Por Florencia Sáder.
Este último año nuestro mundo estuvo pautado por las pequeñas cosas. Las circunstancias nos obligaron a reencontrarnos con nuestras casas, nuestros espacios, nuestros balcones y jardines. En la era de la globalización, hubo que poner en pausa los viajes transatlánticos y los planes de conocer países remotos. Tuvimos que enfocarnos en lo que nos rodeaba y descubrir la belleza más cercana que muchas veces no miramos, apurados por buscar la distracción fuera de nuestros hogares.
Para Reid Buckley*, un estadounidense radicado hace más de una década en Punta del Este, este fue el año de reconectarse con una de sus pasiones: la fotografía. Desde el jardín de su casa en El Chorro, encontró en unos coloridos pájaros minúsculos un mundo nuevo y fascinante.
Como estudiante de arte en Estados Unidos, en la década de los años setenta, Reid había experimentado con distintas técnicas fotográficas, el revelado en el cuarto oscuro y el uso de filtros para lograr distintos efectos, lejos todavía de la era digital y sus múltiples posibilidades.
Hace algún tiempo el artista observó que durante la primavera llegaban a su jardín varios colibríes. Empezó a darles de comer agua azucarada y se creó una suerte de relación con los pájaros. Estos aparecían a una determinada hora, revoloteando alrededor del comedero, prácticamente exigiendo su comida. Reid los esperaba cámara en mano. Fue entonces cuando empezó a distinguirlos, incluso a bautizarlos: Disco Bird es un colibrí de plumaje verde iridiscente que brilla al sol, The Duelist es especialmente agresivo, territorial, capaz de retar a duelo a cualquier colibrí que se atreva a acercarse demasiado al comedero, y El Calvo, al que le faltan casi todas las plumas de la cabeza. En el jardín había, si uno se tomaba un rato para observar, un micromundo con su dinámica propia. Un universo colorido y singular, pronto para ser descubierto y fotografiado.
“Los he visto batirse a duelo con sus picos, como si de pequeños mosqueteros se tratara”, dice Reid. “Son muy curiosos, casi temerarios, siempre te están observando, se quedan suspendidos en el aire como interpelándote”, agrega.
Los colibríes han despertado la fascinación de los humanos a lo largo de la historia. Hay varios mitos y leyendas ligados a ellos, algunos de la era prehispánica. Uno de los mitos más importantes que involucra a estos pájaros es del imperio mexica.
Cuenta la leyenda que, mientras Coatlicue, diosa de la fertilidad, barría su templo en la montaña de las serpientes, una brisa hizo que varias plumas de colibrí se asentaran en su seno. Fue así como en su vientre se gestó Huitzilopochtli, quien al nació con una armadura, un escudo de águila y sandalias forradas con plumas de colibrí. Cuando Huitzilopochtli se ganó su puesto como dios tutelar de los mexicas, los guió desde Aztlán con sus mensajeros alados. Fue así como alcanzaron la tierra donde alzaron su civilización entera. Por esto, a nivel cosmogónico, estos pájaros ocupan un lugar importante en la era precolombina.
Los guaraníes también tienen entre sus creencias una que involucra a estas aves. Dice esta leyenda que la muerte no es el final de la vida, pues el hombre, al morir, abandona el cuerpo en la Tierra, pero el alma continúa su existencia, ya que se desprende y vuela a ocultarse en una flor a la espera de un mágico ser. Entonces es cuando aparece el mainimbú (nombre guaraní del colibrí) y recoge las almas que están en las flores, para guiarlas al Paraíso. Esta es la razón de que vuele de flor en flor. Es por eso que la visita de los colibríes es considerada una visita de un alma querida del más allá.
Los colibríes son exclusivos de las Américas, no existen en otras partes del mundo y están distribuidos desde Alaska hasta Tierra del Fuego. De acuerdo con los registros fósiles, lo más probable es que sus ancestros hayan sido originarios de Europa o Asia. Después se desplazaron a América del Sur y se esparcieron por gran parte del continente, al tiempo que se extinguieron en el viejo mundo.
