Por Daniel Viglione.
La memorable frase escrita por William Faulkner en Las palmeras salvajes
sirve no sólo como título para el diálogo que Dossier mantuvo con el escritor, guionista y director de cine Ray Loriga, sino también como mapa de ruta para seguir el intenso viaje que este narrador madrileño, de cincuenta años, invita a hacer en su novela, Rendición, ganadora de la 20a edición del Premio Alfaguara. Esta obra es acerca de un hombre cuyo entorno cambia tajantemente: pasa de vivir de un pequeño poblado rural a una ciudad totalmente transparente, en la que no hay intimidad ni secretos e incluso no existen los olores… Un lugar en el que los interrogantes acerca de su identidad le imponen elegir, según las respuestas que va descubriendo en su camino, entre el dolor y la nada.
No fue mucho el tiempo que pasó desde la noticia hasta el encuentro, pero fue suficiente para seguir un rastro entre otras noticias y otros encuentros. Dicho de otro modo, desde el miércoles 5 de abril, día en el que se anunció en Madrid que Ray Loriga había obtenido el Premio Alfaguara 2017 (nota originalmente publicada en la edición impresa de revista Dossier 2017) por su novela
Rendición, al martes 27 de junio, cuando el escritor visitó Montevideo para
presentar su libro, recorrí sitios en los que el autor de Lo peor de todo, Tokio ya
no nos quiere y Ya sólo habla de amor, entre otras novelas, había hecho una
parada para hablar de su obra y de su vida.
De esta manera, uno descubre que por más que Loriga haya tenido en su
juventud mucho apego a escritores como Charles Bukowski y Jack Kerouac,
mucho antes, creadores como Pío Baroja, Miguel de Unamuno y Teresa de
Jesús lo estaban influyendo, porque igual que el Lazarillo de Tormes o Don
Quijote de la Mancha, eran obras que se le metían en su impronta literaria. En ese recorrido, mientras el escritor responde casi las mismas preguntas acerca de Rendición y uno toma apuntes de sus palabras, tratando de que no se repitan,
Loriga confiesa que siempre que escribe fuma, y que por eso las ventanas de su
casa en Madrid, haga frío o calor, siempre están abiertas. También señala que
no se puede escribir sin estar perplejo, porque la duda es el verdadero motor de
la inteligencia.
Nació en Madrid en 1967 y a los quince años ya soñaba con ser escritor, pero
antes de lograrlo trabajó como periodista, oficio que conoció siendo niño
porque su padre –ilustrador en periódicos– lo llevaba a las redacciones. Así fue
que entrevistó a Keith Richards, Tom Waits y Haruki Murakami, pero Loriga
destaca como memorable una de las primeras entrevistas que hizo en su vida,
en Diario 16, nada más ni nada menos que a Ray Bradbury. De ahí las
especulaciones acerca de su nombre –su pasaporte dice Jorge Loriga
Torrenova–, asunto que aclara: “Tengo mil razones para ser Ray: Ray
Bradbury; Ray, príncipe de Arbórea, que era un personaje terciario de Flash
Gordon; Sugar Ray Leonard; Sugar Ray Robinson; Raymond Carver, al que
llamaban Ray. Pero todo eso vino después. Desde niño me llamaba Ray”.
Volviendo a su casa en Madrid, las ventanas abiertas también le sirven para
comunicarse con sus amigos, según dice, “a la napolitana”, ya que el portero
automático de su piso no funciona, entonces quienes lo visitan se anuncian con
un grito: “¡Ray!”.
El madrileño, fanático del fútbol y un negado en el uso de las redes sociales e
incluso en el uso de teléfono celular –ahora carga con uno porque se lo pidió la
editorial para localizarlo fácilmente en el marco de la extensa gira de
promoción por doce países–, fue el responsable de ajustar y darle estructura,
hace veinte años, al guion original de Carne trémula, el filme de Pedro
Almodóvar, con quien trabajó codo a codo durante dos meses. También trabajó
con Carlos Saura escribiendo en 2004 el guion de El séptimo día. Metido en el
mundo del séptimo arte, entre una cosa y otra Loriga dirigió sus propias
películas: La pistola de mi hermano –adaptación de su novela Caídos del
cielo– y Teresa, el cuerpo de Cristo.
