Por Fernando Sánchez.
Yudi Yudoyoko (Yakarta, 1963) es un creador multifacético que ha sabido recorrer desenfadado los amplios terrenos de las artes visuales y el diseño. Nacido en la capital de Indonesia, el país más poblado del sudeste asiático, desde pequeño desarrolló un carácter irreverente que lo llevó a ser una oveja negra en la familia. Ese espíritu rebelde le otorgó tempranamente la certeza de que él solo bastaba para enfrentar la hostilidad de una sociedad prejuiciosa. Saberse con esa fortaleza lo condujo a elegir el arte como forma de vida.
Yudoyoko trabajó desde muy joven en el vertiginoso mundo de la moda y se matriculó en la Facultad de Bellas Artes, una institución antigua en Indonesia, en la que se mezclan el arte, la arquitectura y el diseño. Allí cursó alrededor de cuatro años y supo aprovechar el caudal que brinda la academia. “Estudiar arte allá lleva disciplina, requiere investigación, te preparás con un rigor según el cual ser creativo y tener talento no es suficiente para convertirte en un artista. Aprendés de teoría y crítica, que no es lo mismo que opinar, sino desglosar lo que es el arte. Conté con la suerte de tener brillantes profesores y, aunque mi inclinación siempre fue lo contemporáneo, mi formación fue completa. Tuve la base de qué es la estética, qué es la proporción, elementos fundamentales a la hora de construir tu obra”, rememora en una charla con Dossier, sentado en lo que sería el living de su casa en Montevideo.
Hace casi veinte años que Yudoyoko vive en Uruguay. Hasta acá llegó como resultado del azar y el amor. De visita en Nueva York, a inicios de este siglo, conoció a un escritor uruguayo, del cual se enamoró y quien lo invitó a venir a este rincón del Río de la Plata.
¿Cómo fue tu inserción en Uruguay? ¿Cuáles fueron tus primeras impresiones del universo artístico y la industria de la moda locales?
Soy alguien muy lanzado y sin vergüenza, así que una vez acá comencé a presentar mi carpeta de trabajos a las galerías locales. En menos de un año logré realizar una exposición con Galería Sur y luego otra colectiva, de la que recuerdo especialmente a Dani Umpi y Paula Delgado. Así se abrió mi camino como artista en Uruguay. La primera cosa que vi acá fue la Semana de la Moda y pensé que estaban treinta años atrás. En las revistas en las que me desempeñaba en Yakarta, estaba acostumbrado a trabajar con producciones para Jean Paul Gaultier, Moschino y las principales marcas mundiales. Es un país donde hay mucho consumo, esas marcas tienen tiendas monstruosas. Nosotros tenemos una historia muy larga de nuestra cultura. El arte y la artesanía se remontan a épocas primitivas. Es muy diferente de Uruguay. Este es un país muy joven. Tengo la capacidad de adaptarme muy rápido y utilizar las herramientas que me da el nuevo lugar para hacer mi trabajo. Capaz que tuve suerte por llegar de afuera, como extranjero. Todo artista debe prepararse para cuando aparezca la chance, aprovecharla. Se puede tener toda la capacidad y mucho talento, pero sino tenés o hacés contactos es muy difícil dar visibilidad a tu obra. El trabajo del artista conlleva un componente social, de relacionamiento. Acá en Uruguay, destacar es más fácil que en Yakarta, donde hay circuitos más grandes y competitivos. Allá trabajé durante años en la industria de la moda, participé de bienales, me hice conocido.
¿Cómo fue aclimatarse a una sociedad muy diferente a la tuya, con otro idioma, otro clima?
Como te decía, sé adaptarme fácilmente. No sabía hablar español, pero ya dominaba varios idiomas. En mi país se hablan alrededor de trescientos dialectos, aunque existe un idioma nacional. Cuando llegué a acá, me di cuenta de que el español tiene que ver mucho con el portugués y, si bien me costó un poco, aprendí. Además, tuve una excelente profesora. Respecto al clima, fue difícil sobrellevarlo al principio, pero después me di cuenta de que no es tan terrible. Este recambio de estaciones me gusta.
