamos a tocarlo, ablandarlo”. ¿Viste esa cosa que cualquier banda logra luego de una temporada de shows? Jaime la logra en los ensayos: el ensamble, la fluidez, el swing. Luego de tener toda la data asimilada, buscamos el mayor swing posible, el tempo de la canción, la intención de cada parte. Rada, por su música y su propuesta, deja más cosas libradas a los músicos y la interpretación, deja más tiempo en los solos, no están tan contados. Además, decide cosas en vivo: detiene a toda la banda, hace levantar a la gente y manda un solo, quizá, que ni siquiera estaba planificado. Rada en vivo es impredecible; le gusta eso, le divierte. Te tiene entrenadito y dispuesto a lo que vaya a pasar. Por supuesto que ensaya y todos sabemos la canción, pero es otra cosa. Le gusta dirigir ahí y su show nunca va a ser igual a otro. Con Jaime, vos podés ver un show ahora y ver otro la semana próxima y son casi exactos. Rada tiene una impronta más jazzera, más de Opa, y la mantiene.
Uno de los maestros musicales con los que Rada trabajó durante más tiempo fue Andrés Arnicho. Junto con él estuvo toda una década, desde 1997 a 2007, una de las etapas de mayor popularidad en su carrera, tras regresar a vivir en Uruguay.
Dice Rada al respecto: “Andrés Arnicho tiene una facilidad enorme para armonizar. Con él hicimos Black, Miscelánea negra, Richie Silver, ‘Cha-cha muchacha’, ‘Alegre caballero’, más (salvo el primero) todos los discos de Rada para niños”.
Pero a diferencia de Montemurro, a Andrés Arnicho no lo agarrabas toda una mañana para cantarle los arreglos.
Rada: Es verdad. Él trabaja distinto. Yo le cantaba los arreglos y después me iba. Él necesitaba estar solo para armar todo. Lo hizo muy bien.
Arnicho: Sí, es cierto. Ahí hay una cuota que tiene que ver con mi forma de trabajo. Yo necesito masticar las ideas, y ordenar el material. Necesito madurar las ideas para sentir que están bien, que fluyen.
¿Cómo era la dinámica que utilizaban para trabajar?
Arnicho: A veces traía sólo la melodía; otras, venía con la melodía y los arreglos. Cuando llegábamos a la idea, maquetábamos, escuchábamos e íbamos proponiendo. Él siempre traía una cosa muy clara. Por lo menos a mí me sonaba muy clara. Lo que pasa que es un generador, una usina constante, está tirando ideas todo el tiempo. A veces, ese era el problema [risas]. Las ideas había que ponerlas en fila y Rada no para, le da para adelante todo el tiempo.
Durante sus primeros tiempos en Buenos Aires, a principio de los años ochenta, Rada conformó distintos proyectos de banda. El primero fue SOS, junto al saxofonista uruguayo Fino Bingert, con el maestro Héctor Ceravolo en arreglos y teclados. El segundo fue La Banda, que tenía al pianista Jorge Navarro en dirección musical. Y el tercero fue La Rada, en el que la dirección quedó en manos del guitarrista Daniel Homer, quien ya había sido invitado en el proyecto anterior.
Recuerda Homer: “Me sentí un privilegiado cuando fui convocado a participar en la grabación del disco de La Banda, y más cuando Ruben me propuso ser integrante como guitarrista y arreglador. Eso fue la frutilla del postre, sin dudas. Ruben es muy generoso y siempre me dio amplia libertad para los arreglos. El trabajo con él fue lo más relevante, pues en cada encuentro hubo hermosos momentos de aprendizaje y mucha alegría”.
