Ella, 2-18.
Por Carlos Diviesti.
Hace casi diez años, Richard Linklater estrenaba en el Festival de Berlín una película que asombraría al mundo, no tanto por su narrativa como por lo arriesgado de su experimento: Boyhood, momentos de una vida. En ella, Mason, el personaje de Ellar Coltrane, crecía frente a los ojos del espectador. Aunque al parecer de este cronista Boyhood merezca más atención por su apuesta formal que por sus resultados argumentales, el hecho de ver transformarse un niño en un hombre en menos de tres horas continúa conmocionando. En ¿Cómo mides un año? (How do you measure a year?, 2022), el cortometraje documental de Jay Rosenblatt que tiene HBO Max en su catálogo, la apuesta es la misma que la de Linklater pero a escala hogareña y con apenas un par de preguntas reiteradas año tras año a Ella, la hija de Rosenblatt, desde los dos a los diecisiete. Cada día de cumpleaños, papá Rosenblatt sienta en el mismo sillón a Ella y le pregunta acerca de la relación que mantienen como padre e hija, qué quiere ser cuando sea grande y también si sabe qué es el poder. Las respuestas de Ella, a medida que pasa el tiempo, lógicamente, tienden a complejizarse, pero lo notable del trabajo de Rosenblatt es mantener la misma estructura física de la imagen: aunque es evidente que el tiempo pasa, porque vemos transformarse a Ella de esa muñeca que era a los dos a esa mujer aún frágil de los dieciocho, la homogeneidad del cuadro –filmado evidentemente con la misma cámara de video– nos obliga a preguntarnos en menos de media hora si un año, como en ‘Seasons of Love’ (la canción que Jonathan Larson escribiera para el musical Rent y que Ella canturrea a partir de su entrada a la adolescencia), son tan sólo quinientos veinticinco mil seiscientos minutos, y finalmente cuestionarnos qué es el tiempo. De todas formas, y más allá del plausible resultado del film de Rosenblatt, ni él ni Linklater logran acercarse a la profunda poesía que ofreciera Nikita Mijalkov en Anna, 6-18 (1994), el mismo experimento formal con el tema del crecimiento que Mijalkov realizara con su hija Anna, y que hoy lamentablemente no aparece entre la vorágine y los chubascos que ofertan las plataformas on demand. Ojalá puedan verla a Anna deletrear su nombre mientras aprende a leer Anna Karenina.