Recordabas lo decisivo que estudiar en la Facultad de Bellas Artes de Indonesia. ¿Piensas que un artista debería pasar necesariamente por la academia? ¿Cuán decisiva es en la formación artística?
La academia es muy importante para que el artista sepa cómo trabajar, cómo reforzar la idea, cómo presentarla, cómo comunicarla, cómo conectar con el público y el circuito expositor. Te enseña a ser un profesional las veinticuatro horas y te demuestra que solo el talento no basta. Te brinda los procesos que necesitás para desarrollar tu arte, el paso a paso. En cada artista es distinta, siempre, su formación. Graduarte de la academia tampoco garantiza que vayas a ser un buen artista.
Moda, arte y comunicación
Una parte de la inquietud artística de Yudoyoko ha apuntado a la investigación y la crítica en publicaciones especializadas. En Yakarta fue editor de moda de las revistas Mode, Yakarta-Yakarta y colaborador en la revista Hai. A su vez, ilustró para las revistas estadounidenses S/N New World Poetics y Washington Examiner. En Uruguay colaboró con la revista Lento, donde mantuvo durante dos años una sección en la que conectaba el arte y el diseño. Para la revista Sauna, escribió textos en los cuales analizaba los vínculos de la moda con obras de arte. Para él, existe una relación entre ambas disciplinas, que califica de “amantes prohibidos”.
¿Por qué prohibidos?
A veces el arte tiene tendencia a profundizar en lo filosófico, en la crítica social, a no ir directamente a lo comercial. En cuanto a la moda, en cambio, su función primera es comercial, la venta. El diseño también es algo que se ve como un servicio hacia el otro, está destinado a un público, a cierta actividad, no es simplemente para expresarse o criticar, aunque después termine haciéndolo. Ambas áreas tienen la condena de ser comerciales. La venta en el arte, para mí, es un efecto, una consecuencia, no es una meta o una finalidad.
Te interesa mucho la comunicación. ¿El arte necesariamente debe comunicar?
Claro, el artista necesita decir algo, consciente o inconscientemente. Un artista busca expresar, aunque pueda llegarle o no al público lo que quiere expresar. La misión es comunicar, no con literalidad, sino a través del simbolismo, que utiliza toda idea que esté en la sociedad y sus códigos. No puedo comunicar alegría con el negro cuando estoy en una sociedad que relaciona el negro con la tristeza, con lo oscuro. Me interesa comunicar la proporción, el color, las líneas. Me gusta manejar todos los idiomas para decir varias cosas en el sentido de que todo se analiza.
¿Cómo llegaste a desarrollar en Uruguay tu proyecto Nudehead?
Una de mis líneas de trabajo siempre fue el dibujo con textos ingeniosos. En 2009 o 2010, cuando abrió el Espacio de Arte Contemporáneo, presenté un proyecto para uno de los calabozos del lugar en donde jugaba con el sentido de la libertad en el estilo de vida contemporánea. Hice una sala con muchos afiches que hablaban de las personas que quieren cambiar su apariencia física, del consumo, de las marcas. Luego volví a las calles a pegar afiches en los cuales hacía este tipo de críticas. La misión de cada persona en la vida es diferente. Siempre he buscado despertar la consciencia. Me encanta conectar con el público y este proyecto tiene una base de arte y de comunicación, es una herramienta para comunicar con la gente. Acá la herramienta no es el óleo o el pincel, es la idea.
¿Cómo llegas a la idea de cada obra? ¿Cómo es ese proceso?
Es un trabajo continuo. Nunca paro de dibujar porque eso desarrolla el pensamiento. Me considero un artista full time, no un freelance que a veces hace arte y a veces no. Hago arte todo el tiempo, soy artista las veinticuatro horas. Es un proceso continuo y una cosa me lleva a otra. Siempre investigo y a veces lo discuto con otras personas. Tengo sistemas que me permiten investigar y desarrollar una idea, discernir a dónde quiero llegar y qué tengo que utilizar, cuál proporción, qué medio, qué color.
