Por Eldys Baratute.
Confieso que me han decepcionado tantas veces los mal llamados haikus escritos en castellano, que entré no muy bien dispuesto a este tablero de pequeñas piezas que, sin esfuerzo alguno o agresión, siquiera leve, hicieron trizas mi prejuicio para conducirme hasta ese “mate” final, sendero abierto a la luz y la esperanza.
Comenta Alicia Torres que en estas páginas, escritas por Miguel Avero y Leonardo de León “la identidad autoral borra sus huellas”, y aunque es cierto que no puedo discernir a quién corresponde cada estrofa, me place sí, imaginarlos en un ingenioso juego de improvisación donde cada cual gesta su breve joya de sabiduría y concisión estética a partir del pie forzado que el otro impone, para hilvanarlas en un largo collar cuyas cuentas, como las del rosario, adquieren en su conjunto un significado único y trascendente.
Desde los “tallos veloces” de las lombrices que despuntan en el patio, imagen aparentemente simple en que puede el lector “construir” una casi exhaustiva descripción (la magnitud de la lluvia, la temperatura primaveral o veraniega, la fertilidad de la tierra) y una alegoría quizás al renuevo constante de la vida, todo ello en solo tres versos de arte menor; hasta esa mujer que se cansa de “derramar la vida” ¿infructuosamente? en un latido y la enorme carga semántica de tal imagen, en especial para nuestra América patriarcal y machista, un lector más o menos avisado puede asistir en este Haiku mate a un recorrido por jalones vitales, un abanico de esencias. ¿Cómo mejor se resumiría el hecho de que somos parte de un todo que con los versos “la tierra, el agua, / el aire y este fuego / la misma sangre”?
La combinación heptasílabo-pentasílabo, frecuente en alguna de las estrofas clásicas de nuestra lengua, como la seguidilla, que utilizaran lo mismo Lope de Vega o Sor Juana Inés de la Cruz, que el modernista José Martí: “¡Venid tábanos fieros, / venid, chacales, / y muevan trompa y diente / y en horda ataquen…”, hace mucho ya, si de tempo literario se trata, ha caído en desuso, desplazada por el musical y rotundo octosílabo, el persistente endecasílabo o el versolibrismo. Sin embargo, Avero y De León, con sus haikus “típicos”, ceñidos a las diecisiete sílabas que tantos cultores recientes han obviado, demuestran su plena capacidad para decirlo todo mediante el poder sugestivo de una imagen bien “captada” por la palabra, ya sea el “retrato” de un libro o una caligrafía: “recorrido que trazan las hormigas”; o algo más íntimo y sensible como la paternidad, sus desvelos y preocupaciones: “el hijo duerme / y en vano busca el padre / soñar su sueño”.
La brevedad a que obliga el espacio no permite, como estoy tentado a hacer, asomarme una a una, con mi ineficaz linterna analítica, a estas composiciones, pero si pese a que ―como dijera Borges― “La vieja mano / sigue trazando versos / «para el olvido»”, otras manos lo siguen, es que solo “con la cabeza / el haiku no resuelve / su mariposa”, aun si se dominan muy bien lengua y cultura, como lo hacen estos dos poetas, su éxito es solo posible porque han puesto en ello su exquisita sensibilidad, un sentimiento que contamina formas y estructuras, las humaniza para hacernos pensar no solo en lo práctico y cotidiano, sino en que “también la nube / perezosa nos cuenta / una leyenda”, y el bosque, y la vida toda que en estas páginas hacen latir.
[…] leer […]