Trazos de un largo camino que recién empieza.
Por Matías Castro.
Sebastián Santana tiene ya casi veinte años de carrera en el mundo de la ilustración. En los últimos años ha logrado un importante reconocimiento artístico. Su libro Mañana viene mi tío está por editarse en Canadá de la mano de un sello que planea hacerlo llegar a escuelas y darle una gran distribución. Es, apenas, una de sus muchas publicaciones aquí y en el extranjero.
Hace unos cinco años, Sebastián Santana Camargo siguió a su compañera hasta Valparaíso, donde ella tenía una oportunidad de trabajo y se quedaría un tiempo largo. Él se había llevado sus materiales de dibujos y un día se encontró caminando por playas, buscando entre la arena y las piedras. Ahí aparecieron pedacitos de loza que fue recolectando, como mucha gente hace. Y les imaginó una historia que los completaba; un relato que convirtió en exposición y libro digital llamado De piedra feliz. Esa obra fue una de las varias que surgieron esos años en Chile, período importante de inflexión entre sus costados de ilustrador y artista visual.
Santana es conocido sobre todo como dibujante, integrante de una generación de creadores que han elevado el valor artístico de la ilustración editorial uruguaya. Alejo Schettini, Federico Murro, Claudia Prezioso y Alfredo Soderguit forman parte de ese grupo. Pero también Sebastián es conocido por sus claras posturas políticas y su defensa de los creative commons frente al copyright.
Su carrera acumula premios y libros que lo presentan como ilustrador y diseñador gráfico. Obtuvo el Paul Cézanne, el Bartolomé Hidalgo, el Alija que entrega la Asociación de Literatura Infantil Argentina. Ilustró más de cuarenta libros propios y ajenos, publicados en Uruguay, Argentina, Chile, México, España y próximamente Canadá. Ha ilustrado a Quiroga, Lía Schenk, Horacio Cavallo, Helen Velando, Magdalena Helguera y muchos más. Sin embargo, este artista de cuarenta y cuatro años, también conocido como Pantana, se muestra extremadamente discreto ante todo eso.
De viajes y un diablito
De su larga bibliografía, el trabajo que más impacto ha generado es el libro Mañana viene mi tío. Se trata de un relato gráfico extremadamente simple en su trazo que trata sobre los desaparecidos, aunque habilita múltiples lecturas. Además de su edición en papel en varios idiomas, se puede ver en Youtube videos de gente que lo lee por su cuenta, haciendo un uso libre y sin lucro con el que él está plenamente de acuerdo.
Pero ese libro, que se gestó hace una década, convivió con una larga evolución de su trabajo. Y con un par de mudanzas de país.
“De los años en Chile salieron cinco libros”, cuenta. Un par de ellos se ha visto solo en formato de exposición. “De piedra feliz nació cuando encontré tres restos de vajillas con el mismo dibujo, pero en tres colores distintos. A partir de ese hallazgo armé una narrativa sobre un personaje que no sabe quién es y que se plantea tres posibilidades sobre sí mismo. Hasta ahora fue una exposición que monté en el Museo Zorrilla, pero es netamente un proyecto de narrativa gráfica al que le quiero agregar textos para convertirlo en libro. Me gustaría lograr la capacidad de Manuel Puig para escribirlo en registros distintos”.
No obstante, De piedra feliz ya tiene forma de libro, que circula en PDF con un relato gráfico sin palabras, salvo por el prólogo de Maca Wojciechowski. En él, los pedazos de losa de las playas se superponen y extienden con los dibujos de Sebastián, el trazo de un artista anónimo del siglo XIX o inicios del XX se encuentra delicadamente y crece con el del ilustrador uruguayo del XXI. A esas pequeñas piezas que, por ejemplo, dejan entrever una parte de un puente o de un jarrón, Santana les agrega un mundillo en el que va narrando una historia muda sobre las posibles construcciones de la memoria.