Estas aves se hallan, junto con las abejas y las mariposas, entre los principales polinizadores. En un día, consumen su propio peso en néctar. Su vuelo es único, tiene doscientos batidos de ala por segundo. Pueden volar hacia atrás o mantenerse suspendidos en un sitio, alcanzar una velocidad de setenta kilómetros por hora y cuando están en época reproductiva, algunos alcanzan hasta 130 kilómetros por hora en picada, como parte de un ritual de apareamiento en el que los machos demuestran su destreza para atraer a las hembras. El colibrí incuba sus huevos entre catorce y veintitrés días y, en algunas de las especies más pequeñas, estos son del tamaño de un grano de café.
Sus flores favoritas son las tubulares rojas o amarillas. Tienen un corazón muy grande para su cuerpo, para que puedan bombear la sangre con mayor rapidez y obtener el oxígeno que necesitan para aletear a velocidades tan altas. También tienen un cerebro muy grande comparado con otras especies de su tamaño. Dependiendo de la especie, el pico de los colibríes puede medir la misma longitud que su cuerpo. Viven de seis a doce años.
El colibrí abeja de Cuba, también conocido como zunzuncito, es el ave más pequeña del mundo. Mide alrededor de cinco centímetros de largo y pesa apenas dos gramos. El orden al que pertenecen, apodiformes, significa “sin pies”. Los colibríes tienen patas, pero son muy pequeñas y poco desarrolladas, por lo que no las usan para caminar.
Se dice que existen poco más de unas trescientas especies diferentes, algunas de ellas se encuentran en peligro de extinción; una de sus principales amenazas es la pérdida de su hábitat.
El poeta chileno Pablo Neruda, tiene entre sus poemas uno dedicado a estos pequeños seres alados, escrito en 1956, que forma parte de su libro Nuevas odas elementales.
Al colibrí,/ volante/ chispa de agua,/ incandescente gota/ de fuego/ americano,/ resumen/ encendido/ de la selva,/ arco iris/ de precisión/ celeste:/ al picaflor/ un/ arco,/ un hilo/ de oro,/ ¡una fogata/ verde!
Oh/ mínimo/ relámpago/ viviente,/cuando/se sostiene/en el aire/ tu/ estructura/ de polen,/ pluma/ o brasa,/ te pregunto,/ ¿qué cosa eres,/ en dónde te originas?/ Tal vez en la edad ciega/ del diluvio,/en el lodo/de la fertilidad,/cuando/ la rosa/ se congeló en un puño de antracita/ y se matricularon los metales,/ cada uno en/ su secreta/ galería,/ tal vez entonces/ del reptil herido/ rodó un fragmento,/ un átomo/ de oro,/ la última/ escama cósmica, una/ gota/ del incendio terrestre/ y voló/ suspendiendo tu hermosura,/ tu iridiscente/ y rápido zafiro.
Duermes/ en una nuez,/ cabes en una/ minúscula corola,/ flecha,/ designio,/ escudo,/ vibración/ de la miel, rayo del polen,/ eres tan valeroso/ que el halcón/ con su negra/ emplumadura/ no te amedrenta:/ giras/ como luz en la luz,/ aire en el aire,/ y entras/ volando/ en el estuche húmedo/ de una flor temblorosa/ sin miedo/de que su miel nupcial te decapite.
Del escarlata al oro espolvoreado,/ al amarillo que arde,/ a la rara
esmeralda cenicienta,/ al terciopelo anaranjado y negro/ de tu tornasolado corselete,/ hasta el dibujo/ que como/ espina de ámbar/ te comienza,/ pequeño ser supremo,/eres milagro,/ y ardes/desde California caliente/ hasta el silbido/ del viento amargo de la Patagonia.
Semilla del sol/ eres/ fuego/ emplumado,/ minúscula/ bandera/ voladora,/ pétalo de los pueblos que callaron,/ sílaba/ de la sangre enterrada,/ penacho/ del antiguo/ corazón/ sumergido.
*Reid Buckley estudió fotografía en The University of the South en Sewanee Tennessee. Tiene un Bachelor en Artes Plásticas y un Máster en Comunicaciones.
Trabajó con fotografía en los últimos cincuenta años, exhibiendo sus obras en establecimientos públicos y privados, fue juez en competiciones de fotografía y trabajó extensivamente con fotos durante su carrera de arte. Es curador de exhibiciones para museos en Estados Unidos y Europa. Reside en Punta del Este desde 2007.