Los caminos que uno toma en la vida suelen ser, en no pocas ocasiones, azarosos, inciertos, sorpresivos. El trayecto está lleno de condicionantes, de bifurcaciones, de decisiones que, irremediablemente, dibujan lo que somos, lo que no fuimos o lo que pudimos ser. Charles Baudelaire dijo que no hay azar en el arte, sino persistencia. Tomando esa idea del francés, bien podría afirmarse que la vida no se trata de azar, sino de persistencia. Andrés Ponce es un hombre persistente.
Quiso ser biólogo en un país en el que no hay mucho campo para esa disciplina. Estudió para ello y fue a la universidad, aunque no ejerció y decidió girarse hacia un mundo con más perspectivas, y no le fue nada mal. Hoy es gerente comercial de la representación en Uruguay de una empresa líder en servicios digitales en el mundo. La vocación primera, no obstante, permaneció latente, no se borró, y en alguien persistente, como Andrés, era inevitable que reflotara. La biología resurgió, pero por una vía más osada: la fotografía. La fotografía devino, a la postre, en otra pasión.
Andrés nos recibe bajo la figura del gerente. Se muestra atento y expeditivo. Se le nota la veta comercial. Parece una persona de agenda apretada; seguramente lo sea. La charla está prevista para una duración de menos de una hora: es la única chance de agarrarlo, pues al día siguiente emprenderá uno de sus viajes habituales. Para cuando regrese ya esta edición estará en imprenta. Aunque sonriente, se muestra cauto en el diálogo. Da la impresión de que mide las palabras, las sopesa, pero no habla lento. No quiere decir que sea calculador en lo que dice, más bien es el reflejo de una persona reservada.
¿Cómo se llega de la biología a una empresa de software y de ahí a la fotografía? Parece un camino un poco enrevesado.
Cómo se llega [sonríe]… Estaba ya en tercer año de la carrera, casi por recibirme, y mi madre me dijo: “Andrés, hay que trabajar un poco, precisamos plata”. Entonces me metí en el área comercial. Profesionalmente hice la licenciatura y luego una maestría. Después empecé en el área de la informática y terminé en esta empresa, donde hace ocho años que estoy. Tiempo atrás volví a engancharme con los bichos y empecé a estudiar fotografía en el Foto Club Uruguayo. Empecé a vincular los estudios de biología con la fotografía. Comencé un trabajo de investigación en los montes de Uruguay, un trabajo de campo, del que salió una serie que se llama Montes del Uruguay, conformada por 45 obras.
Cuando vio la luz Montes del Uruguay fue calificada por su propio autor de “un paseo por el monte en pleno cemento”. Y es que esta muestra reúne en sus decenas de imágenes la amplia variedad de paisajes naturales que pueden encontrarse cuando uno se aleja un poco de Montevideo. Fue el resultado de una labor de cinco años y significó su primer proyecto de gran envergadura. Antes había participado en numerosas muestras colectivas y en una investigación, desarrollada por la ONG Ecobio, sobre el estado de conservación de las poblaciones de medianos y grandes mamíferos en el área protegida de la Quebrada de los Cuervos.
Estructurada en cinco ejes temáticos, Montes del Uruguay podría tomarse como una cartografía bastante completa del país. Desde una cascada de veinticinco metros en el Arroyo de los Laureles, entre Tacuarembó y Rivera, hasta el reflejo distorsionado de almejas en el río Cebollatí; desde tucanes en la Quebrada de los Cuervos hasta una cañada en un monte serrano en el departamento de Treinta y Tres. Ahora, Andrés dice que quiere continuar el proyecto: “Estoy intentando reengancharme con ese trabajo. Sería como una segunda etapa, en la que pueda reconocer los distintos sistemas que hay en Uruguay –quebrada, playa, pradera– y darle un enfoque más técnico. Está aún en proceso”.
Viajar para volver
Además de persistente, Andrés es un viajero. Ha visitado los más diversos lugares y los ha registrado con su lente. Para él, no hay que ir a India o Tailandia para chocar con la diversidad. “América tiene lo mismo; no se precisa cruzar todo el mundo para encontrar riqueza cultural, étnica, de colores. Acá está y es impresionante”, asegura. Sin embargo, no todos sus viajes han sido en busca de imágenes. Tiene esposa e hijos, y a veces el objetivo es descansar. “Hay viajes que son para vacacionar, otros sí son pensados para hacer fotografías”, explica.
¿Cómo organiza esos viajes?
Llevan mucha preparación. Por ejemplo, cuando fui a la Amazonia peruana tuve que contactar a los guías, planificar detalladamente el viaje. Después sucede que cuando estás en el lugar resultan pocos los días y te venís con un material que podría no ser suficiente. Ahí uno llega a decirse: “Bueno, si fuera un poco más suelto y menos estructurado, en vez de quedarme diez días, me habría quedado un mes o dos”. Habría que hacerlo, pero resulta difícil cuando se debe retornar a trabajar.
¿Qué retos conlleva hacer ese tipo de fotografía?
