Por Manu Rivoir.
“Te quedó lindo”, le grita una señora mientras circula con su carrito de feria por la vereda de enfrente. La artista le devuelve un “gracias” acompañado por una sonrisa y sigue apretando el aerosol de color rojo. Le quedan pocas horas de luz y unos retoques finales. Otro vecino se le acerca y la convida con un mate mientras le comenta que ahora sí le dará gusto correr las cortinas de su ventana y mirar hacia afuera: ahora tiene un nuevo motivo para sentirse orgulloso de su barrio, su cotidianidad no será la misma, ahora tiene un gran mural que lo acompaña. El barrio tiene una nueva obra de arte al alcance de todos.
Hace ya algunos años que Montevideo ha dejado de ser gris gracias a la nueva ola de artistas urbanos que, desinteresadamente en muchos casos, han tomado pinceles y están compartiendo su arte con nosotros. Obras de arte que claramente están embelleciendo el paisaje urbano, pero también comunican, resignifican espacios, aportan a la memoria colectiva e interpelan aspectos sociales de la actualidad. Es el street art o arte urbano, que está inundando las calles de Montevideo y tomando otras ciudades del país; un movimiento artístico actual y global, producto de un largo proceso histórico, social y cultural.
Grafiti, street art y muralismo
Cuando se habla de arte urbano es frecuente confundir las simples firmas que se encuentran en muchos rincones de la ciudad con el street art. A veces el arte urbano no consigue su reconocimiento porque se mete todo en la misma bolsa. Es frecuente encontrar firmas que estropean fachadas o cortinas de locales, pero aunque son parte del paisaje urbano, no aportan nada.
El arte urbano es creativo, constructivo, requiere gran destreza y su objetivo es el espectador. Es un término relativamente nuevo que forma parte de una construcción histórica y social que, como toda manifestación humana, tiene un cauce. Todo se origina en el graffiti, forma plural de la palabra italiana grafficar que significa dibujos, marcas, patrones, garabatos o mensajes que son pintados, escritos o tallados en una pared o superficie. El grafiti se remonta a los inicios de la vida humana: en los monumentos egipcios antiguos y las pinturas rupestres. El grafiti actual se desarrolló hacia finales de los años setenta en Nueva York y Filadelfia, donde artistas como Taki 183, Julio 204, Cat 161 y Cornsbread pintaron sus nombres en paredes de las estaciones del metro alrededor de Manhattan. Algunos artistas de esa época tuvieron mucho prestigio debido a la cantidad y calidad de su trabajo. Los artistas inicialmente preferían pintar en trenes porque estos viajaban por toda la ciudad y así sus piezas eran vistas por millones de personas. El fenómeno del grafiti viajó a Europa. Luego la cultura del hip hop lo tomó como uno de sus cuatro elementos básicos (los demás son el DJ, el MC o Master of Ceremony, que sería el letrista del rap o rapero, y el breakdance) y comenzó a expandirse por todo el mundo. Es innegable que el street art tiene sus bases en el grafiti, pero muchos artistas tienden a distanciarse de esta palabra porque consideran que ya no es contemporánea y engloba más aspectos. Prefieren etiquetar su trabajo como arte en aerosol, posgrafiti, neografiti, street art o muralismo contemporáneo.
El termino street art surgió cuando los artistas del grafiti comenzaron a incorporar nuevas técnicas a sus trabajos además del aerosol, como la pintura acrílica, pinceles, rodillos, plantillas (stencils), pegatinas, etcétera. También se modificó la intención; algunos artistas tratan de plasmar un mensaje y otros simplemente quieren agregar color y embellecer una pared, algunos murales también reflejan las personalidades, experiencias y emociones de estos artistas. Todo esto da surgimiento a una nueva forma de manifestación artística que a mediados de los años noventa se da a conocer como street art o arte urbano.
El arte urbano también se alimentó del muralismo mexicano, un movimiento artístico iniciado en México en 1922 por artistas como David Alfaro Siqueiros, Diego Rivera y José Clemente Orozco, que utilizaban un muro o elemento que funcionara como tal para transmitir un mensaje con sentido estético, ético, social, político y pedagógico, además de apuntar a todas las clases sociales. Se introdujo el alcance social de esta manifestación artística.
