FUEGO SAGRADO
Amador sale de la cárcel y cuando vuelve a casa su madre le pregunta
-¿Tienes hambre?
Amador es un hombre grande y Benedicta, su madre, es mucho más grande aún. Viven en la campiña gallega con cuatro vacas y algún perro, en una típica casa de por ahí, que siempre ha sido grande, que siempre ha sido astrosa. Para ellos ya no es tiempo de que importen ciertas cosas que desvelan al mundo; para ellos basta con subsistir, con tenerlo al otro, porque cuando te lleva la muerte el alma es tierra arrasada en un incendio. Amador estuvo preso por haber incendiado un bosque entero, un bosque similar al que Benedicta usa como refugio cuando la tormenta la sorprende afuera y puede guarecerse en el hueco del tronco de un árbol que refugió siglos enteros. Y no hay mucho más que decir. La naturaleza de encarga de amparar del mismo modo a culpables e inocentes.
Lo notable de O QUE ARDE es su forma. Oliver Laxe se preocupa por buscar imágenes que le generen un estado hipnótico al espectador no por mero afán estético, sino porque está urgido de transmitir en ellas la raíz primitiva de su región, tan ancestralmente seca y austera que se vuelve bella y pavorosa, al unísono, ante los ojos. Es que pareciera que la gente de allí no puede vivir o morir más que atada a la tierra, mientras construye lo que alguna vez habrá de caerse y volverá a hacerse polvo. Para conseguir estas sensaciones Laxe se vale de un registro documental extrañado por la ficción, una ficción que no es ficticia porque se basa en las vivencias de los pobladores que habitan la sierra de Ancares, y que sin dudas no han de palpitar en la vida real de forma distinta a lo que palpitan en la pantalla. O QUE ARDE, lo que arde, no es el fuego; es un espíritu en combustión perpetua porque, como dijo Henry David Thoreau en alguno de sus escritos, todo lo bueno es libre y salvaje. Y si no está libre y no es salvaje, no será más que cenizas.