Por otro lado, Micromemoria porteña es una gran tira de boletos de ómnibus pegados, detrás de la que fue dibujando y escribiendo impresiones sobre Chile y Valparaíso. Se trata de una delicada cruza entre narrativa gráfica, parte diario de viaje de un uruguayo encantado con el país y parte objeto artístico que se extiende a lo largo de ciento veintinueve metros. Todas las tiras están publicadas en un extenso PDF de circulación libre, bajo licencia creative commons. Alguna vez consideró publicarlas.
“Hoy considero que Micromemoria es una buena instalación”, reflexiona desde su costado de militante político, “pero después de la revuelta social en Chile, creo que está fuera de lugar hacer un libro tan romántico sobre ese país. Es que se trataría de la visión amable de un extranjero, publicada en el momento incorrecto. Por mis intereses políticos, si voy a publicar en Chile en este momento histórico, prefiero sacar algo distinto a esto, que son apuntes que hablan de sus plantas y cosas así”.
No piensa en la posibilidad de publicar allí por simple especulación. En Chile ya lleva editados tres libros a través del sello Caligrafix. Uno de ellos es una lujosa versión de El diablito colorado, de Horacio Quiroga. Para ilustrar este cuento no solo dibujó literalmente lo que va sucediendo párrafo a párrafo, sino que encontró un resquicio para sí mismo al convertir un viaje que Quiroga resume con solo dos frases, en un mapa repleto de viñetas que sugieren muchísimas anécdotas.
De orígenes y procesos
Este presente que lo muestra como un artista ilustrador acompañado de premios y proyección fuera de fronteras, comenzó con cierta discreción, casi veinte años atrás. Por entonces trabajaba en una oficina, había estudiado Psicología y un par de años en Bellas Artes, además de haber ido cuando chico al taller de un artista en Goes, junto a su hermano. También fue durante más de un año al taller de Joaquín Arostegui, hasta que, hacia 2000 se encontró pintando y dibujando con base en el trabajo de otros artistas.
“Mi formación fue bastante improvisada y a los saltos”, explica. La Facultad de Psicología le ofreció, según sus palabras, un lugar de aprendizaje de lectura y escritura. Allí, los cursos de psicodrama y psicología existencial fueron particularmente enriquecedores para alimentar sus posteriores reflexiones y acercamiento a las artes gráficas.
Como buen autodidacta, sus referentes aparecieron por el camino de fuentes inesperadas. “Algo que recomiendo siempre que doy clases es apelar a la lectura”, dice. Por eso, explica que libros recomendados por amigos y las películas de Cinemateca fueron casi escuelas para su formación. “Un espacio formativo super importante fue ilustrar muchos libros didácticos. El trabajo en sí mismo fue mi escuela, fue donde encontré las oportunidades de bajar a tierra lo que había digerido”.
Un poco antes de empezar como ilustrador, fue diseñador de escenografías. Hizo varias para obras en el sótano del recordado Bar Mincho. Y fue por La sangre que en 2002 recibió una nominación a los premios Florencio.
“En esa época fue muy importante que gente quince años mayor me incentivara a hacer y mostrar cosas. Por las referencias que me daban, cuando me quedé en seguro de paro de la empresa donde trabajaba, se me ocurrió ofrecer trabajo en donde quería. Un amigo me dio unos consejos sobre cómo armar un portafolio. Me fui a un locutorio y llamé una por una a las editoriales. Cuando hablé con Santillana, me pidieron una muestra de imágenes y una semana después me llamaron para una reunión. Tres meses después me encargaron ilustrar un libro de poesía en el que también dibujaba Alfredo Soderguit, con el que años más tarde terminé trabajando en la película Anina”.
Un tiempo después de conocerse, junto a Soderguit fundaron Iluyos, el colectivo de ilustradores uruguayos que apuntó a la profesionalización del medio y que aún continúa activo.
