Fotos Eduardo Baldizán, Néstor Pereira (Cortesía del MNAV)
Yo creo que la pintura es el vínculo entre lo que uno ve, lo que uno siente e interpreta y lo que uno devuelve. No es sólo lo que uno hace sino lo que todos hacemos
Rita Fischer
Ingresar al taller de un artista es ingresar a los líquidos de su esencia, a su territorio de descubrimiento; es permitirnos explorar un acercamiento trascendental a la creación, donde el espacio y el tiempo juegan un rol clave. Nos ubicamos en un espacio ocupado, construido y en constante transmutación. Asimismo, estamos delimitados por un contexto, por un aquí y un ahora en fluctuación creativa. Todo esto nos brinda información y se entrelaza con el cuerpo del artista. Es un escenario peligroso, lleno de posibilidades, donde nos vamos a encontrar. Porque de eso se trata, de encontrar(se) con el artista, permitiendo que su universo se devele frente a nosotros.
El taller de Rita Fischer es en la Ciudad Vieja, detrás del puerto de Montevideo, en una casa antigua de altos. Comparte el espacio con otros artistas y trabaja desde hace un par de años desarrollando propuestas que atraviesan diversas disciplinas artísticas, desde lo bidimensional hasta lo tridimensional. Después de recorrer brevemente el taller, decidimos subir hasta la azotea, un lugar cuyo límite es el cielo, donde la naturaleza se mezcla con la ciudad y que de inmediato me conectó con los recuerdos que he tenido desde hace varios años, del contacto con su obra; un contacto profundo, con un recuerdo inmerso entre la naturaleza y la no-naturaleza. En ese entorno comenzamos a conversar con la artista, poniendo como pauta la ausencia de la temporalidad. Nos propusimos hablar sobre su obra sin pensar en la cronología que nos estructura un tiempo; acordamos hablar en un no-tiempo, sin negarlo pero con la posibilidad de maniobrarlo.
Los límites y una madeja
En junio de 2018, en el Museo de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Muntref) Centro de Arte y Naturaleza, en el marco de la Bienal Sur, Rita realizó el proyecto Bajo el tilo, en una residencia en la que investigó el entorno inmediato del museo. “Todo lo que hago es pintura. Para mí lo bidimensional y tridimensional es pintura, porque tiene un sentido pictórico. A veces las instalaciones que hago las entiendo como pinturas expandidas. Siento que a veces puedo verlas como un metalenguaje para hablar de la pintura”, explica Fischer. Esta herramienta la acompañó durante toda su vida, propiciando su raíz conceptual.
La artista cuenta sobre sus inicios: “En Young, estudié en la Casa de la Cultura con 14 años. Al tiempo me vine sola a Montevideo. Entré a la Facultad de Derecho (por mi padre), y falté tanto que en un mes tuve todas las inasistencias que podía tener. En ese contexto, con 17 años, me anoté para dar la prueba de ingreso en la carrera de Diseño, en la que seleccionaban sólo a 30 personas. Llegué muy temprano, con muchos nervios y unos lápices de colores. Ingresé a la carrera y me recibí, estudiando en paralelo en el taller de Clever Lara y en la Escuela Nacional de Bellas Artes con el Tola Invernizzi. Con Clever estudiaba y leía más, y con el Tola pintaba mucho”.
Ese desarrollo paralelo y profundo la nutrió de infinitos elementos para tener presentes en el devenir de sus procesos creativos; los intersticios, las líneas indefinidas y los espacios inconclusos fueron los empujones necesarios para ir más allá en su carrera. “Para mí la pintura es como una forma de pensar en el vínculo con los otros. Dialogo siempre con las cosas que me rodean. En la obra del Muntref observaba objetos que me decían algo: un color me hablaba de la tierra, que conectaba al cielo, del parqué de la sala, de la textura de las paredes. El resultado de este experimento fue una especie de vegetal que parecía un poco animal… Lo que digo nunca es lo que quiero decir, siempre es lo segundo”, nos cuenta.
Las ambigüedades, entendiéndolas como referencias a posibles sentidos, son connotaciones vibrantes en la obra de Fischer. Sus planteos nos abren incógnitas y nunca se cierran a lo certero. Logra en su intenso trabajo construir situaciones que se van escribiendo sobre un palimpsesto que nunca se borra: “En mis creaciones siempre hay capas, y siempre hay algo atrás. Cuando mirás, intentás buscar algo que nunca va a estar, y en el proceso de construirlo me acerco a una situación que nunca se llega a develar. Cuanto más me acerco, siguen apareciendo más cosas… En 2005 hice una muestra que se llamaba Horizonte, inspirada en un texto de Eduardo Galeano. Hablaba de un hombre que decía que la utopía está en el horizonte, camina dos pasos y avanza dos pasos más, entonces, ¿para qué sirve la utopía si nunca la puedes alcanzar? Lo que se responde es que justamente sirve para eso, para avanzar, para ir hacia adelante y seguir buscando”. En esta exposición, la iconografía se ubicaba en referencias simples y concretas: paisajes, lugares, trozos de madera, cuerdas, telas, pintura. Pero lo que se ponía en cuestión justamente era el límite de esas cosas, su relación y posibilidades, el cuerpo y la deconstrucción de las cosas como un horizonte inalcanzable.
