Por Carlos Dopico.
Con más de setenta conciertos con su banda, No Te Va Gustar (NTVG), y al menos unos treinta con su proyecto en solitario, EMI, Brancciari se prepara para lo que será la ronda de festejos del próximo año. En 2024 el almanaque le garantiza una enorme actividad, con una nueva gira mundial y un agasajo prolongado. Se cumplen tres décadas desde que junto con Pablo Chamaco Abdala, Mateo Moreno y Gonzalo Japo Castex, entre las horas puente del Liceo 10 de Malvín, fundaron No Te Va Gustar. Por entonces promediaban los dieciséis años y nadie remotamente podía imaginar la carrera que comenzaban a desplegar. “Éramos muy curiosos y queríamos absorber todo; estábamos ávidos de aprender de todo el mundo”, confiesa el músico y compositor sobre aquella época temprana.
Para celebrar el aniversario, proyectan recorrer América del Sur, Europa, retornar a algunos países de América Central y volver a Estados Unidos, donde hace más de una década los sorprendió la tragedia con la muerte del tecladista Marcel Curuchet. “En aquel momento estábamos distraídos con un montón de estupideces. A partir de ahí empezó un cambio claro en nosotros, solamente prestar atención a lo importante”, advierte con determinación Brancciari.
Entre otras grandes paradas, en 2024 tendrán el retorno al estadio de Vélez Sarsfield en Buenos Aires, donde casi una década atrás tocaron dos días consecutivos, nada menos que con Hugo Fattoruso y Charly García de invitados. “Él estaba tan emocionado de tocar con Hugo que no se quiso ni quedar en el camarín”, relata Emiliano sobre el ídolo argentino y su fanatismo por el ex Shakers.
Al momento de la charla, Emiliano regresaba de varios shows en Argentina y se preparaba para las últimas fechas del año, entre otras la del cierre en el Solís de su gira solista. En medio de la pandemia, y tras la grabación de Luz, el décimo álbum de NTVG, Emiliano había aprovechado el envión compositivo para dar forma a su debut en solitario. Cada segundo dura una eternidad es el título de ese primer trabajo a distancia de su histórica banda, con el que ya recorrió la región y distintos escenarios de Uruguay. “Tenía muchas ganas de componer y eso no me había pasado nunca.Siempre que grabamos un disco quedo atomizado de tanto ruido, tanta música, tanto todo… Pero esta vez seguí con ganas de componer”, reconoce el entrevistado. El álbum se grabó en Nueva York junto con un reconocido puñado de sesionistas y una vez publicado Emiliano conformó una banda local para defenderlo. Lo acompañan el bajista Enrique Checo Anselmi, Luisina Isnardi y Gonzalo Vivas en guitarras, la tecladista Lucía Romero y el baterista Chamaco Abdala.
Sobre su forma de componer, el impulso de su repertorio solista, las referencias tempranas, las responsabilidades al frente de una empresa artística como NTVG, la apuesta por conquistar nuevos mercados, los amigos o la estrategia para defender la canción es que va esta charla con Dossier.
El concierto en el Teatro Solís es un cierre de lujo para este debut solista, ¿cómo lo vivís?
La verdad es que estoy súper contento. Está buenísimo cuando das toda la vuelta y venís con un show afianzado y bastante recorrido. Yo había comenzado la gira en febrero en La Trastienda, y fue todo un experimento, porque con algunos jamás había tocado. Fue maravilloso, se armó un grupo relindo, tanto musical como humano. ¿Viste cuando tenés esa corazonada de elegir a la gente correcta? Así fue. Vamos a agregar alguna cosita que no estábamos tocando. Estuvimos grabando cuatro temas nuevos hace unas semanas, con [el músico, compositor y productor argentino] Nico Cotton. Tres de esos ya los veníamos tocando, aunque son canciones inéditas, pero una la tenía en el teléfono, la había compuesto hace unos meses. De esta última no tenía ni maqueta.
Alguna de estas canciones ¿eran “descartes” de NTVG o fueron parte de la nueva camada de composiciones?
Las primeras tres son canciones que compuse en su momento y que NTVG no tuvo en cuenta. La última es nueva.
