La cultura en tus manos

La cerámica, un arte que acompaña. Con Laura Ungo

22 mayo, 2025

Foto Mario Cattivelli.

Dossier estuvo con Laura Ungo, simpática, extremadamente divertida, luchadora y empoderada, enfocada, clara, con miles de anécdotas. Sus palabras son veloces, su sonrisa encantadora y contagiosa, sus manos portadoras de vestigios del que forma parte de su día a día, se le nota que viene del interior. Brilla y tiene un corazón noble, sus piezas de cerámica son su reflejo.

¿Dónde naciste?

Nací en Montevideo en el 85, pero a los dos días me llevaron a mi pueblo, Sarandí del Yí en Durazno, donde viví hasta los dieciséis años. Si bien muchos estudiantes se vienen [a Montevideo] a los dieciocho, tuve que llegar antes porque se enfermó mi papá y me instalé a terminar los últimos dos años del liceo en la capital, en el colegio Santa Teresa de Jesús, perdí un año cuando mi papá falleció y terminé el liceo en el IAVA. Lo pasé bien, mal, hasta que me “copé” y me enamoré de Montevideo, de las cosas diferentes que había para hacer, y me quedé hasta los veinte y pico, cuando me mudé a Ciudad de la Costa.

¿Cómo aparece la cerámica en tu vida? 

Soy la menor de cinco hermanos, en Durazno nuestros padres tenían un negocio que era bazar, papelería, juguetería. Mi padre era un tipo apasionado, siempre tuvo una especie de “taller clandestino”,se había hecho un espacio de refugio donde hacía lo que realmente le gustaba: trabajar con sus manos, con madera, escultura, dibujo, música; pero ni él ni ninguno de nosotros lo miramos como una posible forma de vivir. En esa época y en un pueblo no era una posibilidad, supongo. En mi niñez en Sarandí había pocas cosas extra para hacer, hice cerámica un par de años. Cuando nos mudamos a Montevideo mi primer año fue bastante jodido emocionalmente, no me adaptaba. A lo único que iba era al taller de Rafaela, que daba clases de barro y pintura sin juicio alguno. Yo sabía modelar por las clases de cerámica que asistí en el pueblo, pero no se cocinaba. Ese taller me salvó, fue una experiencia linda encontrar ese espacio en Montevideo.

Fotos Daniel Silvera.

¿Tenías claro qué ibas a estudiar después del liceo?

Mi barra de amigas estudiaba distintas carreras, todos la carrera ideal, pero yo nunca tuve claro qué estudiar, necesité salir a trabajar enseguida, siempre trabajé yendo al liceo; tenía que ver más con que fuera conveniente. Todo fue surgiendo, con 17 años encontré trabajo en un vivero donde me iba bien, venía del interior (campo, vacas, era lo más cercano que me veía haciendo), sabía de plantas... entonces empecé a estudiar jardinería, después hice paisajismo y antes de terminar el último año obtuve un trabajo con un sueldo muy bueno en la Embajada de Estados Unidos, yo lo necesitaba. Ahí me afiancé.

Entonces ibas al liceo y trabajabas en el vivero.

Sí, sí, trabajé en mil lugares, ese fue el primero. Hice el liceo, el curso de jardinería, paisajismo, mil cursos más de paisajismo... en el vivero seguí trabajando hasta que me llamaron de la embajada, donde trabajé ocho años hasta que renuncié cuando nació mi primera hija y me dediqué a la cerámica.

El vivero te abrió el panorama, fue el nexo con el barro.

Claro, claro, sí. Trabajé siempre desde que llegué a Montevideo. Por eso digo que de alguna manera siempre estuve conectada con el barro, con la tierra; además plantaba todo el día porque como era chica me tenían en el fondo plantando, plantando, plantando, era un vivero que vendía muchas plantas chicas. Trabajaba como una bestia. Solo tenía libre los martes. Fin de semana de 9.00 a 9.00. Fue cuando me pregunté qué hacer. No me pagaban nada para todo el trabajo que hacía. Un día le dije al encargado o dueño “me anoté en jardinería, son tres años, estoy copada, necesito un cambio de horario”, y me dijo: “¿Cuál es tu prioridad, trabajar o estudiar?”; me mató porque yo necesitaba el trabajo, fue heavy, igual le veo un lado positivo a todo y me dije “bueno”. 

