Por Selene Rodríguez.
Contar esta historia en el momento que vivimos globalmente es, además de un honor, un deleite a nivel espiritual, emocional e intelectual.
Conozco al maestro Jaime Nowinski a través de su arte desde que tengo memoria. En casa de mi abuela había tres mesas increíbles, enigmáticas para la imaginación de una niña, llenas de símbolos cautivantes que siempre me llevaron a lugares remotos, pensando quién sería el señor detrás de aquella firma poderosa. Y en esas mesas transcurría el tiempo familiar, que fueron décadas; esas mesas hasta el día de hoy siguen una línea temporal que parece ser propia y hacer caso omiso al paso del tiempo. En casas de amigos y familiares también había piezas cerámicas de Nowinski, como referencia al arte cerámico de nuestro país y de una época que tienen presencia en la actualidad.
En 1930, su padre llegó a nuestro país desde Polonia; tenía a Argentina como destino original. Al llegar aquí, el ambiente de alegría por el mundial de fútbol hizo que decidiera quedarse por la calurosa bienvenida de la gente. En Polonia quedaba su esposa e hijos, hermanos de Jaime, aguardando a que su padre lograra establecerse y pudiera enviar el dinero suficiente para traerlos. Increíblemente, en el corto plazo de dos años, además de enviar dinero regularmente para su esposa e hijos, logró reunir la cantidad suficiente para que se embarcaran hacia nuestro país y reunirse con ellos. Su padre llegó en un barco llamado Almazora, su madre y hermanos dos años más tarde en el Sierra Morena, en 1932. Y en 1934 nació Jaime Nowinski en nuestro país. Era el comienzo de una vida nueva para una familia que llegó a encontrar su destino en tierras que brindaban paz, seguridad y el ambiente propicio para empezar de nuevo.
En 1951, en la ciudad de Florida, comenzó a pintar con Juan Curuchet Maggi. Salían a recorrer paisajes que plasmaban en lienzo. Después, en Montevideo, en un taller de pintura que había en el Viejo Molino de Pérez, conoció al maestro Alceu Ribeiro, quien lo aconsejaba acerca de los trabajos que Nowinski le llevaba.
A los 22 años, emprendió un viaje por América, recorriendo el centro y norte argentino, Colombia, Ecuador, Bolivia, Venezuela y Perú, en donde en Lima quedó impactado por el museo arqueológico, lo que inició su relación con la cerámica, atraído por esos materiales y la inquietud de comenzar a explorarlos.
A su regreso, trabajó en una librería en el Palacio Salvo, donde al poco tiempo se organizó el primer salón de cerámica de Uruguay, lo cual lo acercó al taller de Marco López Lomba y Carlos Páez Vilaró. A ese taller fue como observador. Nowinski aún recuerda su primer trabajo, cuando Ohannes Ounanián, compañero de taller, le pidió que lo ayudara a pulir piezas bizcochadas y le dio un cuenco para decorar. Al ver lo que podía lograr, inició uno de sus más entrañables y perdurables amores: la cerámica. Tiempo después López Lomba y Carlos Páez Vilaró se separaron y Carlos lo invitó a acompañarlo en su nuevo taller. Si bien su paso por ese taller fue de dos años, lo recuerda como clave en su aprendizaje.
Se considera autodidacta y reconoce el libro de Peder Hald como gran pilar de su conocimiento, la experimentación, el ensayo, la constancia y la fascinación han determinado su camino. Por lo demás, no deja de remarcar la fortuna de haber podido vivir siempre del arte, haber viajado y llevado adelante un maravilloso hogar con su esposa y tres hijos, además del placer que le brindó la docencia. Vivir haciendo lo que le apasiona es lo que más destaca de todos estos años.
Sus diseños, icónicos en la cerámica de Uruguay, forman parte de colecciones en varios países.
Gran parte de su obra cerámica ha sido la escultura, con presencia fuerte: grandes estructuras unidas con bulones de hierro, piezas que sugieren grandes engranajes móviles, increíbles piezas colgantes. Incursionó haciendo tótems de cerámica y llegó a hornear grandes piezas en los hornos de Bozzolo. Creador de grandes murales, que aún se pueden ver en hogares particulares y lobbies de edificios, es un reconocido genio del esmaltado metálico, poseedor de un lenguaje propio, que muchos creen influencia de Torres García pero que en verdad encuentra inspiración en la obra de Paul Klee.
El maestro Nowinski vive el año 2020, pero particularmente el extraño –por llamarlo de alguna forma– momento pandémico, con la fuerza creativa y de carácter que lo caracteriza, llevando adelante su nueva obra pictórica. Ha encontrado este año, en el marco de la pausa global, la concentración e inspiración para que –inquieto y metódico–conciba obras con las que se va a dormir en la mente, queriendo que sea mañana para seguir plasmando sus objetivos, para partir hacia algo concreto que, a veces, como en la cerámica, entra en caminos de exploración que lo conducen a otro destino que no sabía que estaba buscando, pero que emerge ante sí con la fuerza vital y concisa que posee el arte verdadero.
Nowinski es un hombre fuerte, de voz clara y contundente, con una constante mirada ávida del mundo, que parece querer devorar el futuro inagotable, con ganas de hacer más, de crear ilimitadamente. Sin dudas, esperamos en breve una muestra de todo lo que ha generado en estos meses, de esa necesidad de enfrentarse al lienzo en blanco y entablar una dinámica irrefrenable.
Valga recordar que la cerámica le brindó, además, el regalo de conocer a su esposa, Graciela, con quien comparte la vida desde hace más de sesenta años de la misma forma: enérgica, sincronizados.
Este camino recorrido por su padre desde Europa, la llegada de su madre y hermanos, su nacimiento en Uruguay, sus viajes para descubrir la cerámica, su familia, su obra, sus entrañables amigos y alumnos (de vital importancia en su vida) hacen que su espíritu sea un gran ejemplo.
Taller Nowinski
El taller de Jaime Nowinski se fundó en 1959 y desde su inicio trabajó con pastas y esmaltes a muy alta temperatura (1230 grados centígrados), lo cual crea un gres cerámico cubierto por un barniz mate de gran dureza, lo que lo hace más fuerte y resistente que la cerámica convencional.
Ceramista, creador de una obra de gran personalidad, Nowinski es, además de infatigable trabajador, un artista inquieto y prolífico que en su taller ha investigado y transitado por varias técnicas, desarrollando desde la cerámica hasta la escultura y el muralismo. Docente de igual destaque, realizó una veintena de exposiciones individuales y participó en decenas de muestras colectivas. Su obra forma parte de importantes colecciones en diversas partes del mundo. Su profesionalismo y la inequívoca impronta de su obra lo destacan como uno de los más importantes creadores de Uruguay.