Imagino que así como estaban estos tres “descartes” de NTVG, debe de haber todo un cajón.
Sí, hay un montón. De hecho, NTVG grabó varias de esas que ahora estamos sacando con invitados. Este año editamos un tema de Titás (‘Comida’, junto con el brasileño Johnny Hooker), pero luego grabamos otras nuestras: una que se llama ‘Yo sabré qué hacer’, con Vetusta Morla –había quedado fuera de Suenan las alarmas–, ‘Algo me dice’, que grabamos con Enjambre –había quedado fuera de Por lo menos hoy– y nos quedan dos más por publicar. Una de esas será con Zoe Gotusso y otra con Leiva. Con Leiva vamos a grabar dos, también una de él.
Esos temas van a ser solamente simples subidos a plataformas, pero nunca parte de un disco.
Claro, porque el año próximo es la gira de los treinta años y si sacábamos un disco nuevo lo íbamos a opacar. Contra eso no podemos ir. Vamos a dar la vuelta con la gira aniversario y luego sí, vendrá disco nuevo.
¿Esas canciones quedaron fuera de NTVG porque no entraban conceptualmente o porque se pisaban con otras que estaban trabajando en una línea similar?
Sí, exacto. O conceptualmente no entraban o peleaban en el mismo rubro con otra canción, o a nivel género o la letra pasaba por un lugar cercano. Obviamente, tocadas por otros músicos y de otra manera, y producidas de vuelta, son otras canciones.
Luego de casi treinta años y diez discos con la banda (más compilados y registros en vivo), ¿cómo fue el proceso de lanzarte en solitario y generar un nuevo repertorio? ¿Necesitaste un encuadre sobre el que trabajar o, por el contario, en esta etapa te estimulaba librarte de pautas y preceptos?
Definitivamente la segunda opción. Pero se dio solo. No estaba en mi mente ni mi radar. Nunca había pensado en desarrollar un proyecto paralelo a la banda. Pero pensaba en esas canciones que quedaban afuera, quizá nunca nadie las iba a escuchar, o si mostrábamos las maquetas en algún momento… No sé. Nunca proyecté algo real, con fecha, por fuera de NTVG. La banda tampoco me daba tiempo para hacerlo. Se dio solo por el contexto. La pandemia hizo que la banda siguiese parada luego de grabar Luz (publicado en mayo de 2021) durante un año más. Yo seguí en el mismo ritmo, componiendo en mi casa de Playa Hermosa. Tenía el estudio armado y seguí haciendo maquetas. Ahí fue la primera vez que me quité el compromiso de componer para la banda, porque recién habíamos grabado; estábamos llenos, recién comidos. ¿Qué iba a hacer, seguir componiendo para la banda?
¿Ya te había pasado eso de terminar de grabar y seguir componiendo? Parece un proceso bastante extenuante.
¡No me había pasado nunca! Siempre que grabábamos un disco quedaba atomizado de tanto ruido, tanta música, tanto todo… Pero esta vez, seguí con ganas de componer. La pandemia fue muy particular. En mi caso fue, por momentos, un espacio súper reflexivo, de cosas distintas, de sentimientos nuevos. Estaba con la guitarra y seguía. No me importaba si tenía que haber una batería o si en esa parte la gente iba a saltar en un estadio, porque eso siempre lo tenés en mente. Cuando compongo para la banda, la imagino siempre tocando. Siempre, salvo pequeñas excepciones, imagino las canciones sonando en vivo. En este caso no me imaginaba nada… Iba grabando cosas pero sin proyectar. Se fue generando un puñado de canciones que me prendieron la chispa de grabarlas y tener un proyecto que completara toda una parte musical, que quizás en NTVG no tengo.
Gabriel Peluffo [vocalista de Buitres] confesó hace unos días que para él la pandemia había sido tiempo muerto. ¡Para vos fue todo lo contrario! Grabaste un disco con la banda y generaste repertorio para grabar tu debut en solitario.
Sí, para mí fue todo lo contrario. Claro que me faltaba eso que amo que es tocar en vivo, estar con mis compañeros y viajar… pero me dio un montón de cosas. Un poco de relax, de bajar un cambio; estar en mi casa y tener un hogar por tiempo prolongado; conectar con mi hijo en tiempo real, o cambiar hábitos.