Durante buena parte de los años en que Rada estuvo radicado en Argentina, el uruguayo Ricardo Nolé (hijo del pianista Panchito Nolé) fue el maestro musical que interpretó sus ideas. Por aquel entonces, Rada no era tan omnipresente y Nolé, además de los arreglos, participaba activamente también de la parte compositiva. Trabajaron juntos desde 1982 hasta 1991 y grabaron los álbumes En familia, En vivo en Obras, Adar Nebur, La yapla mata, Siete vidas, Pa’ los uruguayos, Terapia de murga, Concierto por la vida y Rada & Nebbia.
¿Cómo recordás el trabajo junto a Ricardo Nolé?
Rada: Ricardo es igual que yo, ansioso. No teníamos máquinas en aquel tempo. Había que recordar lo que hacíamos. Él tocaba el piano, yo anotaba la letra y después no nos acordábamos ni cómo era, perdimos muchas melodías. A veces él anotaba en partituras, a veces no. Aquella es una de las bandas que más respeto y quiero: Ricardo Nolé, Ricardo Lew, Beto Satragni y Osvaldo Fattoruso.
Nolé: Yo estaba viviendo en Europa desde 1979 y en enero de 1982, volví para volver [risas]. Hacía tres años que no veía a mi familia y llegué de visita. Pensaba estar unos cuatro meses entre Argentina y Uruguay porque había mucho trabajo en Europa para un pianista profesional. Pero a quince días de estar en Buenos Aires fui a ver a Rada en el Teatro Margarita Xirgu y cuando lo saludé me dijo: “Voy a armar una banda nueva porque Jorge Navarro, el tecladista de Djaván, se va del grupo. Si te quedás, lo hacés como pianista y arreglador”. En ese momento entraban Beto Satragni, Osvaldo Fattoruso, Ricardo Lew y dije: “¡Claro que me quedo!”. Nunca más volví, me quedé diez años de corrido; no paramos.
¿Cómo fue trabajar en aquel difícil contexto? No sólo imperaba una dictadura, sino que además acababa de estallar la guerra de Malvinas?
Homer: El trabajo con la música se volvió muy difícil, aunque por suerte existían lugares como La Trastienda, Bar Latino, Jazz & Pop y el Teatro de la Cortada. No mucho más.
Nolé: Tocábamos todos los viernes en el viejo Jazz & Pop de Buenos Aires, un boliche mortal, y lo que pasaba dentro no tenía nada que ver lo que sucedía afuera. Yo me pasé toda la guerra de Malvinas ahí; adentro había otra realidad. Ahí se armaron temas para el disco En familia que estaban buenísimos.
¿Ricardo fue quizá el más compositor de los maestros con los que trabajaste?
Rada: Sí, él es compositor de varios temas. Nolé creaba cosas. Andrés, Monte, son más de ejecutar.
Arnicho: El show de Rada en el Stella fue uno de mis primeros conciertos que vi cuando era niño; me llevó mi tío Luis Arnicho y me voló la cabeza. Me acuerdo de que el pianista era Ricardo Nolé y la banda era increíble, con Lew, y Osvaldo Fattoruso. Creo que el bajista esa vez era Urbano. Para mí era totalmente nuevo. No había espectáculos en vivo de ese tinte.
Montemurro: Ricardo es un gran maestro. Yo me mataba con los discos de Rada, y los arreglos de Nolé son mi época favorita. Lo de Opa fue tremendo porque estaban los Fatto y había mucha data, más allá de Ruben. Aquella conjunción era kriptonita. Pero Nolé era un jugador clave en aquel proyecto posterior; lo que toca es increíble, es consagratorio. Lo admiro, es un maestro.
¿Cuál era la dinámica de composición y producción que sostenían con Rada?
Nolé: Rada me cantaba los temas haciendo percusión en una banqueta. Yo empezaba a poner los acordes y armar los temas. Hay muchas canciones a las que les hice la introducción y otras las hacíamos juntos. Había que darle forma. El disco en el que más trabajé es Pa’ los uruguayos. Con el grupo de Rada de ese momento yo podía escribir lo que fuera porque sabía que lo podían tocar. Escribí mucho en ese disco, temas como ‘Me pa’, ‘Creador de ilusiones’, ‘Plácido Rada’, ‘Candombe para Bob Marley’, ‘Don’t stop candombe’. Esos temas los trabajé mucho.