Cuando uno se dedica a la fotografía de naturaleza, muchas veces no encuentra lo que busca. Los animales no están esperando, posando. No se encuentra lo que se espera. En una fotografía de estudio, se puede hacer lo que se quiera: mover el modelo, la luz. No sucede así cuando se fotografía lo salvaje. Los desafíos son grandes y lo que implica es tiempo, dedicación y perseverancia para lograr la imagen que se tiene pensada, la que se tiene en mente. Una vez estaba en la Sierra de las Ánimas y de pronto se me cruzó un guazubirá a escasos metros. No lo esperaba. Comencé a disparar mi cámara y salieron unas fotos preciosas. Hay un elemento de suerte.
Cuando hago retratos, muchas veces uso flashes externos para trabajar con la luz y darle otro toque. Si el viaje se enfoca en la naturaleza del lugar, voy preparado para eso y más nada. Hay viajes que hago sólo para retratar personas, entonces debo pensar bien lo que quiero hacer, y la luz es importante. Hace un tiempo fui a La Charqueada y andaba caminando para sacarles fotos a las personas de allí. Estoy haciendo un trabajo sobre la desaparición de oficios en Uruguay. Andaba caminando con un softbox de un metro y medio y la gente me miraba como si fuera un loco. Para ese proyecto ya iba con la idea de lo que quería lograr.
¿Encuentra resistencia cuando retrata a personas,? A fin de cuentas, es un intruso con una cámara.
Cuando se conoce a la persona, se gana su confianza y las fotos salen perfectamente. Tenés que venderte un poco para conquistar a los fotografiados. He tenido suerte y todos me han dicho que sí. Hay que ser medio atrevido. Si se duda un poquito, no queda. Me ha pasado un par de veces que he dudado y no ha salido la foto. En ocasiones me han invitado a entrar en sus casas. La gente se pone contenta. Pero no hay que mentirle: no hay que decirle que después se le mandarán las fotos si eso no es cierto, porque se genera una desconfianza y una ansiedad que no tienen sentido.
Cuando se convive con la gente y se ven realidades que se desconocen, uno quiere mostrar a las personas. Me interesa, sobre todo, transmitir su alegría, más allá de dónde se encuentren. Lo que me interesa es mostrar los rostros, los ojos, las expresiones, y no el registro documental, el entorno en el que viven, las casas. Es algo a lo que llegué con el tiempo. Me he dado cuenta de que siempre termino en el retrato más clásico. Pero, ¿qué se muestra? A la persona. No obstante, si bien me gusta viajar y hay más diversidad en otros lugares, quiero volver siempre a Uruguay, al monte nativo, transmitir mediante la fotografía toda la riqueza que tenemos y que se difunda, ayudar a defender esos ecosistemas, empezar a generar un movimiento para que se proteja todo eso. Generar un poco de conciencia con las fotos estaría fantástico. En materia de áreas protegidas falta mucho por hacer. Con las que hay no alcanza, ni cerca.
Mirar hacia atrás
“Esa es una serie –asevera– que intenta mostrar las vivencias de cuatro niñas en los tiempos de José Pedro Varela, una época muy importante para Uruguay. Tuve que estudiar mucho, buscar información, no sólo sobre el contexto histórico, sino también sobre las características del momento: la vestimenta, los peinados, el mobiliario. Recrear todo eso no fue sencillo”.
¿De dónde abrevó para llegar a la construcción de esas imágenes?
Me basé en Caravaggio. Estudié mucho su pintura. ¡Es increíble la obra de este italiano! El trabajo resultó totalmente diferente del que venía haciendo, porque fue en un estudio, con iluminación, pruebas. Tenía que pensar mucho para lograr una imagen. Me llenó de orgullo ver las obras en formato gigante en los pasillos del Museo Pedagógico.
¿Existen espacios suficientes en Uruguay para la fotografía?
Creo que hay muchas oportunidades, pero hay que salir a pelearlas. Primero hay que hacerse de una serie, armarla. Eso sólo lo puede hacer el fotógrafo. Después hay instituciones –como el Centro de Fotografía– que facilitan la confección de la muestra. Desde el punto de vista económico resulta costoso, porque el fotógrafo termina pagando todo. Lamentablemente es así. Pero si estás convencido de tu serie, de tu trabajo, vas a lograr hacer la muestra en algún lado. Hay posibilidades; no tantas como uno quisiera, pero las hay. Eso hace que haya que poner un poco más de energía y estar muy convencido del proyecto que se encara.
¿Qué le gustaría fotografiar si tuviera la oportunidad?
Haría más retratos y más vida salvaje.
¿Y fotografías nocturnas?
Aún no he hecho las que quiero. El otro día estaba en la Quebrada de los Cuervos y había una luna impresionante. Hice una larga exposición y quedó maravillosa, pero no me convenció. Quedó bien, pero no es la que tengo en mente.
Desde dentro del monte, con las siluetas de las hojas y de las ramas, y toda la Vía Láctea pintada allá arriba.
Alguien que visite su web, vea sus fotos y luego se tope con un hombre en una oficina –un ambiente, por decirlo de algún modo, más estructurado– no puede dejar de preguntar por qué insistir en la fotografía.
Por suerte está la fotografía; si no, sería una locura. El desenchufe, la desconexión con esta vida un tanto estructurada, es vital. La pasión, lo lindo. Eso es lo que amo; lo otro es un medio para vivir y, también, para conseguir algún peso para hacer lo que me gusta.