Iluyos tuvo varios logros, entre ellos el de lograr que algunas editoriales les pagaran derechos de autor a los ilustradores, al igual que a los escritores. “Por ejemplo, el libro Azul es el color del cielo se ha seguido reeditando, pero yo cobré solo en 2006. Eso no es justo, porque cuando le quitás los dibujos, el libro adelgaza hasta lo impublicable, porque el texto tal vez sean cuatro hojas de Word. Todo bien con la creación, pero te discuto el objeto de mercado y no veo argumentos para ir en contra de que a mí me correspondería parte de ese dinero. Hasta mirado en términos de volumen de la tinta que mi trabajo requiere en ese libro”.
Iluyos, además, fue convocado en sus primeros tiempos por la Dirección Nacional de Cultura. A partir de conversaciones, el Estado puso atención sobre el arte de la ilustración y creó el Premio Nacional de Ilustración. Tanta es la importancia que se le ha dado desde el lado institucional, que se publica anualmente un catálogo con los ganadores y el primer premio es enviado como representante uruguayo a la Feria del Libro Infantil de Bologna.
De polémicas y derechos
La mirada de Santana sobre los derechos de autor, su uso y lucro, es compleja y estuvo en la mira hace algunos años, cuando se mostró a favor de la cuestionada “ley de las fotocopias”. Es, además, impulsor de los creative commons, una alternativa al copyright para licenciar trabajos de forma más permisiva, pero bajo diversos criterios que no penalizan una copia si no tiene fines de lucro.
“Creo que mi forma de ver este tema tiene que ver con el hecho de que en casa siempre hubo computadoras”, explica. “Me acuerdo cuando mi viejo me mostró internet por primera vez en un monitor verde. Estaba sorprendido y me insistía con lo importante de que estaba conectado a una computadora de Míchigan. Gracias a esas experiencias tempranas, en algún momento, siempre a través de lo visual y lo icónico, pensé en el tráfico de información y empecé a reflexionar sobre la apertura que permite internet. En cierto punto descubrí los íconos de los creative commons, por eso digo que lo visual fue parte de este proceso. Y a través de esos íconos descubrí los conceptos que representaban, que me cayeron muy bien desde una lógica de colaboración. Porque el desarrollo de mi carrera artística tiene que ver con mucha gente que me habilitó oportunidades. Así que los creative commons me parecieron una forma de habilitar, marcando las reglas de juego y eliminando el lucro, que es el gran problema”.
Algunos libros de los que ha sido autor integral están registrados con creative commons para ser fiel a esa prédica. Otros, como En la noche, publicado por Random House, tienen el registro de copyright tradicional ya que las políticas editoriales no lo admitieron.
En 2014, además, apareció como una de las voces disidentes junto al escritor Germán Machado, cuando se discutía la extensión de los plazos de derechos de autor tras la muerte de este. En la rendición de cuentas de ese año se incluía un artículo que apuntaba a extender de cincuenta a setenta y cinco años ese plazo tras la muerte del autor.
“Fuimos las voces disidentes porque es una discusión que se traduce en implicancias sobre patrimonio, aunque muchas veces lo veamos solo en libros. La pelea se dio entre autores e ilustradores. Los primeros, más acostumbrados a cobrar por regalías, estaban de acuerdo en extender. Germán escribió una carta pública con argumentos y yo suscribí. Y estuvo bien que hubiera discusión. Nosotros decíamos que no es lo mismo el dominio público a la explotación comercial sin autorización. Porque a nivel industrial hay trampas. Disney, por dar un ejemplo concreto, se aprovechó de que los cuentos de los hermanos Grimm estaban libres; sin embargo, ellos establecen reglas de juego por las que dentro de doscientos años nadie va a poder aprovechar el Ratón Mickey. Hay grandes plataformas hechas sobre creative commons y la mucha o poca plata que se genera llega igual, no se pierde”.
De nombres y amigos
Durante muchos años, Sebastián usó el seudónimo Pantana a la hora de firmar sus trabajos para niños. El nombre nació de un viejo chiste familiar y se convirtió en una marca de identidad con la que, durante unos cuantos años, quiso dar referencia a sus lectores.