¿La ansiedad que te genera la música es por las expectativas que ponés en juego?
Rada: No, cuando me meto en el estudio compongo para grabar un disco, no pienso en tocar ni en cómo lo tomarán. Porque muchas veces ves el cielo con la música y después no pasa nada. Por ejemplo, en los años ochenta, yo estaba desesperado por hacer un tema comercial para vender discos e hice ‘La mandanga’ [Adar Nebur, 1984]. Y no pasó nada con ‘La mandanga’. La única suerte que tuve fue que Moria Casán, en un programa que tenía, cantaba: “Se come la banana, se come la banana” y al final cobré como catorce mil dólares en Agadu por eso.
Con esa canción hay una anécdota muy curiosa. ¿Es verdad que en el show te tiraban bolsitas de cocaína al escenario?
Rada: Sí, yo no sabía qué era la mandanga y parece que en Colombia era la cocaína. La anécdota pasó en el parque de juegos en las afueras de Buenos Aires, luego de que habían cerrado el Italpark y reinaugurado en las afueras. Me tiraban bolsitas al escenario y yo las pateaba para abajo de vuelta, hasta que Beto Satragni vino y me dijo: “Usted toque, no se preocupe; deje de estar pateando las cosas” [risas]. Y después levantaban todo.
¿Nunca te dio por la cocaína?
Rada: No, nunca.
¿Por miedo o respeto?
Rada: Soy miedoso, sí. La marihuana, me gana [responde risueño jugando con la rima]. Si estoy en una reunión y surge, doy una pitadita. Puedo componer y joder, pero no puedo subir al escenario porque puedo decir cualquier disparate. Fijate que una vez fuimos a tocar al Teatro Solís y no sé quién fue que me convidó una pitada y fue un desastre. El show era para gente con discapacidades. En un momento llegó ‘La mandanga’ y para agitar grité: “¡Aplaudan con lo que puedan!” Un desastre, casi me muero. Nadie me dijo nada, de hecho ni sé si lo notaron, pero yo me quería matar. Fue una vergüenza.
Si bien aquellos años en Argentina fueron de mucho trabajo y un enorme desarrollo musical, con una veta jazzística y candombera muy fuerte, Rada no logró la estabilidad laboral que buscaba. Tanto fue así que a principios de los años noventa decidió emigrar con su familia a México y probar suerte como percusionista de la cantante peruana Tania Libertad y compositor de canciones para productoras musicales.
Recuerda Nolé: En 1989, en la última gira larga que hice con Ruben, estuvimos dos meses en Escandinavia. Lew no podía venir porque estaba trabajando con La Banda Elástica y vino Hugo Fattoruso. Rada, Hugo y Osvaldo Fattuso, Beto Satragni, yo y Daniel Báez como sonidista. Tocamos en un festival de jazz en un pueblito de Noruega que no tenía más de diez mil habitantes, estaba Chick Corea, Marc Johnson, Peter Erskine y John Abercrombie, estaba Mingus, Jimmy Smith cuarteto, todos los que imagines. Me acuerdo de que después de que tocáramos dos noches consecutivas vino el productor del festival y le dijo a Rada que junto con Chick Corea & Akoustic band habíamos sido el top del festival. Ahí le dije, ‘Negrito, se nos dio. Ahora estamos con un pie en Japón’. Pero después la cosa cambió. Volvimos a Argentina, donde siempre es todo un despelote. Había superinflación, no había casi trabajo y nos pegó una realidad totalmente distinta a la que habíamos vivido en aquella gira. Rada se fue a México porque ya no tenía trabajo ni aquí ni en Argentina”.