Foto Mario Cattivelli.
Foto Mario Cattivelli.

¡Te empoderó!, sos jovencita, cuando la vida nos sacude, tocamos fondo y lo podemos ver, somos capaces de cambiar el rumbo.

Sí, y estoy re contenta, es verdad que me quiebro a veces. Me anoté en Jardinería, que era Paisajismo, me hice muchas amigas y estuvo alucinante, se estaba por abrir la Licenciatura en Maldonado. Todo lo que era paisajismo me anotaba. Mientras hacía todo eso, en paralelo me inscribí de noche en otro curso en Bios y conocí a Jime que trabajaba en la Embajada de Estados Unidos y un día me dijo: “me voy de la embajada, ya empezá a mandar currículum y como referencia decí que sos conocida mía”. Fue como mágico todo, porque conocí a Jimena –que nunca más la vi–, por ella conseguí un trabajo que me dio una economía más tranquila, me estabilicé, me fui a vivir con mis amigas, enseguida me fui a vivir con mi pareja... cuando nos conocimos yo tenía 19 y él 20. Fue una época muy bonita. 

¿Terminaste Paisajismo? 

Ahí terminé la parte de Tecnicatura en Jardinería y aparte teníamos materias de paisajismo en la Escuela de Jardinería. Se podía optar por hacer solamente la tecnicatura sin hacer Paisajismo o se podía hacer ambas. Estaba por terminar, teníamos pruebas o exámenes con mi gran amiga Poti y me llamaron para una entrevista en la embajada. Participé de las entrevistas, un estadounidense me hizo preguntas en inglés –aún nos reímos con mis amigas pensando qué le habré contestado– y me seleccionaron. Ya estaba viviendo con mis amigas y ahí fue que todo empezó a estabilizarse. En todo este proceso, mientras hice jardinería, estuve tres o cuatro años sin hacer talleres, no tenía tiempo; luego reenganché fuerte con todas las actividades que me gustaban, probando en talleres que me parecían alucinantes realcionados con formación y con el lugar, hice formación Zen Shiatsu. 

¿Te manejaste bien con el idioma?, ¿qué trabajo hacías en la Embajada?

Entiendo pero hablo muy mal inglés, aunque cursé varios años de inglés hasta casi obtrener el First. En la embajada hacía todo lo relacionado con el diseño de jardines y además el mantenimiento de todos los diplomáticos, tenía experiencia en vivero y estudiaba jardinería, era la única mujer que trabajaba con los chiquilines. Ganaba bien para la edad que tenía, me daba mucha estabilidad económica –que era lo que necesitaba desde que falleció mi papá–, pero no me daba nada más. Por momentos pensaba que eso, lo rutinario, no podía ser mi vida y me venía “asfixia” de pensar que el resto de mi vida iba a trabajar en eso porque seguía sin tener claro qué hacer si me iba de ahí; la economía era un peso porque si me iba era qué y cómo.

Foto Sofía O'Neill.
Foto Sofía O'Neill.

¿A qué talleres fuiste?

Seguí haciendo continuamente talleres, donde siempre había pintura, barro y dibujo. El dibujo me encantaba pero me daba cuenta que mis manos grandes necesitan palpar, moldear en grande. Eso va cambiando, no somos las mismas personas. En varios talleres aprendí mucho: el Barrientos, donde el profesor era un crack; el taller Terracota, donde conocí a Inés que hasta hoy es más que mi profe de torno en la Costa, también fui unos meses con dos chicas que trabajan juntas hace años en un taller en Pocitos y escuchaban bossa nova, entonces pensé “se puede vivir así, yo quiero esto”. Me lo cuestioné muchas veces. 