“Cuando empecé a trabajar en literatura infantil, pensé que era interesante marcar desde el otro lado, el del creador, que se trataba de contenidos para todo público. Entonces, lo que firmaba así sería de acceso universal en términos etarios. Igual me di cuenta de que esa idea no funcionó del todo, porque por otro lado muchas obras las firmaba con mis dos apellidos, por darle lugar al apellido materno. Y cuando recibí el premio Cézanne, que era para Sebastián Santana Camargo y fue un punto importante para mi evolución, reflexioné sobre mi lado de artista visual y pensé que tenía que unificar todo. Ahí abandoné el Pantana, aunque las reediciones de algunos libros siguen con el seudónimo”.
Uno de los compañeros de carrera con los que comparte esa inquietud entre lo infantil, lo adulto y lo puramente artístico es el escritor Horacio Cavallo. Se conocieron en 2007, cuando ambos empezaban sus carreras y ganaron una beca para creadores que otorgaba la Intendencia de Montevideo. De entre los varios trabajos que hicieron juntos está el libro Figurichos, un hermoso álbum de criaturas fantásticas ilustradas por Sebastián y descritas con poesías de Cavallo.
“Con Horacio tenemos menos colaboraciones de las que me gustaría”, cuenta. “Nuestros trabajos por separado, como sus poesías o mis obras para exposiciones, para mí tienen una misma fibra. Además, nos conocimos en la entrega de aquellas becas, pero nos acercamos por la vía del reclamo cuando armamos un grupo porque se demoraban en los pagos desde la Intendencia. Ahí tuvimos muchas charlas, intercambiamos trabajos y se generó una corriente de admiración mutua porque tenemos muchas formas en común de ver el arte. Somos gente hecha para ser amiga”.
De simplicidad y compromisos
El camino lo ha llevado del viejo Pantana, que ilustraba Súper Pocha con un estilo bien historietístico, hacia la ilustración lineal más colorida, la cruza de técnicas de su libro de historietas Palabra, la abstracción y, a veces, el minimalismo. El libro álbum nonsense Un avión aterriza donde puede, escrito por Lía Schenck, es una buena muestra de ese camino de búsquedas. En casi toda la narración, las páginas de la izquierda tienen ilustraciones bastante minimalistas, mientras que las de la derecha son más elaboradas.
El punto máximo de la simplicidad de la línea está en Mañana viene mi tío que, curiosamente, se gestó durante la Marcha del silencio de 2011. Literalmente se gestó mientras caminaba entre la gente.
“Ese año se había votado una interpretación de la ley de caducidad que no salió por el voto de Semproni. Entonces, en la marcha se sentía una latencia de enojo enorme. Sentía que debía devolver esa afrenta. En medio de todo eso me acordé de una campaña que preguntaba por la falta de empatía ante una madre que preguntaba por la desaparición de un hijo. Había un desaparecido llamado Nelson Santana, que no es pariente. A su vez, pensé en un tío cercano mío, que vive. De ese modo, en la marcha iba con una libretita anotando y escribiendo. Y como mi cabeza funciona en imágenes, pensé en un banquito vacío, en el que ya no queda nadie esperando. Mis amigos me veían escribir y dibujar caminando y no entendían. Pero un estado así, en el que cuajara todo en poco rato, no me pasó más”.
Ver su libreta de notas con los apuntes de aquel día es una buena muestra de que en esos pasos se gestó incluso el personaje del libro tal y como lo dibujó años después. Esos trazos son también una parte de las diversas facetas de Santana. Muchas de ellas están en el libro objeto Crónicas de un inconsciente que vive y lucha en tiempos de pandemia, en el que ilustró de las formas más variadas una serie de textos de Fernando Barrios.
“Me interesa la búsqueda de un lenguaje gráfico que tenga algo de escritura pero que no sea un ideograma, que sientas que estás leyendo y viendo algo a la vez. Pero sin boceto, es como arte vivo, la concreción gráfica de lo que se puede entender como minimalismo ya que la persona termina de darle profundidad y sentido. Es importante eso a la hora de sentarme y entender cuánto es suficiente, porque tengo que darle responsabilidad a la persona que va a mirar la obra”.