En México, Rada permaneció cuatro años, hasta que surgió la posibilidad de grabar en Estados Unidos el álbum Montevideo (1996) y la tan ansiada chance de presentarlo en Uruguay. La oportunidad sirvió para quedarse y finalmente echar raíces, así que empezó a pergeñar la sustentabilidad musical. Si bien Montevideo, disco de reversiones de su carrera –donde Rada tributa además a referentes como John Lennon (‘Lovely John’) y Carlos Gardel (‘Candombe para Gardel’)–, obtuvo el disco de platino por ventas, no era suficiente para el sostén familiar. En ese momento Rada contactó al músico y productor Cachorro López (ex bajista de Abuelos de la Nada) con quien desplegó las ideas de Quién va a cantar (2000). El resultado fue una bomba sonora que otorgó visibilidad y una proyección comercial que hasta entonces Rada no había tenido en más de treinta años de carrera.
Rada cuenta sobre ese encuentro: “Cachorro me dijo: ‘Vos mandame las canciones, pero quédate allá, no vengas’. Se las presenté con una guitarrita y un tambor. El tipo se fue a Miami y armó todos los arreglos. Fijate que ‘Cha-cha muchacha’ es rarísima, la letra arranca ‘Aparte de ti, tu boca’, como si estuviera ya empezada”.
Y agrega Arnicho: “Cuando apareció el máster de ‘Cha-cha Muchacha’, nosotros estábamos aún en el proceso de grabación el disco Quién va a cantar. El tema se mezcló antes. Me acuerdo de que todos en la banda hacíamos chilena de felicidad. El tema fue el que dijo Cachorro que era la punta de la flecha. Se gastó una guita importante para mezclar afuera, en Miami, con el mismo que mezclaba a Shakira [César Sogue]. Recuerdo que cuando lo escuchamos la calidad de audio nos impactó enormemente. El tema es divino, además. Lo toqué millones de veces con Rada. La gente siempre hizo chilenas con el tema y eso está bueno, es algo muy noble. Visto desde el lado del proceso creativo, cuando se llegó a ese nivel fue increíble. Tengo un muy buen recuerdo de esa época en la que Lea Bensasson trabajaba con él.
En esa producción, Cachorro López quita todos los “vicios” de Rada: introducciones eternas, piruetas vocales, solos instrumentales. Depura la canción hasta una estructura muy diferente al formato jazzístico.
Montemurro: Siempre me hace la broma de que se habían puesto “Qué chorro López” y “Ruben Roba” [risas]. Esos dos, que hacían discos para hacer plata. Para mí esos álbumes están mortales y siempre es Rada. El concepto de hacer música más comercial no quiere decir que hiciera música de mala calidad, sino música sin tantos solos e introducciones eternas, arreglos y parafernalia. Es más comercial el enfoque, pero no porque esos discos sean grasas. Él tiene esa sensación, pero es porque es su cabeza. Para mí están alucinante esos discos.
Arnicho: Como consumidor, siempre escuché eso en los discos de Rada: la chispa de las canciones. Sus estribillos, sus letras pegadizas, son contenidos que contagian rápidamente. Son muy simples de entender emocionalmente. Para mí, Rada siempre tuvo una punta muy fuerte de esa flecha. El disco Black (1998) con aquel ‘Loco de amor’, que trabajó Carlos Villavicencio, es una locura musicalmente. Grabé ese disco en Circo Beat y las partituras eran millones de hojas. Era una obra muy compleja. Hay que volver a escucharlo, hay mucha data. Y ‘Cha-cha muchacha’ es igual. Cambió un poco el perfil, se simplificó, pero ojo, hay que escucharlo también.