¿Cuándo decidiste abrir tu taller?

Mi hija Luna nació prematura y resolví que económicamente podía estar un tiempo sin trabajar, lo que fue el empujón para decidir quedarme con mi hija y entonces renuncié. Dani, mi pareja y papá de mis hijas, me ayudó y apoyó mucho con la decisión; buscamos la forma de vivir con lo que quedaba de mi trabajo y lo que ganaba él; somos muy compañeros a la par. Pasaba muchas horas maternando desde el sanatorio y después metida en mi casa; además de al taller particular había empezado a hacer la formación de tres años en el taller Malvín, donde me explotó la cabeza, me pareció alucinante, las dos mujeres que lo dictaban –Lili y Vivian– eran poderosas e increíbles. Enseguida me quedé embarazada de mi segunda hija, Candela –se llevan un año y medio con su hermana–. Terminé el taller, ya había maternado, mi hija más chica ya tenía casi un año, entonces me dije “así como termino tengo que abrirme un taller”. Era conseguir trabajo y seguir. 

¿Cuándo empezaste a dar clases?

Trabajé mucho con tierra, plantas, era mi trabajo oficial. Siempre sentí que el modelado, puntualmente el barro, en mí era una parte y recién me di cuenta de que podía ser una posibilidad dedicarme a esto cuando fui grande y me quedé embarazada de mi primera hija que tiene casi diez años. En ese momento decidí dedicarme a full. Abrí mi taller pero no me animaba a dar clases a adultos, los primeros años di clases de barro y pintura solo a niños, me gustaba y estaba muy mamá, mis hijas eran criaturas. El segundo año vino a mi taller Irene, una amiga ceramista, a dar clases a adultos. De a poquito empecé a ver cómo enseñaba mientras yo hacía mis pre-creaciones, después de la pandemia Irene decidió no venir más porque vivía lejos y me quedé muy tímidamente con sus grupos; empecé a mostrarme más –la pandemia en algún punto sirvió para eso–, decidí quedarme solo con grupos de adultos, me gusta más la dinámica con ellos. No vuelvo más a darle a niños. 

Foto Mario Cattivelli.
Foto Mario Cattivelli.

¿Actualmente vivís solo de la cerámica?

Empezaron a gustar mis clases y mi vajilla y las cosas que hacía. Cada vez más personas querían concurrir al taller, entonces vi la posibilidad. Los dos primeros años realmente no vivía de esto, hoy sí. En paralelo tengo los grupos de taller fijo que es gran parte de lo que me permite vivir, y mi producción de vajilla que es a lo que apunto ahora y está andando bien.

Estuviste en España haciendo cursos.

¡Ah claro, me salteé todo! Fue lo que me dio gran parte de seguridad. Cuando era “guacha” siempre decía “tengo que conseguir trabajos que me permitan viajar” y eso no pasaba. Amo viajar, era una buena oportunidad de conocer lugares y formarme afuera de Uruguay con cosas diferentes. Empecé una búsqueda. En Uruguay hay ceramistas increíbles, el barro es precioso. La experiencia con el barro nacional me encantó, pero empecé a indagar lo que me gustaba más y me di cuenta de que quería formular esmalte, preparar mi propia gama de colores con óxido; los colores y el barro que yo  cocino se llama gres y es de alta temperatura (1230-1240º), casi como la porcelana, no se puede cocinar con los hornos de acá, ya que las horneadas son a 1160º.

Portugal es muy conocido por su cerámica.

Lisboa es increíble. Así como están los portugueses en la cuna de la cerámica, en España hay muchas regiones que son de cerámica tradicional con mucha más historia que cualquiera de nosotros. En 2019 viajé a investigar pero no hice formación, mi primer viaje de formación fue en 2021. Di con una escuela maravillosa, La Bisbal, que es como un campus universitario solo de cerámica. Me quedo ahí, me levanto, estudio, tengo millones de salones todo sobre cerámica. La primera vez me instalé quince días porque no quería estar demasiado tiempo sin mis hijas.