¿Como cuáles? ¿Qué transformaciones lograste implementar?
La alimentación, sin ir más lejos. Cuando estoy de gira estoy casi todos los días tomando alcohol, por ejemplo. Comés con mucha gente y tan sólo eso ya es distinto. Cuando estoy solo me cuido mucho más. Tenía dos caminos. Pensaba: “¿Qué voy a hacer, me dedico a comer y chupar?”. Eso casi lo tengo en mi vida cotidiana, entonces fui por el otro lado. Empecé a hacer más deporte. Hubo cosas personales positivas, más allá de todo lo que estaba pasando.
El título del álbum, Cada segundo dura una eternidad, va en consonancia con una larga inquietud personal (como el tema ‘Ese maldito momento’ o el disco El tiempo otra vez avanza), pero que también han manifestado otros artistas locales. Desde Jorge Drexler (12 segundos de oscuridad, Tinta y tiempo) a Eduardo Mateo (La máquina del tiempo) pasando por Fernando Cabrera (El tiempo está después), el tiempo ha sido una referencia constante. ¿Cómo vivís el transcurso de las horas y el inevitable hecho de envejecer?
El nombre del álbum tiene que ver con ese tiempo que no avanzaba, a veces de reflexión, a veces de angustia, de no saber qué iba a pasar, si íbamos a volver a trabajar, de las noches de insomnio; ese sentimiento común de ansiedad y de querer que amaneciera pronto.
Cargabas además con la responsabilidad de conducir una empresa artística, con un montón de gente que dependía del proyecto y su funcionamiento.
Claro, nos hicimos cargo de esa gente que no estaba trabajando. Empezamos a sostener eso con nuestros ahorros. Y fue lo mejor que hicimos. Esa gente es parte del equipo y hoy lo agradece, porque sabe que no pasó en todos lados. En una situación normal soy muy del presente. Veo el tiempo pasar, soy consciente de eso, pero no es algo que me preocupe envejecer, mientras lo haga dignamente. Imagino que la gente que no envejece dignamente no se debe dar cuenta [risas]. Espero que de afuera se vea digno…
Para la producción de su proyecto solista, Emiliano se respaldó en el venezolano Héctor Castillo, quien ha trabajado con NTVG en sus últimos tres álbumes, desde Suenan las alarmas (2017) hasta la fecha. Su legajo artístico incluye trabajos de grabación y mezcla con Philip Glass, Lou Reed, David Bowie, Björk, Suzanne Vega y Gustavo Cerati, entre otros.
Volviste a confiar en Héctor Castillo, ¿para aprovechar que ya conocía el trabajo de la banda y podía mantenerte al margen del sonido que despliegan con NTVG? ¿O porque ya tenías confianza en él y querías rodearte de contención en este salto al vacío?
Por las dos cosas. Él me da gran confianza porque tenemos un ida y vuelta súper fluido, y sé de su capacidad. Pero también porque sé que puede mantenerme lejos del sonido de la banda. Aunque por momentos pasaba cerca con mis temas en solitario. De hecho, hubo alguna canción que me llevaba para el lado de la banda y la sacamos. Me sentía contenido. Del mismo modo con Nico [Fervenza] como mánager y socio. Debía tener toda una parte como círculo de confianza. Héctor me dijo: “Venite sin nada, lo grabamos en mi estudio y yo te armo la banda acá”. Sólo viajé con mis demos y una carpetita con las letras.
¿No interactuaste con nadie de forma previa?
No, con nadie. Y ellos tampoco tocaron nada antes de que yo llegara. Tenían los demos y los papeles con los acordes, pero nos encontramos en el control room y recién ahí trabajamos sobre las canciones. Se hablaban dos o tres palabras y entrábamos a grabar. Les encantó y se coparon. Eso me llenó de orgullo. Me felicitaban por las composiciones, las armonías, las melodías. Luego de grabar volvían a ver cómo estaba quedando. Estuvo buenísimo eso, imaginate… Le dieron vida a esos demos que llevé.
¿Hacés demos con instrumentación completa, batería y todo?