Nolé: Lo que hizo con ‘Cha-cha muchacha’ está muy bien. No importa si es comercial, lo importante es que es musical. Hay veces que hay mucho prejuicio desde el músico académico o de jazz, que tiene cierta aversión a lo comercial. He hecho tanta cosa en mi vida para hacer esto, como músico de sesión, que ni te digo. En los años sesenta acompañé con el piano a todo el mundo, hasta a Chico Novarro. La música comercial tiene muchas facetas. Los Carpenters, ¿era una banda comercial? Sí, pero tenía una musicalidad tremenda. Luis Miguel, ¿es comercial? Sí, pero es impresionante. Eso es lo que importa. Miles Davis tenía una frase maravillosa: “No porque mi música llegue a más cantidad de público significa que sea de menor calidad”. Es eso. Con Rada pasó eso. Aunque no son lo mismo ‘Cha-cha muchacha’ que ‘Afroadicto’ o ‘Me pa’, tienen el mismo valor.
En algún encuentro contigo, en confianza, Rada se justificó y te dijo: “La música ya la hicimos”, ¿es verdad?
Nolé: Sí, eso me lo dijo en 2004, cuando fui tocar a la Zitarrosa con Osvaldo Fattoruso y Beto Satragni. Me acuerdo de que Rada fue a escucharnos y lo invitamos a cantar un tema. Le dije: “Supongo que con ‘Cha-cha muchacha’ finalmente habrás hecho mucha guita”. Y me respondió: “Gracias a esto pude comprarles una casa a mis hijos, comprarme un apartamento. La música ya la hicimos, ahora necesito vivir”. Es totalmente entendible. Cuando los proyectos son más sofisticados se complica mucho más.
Todo el tiempo de bailar hasta que muera
Desde entonces han pasado ya muchos años y decenas de discos: de rock, pop, tango, milonga, candombe, jazz, bossa, e incluso música para niños. Rada es tan diverso que para él no es suficiente un género dentro del cual componer, los necesita todos.
Publicás, por lo menos, un disco por año. De hecho, hoy tenés cuatro álbumes encajonados. ¿Cuál es la razón? Vas más rápido que la industria.
Pienso que el sistema de un disco por año es muy largo. En Uruguay, vos sacás una canción y a los meses ya tenés gente que te pregunta cuándo sacás una nueva.
Está bien, pero la industria tiene un proceso de promoción, difusión, que necesita tiempo.
Sí, claro. La industria necesita tres simples para posicionar el disco. Con Quién va a cantar sacamos ‘Cha-cha muchacha’, ‘Muriendo de plena’ y ‘Quién va a cantar’.
Pero ¿qué es lo que Rada necesita? Dejemos la industria de lado.
Si los amigos de Spotify me dejaran, grabaría dos o tres canciones por semana. No discos, sino canciones, como hacíamos antes, cuando sacábamos el simple con dos canciones. Mi intención es dejar algo, y si dejo algo que nunca salió, mejor.
Pero tenés una obra enorme, con decenas de discos.
Sí, sí, pero si dejo siete u ocho discos sin publicar, de cada disco hay cantidad de canciones que pueden ser un éxito. Aunque yo no esté.
Estás pensando en el padre que deja más garantías a sus hijos.
Sí, a mis hijos y mis escuchas. Imagínate si Gardel hubiese dejado canciones inéditas. Sale un tango inédito de Gardel hoy y te arranca la cabeza.
Debés tener carpetas de inéditos.
Sí, carpetas, de canciones serias, en joda, de música para niños, de todo.
¿Te preocupa irte temprano? Acabás de cumplir ochenta años cantando y bailando.
Sí, pero son ochenta. Tengo hipertensión, un stend, soy gordo, tengo diabetes, tomo T4 para la tiroides, tengo problema en los huesos y el estrecho está muy chico y aprieta la columna. Tengo de todo. [Risas]. Cuando termina La voz kids, al momento de pararme, doy lástima.
¿Sos del plan Elton John y su gira de despedida o más del corte Bob Dylan y su Never Ending Tour (la gira interminable)?
No, posiblemente no haga tantos shows dentro de un tiempo. Físicamente no voy a poder. Lo que me queda es el estudio, componer y componer.