Después de varios aeropuertos, hoteles y entrevistas en la televisión, la radio y
la prensa, Rendición se vuelve un mantra sin poder alguno, una figura retórica
de la que, por momentos, dan ganas de evadirse. Pero para no salirnos del todo
de lo que lo trajo hasta Montevideo, para seguir el recorrido que venimos
haciendo con él sin que él lo sepa, Dossier le propone a Loriga que responda
algunas preguntas que están en su novela, interrogantes que se hace el
protagonista ante tanto desconcierto y cuyas respuestas, quizá, permitan
comprender la epifanía de Rendición.
“Parece algo interesante. Es como un experimento. Pero sí, hagámoslo, prefiero
hablar de la novela desde cualquier variante al tema. Así, quizá lleguemos a un
lugar de lucidez para largar todo ahí e irnos”, afirmó el escritor, quien nos
recibió en la puerta del hotel fumando unos Camel y nos invitó a sentarnos
junto a una de las “paredes transparentes” de una sala llamada Leonardo da
Vinci, un nombre que nos sirvió de excusa para dar paso a la curiosidad y la
inventiva.
–¿Y si su primera palabra no es “gracias”?
–¿Qué haremos entonces con él?, dice luego… Es curioso, porque creo que
esta pregunta responde a una de las claves de todo el libro, que tiene que ver
con un niño que luego será hombre. Es algo que, de alguna manera, imagino
que pensamos todos los padres; e incluso, más allá de la paternidad, pensamos
todos en todas las relaciones en las que invertimos tiempo y amor. ¿Qué
hacemos si no nos dicen “gracias”? ¿Cuántas veces en nuestra vida no fue
“gracias” lo primero que nos dijeron? En este sentido, me gusta pensar desde
una posición contraria a ese acto de buena voluntad, así que suelo consolar a
algún familiar, amigo o a mí mismo utilizando muy a menudo un viejo dicho
irlandés que dice: no good deed goes unpunished, que significa algo así como
que ningún buen acto queda sin castigo.
–¿Adónde van?
–Ellos no lo saben. Tampoco nosotros, ¿no? La novela es eso, una constante
traslación, una mutación de situaciones que cambian una y otra vez, en la que
lo principal es tratar de entender qué es eso de la identidad. ¿Funciona por
contexto, por reflejo de aceptación o no aceptación con los otros, por comunión
con los otros? ¿La identidad es algo, o hay algo que está más allá del grupo
social que podamos definir como propio? Rendición tiene mucho que ver con
eso que planteó [Jonathan] Swift en Los viajes de Gulliver de qué es lo que
somos y cómo nos sentimos de acuerdo al tamaño de los demás o de cómo los
demás nos ven o nos perciben. El doble sentido que me propuse buscar en la
novela es el de ir viendo al protagonista, ir descubriendo su identidad en la
ciudad transparente y matizarla con su identidad en el otro contexto, en la
comarca. Ver que tampoco era pura, ver que también había relaciones de poder
y sumisión, ver que no es sólo el entorno lo que puede cambiar o no la
identidad. ¿Adónde van? Esa era la pregunta, ¿no? No sé. Lo que sí sé es que el
protagonista de Rendición antes llevaba un traje y después tenía otro.
–¿Quién estaba allí?
–¡El dinosaurio estaba allí!… Este juego de las preguntas me recuerda una frase
de un escritor alemán del siglo XIX que me gusta mucho, Heinrich von Kleist,
que creo que es en El teatro de las marionetas que dice que al hablar se nos
ocurre una idea.