Sí, hago maquetas con todo. Pero la batería es programada.
¿Se parecen en algo las maquetas al resultado final con los sesionsitas?
Sí, si escuchás uno y otro, son muy parecidos.
O sea que llevaste bastante acabada la idea.
Sí, pero obviamente los demos no tienen vida.
¿Así también llevás tus composiciones a la banda?
Generalmente sí, hay algunas excepciones, pero son pocas. En Luz hay varios casos. ‘Mi ausencia’, por ejemplo, es uno de esos, la traje grabada solamente en el teléfono y la empezamos a tocar juntos.
Pero es difícil aportar en esas estructuras, no queda mucho espacio.
Sí, es difícil. Yo lo entiendo, de verdad. A veces es más fácil que otras.
Llegar con la idea tan acabada, por un lado, habla de un compositor consolidado, pero también de un productor que compone. ¿Producir es un rol que has tenido oficialmente?
Bueno, sí, es verdad. En papeles solamente consta que produje a Los Pérez García, una banda argentina. Es un disco que se llama Más fuerte, más alto, más lejos (2016). Pero con la banda siempre oficié un poco de coproductor. De todas formas, sólo un disco de NTVG dice “Coproducido por Emiliano…”. Fue en El camino más largo (2008). Pero fue decisión del productor ponerlo. [El disco fue coproducido por el argentino, Matías Chávez Méndez]. El resto nunca nadie dijo nada; igual no me interesa aparecer.
‘El rey ha muerto’ es la única canción del disco solista donde cedés los vocales a Jim Keller (vocalista de la banda de rock estadounidense Tommy Tutone) y donde incursionas en otros instrumentos además de la guitarra, como la marimba o el vibráfono, cosa que ya habías hecho con los teclados de ‘Rufián’. ¿Es tu debut en esos otros terrenos instrumentales?
Con NTVG en los primeros discos agarrábamos todo lo que hubiese en el estudio para incorporar. Sobre todo con Mateo hacíamos eso. Agarrábamos una balalaika y grabábamos una de las partes con eso, o improvisábamos ruidos, cualquier cosa. En ‘Revolución’ me acuerdo que grabamos con una caldera con agua que íbamos golpeando. Todo era muy experimental. Nos divertíamos mucho con eso. Con el tiempo, cada uno quedó en su rol.
Porque ahora tienen más guitarras, pedales, modelos y tonos.
Claro, exacto. Pero mientras estábamos grabando, esta vez, me ponía a jugar con otros instrumentos y a tocar un tecladito. Yo ya había grabado teclados en los demos.
Una vez que el disco estuvo grabado armaste una banda para defenderlo en vivo. En ella, además de jóvenes talentos e incluso integrantes femeninas, te rodeaste de amigos eternos y viejos socios musicales: el Checo Anselmi (bajista de Mono Roots, la banda reggae que comparten), y Chamaco Abdala, excompañeros además del liceo 10 de Malvín. ¿Por qué?
Sí, amigos de la vida; primeros amigos. Lo hice por ganas de volver a tocar juntos. Son de esa gente que ves cada tanto, por el trabajo mismo de cada uno, pero cuando los encontrás, a los minutos es lo mismo que hace veinte años. No te pasa con todo el mundo, sólo con algunas personas. Tener eso en una banda es un plus enorme. De ahí nace todo, hasta el sentido del humor. Ahí, la columna vertebral ya existe. Además es gente que extraño ver más seguido.
Supongo además que la química se nota mucho al momento de tocar juntos.
Sí, sin dudas. Encontrarnos a mitad del recorrido, tocando todos mejor está buenísimo; descubrís cosas que te perdiste en este tiempo. El Chamaco tocaba mucho más fuerte de volumen cuando dejé de tocar con él [2006]. Ahora tiene unas sutilezas que no tenía.
Con NTVG les quedan dos show para cerrar la gira de este año (4 de noviembre en el festival Sonorama y luego el Durazno Rock el 19 de noviembre). ¿Cuántos conciertos metieron alrededor del mundo este 2023?
Un montón. Setenta quizás, y eso que para fin de año sacamos a propósito el pie del acelerador para dar espacio a la gira de los treinta años. ¡Esa gira va a ser intensísima!