El conjunto de obras nos llevaba a caminar hacia más preguntas a medida que ingresamos en su abismo: “Yo mareo a propósito, mezclo muchas cosas, y me gusta mucho que la obra parezca atemporal (por eso las múltiples capas), me importa que tenga muchas maneras de leerse. Me interesa construir una especie de madeja, de tejido que voy enredando en mi hacer, y en ese hilo voy metiendo datos: los azulejos de un baño que encontré en la vereda, la caña que cortaron del jardín botánico, un espantapájaros, un látigo, como en la exposición Bajo el tilo”.
El juego con el público es una parte fundamental de la obra de la artista, ya que es de primer orden conectar y amplificar las relaciones, desordenar las cartas de ese juego que nunca es un solitario. Motivar sentimientos a través de lo que llega como información visual al espectador y se transforma en sensación y emoción. “La mirada está banalizada, se ha vuelto todo muy banal”, refiere, y es ahí donde logra interceptarnos, al ubicar las cosas sobre parámetros líquidos.
Apuntes sobre ningún lugar
La obra de Fischer es un “disparador de pensamientos”; como ella la define, es un recorrido que propone interpelar el tiempo y la mirada, desatando situaciones y paisajes cuestionadores. “En 2013 hice una instalación que se llamó Ningún lugar, en el Museo Nacional de Artes Visuales, y justamente la propuesta era dejar las cosas en un punto de confusión: no sé qué es lo que existe ahí. Plasmé un paisaje sin horizonte, donde las cosas obligaban a perder la idea de tiempo, si crece o no crece”, explicó. Este corolario que nos genera dudas nos hace perder las coordenadas y nos brinda una libertad sensorial. La libertad, los límites, lo (a)temporal, el sabor de la seducción; todos estos conceptos atravesados por un horizonte desarticulado se disparan al observar cada parte de sus obras, de sus composiciones interminables, ordenadas en su propio caos.
“Me gusta trabajar en los puntos medios porque el punto medio es el de las posibilidades”. Ella considera que su obra intima con la ambigüedad, entendiendo esto como la intención de poder ser cualquier cosa. Obras sobre la pared que parecen pinturas, pero son capas de elementos inorgánicos que a su vez simulan una organicidad, elementos en el espacio que nos recuerdan a algo que seguro no es. “El nombre de la exposición, Ningún lugar, es la etimología de la palabra utopía, aunque a mí me interesa hablar más de las posibilidades. Ese lugar existe, pero es ninguno, no es un no lugar, es un lugar que no sabés dónde está. ¿Dónde se encuentra el ninguno? Mi obra toca la utopía como toca la naturaleza, el paisaje, la vida, el tiempo, la pintura. En esa mezcla, se produce un algo con infinitas posibilidades”.
En ese espacio existen cosas, formas, dioramas efervescentes, donde una de sus posibilidades es estar vivos. Le preguntamos cómo, en su obra, es la vida de las cosas sin vida: “Cuando me pongo en cuestión la búsqueda de la vida de un objeto inanimado (una búsqueda fetichista de animar), entiendo que lo que le da la vida a esa cosa es mi propia percepción. Mientras ese objeto es observado durante tanto tiempo, comienza a cargarse de sentido, se llena de algo”. Esta reflexión nos ayuda a entender la capacidad de transformarse en espejos que tienen las cosas que nos rodean, acercándose a las búsquedas universales de muchos artistas: tratar de encontrarle el sentido a todo. “La inquietud de no encontrarle el sentido a las cosas potenció en mi carrera estos espejos que se suman a las capas de ese ovillo todo enredado”, explica.
Esta gran instalación también nos abre un camino imaginario, lleno de tensiones: “Me interesa poner en juego la oscuridad de las tensiones, lo turbio de la dificultad de la toma de decisiones”. Es posible entender que la tensión es un lugar móvil inmerso en las posibilidades, de aquí que la artista usa este planteo para construir y componer. No hay fuerzas que se dirigen en direcciones opuestas; hay vectores que, en sus cruces, en sus choques de sinestesia, propagan preguntas como aros de ondas sobre un río, que justamente no quiere ser un río.