–Bueno, en la novela hay una frase algo parecida o que al menos puede
asociarse con esta idea: “La gente que sabe contar historias siempre tiene
compañía”.
–Es verdad. Me gusta esa frase. Creo que es así, por cierto. Y en la novela tiene
un matiz interesante, que es el de la admiración y el amor, porque el
protagonista la dice refiriéndose a su mujer.
–¿Por qué herirme y no matarme?
–Bueno, es que cuando el protagonista comienza a hacerse preguntas,
comienza a complicarse la vida. Y es que, tal como he pensado la novela, fui
poniendo en tiempo real sus dudas, ese runrún que hay en su cabeza, sus
preguntas. El lector se entera junto con el personaje de lo que sucede. Cuando
llega a la ciudad transparente y ve que todo se acomoda perfectamente, que ya
no tiene que preocuparse por la supervivencia ni por nada, porque ni ansiedad
existe en ese sitio, él comienza a preguntarse qué carajo está haciendo allí,
porque siente que no encaja allí, siente que no se adapta. Digamos que todo lo
que él podía hacer por su mujer y sus hijos, por él mismo, por su mundo, allí no
sirve, es inútil. Sus herramientas vitales, en la ciudad transparente, son
obsoletas.
–Por eso en la ciudad transparente, un lugar en apariencia de felicidad y
bienestar común, empieza a extrañar cosas que, según cómo se las mire, no
son buenas: el dolor del frío en la intemperie, los sabañones, las
madrugadas para trabajar la tierra, la pérdida de una cosecha…
–Exacto. Y eso es así porque siente que en esa felicidad de todos no hay lugar
para la infelicidad de unos pocos. El protagonista va convirtiéndose en un
paria. De alguna manera, la cita de Thomas Bernhard que utilizo al principio
tiene que ver con eso: “A los otros hombres los encontré en la dirección
opuesta”. Este hombre se siente insignificante e incapaz de seguir el camino de
consenso aparentemente perfecto que toman los demás.
–A propósito de la cita de Bernhard, y ligado a eso de que el personaje
extraña el dolor, una frase que podría haber encajado perfectamente en la
novela como epígrafe es la de William Faulkner: “Entre el dolor y la nada,
prefiero el dolor”.
–¡Totalmente! Es una cita que me encanta. No lo había pensado en estos días y
ya te digo que, por cierto, me va a venir bien para alguna entrevista. Son
muchos países de gira. Pero sí, es verdad, podría encajar con el personaje de la
novela.
–¿Es suficiente con que le pongan a uno la comida en el plato para
soportarlo todo?
–Vivimos en un mundo brutalmente injusto, todos lo sabemos. Más de la mitad
de la población del mundo soñaría con el plato y tiene demasiada hambre como
para hacerse esa pregunta: jamás se la haría. Pero a la otra mitad, la de los que
vivimos en la sociedad del bienestar, nos sobra el tiempo y como estamos con
el estómago lleno nos hacemos esas preguntas. En el caso de la novela, hay
algo de estas dos visiones.
–¿Y usted de qué lado está?
–Es curioso, porque en la novela intento jugar con esa paradoja, pero a lo mejor soy yo quien lleva dentro a este tipo que he inventado, o quizá camino a su
lado. Lo cierto es que me produce…, no compasión, pero sí empatía, porque
muchas veces siento lo que él siente o, mejor dicho, me pregunto si no será que tipos como yo sobran en el progreso, en el futuro. De alguna manera, me he
inventado a este tipo para explicármelo.
–¿De qué se me acusa exactamente?
–Si lo pensamos bien, todo es vértigo en la cabeza de este personaje, y no tiene muchos elementos intelectuales para analizarlo. Sin embargo, es alguien con mucho instinto y ahí hay una clave. Adaptarse es la única rendición posible, y en ese sentido él va camino a una epifanía final, muy íntima y, por eso, de
mucha lucidez personal.