LA LETRA ESCARLATA
por Carlos Diviesti
La señora Ximena rara vez lleva encima los anteojos para ver de lejos. Siempre alguien puede contarle qué dicen los carteles y cartelitos por la calle, y además la señora Ximena recibe esa lectura como un acto cariñoso porque es un acto cariñoso ocuparse de los demás. Porque en la calle también hay que mostrarse seguro, con los pies bien plantados en el asfalto, más aún si uno no sabe leer. Bueno, en este caso la que no sabe leer es la señora Ximena, pero no puede pedirle a nadie que le lea lo que está escrito en el frente de su casa porque se mostraría vulnerable. Y ella puede sola. Sabe que no es una enana dentro de su cabeza y es claro, a veces no está tan segura, a veces se comporta extraño. Por eso cuando la Jacky, la hija de aquella amiga que va a su casa a leerle el diario, esa mujer a quien la señora Ximena conoció de cabra chica y hoy es profesora en Letras, le viene a contar que su madre está enferma todavía pero tirando y le pregunta si no quiere que ella le lea, a la señora Ximena le cae pesado, bien gordo. Una cabra chica que presume de lo que aprendió pero que ni siquiera da clases en un colegio es lo que menos ella necesita en esa casa desordenada, repleta de cachivaches aunque en el fondo limpia, donde esconde la carta que le dejó papá en la base de un Buda de yeso e innumerables gajos de malamadre plantados en potes de yogur, esa planta que en otros sitios se llama lazo de amor y que en Santiago abandona a sus críos a la intemperie.
La película de Moisés Sepúlveda (y la obra de teatro de Pablo Paredes en la que se basa) no es un discurso sobre la superación personal con la impronta amable de un discurso de ONG como Stanley e Iris, esa película de 1990 dirigida por Martin Ritt en la que Jane Fonda le enseña a leer y escribir a Robert De Niro, un ayudante de cocina que evita que los demás reconozcan que es un iletrado porque memorizó los colores de los envases de las especias. LAS ANALFABETAS es una película sobre el alumbramiento, y no es casual que sus protagonistas exclusivas y excluyentes sean mujeres: aquí no se alumbran hijos sino que se alumbra (violentamente, por qué no) el saber que lleva dentro cada una, como en la alegoría de la caverna de Platón para los saberes razonable y sensible. Y al tiempo que se alumbra el saber la casa de la señora Ximena lucirá más ordenada y luminosa y con las manchas de humedad intactas. En ese sentido, a la inteligencia de Sepúlveda para ocultar información (es muy poco lo que conocemos de Jacky, por ejemplo, pero ella se encarga de mostrarnos todo lo que es) hay que sumarle abrir a la imagen la obra de teatro manteniendo intacto su discurso; en la película hay multiplicidad de escenarios y escenas en la calle pero Sepúlveda se vale de los recursos más puros desde que el cine es cine y no una sucesión de tomas vista: utiliza casi todos los recursos del primer plano y explota las posibilidades que le brindan ciertas técnicas fotográficas como el desenfoque, la incidencia de la luz, la generación de sombras. Y si el resultado es tan movilizador es porque Moisés Sepúlveda supo abandonar desde el primer momento las veleidades del esteticismo para reforzar una historia tan ríspida como noble: la señora Ximena y la Jacky (las irreemplazables Paulina García y Valentina Muhr) son mujeres nobles a las que evidentemente les falta educación sentimental, y viven en ese Chile al que no le cuesta estar vivo sino que le cuesta sacudirse la complacencia y desperezarse los sueños de bienestar, para que la letra no entre otra vez con sangre.
LAS ANALFABETAS (Chile, 2013). Dirigida por Moisés Sepúlveda. Escrita por Moisés Sepúlveda y Pablo Paredes, sobre obra teatral de Paredes. Producida por Fernando Bascuñán. Fotografía: Arnaldo Rodríguez. Edición: Rodrigo Fernández. Música: Cristóbal Carvajal. Intérpretes: Paulina García, Valentina Muhr. 73 minutos.