Por Eldys Baratute.
Zambullirse puede ser, literalmente, el verbo que mejor ilustra lo que sucede cuando se cae en las aguas de Deriva, nuevo poemario de Tatiana Oroño, publicado por Estuario Editora, en una inmersión que arrastra por cauces de signos tan sorprendentemente diversos y coherentes a un tiempo, que atrapa al punto de que uno está dispuesto a correr todos los riesgos –incluso el de ahogarse en algún momento en que parece faltar el aire- con tal de seguir hasta el fin el derrotero que desde los primeros versos: “lo que vendrá es pálpito, cálculo que no cierra”, generan inquietud, la duda de si es esta una declaración pesimista u optimista, y la necesidad de descubrirlo.
Un lector poco avisado podría sentirse ante un caleidoscopio, pero no, aquí las imágenes que se forman no son para nada aleatorias, Deriva podría semejar más bien un rompecabezas donde cada elemento tiene su lugar, y verso a verso vamos conformando el mundo a cuyo caos asistimos, con sus grises y negros, pero también con sus claridades y colores, el mundo del que somos partes y sobre cuya debacle inminente la poeta nos avisa, y de paso, nos lleva a caer en la cuenta de que somos nosotros mismos los únicos posibles salvadores.
Piezas de todo orden componen este muestrario, desde el cotidiano pastillero “que fortuito fulgura que encendido trampea / ocupa el pensamiento”, y cuando creemos que aquí cierra la reflexión nos damos de boca con una saga que hurga, ahonda, hasta concluir: “Es un pequeño objeto / y el mundo en que rebrilla / en este instante // un matadero”, verdadera preocupación de la poeta, idea que recorre de principio a fin estas páginas, ya gire el verso en torno a la degradación del idioma, las migraciones forzadas, “la insurgencia de los jardineros vueltos hortelanos (…) / de espaldas al cielo de la isla asediada”, Assange que envejece en clausura sin que –lamenta la poeta– cuaje la palpitación de siquiera un verso, el deterioro ambiental… problemas y calamidades que la sociedad humana genera, in crescendo en nuestros días.
Hay aquí poemas que parecen introspectivos, sin embargo al mirarse dentro, Tatiana Oroño sigue mirando el mundo, lo tamiza a través de sí, se espanta de la estulticia de sus congéneres en marcha hacia el suicidio como especie por afán de sobresalir, concentrar poder, riqueza a costa de los otros, a costa de las demás especies, a costa de la casa común en raudo proceso de derrumbe.
Hay elementos formales que dan singularidad al conjunto, amen la aparición de excelentes textos en prosa (“Jardines”, “Declaración testimonial asaz impropia”) con su lirismo implícito, muchos de las composiciones consiguen un ritmo singular mediante la fragmentación del discurso en versos breves, a veces monosílabos, y un uso muy personal de la rima, en evidente relación con el mensaje que se quiere trasmitir y ¿por qué no? –se me ocurre–, con la intención de atraer con esa manera, por momentos casi rapeada, al lector joven, a quien pudiera mantener desprevenido de cuanto aquí se trata la falta de esa experiencia de vida que ha venido madurando la Oroño, y que le permite “con la letra que tiembla / tensar raspar el arco / del futuro / intentarlo, con el pulso quebrado / pretender quebrantar pronóstico funesto de las tripas y el seso / en un desquite / de etapa terminal: la letra”.
Derivas es, sin dudas, un libro de madurez lírica y vital, la poeta ha visto, ha vivido, quizás no marca a los humanos un derrotero, pero señala sí, sin cortapisas, las rutas trilladas por las que no deberíamos seguir, a sabiendas de que “Deshacer una casa no es demoler”, es necesario salvar lo salvable, lo verdaderamente humano, aunque luego de “ese raspaje” sea inevitable, Tatiana, tropezar, de vez en vez, con las marcas del cepillo.