Foto Daniel Silvera.

Contanos tu experiencia en el exterior.

Estuve, conocí, hice contactos en la residencia, formación. Además de estar ocho horas trabajando sin parar en un torno, en una fórmula de esmalte o lo que sea, terminás la clase y tenés los salones abiertos para vos, gente de todos partes con la que compartís, hablamos lo mismo, es muy nutritivo por donde lo mires, es tan rico que regresé muy entusiasmada. Al año siguiente obviamente volví a ir y me quedé más tiempo, casi un mes. Hice toda la formación de esmalte de gres que antes no me había animado, me recopé, tanto que este año vuelvo. Aprendí un montón, volví más segura y con más ganas de experimentar. La cerámica es muy amplia para lo que quieras hacer, en general el color y el horneado me apasionan. Me traje un horno que me permite llegar a esas temperaturas, lo cual es fundamental, y ahora me llega otro horno igual; uno para las clases y el otro solo para mí, si no voy de atrás en las entregas. Las cafeterías o restaurantes o bares me piden cantidades y a la vez tengo a mis alumnos esperando que sus piezas salgan, lo que me encanta, me entusiasma, les horneo casi todas las semanas.

¿Cómo llegás a los colores en el proceso?

En realidad es bien laboratorio. Es como ir jugando con recetas de cocina. Los esmaltes en general –de bajas temperaturas o semi gres o gres– siempre son fórmulas, hay que ir probando: si le eché doce de azúcar y me quedó muy dulce, le voy a poner menos. En este caso se juega con una base que cada uno se arma, son millones de bases 0con distintos tipos de arcilla, caolín, etcétera, después los colores los termino yo. Uso óxidos, de hierro, cobalto, cobre y con esa mezcla voy generando colores, por ejemplo el cromo da verde pero quizás con otra cosa da violeta. Todo el año estoy investigando para llegar a los colores. Ahora tengo como 200 recetas que me apasionan, muchas son por repeticiones, también tiene que ver el calor; al hornear, dependiendo de la curva de calor que le doy, varía el color. Desde fines del año pasado trabajo solo con seis que fue las que agarré; cuando queda aceitado, cambio y busco otros colores. Mis clientes me dicen “del pocillo Danés quiero tantos de los mismos colores porque se me rompieron algunos” y tengo que tener el color y la receta exacta. No soy ordenada, estoy aprendiendo que cuando trabajo algo de orden tengo que tener. Me regalan agendas todos los años, anoto tres cosas y me queda un mes libre.

¿Qué sentís cuando hacés una pieza? 

Soy muy ansiosa, la cerámica es lo único que me regula, me frena, no estoy en otro lugar, la cabeza se me apaga, tengo que estar ahí presente sin apuro porque si no, me sale mal la pieza. Punto. Los talleres de cerámica son mucho más que la presencia, hasta te lo puedo romantizar, porque tienen que ver con conectar. Si no estás presente, incluso si vos pensás que te sale bien, la pieza en el torno se te torció o creés que está bien, fue al horno y se reventó, porque la amasaste mal y le quedó aire, no es para nada fácil. Los días que estoy muy acelerada, salgo, hago algo y vuelvo para poder concentrarme y estar, es la única manera que la pieza te salga bien. Si estás presente, estás dedicándole y estás regulando, es divino. Entonces, sí, da paz pero porque tiene esa estabilidad, conexión y presencia, es fundamental la presencia. 

¿El horno y los materiales son nacionales? 

Cuando tuve taller propio el horno lo importé, el barro durante los primeros años de cerámica lo creaba, lo preparaba para hacer mis propias piezas y mis alumnos también, pero a medida que fue creciendo implicaba mucho tiempo y mucho laburo. Tenía el barro colgado en los árboles con telas para que se vaya secando para después amasarlo, llegó un momento que –entre tener siempre mucho barro para la cantidad de alumnos que cada vez eran más, y para mi propia producción– me empezó a generar estrés y no lo disfrutaba. Hay personas que me cuestionan por qué no hago mi propio barro, pero si venden un barro precioso, de hecho prefiero hacerme los esmaltes y no perder tiempo para poder dedicarme a hacer lo que realmente me gusta. Experimenté todo y me voy quedando con lo que más me gusta. 