¿Van a sumar mercados para esa gira?
Sí, hay algunos países en América Central a los que no hemos ido. El Salvador creo
que es uno. Vamos a volver a Costa Rica y además a Estados Unidos, que ya hace un
par de años que no vamos.
El crecimiento exponencial de la banda es impresionante. Mucho del profesionalismo que NTVG ha sabido desplegar tiene que ver con experiencias tempranas, como asistir a ensayos de Jaime Roos. ¿Cuáles han sido sus referencias en ese sentido?
Éramos muy curiosos y queríamos absorber todo lo que se pudiera aprender. Cuando ganamos el concurso de la IMM, aquel que nos permitió grabar el primer disco, incluía talleres de todo tipo. Eran talleres que daba el TUMP y eran muy enriquecedores; desde una charla con Rada a un taller de composición con Rubén Olivera. Íbamos a todo, ávidos de aprender de todo el mundo. El ensayo de Jaime siempre lo recordamos porque para nosotros era impensado que alguien hiciera un ensayo general en un lugar con toda la banda mirando al frente, como si fuera el escenario. Nunca lo pudimos emular [risas]. Tuvimos sala y todo pero nunca lo hicimos de esa forma. Lo más parecido fue cuando hicimos el acústico, Otras canciones (2019), para el que armamos en Sondor y nos paramos de la forma en la que íbamos a estar ubicados. Te cambia toda la perspectiva. Con Jaime veíamos todo, como interactuaban los técnicos, cómo Jaime se dirigía a ellos; lo que queríamos que nos pasara. Nosotros no teníamos ni sonidista ni iluminador. En esa época, tocábamos en bares y cargábamos nosotros. La prueba la hacíamos con una pequeña consolita que después nadie podía manejar en vivo. Ir a ver eso tan pro, a esa altura de nuestra carrera, fue increíble. En ese momento nos parecía inalcanzable, pero dijimos: “¡Apuntemos a eso!”.
Desde muy temprano fueron muy disciplinados. O determinados.
Éramos muy disciplinados con los ensayos y la puntualidad. Sobre todo el trío fundador. Bueno, éramos cuatro. Todos menos uno [risas].
El año próximo, NTVG cumplirá treinta años y planea iniciar una gira de festejos con un concierto en el estadio de Vélez Sarsfield. En 2015 ustedes ya tocaron en dos veces allí y, de hecho, además de hacerlo acompañados por Hugo Fattoruso, también tocaron con Charly García (quizá en uno de sus últimos shows de pie). ¿Qué recuerdan de aquella experiencia y cuál es ahora el desafío?
Él estaba tan emocionado de tocar con Hugo que no se quiso quedar en el camarín. Teníamos un camarín para él, para que estuviese tranquilo, pero vio todo el show desde al lado del escenario porque estaba su ídolo tocando. Entró y la rompió toda. Obvio que ese bombazo de 45 mil personas te levanta, pero él estaba predispuesto porque estaba Hugo. El Fatto tocaba varias canciones con nosotros, por tanto entraba y salía. No sé de qué hablaban cuando bajaba del escenario porque yo estaba tocando, pero en ‘Comodín’ coincidieron tocando y fue la gloria.
Has compartido y colaborado con figuras de la talla de Charly, Mollo, Arnedo, Daffunchio, Julieta Venegas, Jaime, Rada, Drexler, Hugo Fattoruso y tantos más, sin contar la colaboración de los escritores Benedetti (en De nada sirve, 2009) o Galeano (en Nunca más a mi lado, 2011). ¿Cuál fue el momento más glorioso que viviste en esos encuentros?