Muralismo uruguayo
Todo este proceso y contexto internacional repercutió en nuestras tierras. El muralismo uruguayo se desarrolló en el siglo XX a partir de ciertas aristas que habilitaron su despliegue. En la década de 1930 el mexicano Siqueiros visitó Uruguay y regresó al país el maestro Joaquín Torres García, después de haber creado varios murales en Europa, dos motivos importantes que llamaron la atención. Por otra parte, la socialización del arte que se produjo por influencia del muralismo mexicano se manifestó en Uruguay en la creación de obras monumentales y públicas, que actualmente pueden encontrarse en escuelas, edificios públicos, viviendas y hospitales. Una ley de 1941 establecía que en locales escolares podía invertirse dinero en decoración artística encargada a pintores y escultores nacionales. El hecho más reconocido fue en 1944 cuando el maestro Torres García y los alumnos de su taller pintaron siete murales en el hospital Saint Bois, construido para los pacientes con tuberculosis. En la década de 1950 y 1960 el arte en edificios se propagó, marcando un fuerte vínculo entre la arquitectura, las políticas públicas y el arte. En esos años se generó un riquísimo legado artístico que habría que visibilizar y salvaguardar. Artistas como Torres García, Dumas Oroño, Carlos Páez Vilaró, Manuel Espínola Gómez, Miguel Battegazzore, Clever Lara, Walter Deliotti, José Luis Tola Invernizzi, entre otros, sentaron las bases de la producción muralista uruguaya y aportaron elementos identitarios a la cultura nacional.
Ciudades museo
En 1993 San Gregorio de Polanco se transformó. Ese año un colectivo de 56 artistas, liderados por Lara e Invernizzi, creó 26 obras murales. Después llegaron sucesivas oleadas de artistas y le dieron forma a lo que hoy se conoce como una de las “ciudades museo” más visitada del país. Decenas de murales forman parte de una galería a cielo abierto que le da un tinte muy especial a este balneario de Tacuarembó. Un año después, se sumó al mapa artístico la localidad de Rosario, en el departamento de Colonia, con una serie de murales que evocan personajes, anécdotas y momentos de su historia. En la villa 25 de Agosto, en el departamento de Florida, ocurrió algo similar pero con características particulares. La artista francesa Leo Arti se instaló en la villa en 2008 en busca de tranquilidad para montar su atelier y pintar. Los vecinos se acercaron, ella contagió el amor por el arte. Después de haber pintado un mural en la fachada de su casa, una alumna le pidió reproducir una de sus pinturas en la suya. Fue el disparador: surgieron los pedidos de varios vecinos. Hoy la villa cuenta con aproximadamente setenta murales pintados por Leo, con ayuda de sus vecinos, y forma parte de la “ruta de los murales” del departamento.
Más hacia el Oeste, hay dos casos particulares. Uno es el de Villa Soriano, que lentamente desde 2012 adquirió maravillosas obras de arte urbano de artistas nacionales e internacionales dentro del marco de la residencia artística Vatelón, con el fin de fomentar la interacción e intercambio cultural entre los artistas y la comunidad local. La otra ciudad que floreció con murales de gran calidad fue Dolores. En 2016 la ciudad fue castigada por un tornado, hecho que movilizó a todo el país y enseguida se gestionaron ayudas. Así surgió el festival Pintó Dolores, en el que unos cincuenta artistas nacionales e internacionales fueron a ponerle color y alegría, para recuperar la ciudad a su manera y lograr el involucramiento comunitario como nunca se había visto. A esta movida de reconocer a la ciudad como un gran lienzo de intervención se sumaron Colonia del Sacramento, Florida, Fray Bentos, Punta del Este, Maldonado y Mercedes.