¿Podés colocarle un ingrediente o modificarlo y cuál es la diferencia entre modelar y usar el torno?

Al mismo barro o incluso hasta a los esmaltes comprados podés cambiarlos. Hacer modelado lo tengo tan incorporado que lo hago rápido, puedo hablar y al mismo tiempo preparo mates por ejemplo, en el torno no: me tengo que concentrar porque si miro y giro para otro lado, se me fue. Hace años empecé clases de torno con Inés, un ser humano increíble y bondadoso, me voy a su taller, me llevo un mate y estamos mano a mano ya que al tener mi propio torno, practico, practico, pero de cierta forma al ir con ella me obligó a salir de mi lugar, si no no me muevo del taller. En el Taller Terracota empecé en el mundo del torno, es alucinante porque te concentrás aún más. 

¿Te inspirás en algo o en alguien? 

No sé si me inspiro en alguien puntualmente, siempre buscaba gente que hiciera escultura o cosas más artísticas visualmente en cerámica. Si bien sigo mucho a ceramistas de afuera –en nuestro país hay excelentes también– me di cuenta de que no se le da importancia a la vajilla y para mí es un arte: acompaña y realza los platos, tanto como el chef que brinda una exquisita cena o el amigo que hace un rico almuerzo. Más allá de quien me inspiró, fue mi propia búsqueda y en esta exploración llegué a la conclusión de que quiero revalorizar la vajilla artesanal. Hay que darle tanta importancia como a una escultura.

Acabo de mudar el taller de mi casa a un espacio más grande de cien metros cuadrados. Está ubicado en El Pinar en la calle principal, en una esquina preciosa y el espacio es compartido entre mi taller, Mossa cerámica, con Bruta taller creativo de mi amiga Noel de León –artista y profesora de pintura y grabado–. Inauguramos el 13 de febrero. Estoy los miércoles, jueves y viernes desde las 9.00 hasta las 21.00 horas, dando clases o atendiendo al público que generalmente viene por grandes proyectos o se acercan amigos para comprar, gente que va de paso al Este o vecinos que están por la vuelta que quieren regalarse o regalar. También hacemos cosas puntuales o mercadillo en determinadas fechas. Para este año planifico nuevas formaciones e inversiones en equipamiento y tengo como objetivo potenciar la producción de vajilla de Mossa, enfocándome en proyectos a medida para emprendimientos gastronómicos, tendencia internacional que busca acercar a Uruguay. 

(((((RECUADRO

Laura Ungo es fundadora y directora de Mossa. Se ha destacado por su impulso en el mundo de la cerámica. Su formación comenzó en talleres locales de referencia: talleres Malvín, Barrientos, Botijo y Terracota. También se capacitó en el exterior, en Studio 137º (Barcelona) y la Escola de Ceràmica de la Bisbal (Girona, España), donde se especializó en la formulación de esmaltes cerámicos para alta temperatura. También se formó en técnicas de producción en torno.

Es profesora de cerámica con más de cincuenta alumnos en su taller en El Pinar, Ciudad de la Costa, Canelones. Ha trabajado con marcas de diversos sectores para crear experiencias cerámicas. En 2025, sus trabajos han sido seleccionados para el calendario anual de SIO-2, uno de los principales productores de pasta cerámica del mundo.

Ungo se ha capacitado en el exterior sobre producción de vajilla, por lo que Mossa es una apuesta a la vajilla personalizada. Asimismo ha importado equipamiento europeo para su taller. Estas herramientas y conocimientos le han permitido especializarse en la cerámica de gres de alta temperatura, reconocida por su resistencia, durabilidad y capacidad para retener el calor, cualidades esenciales en el mundo gastronómico. 

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