Por Sofía O`Neill.
Mariela llega a la charla con Dossier con un estado de ánimo de paz absoluta, digna herencia de vivir en el interior del país. Habla sin prisa, a diferencia de la velocidad a la que van sus pensamientos. Su sonrisa es amplia e ilumina todo su ser.
Nació en Buenos Aires, en 1972. Siempre tuvo el arte como guía y estructura de pensamiento. Su vida profesional la llevó a transitar por el mundo de la comunicación y el diseño con dos carreras de grado en esas áreas, una maestría en diseño de experiencias culturales de la Universidad de Valencia y cursos de posgrado en curaduría y arte contemporáneo.
A sus cuarenta años, Soldano decidió presentarse a concursos y convocatorias, mientras realizaba clínicas de análisis de obra y transitaba por talleres de diversos artistas uruguayos. En 2022 recibió una mención de honor especial en la Bienal de Colonia. Su obra Música hecha carne fue seleccionada en el Salón Nacional de Arte Textil y exhibida junto a otras esculturas de su autoría en Argentina.
Participó en exposiciones colectivas e individuales en Uruguay, Argentina, México, Estados Unidos, Francia, Portugal y España, y sus obras forman parte de distintas colecciones en Argentina, Estados Unidos, Francia, Emiratos Árabes y Uruguay.
Desde hace casi dos años lleva adelante el proyecto de residencia artística “Puertas adentro. Casa de artista”, en Maldonado.
¿Tu familia influyó en tu elección de carrera?
Cuando elegí mi carrera universitaria, a los dieciocho años, muchos pensaron que iba a ser diseñadora de indumentaria. Me encantaba agarrar ropa de mi padre y reinventarla, hacer mi propio vestuario. Mi familia no tenía plata como para decir “No te preocupes”, no estaba esa opción. Jamás me hubiesen alentado a ser artista porque la asociación con ser artista era morirse de hambre. Hoy te digo que siempre fui artista. Cuando elegí una carrera en aquel momento, había muchas cosas que me interesaban, como lo social, lo psicológico, la comunicación, que en definitiva tenían que ver con lo que hoy como artista realizo, pero que me aseguraba que podía trabajar en una empresa y que me iban a pagar el sueldo a fin de mes. Empecé a trabajar a los diecisiete años y me pagué mis estudios, ser artista en ese momento no era una opción económica viable, esa es la verdad. Me animé a patear el tablero completo y decir: “Listo, mi vida, mi mañana, mi tarde, mi noche, mis estudios, mi todo para el arte” recién a los 37 años. Seguí trabajando en otras cosas que me daban la plata a fin de mes y a la vez hacía escultura en cemento. No me traje nada de todo eso, quedó en Buenos Aires.
¿Tu familia sabía que eras artista?
En mi época escuchaba a Raffaella Carrá, un “toc” para mí era el micrófono. Canté en el coro de voz en el colegio de mis hijos, con una banda de la escuela de música donde tomaba clases y en el coro de voz Góspel en Buenos Aires, antes de mudarme a Uruguay. Fue muy interesante cuando mi familia me escuchó por primera vez cantando en público a mis 33 años, con una banda en un boliche en el bajo de San Isidro. Se me ocurrió invitarlos para que vieran quién era. Mi papá no podía creerlo, me dijo: “Claro, vos sos una artista. Te veo ahí parada con el micrófono, el bajo, la batería y vos de chiquita cantabas, tocabas la guitarra todo el día, inventabas objetos, pintabas los conejos celestes y nos llamaban del colegio para saber si eras daltónica. Ahora entiendo”. Para ambos fue muy fuerte, para él fue muy fuerte porque dijo “A esta chica yo no la vi venir”. Los chicos jóvenes a veces se sienten cansados antes de empezar y eso a mí me saca. Si querés algo rompete el alma, encontrale la vuelta y esperá el momento. Se puede trabajar de otra cosa y seguir haciendo lo que te importa como artista o lo que sea, pero no se puede negar. Hay algo que es muy potente que lo tiene cada individuo. Ante todo hay que ser genuino y sincero con uno mismo.
¿Notás un cambio a nivel personal respecto a la edad?
Todas mis series son existencialistas y desde ese lugar también es que me gusta la psicología o la neurología, tratar de entender qué tenemos adentro [risas]. A lo largo de la vida tenemos muchas podas neuronales, hay un momento en que hay unos períodos en la vida que son muy importantes de poda. ¿Eso qué quiere decir? Si el cerebro, el cuerpo o la biología ve que los “conductos” que conectan las neuronas no están siendo usados, los elimina y se queda con más fuerza con los que sí están siendo usados, eso implica un crecimiento. El niño que hacía algo y lo deja de hacer es porque ya no necesita hacerlo, porque pasó a una siguiente etapa. La escritora Rosa Montero en su libro El peligro de estar cuerda dice: “Yo creo que los artistas no tenemos muchas podas neuronales”. Nosotros seguimos teniendo ahí adentro mezclado, incluso cosas de la infancia, de la adolescencia, de todos los períodos anteriores, incluidos. Lo maravilloso que es tener 51 años con todo lo bueno de esa edad y, a su vez, con todo lo que siento que tengo, que es la irreverencia de la adolescencia, la pregunta de la infancia, la polenta que tenés cuando tenés veintisiete años que te llevás el mundo por delante. Llegar a mi edad sin haber podado todo eso –que se supone que era de la etapa anterior y lo sigo conservando– es genial, por eso me sigo preguntando y debatiendo y tengo claridad en lo que quiero y lo que no quiero, lo que es importante, lo que tengo ganas de decir. Tiene que ver con cuando se va afianzando la vida, entonces dije: “Soy las dos cosas, vamos con las dos cosas”. Porque ser artista, a diferencia de otras profesiones, es para siempre, no existe el concepto jubilación.