Benedetti y Galeano fueron dos momentos alucinantes porque pasaba por otro lado la cosa, por otro canal. Pero Mollo fue imponente en Luz, impresionante. Lo fue por cómo estábamos nosotros energéticamente luego de superar una etapa súper oscura de pandemia, grabando en un lugar maravilloso. Mollo llegó con la canción [‘Austro’] aprendida de principio a fin, no precisaba ni leerla. Grabó mil guitarras y preguntaba: “¿Quieren algo más?”. Fue muy generoso. Nosotros empezamos tocando canciones de él, con Sumo, fue súper emocionante. Lo mismo que compartir con Rada. Tengo momentos inolvidables. Cuando colaborás con gente que admirás y no te defrauda, es muy fuerte lo que te pasa. Yo no era fan de Draco [Rosas], pero el nivel con que grabó [‘Poco’, en Otras canciones] fue genial. Nos vimos en los Latin Grammy y mis compañeros empezaron a agitar en invitarlo para el acústico. Él dijo: “Dale, no conozco Uruguay. Me encantaría”. Con todos los invitados, nos juntábamos en un cuartito del Sodre para pasar los coros y acordes, etcétera. Pero él dijo: “¡No, no, vamos directo ahí!”. Entró y en dos tomas la rompió, a cuál mejor. No hubo que hacer nada.
Hace un par de años, en una entrevista, Nicolás Fervenza [mánager de NTVG] decía que el principal país en reproducciones del catálogo de la banda era Argentina, después México, luego Chile y después Colombia y Uruguay. ¿Esos datos te condicionan en algo?
Son datos curiosos… [Risas]. ‘Spotify for artist’ es muy fuerte porque de repente ves que hay tres que te están escuchando en Bangladesh. Pero no es algo que me cambie en nada lo que debo hacer, es sólo un dato curioso.
Pero esa situación, en países como Argentina, ¿se corresponde con el corte de tiques en sus shows?
Sí, porque fue el primer lugar a donde salimos y lo recorrimos de arriba abajo infinidad de veces, de cero al máximo, hasta cerrar festivales, en los que en un principio tocábamos a las dos de la tarde.
Es muy impactante la magnitud que han alcanzado en mercados como ese. Son giras o shows que no hacen Jaime ni Rada ni Drexler ni ningún otro artista uruguayo.
Está re salado. Vos, que sos de mi generación, sabés que siempre fue unilateral. Siempre fue de una diferencia tan grande, que hasta en los shows acá era impensable que la banda uruguaya cerrara un festival. Crecimos con unas carencias técnicas salvajes, desde el amplificador de guitarra a todo lo demás. El otro día escuchaba a (Gustavo) Parodi decir que la dictadura había desaparecido la cultura rock en Uruguay. Ahí ya ves que nos llevaban una gran ventaja. En Argentina, la guerra de Malvinas generó un bloqueo de la música anglo y una enorme posibilidad de difusión del rock argentino. Al principio nos costaba asimilar que nuestros discos estuvieran en las bateas rock argentino. Pero claro, cómo no nos iban a poner ahí, si allá con diez años y tres discos estábamos tocando para treinta o cuarenta personas. Tocábamos con bandas que recién empezaban y nosotros ya teníamos mucha experiencia. La gente quedaba flasheando. El boca a boca hizo que al siguiente show fueran más y más; no había redes sociales. Pero no habíamos caído en paracaídas.
¿Cómo les va en el mercado que está fuera de la región? Hace años ya que van a Estados Unidos: Nueva York, Miami, Washington. Es importante destacar que hay más de cincuenta millones de latinos viviendo allá.
Comenzamos yendo como a todos lados para tocar para la colonia uruguaya o argentina, o para los del exilio de 2001. Pero después, con el advenimiento de las redes sociales, se empezó a reflejar en el público latino de cada país al que íbamos. Nos van a ver un montón de colombianos o mexicanos en Estados Unidos, o peruanos en Europa, por decir algo. Se comunican entre ellos y su familia que está allá y les recomiendan. Claro que si vamos a España tocamos para españoles, pero el gran número es de gente de Latinoamérica.
Desde hace un buen tiempo vieron la necesidad de dejar una parte grande de sus ingresos para conquistar nuevos territorios. ¿Cuándo aprendieron o intuyeron esa estrategia de guardar reservas para desarrollar nuevos emprendimientos?
Es verdad. Eso lo aprendimos e intuimos cuando quisimos salir de Uruguay por primera vez; no había otra manera que invirtiendo. Acá ya tocábamos en el Teatro de Verano o Velódromo, pero seguíamos haciendo casamientos o cumpleaños de quince, cosa que odiábamos, para financiar los pasajes y un hotel sin ventanas en Buenos Aires.
