El Museo Nacional de Artes Visuales y la Fundación Pablo Atchugarry organizaron una magnífica retrospectiva de José Pedro Costigliolo. Se trata de un merecido homenaje a un gran artista uruguayo que no ha tenido, hasta ahora, la difusión que se merece. Esta exposición es un destacado intento de salvar ese déficit.
Mediante un inteligente montaje se puede apreciar la evolución del trabajo de Costigliolo, comenzando por un autorretrato de 1927. El artista conquistó tempranamente un estilo propio de expresión y hacia 1953 estableció caminos de búsqueda plástica a partir de la interacción entre las formas. Precisamente, la muestra se titula La vida de las formas, nombre de un libro que escribió el historiador y esteta francés Henri Focillon. En este libro el autor estudia, entre otros temas, el ornamento medieval en clave estético-orgánica, logrando establecer una teoría sobre la vitalidad de las formas ornamentales y artísticas en general, teoría que corresponde a la filosofía del arte.
La obra de Costigliolo da muestras de una vitalidad particular. Exceptuando una serie en acuarela, en la que el pintor recurre a la pincelada y donde la materia pictórica se mezcla en sutiles matices, su obra gira en torno a formas geométricas, en particular a las formas cuadradas y rectangulares que reciben un color plano y uniforme. También incursiona en la línea y en sus desarrollos formales, desde la delgadez hasta la robustez. Surgida de las primeras experiencias del cubismo analítico, formalizadas en sus comienzos por el pintor español Juan Gris, la inspiración de Costigliolo se vio atrapada por el problema de los planos de color. En sus primeras obras, en las que se vislumbra un antecedente cubista, el volumen se repliega hacia la restauración del plano como elemento fundamental de una composición que reduce el espacio a la mínima expresión. Luego, el artista extrae sus formas geométricas para hacerlas vivir independientemente de su relación compositiva en el estilo cubista. Se crea así una nueva relación de composición. Costigliolo las hace jugar en espacios particularmente definidos por los movimientos de sus cuadrados o de sus rectángulos. No se trata, sin embargo, de arte óptico, aunque el movimiento se impone. El artista determina líneas de investigación por series a partir de estos enunciados, donde paulatinamente va comprobando sus reacciones plásticas. Para ello necesita de un factor que será determinante en la percepción del movimiento de sus formas dentro del espacio creado para que ellas vivan: el color. Costigliolo es un colorista excepcional. Existe un gran peligro para un pintor abstracto-concreto (término paradójico que define a un creador de corte geométrico sin referencia a la denominada “figura de representación”, lo cual quiere decir que sus formas no significan más que formas). El color dentro del programa de Costigliolo debe hallarse en perfecta relación con la forma y, por ende, debe encontrar la más apropiada relación con la forma-color con la que interactúa. Por el inteligente juego de los contrastes, Costigliolo puede crear o disolver un espacio. Es un maestro consumado en encontrar las mejores relaciones cromáticas con el tinte perfecto y el grado de tono y saturación, lo que hace que su pintura se dirija hacia las profundidades del universo estético sin caer en el esteticismo decorativo. Se trata de una producción excepcional y original que se percibe como una verdad innegable, con un sello de honestidad y de audacia creativa.
José Pedro Costigliolo pertenece a la historia del arte nacional y particularmente a ese brillante período que estuvo contenido durante los años sesenta en el calificativo “vanguardista”. Su talento creativo y de vanguardia lo inscribe, por otra parte, entre los referentes universales de la pintura.