Por Eldys Baratute.
Una definición muy ortodoxa de literatura fantástica diría que es un género que narra hechos extraordinarios explicados a través de magia o fenómenos sobrenaturales, pero a estas alturas, serían tantos los matices y “añadidos” que hasta un lector avezado se preguntaría a veces si está o no ante una obra de dicho ámbito.
Con su novela Las dos guerras, Mathías Cunha ofrece a los jóvenes lectores todo un universo perfectamente estructurado, donde diversas subtramas y personajes tributan al argumento principal, el milenario conflicto entre el reino de Ísrided y los zozorenos, permanente amenaza de invasión, que acuden a extraños seres y poderes ¿sobrenaturales?
Puede costar a algunos adentrarse en una trama contextualizada, como otras conocidas sagas del género, en ambientes imaginados, porque el autor, en aras de la credibilidad, los describe con abundancia de detalles, como a los personajes de diversos tipos que la protagonizan, sus costumbres, e historias personales, pero una vez tomado el hilo a los acontecimientos, ya no podrá abandonarla hasta el final.
Sin embargo, más que la atmosfera a veces sofocante, por las tensiones internas del reino o las amenazas externas, más que las dudas sobre confiabilidad o intenciones de unos y otros, ha llamado mi atención la forma en que Cunha introduce ideas que, de ignorar la juventud del escritor me habrían hecho pensar en un hombre que ha tenido mucha vida para reflexionar sobre los problemas de nuestras propias sociedades.
“Hablaremos de guerra. ¿Sabes lo que eso significa? Que hablaremos de muerte y devastación, o de cómo podemos evitarlas. ¿Crees que debo llevar una túnica de seda y adornos de piedras preciosas para hablar de muerte y devastación?”, dice el príncipe a su hermana en un pasaje del relato, ¿y cuántos se extienden, en nuestra realidad y con sus mejores atuendos, en largos debates infructuosos sobre guerras, genocidios o conflictos de todo tipo que son, a la postre, espadas de Damocles sobre nuestras propias cabezas?
En otro pasaje un representante del poder arenga a los jóvenes que irán a la guerra, les dice que, en nombre de la fe “Muchos de vosotros partiréis como niños y regresaréis como hombres –hombres rotos muchas veces, agregaría yo–, más otros no regresarán”, mientras alguien reflexiona en “qué bella forma de decirles lo poco que valen” resulta para ese poder semejante discurso.
Mathías Cunha, que se ha expresado sobre la fe en textos de otro corte, deja acá, en bocas de sus personajes reflexiones al respecto, así como sobre otros temas en que de ordinario no se piensa hasta que afectan drásticamente nuestras vidas: “Solo una cosa es peor que la estupidez del pueblo –piensa Goéb en algún momento del relato–, y es la injusticia, que se alimenta de un pueblo estúpido”, y ahí lo deja, como para abrir el debate.
Quizás muchas cosas pasarán inadvertidas para el joven lector, pendiente más bien de los avatares de personajes y acciones de guerra o diplomacia fallida, de sacerdotes tendenciosos y héroes mancillados que buscan salvar la honra de su linaje, pero algo calará el subconsciente, y en el mejor de los casos les hará abiertamente pensar.
Lo cierto es que aquí está Las dos guerras: un reino en conflicto enfrentado además a enemigos externos, un plan para salvarlo, dos jóvenes encargados de llevarlo adelante… ¿resultará? Puede que, amén de lo aquí dicho, al llegar a la última página te sorprendas.