Judía, filósofa y monja.
Por Isabel Prieto.
Edith Stein nació en Breslavia, en 1891, durante el imperio alemán, y fue asesinada cincuenta años más tarde en una cámara de gas situada en el campo de exterminio de Auschwitz. El solo intento de adentrarse en su vida puede compararse a un viaje fascinante, misterioso, con mojones tan simples como contradictorios, a pesar de que, obviamente, debe darse por válida su autobiografía titulada Estrellas amarillas. El tema es que esa mirada particular sobre su propia vida no implica que esté exenta de omisiones o de datos relevantes para el conocimiento de los otros, o sea, de nosotros. Por lo tanto, son muchos quienes se interesaron -y se interesan- en el periplo de la primera mujer que presentó una tesis de filosofía en la entonces Alemania y que, para más inri, se graduó con summa cum laude (máximos honores).
Stein dedica gran parte de Estrellas amarillas para relatar los avatares cotidianos de su numerosa familia. Ella era la menor de los once hijos del matrimonio Stein Courant, de los cuales sobrevivieron siete, Edith incluida. Con apenas dos años, quedó huérfana de padre y la madre -judía practicante, dato no menor- debió hacerse cargo de una familia numerosa.
A los catorce años, Stein abandonó los estudios secundarios y se fue a Hamburgo, al hogar de una de sus hermanas, que estaba embarazada de su segundo hijo, con la excusa de ayudar en el cuidado de las criaturas. Aquí se presenta, quizá, la primera contradicción entre la autobiografía y las biografías posteriores. Mientras que Edith considera el alejamiento de la casa materna como parte de una sucesión de hechos concatenados sin que revistieran un carácter especial, distintos autores hablan de ese cambio de hogar como producto de “una crisis de la adolescencia”, sin especificar de qué se trata. Sin embargo, por esa época la joven comienza a poner en duda la existencia de Dios, por lo que no es descabellado deducir que el cambio de ambiente fue un intento de rencauzar la tradición religiosa familiar, algo que a los Stein se le venía descalabrando con el poco interés religioso que mostraban los hermanos mayores y la desesperación de una madre que se esforzaba por mantenerlos.
Al año, Stein regresó a su ciudad natal, terminó el bachillerato y, en 1911, ingresó a la universidad. Su currícula da cuenta de que se anotó en los cursos de Germanística (literatura e historia alemana), Psicología y Filosofía.
Lo que definiría su futuro se presentó, según Edith, en el semestre de verano de 1912 y en el de invierno de 1912-1913: “En ambos semestres yo me encargué de una ponencia. En los manuales qua manejé para dicho trabajo encontraba constantemente citadas las Investigaciones lógicas, de Edmund Husserl. Un día, en el seminario de psicología me encontró el doctor Moskiewicz enfrascada en estos temas, preparando mi trabajo. ‘Deje usted todas esas cosas -me dijo-; lea usted esto; los otros autores no han hecho otra cosa que explotarlo’. Diciéndome esto, me alargó un grueso volumen. Era el segundo tomo de las Investigaciones lógicas, de Husserl”. Ese hecho marcó su vida académica y social.
Ya en Gotinga, no fue difícil para Edith labrarse un camino al lado del profesor Husserl, aunque cuando estalló la guerra, la joven se alistó en la Cruz Roja y la enviaron a un hospital en Austria, donde revistó como enfermera, siendo condecorada por sus servicios.
Esa experiencia con los enfermos marcó de tal forma a Stein que, de vuelta a la academia, presenta su tesis en la Universidad de Friburgo, Sobre el problema de la empatía, egresando con los máximos honores. La calificación le allanó el camino para ser nombrada por Husserl como su colaboradora, una posición que era solo para privilegiados, pero, aun así, algo no andaba bien y, al poco tiempo, la relación entre el profesor y la alumna comenzaría a tener fisuras. Por distintos carriles, Husserl comenzó a mostrar su disconformidad con que las mujeres tuvieran relevancia académica. A la vez que proponía a Stein para dirigir un seminario para principiantes, le ponía condiciones: no podía utilizarlo para promoción académica, quedaba inhabilitada de presentarse para dictar cátedras y no obtendría pago por su labor.
Esta forma de misoginia, en medio de un ambiente intelectual tan brillante como despiadado, perjudicó no solo a Stein, sino a la filosofía en general. El puesto de colaborador de Husserl fue cubierto por Martín Heidegger. Hay quienes aseguran que Heidegger se apropió de trabajos de la filósofa y que en Las lecciones de Edmund Husserl las huellas de Edith están por todos lados, aunque no su nombre.
Aparte de ser una defensora del derecho de las mujeres por el ingreso a la academia, también integró la Asociación Prusiana por el Derecho de las Mujeres al Voto. El espacio en el mundo que buscaba Edith Stein, no solo se refería al ámbito material, sino que incluía el espiritual. Entre las lecturas de obras de San Agustín y de San Ignacio de Loyola, Edith se convierte al catolicismo en 1922, poniendo en esta nueva fe una vehemencia similar a la que la acompañó durante los distintos tramos de su vida.
Con su nueva creencia a cuestas, depositando su fe en Jesús como Cristo, en 1934, a los 41 años, Edith Stein tomó los hábitos carmelitas y una nueva identidad: Teresa Benedicta de la Cruz.
En 1942, dos oficiales de las Schutzstaffel (SS) entraron por la fuerza al convento de Echt, deteniendo a sor Teresa Benedicta y a su hermana Rosa, quien se había convertido al catolicismo. Según testimonios, el 9 de agosto de 1942, ambas mujeres entraron a una de las cámaras de gas del campo de exterminio de Auschwitz.
Si bien en los genocidios los trazos individuales se difuminan bajo la oprobiosa magnitud de las cifras, la monja católica-judía Edith Stein, también conocida como Teresa Benedicta de la Cruz, dejó un legado de conocimiento imposible de borrar.