El nuevo boom del street art
En la última década, el arte urbano se expandió y volvió a ganar un lugar en la cultura. Varios factores han sido claves para crear este nuevo escenario que pone al street art en la atenta mirada de la sociedad. Los artistas urbanos planifican, comparten sensibilidades, se agrupan y “hacen ruido”, organizan festivales, encuentros e intervenciones, “se muestran”. Agitan la ciudad. Las residencias y los colectivos artísticos son un pilar importante en el desarrollo del arte urbano actual: Casa Wang, Contra la Pared, Arte en la Escuela, Arte por Partes, las crew como KNCR son algunos grupos que buscan “cambiar la sintonía emocional de la gente a través de los colores”, expresa el artista Ákite. Aquí ocurre el intercambio de saberes y experiencias, comparten lo aprendido en carreras artísticas o en la “escuela de la vida”. Muchos de ellos están participando en importantes festivales de otros países, creando enormes murales, lo comparten en sus redes, salen en la prensa; y esto para la sociedad uruguaya es una señal de legítimo reconocimiento. Esta visibilidad del arte urbano se conjuga con la democratización de la cultura y su alcance social. El arte está presente en las calles, libre, con acceso directo para la ciudadanía. El arte urbano dialoga con el territorio, con la sociedad, busca una transformación y, en muchos casos, una denuncia social. Hablan por y para nosotros. Los vemos pintar, nos acercamos, conversamos, interactuamos. No somos ajenos a este proceso creativo. Un mural pasa a formar parte de la cotidianidad de las personas, la gente se lo apropia como ícono identitario de su barrio. “El arte en murales es un mensaje despojado de egoísmo, abierto a todos, es el arte ensamblado al corazón del pueblo, el color que pone alegría vistiendo el cuerpo de la calle”, en palabras de Carlos Páez Vilaró.
Las políticas públicas sobre apropiación de espacios públicos y convivencia ciudadana también están jugando un papel importante. No somos ajenos a lo que ocurre en la calle, en la plaza, en el edificio abandonado o en la fachada del vecino; entendemos estos espacios como parte de nuestra cotidianidad y queremos ver una ciudad más bonita. También, la tecnología y las nuevas formas de comunicarnos, especialmente las redes sociales, ayudan a visibilizar el arte urbano. Vemos un nuevo mural en nuestro camino, percibimos su buen gusto y que realiza un aporte estético para la ciudad, queremos capturarlo y lo compartimos en Instagram. El sitio web y mapa interactivo streetart.uy es otro ejemplo de cómo la comunidad reconoce el arte urbano, lo visibiliza y lo hace parte de su memoria e identidad cultural.
Es momento de acompañar
El sol ya se ocultó. Ella está sentada en el cordón de la vereda de enfrente, contemplando el mural recién terminado, donde abundan los colores cálidos. Está satisfecha con el resultado. Coloca los aerosoles en su mochila y se va lentamente. Ella sabe que su arte es efímero; son las reglas del juego. Pero también sabe que cuenta con guardianes. Ahora ese mural le pertenece al barrio.
Actualmente, Uruguay está viendo crecer una nueva generación de artistas urbanos jóvenes con gran potencial: Florencia y Camilo, del colectivo Licuado, Ákite, Alfalfa, Noe Cor, Nulo, Made, Pez Dani, Bastardo, Las Pintadas, KNCR, Los Pardos, Min8, Gallino, Nena Rosa, entre otros, están explorando nuevas técnicas, capacitándose en el exterior y participando en festivales internacionales con obras de grandes dimensiones. Es imprescindible retomar aquellas políticas públicas que teníamos (o crear nuevas) para que el arte urbano contemporáneo se fortalezca, se incentive y se valorice. Como sociedad tenemos que reconocer el arte y al artista como profesión y trabajo. Nos gusten o no sus murales, la ciudad está viva y en constante transformación. El street art o arte urbano es testimonio vivo de la historia, es un relato único de la memoria colectiva, del desarrollo del arte y la identidad cultural uruguaya.
Montevideo es de colores. El arte está presente en la calles, abracémoslo.
/NOTA ORIGINALMENTE PUBLICADA EN LA EDICIÓN IMPRESA DE REVISTA DOSSIER NÚMERO 72/