Hoy ya no tocan más en cumpleaños de quince, ¿no?
No, hace ya muchos años [risas]. Es que era muy incómodo para nosotros porque no a todos les gustaba, además. Había veces que te contrataban para un cumpleaños de quince y los fans eran los padres [risas]. Era muy raro, pero nos permitió salir y financiar las incursiones, poder comer afuera y convencer a la gente tocando.
Hoy hacen lo mismo. Financian los nuevos territorios perdidosos con lo que recaudan en otros mercados.
Claro, hay algunos conciertos que ya sabemos que van a dar pérdidas. Ir todos los músicos y técnicos que somos para tocar para un puñado de personas va a dar pérdida seguro. Esa pérdida hay que amortizarla para que a la siguiente se empate y quizás la otra puedas ganar. Somos autogestionados.
La frase “Estuve en el lugar justo y el momento indicado”, ¿te dice algo respecto de algún momento puntual de tu vida?
Eso mismo que te estoy comentando, en las primeras idas a Argentina, en poner todo el esfuerzo para salir de Uruguay porque sabíamos que era un mercado agotable. Sabíamos que esa ebullición del rock uruguayo poscrisis iba a caer. Eso no iba a durar toda la vida. Hay que tener en cuenta que pasamos justo la barrera de Cromañón [2004]. Ya tocábamos para mil personas en Cemento cuando sucedió la tragedia. [194 muertos]. Cuando ocurrió el incendio, las bandas que tocaban para menos de quinientas personas ya no tenían lugar para tocar. Justo habíamos sacado la cabeza un poquito antes y pudimos seguir tocando. Eso fue estar en el lugar indicado y en el momento justo.
En la canción ‘Fe en lo que yo quiera’ hablás de “evitar lo que no es urgente”, ¿a qué te referís?
Es prestarle atención sólo a lo importante. Eso nos lo dio la peor tragedia que vivimos, que fue la muerte de Marcel [Curuchet, 2012]. En ese momento estábamos distraídos con un montón de estupideces. A partir de ahí empezó un cambio claro en nosotros, solamente prestar atención a lo importante, lo demás no tenía sentido. Empezó ahí el cambio y terminó de afianzarse en la pandemia, con la salida de uno de los integrantes. Hoy no tenemos ni una discusión, ni musical ni de organización ni de nada. Estoy súper feliz y sorprendido de haber conformado un grupo tan numeroso y que todos sepamos que el bien común está por encima del bien personal. Lo mejor para la canción va a ser lo mejor para lo que hagamos, ponemos siempre la canción por encima de todo. Si vemos que hay alguien tan convencido debe de ser por algo, entonces nos encolumnamos detrás de su idea. También saber que cada uno puede tener distintas destrezas. La lucha de egos no sirve para nada. Todo eso empezó con la
muerte de Marcel y se consolidó ahora.
Si tenés que colgar una repisa o un soporte de guitarra, ¿cómo te llevás con el taladro?
Con el taladro ando bien. Taco Fisher, tornillo, es de las pocas cosas en que ando bien
[risas].
Si se corta la luz en tu casa en medio de una reunión, ¿sos de meter mano en el tablero eléctrico?
Mmm, bueno, ahí me doy maña, pero prefiero no mandarme macanas. Para lo pequeño estoy; lo grande lo derivo.
¿Cuál fue el último mueble que armaste en casa?
El último mueble fue hace años ya, fue uno para el parrillero. Pero éramos dos, así que es un mérito compartido.
Vas camino a Piriápolis y se te queda el auto. ¿Abrís el capot esperando descubrir la falla o llamás desde adentro al servicio mecánico?
No, mecánica automotriz 0,0 y menos ahora que los autos son computarizados. Me acuerdo de que de chico en mi familia, mi padre o abuelos, si se rompía el auto se tiraban abajo y lo sacaban andando. Y así con todo en la casa. Pero era todo más mecánico, hoy quizás no se pueda. Pero ta, hay cosas que debería saber y no sé; no tengo ni idea del auto, no sé ni el nombre de las partes del motor.