La seducción de las simples cosas
La posibilidad de observar a la artista trabajar in situ (una hermosa posibilidad que tuve en su estadía en el Museo Nacional de Artes Visuales) nos brinda un abanico más amplio de lecturas y referencias, que se profundiza y da pie para conectar su labor con su historia; más específicamente con su niñez y con la mía propia. Verla atar alambres, armar y desarmar, generar una geografía que replicaba los fondos de las casas de mis abuelas, el desorden de lo olvidado, una madeja de hilos solitarios y cálidos, el juego en tensión: “A veces lo lúdico en relación a mi niñez tiene que ver con dejar que las cosas sucedan solas, mirándolas con asombro. Ser espectadora de la naturaleza de esos rastros y de las capas constantes”, revela. Fischer conecta el acto pictórico con la sorpresa, al referirnos a su reminiscencia con la niñez nos propone ir hacia la sorpresa como uno de esos lugares utópicos, y es un acto que puede conectar con la sensibilidad del otro: “Yo concuerdo con el planteo de que el pintor es el primer espectador de su obra, y en ese devenir, sorprenderse es importante, porque es algo que puedo compartir incluyendo al otro. Las emociones no dicen ‘yo’, dicen ‘todos’. La sorpresa es un motor, es un captor de novedades, y la novedad es una posibilidad”.
La artista nos propone una forma de atraernos a su trabajo a través de la seducción, de “contemplar los límites de la belleza”, sin especificar qué es lo bello, dado que es una postura totalmente subjetiva, alejada del arte. Las intrincadas instalaciones, las imágenes que construye en su repertorio y las situaciones plásticas (todas transversalizadas por la pintura) problematizan “la falta de sentido que les damos a las cosas”, dice Fischer, “usar la belleza y la seducción de manera consciente me permite mostrar su doble cara, como decía Charles Baudelaire, ‘de Satán o de Dios”. Esta asociación entre la seducción y su obra, estos intersticios amorfos y pulsantes nos acercan de alguna manera a la erótica, desvinculada de lo sexual, latente en el desear. La erótica del objeto marginal, la erótica de la naturaleza y, por qué no, el cuerpo en acción como erótica del devenir, entrecruzada con la erótica de la sorpresa: “A lo que vos le llamás erótica yo le digo pintura”, afirma.
Unravel
El cuerpo es una herramienta y es también un vehículo, el cuerpo del público presente y el del artista ausente, en un tiempo y espacio único que contempla la obra: “El cuerpo está siempre. Yo tengo un cuerpo, un cuerpo que pinta y se relaciona con el hacer y la imagen. En las instalaciones, el cuerpo está adentro, está en relación directa con la obra y el espacio, está inmerso literalmente en el trabajo. En la pintura la inmersión es en un plano abstracto y es constante”.
El cuerpo es un nexo indisoluble con la naturaleza, elemento clave en toda la obra de Fischer. Aquí, un testimonio de esa hermandad en su proceso creativo: “Durante mi infancia en Young, tuve un contacto importante con la naturaleza. A los cinco años, en mi casa tuvimos un gato montés, se llamaba Yenca. Yo sabía que era salvaje y mis padres me vigilaban para que no estuviera nunca sola con él. Lo amaba… En medio del montaje de la exposición de Ningún lugar, el montajista que me ayudaba me dice: ‘Tené cuidado que acá te puede salir un gato montés’. Y recordé al gato, mi casa, mi infancia, el halcón de mi hermano, los patos, las serpientes, los nísperos, las moras, los fondos de las casas, la soledad. Esa instalación tenía un aroma a baldío de casa antigua, y no me había dado cuenta de que también tenía un gato montés… Mi infancia marcó la dialéctica de mi obra. Recuerdo que mi abuela me contó que existía una flor con una virgencita rezando adentro, claramente yo fui a mirar esa flor y cuando me acerqué y la vi no podía creerlo, fue alucinante. Mis obras necesitan que entres a mirarlas, esconden una historia adentro que tiene que ser observada”.
En este breve relato encontramos una sensibilidad particular, una personalidad vibrante y aventurera, que marca con presencia y fuerza un camino de honestidad. Un cuerpo que se deja sorprender y actúa en vínculo con la contemporaneidad, lúcida y reflexiva, tenaz constructora de preguntas. Los complejos y a su vez claros procesos que la artista propone, cual madeja de hilo, tensan nuestra vivencia y la desarman. En ese intento por completar lo que no sabemos bien qué es, al ubicarnos en el medio simbólico de nuestras certezas, Fischer nos ayuda a aceptar nuestras propias madejas, nuestros hilos disidentes y desprolijos, habitando las posibilidades como fugas que nos permiten describir trayectorias que van del ícono más concreto al fluido más impredecible. Nos enreda y deshilacha, une con sus fibras el pasado y el presente, develando por momentos rincones impensados de nuestra memoria. Sin idiomas específicos, con lenguajes emocionales, abre esperanzas en este mundo desamparado.
While you are away, my heart comes undone
Slowly unravels in a ball of yarn
The devil collects it with a grin
Our love in a ball of yarn
He’ll never return it
So when you come back, we’ll have to make new love…
‘Unravel’, canción de Björk.