En la búsqueda del equilibrio
La exploración y la investigación es una constante a lo largo de la vida de Yudoyoko. “Estuve en todas las religiones”, dice riéndose. “Mi papá provenía del kejawen o javanismo, una creencia animista muy antigua en Indonesia, que se relaciona con el ecosistema, la naturaleza. No implanta una doctrina como las religiones monoteístas. Mi madre era medio musulmana. Yo fui musulmán cuando niño y luego, cuando estudié en Bellas Artes, me convertí en budista. Después me enamoré de un cristiano y fui cristiano. Al final me di cuenta de que no era una religión lo que buscaba”, afirma.
El afán de este artista parecería abarcar tanto como sea posible el mundo en el que habita mientras encuentra el equilibrio. “Yo cultivo todo y paso por todos los estados. Tal vez tenga varias personalidades, no lo sé. Me gusta todo tipo de música. Un día puedo ser muy religioso y otro totalmente ateo. Una persona no es completa si no tiene todos los elementos. La vida es amplia, tiene muchos lados, y me interesa el balance que se logra en la relación de una persona con otra persona, entre una raza con otra, entre los animales. Los seres humanos somos una de las criaturas más destructivas”, comenta. Su interés por los animales y el medioambiente se manifiesta especialmente en sus pinturas. Yudoyoko es vegano y ecologista.
“Parte de mi obra habla de la tierra, sobre cómo siendo tan chiquitos pensamos que somos el centro del universo. Estamos limitados por el contexto. Para nosotros está el arriba y el abajo, pero en verdad no existe arriba ni abajo. En una exposición que hice hace unos años atrás había una obra que se titulaba ‘La tierra tenía nombre’. Era una pieza grande, de catorce por tres metros, que la loteé y di en partes de tres centímetros cuadrados. Me interesaba poner el énfasis en esa creencia de que somos los dueños de la tierra”, reflexiona.
La obra de este creador tiene un fuerte componente queer. Para él, un artista que no es honesto consigo mismo no tendrá logros ni aciertos en su trabajo: “Si un artista es gay, pero pinta como un heterosexual, no va a llegar a su alma. Oscar Wilde no hubiera sido quien fue si hubiera reprimido su pasión por los hombres. Si soy queer, soy queer”.
A fines de los años noventa, Yudoyoko creó con un grupo de artistas una especie de laboratorio en el que hacían arte callejero “sin límites ni permisos”. Realizaban performances y happenings en lugares públicos sin avisos ni autorización de las autoridades y dejaban registro audiovisual de esos trabajos. Para este artista, el permiso muchas veces quita libertad, condiciona la obra y la limita.
La obra de Yudoyoko se ha expuesto en países de Asia, Europa, América Latina, y en Estados Unidos, Australia y Canadá. Ha sido profesor de diseño en la escuela de moda Instituto Strasser y en el Centro de Arte y Música Montevideo. Según él, enseñar arte no es insertar ideas en un alumno, sino adiestrar y preparar a alguien para ser otro artista capaz de crear, partiendo del conocimiento, de la historia, con una base teórica. “Enseño diseño hace varios años y uno debe separar entre su gusto y su apreciación. Puedo, por ejemplo, presentar a determinado artista con un análisis neutro de su obra, sin dar mi opinión; pero si un alumno me pregunta si me gusta ese artista, yo puedo decir que sí o que no. No tiene nada que ver. Se trata de dar a los alumnos la mayor cantidad de posibilidades y herramientas para que ellos después elijan el camino. En diseño, por ejemplo, no me gustan Valentino, Armani o Chanel, pero aprecio y entiendo lo bueno que puede tener cada uno. Los educadores debemos tener la capacidad de apreciar y entender muchas más cosas para expresarlas y transmitirlas a los alumnos”, explica.