¿Cuándo decidiste venirte a Uruguay?
En 1999 fui a estudiar un posgrado de comunicación y marketing a Estados Unidos. Fue mi última etapa en ese mundo, después ya no lo pude sostener. No quería estar más de ese lado, del que no reniego porque aprendí e hice un montón de cosas en él y ni hablar de que me permitió comprar mi departamento, mi auto, muchas cosas [risas]. Al año siguiente de volver a Argentina conocí al papá de mis hijos y mi pareja actual. Él tenía un trabajo en el que le iba muy bien, no era una buena ocasión para irse en ese momento. Después de estar juntos más de diez años, nos sentamos a pensar que la gracia es que la vida se hace de pequeños momentos y si esos pequeños momentos son de duda e inseguridad, llega un instante que esa sumatoria empieza a carecer de sentido, y ahí hay que encontrarle la vuelta. Nos mudamos a Uruguay porque no me conformo [risas].
¿Por qué precisamente Uruguay?
Compramos una casa en Manantiales cuando nació mi hijo –que ahora tiene doce años, y cuando nos vinimos tenía dos años–. Donde tenés tu casa también es tu hogar y por eso lo elegimos. Estaba la posibilidad de irnos más lejos y comenzar una vida en Europa, los chicos ya son de la comunidad, pero esa idea era algo más radical. No soy una persona que se conforme, no me identifico con esa palabra. Siempre voy por más, en el sentido más sencillo de la cosa, o sea: si hay algo que puede estar mejor, vamos a hacerlo. Los argentinos queremos a Uruguay, pero cuando uno llega es inmigrante igual. Entonces, más allá de que sentimos que estamos en un lugar que tiene un pedazo de nosotros, no están los amigos de la infancia, los vecinos de toda la vida, los abuelos los fines de semana, los primeros años son heavies. Vos le ponés el nombre: “Uy, pucha, soy inmigrante”·[risas]. En realidad digo: “Me fui porque quise. Sí, pero soy inmigrante”. En algún punto pienso “¿Por qué estoy triste si me fui porque quise?”, y también me digo: “No me estoy quejando porque me fui, sino porque siento la soledad que siente un inmigrante durante un cierto período”. Viajar y emigrar también te da un input nuevo y, quizás\ porque soy inmigrante, las fronteras me parecen conceptos absolutamente fuera de época. Hace un tiempo que vengo pensando en este concepto y probablemente algún día sea objeto de investigación para un proyecto artístico.
Aunque parecen idénticas, ¿notás alguna diferencia entre el habla de aquí o de allá?
Generalizando, el uruguayo es una persona mucho más “correcta”, tiene un nivel de corrección que los argentinos no tenemos. Hay algo muy interesante que es la forma de hablar del uruguayo, montevideano o puntaesteño versus la forma de hablar del porteño. El audio del porteño es “ítalomadrileño”, te puteás, te gritás “¡Qué divino te queda eso!”, entonces llegas acá, a un grupo social uruguayo, y tenés que agarrar la perilla –que no sabés donde está en el cuerpo– para bajar el volumen, porque el uruguayo es mucho más tranquilo.
¿Qué te gusta particularmente de Uruguay?
Ahora hablo de Uruguay como mi país [risas], disculpen si les molesta que me apropie de su país, pero yo ya lo elijo. Casi te diría que es más valioso cuando hablo de Uruguay habiéndolo elegido, que el que nació y chau, no pudo hacer nada. Cuando lo critico no lo critico como de afuera, sino como propio, como elegido. Y cuando me alegro, lo hago como ciudadana. Uruguay me sigue sorprendiendo porque hay algunas cosas que son indiscutibles, vengo de un país donde demasiadas cosas son discutibles y me parece que eso pierde el norte. Ser un país chiquito donde todos se conocen es un “control social” interesante, porque cuando las cosas se desbandan es muy difícil después volver.
En cuanto a tu trabajo, ¿cómo relacionás la comunicación y el diseño gráfico con el arte?
Cuando estudiás comunicación tenés conocimientos de audiovisual, composición, diseño gráfico; estudiás sociología y un montón de cosas, información que cuando sos artista es un input. Hay materias que te gustan más y otras menos, pero hay algunas que te interesan y te componen. En esa carrera tuve psicología, psicología social y todo eso como artista hoy me conforma. Respecto del diseño, como me dijo una psicóloga que me entrevistó para un laburo, soy esteta porque veo, veo estética y ahí se podría empezar a discutir la diferencia entre el arte y el diseño. Son distintos. Uno es funcional, el otro no lo es, pero en ambos casos los ojos que los miran son los mismos. En lo visual, ya sea dentro de la comunicación, el diseño, el arte o lo audiovisual, lo sensorial sigue siempre presente. Estamos en un momento donde, por suerte, hay un montón de fronteras que se están viniendo abajo. Como artista busco una función de denuncia, de incomodar. Lo que estudié –marketing, diseño– me permite gestionar, ahora en particular Puertas Adentro, que a fin de año cumplirá dos años funcionando, con una comodidad que si yo no hubiera tenido diez años de trabajo en empresas, comunicación, gestión, marketing, quizá no hubiera gestionado un espacio de arte, porque una cosa es ser artista y otra es ser gestor.
¿Te parece importante leer?
En mi casa somos tres muy lectores. Al más chico no le gusta leer tanto, pero el mayor estudia lengua y literatura en la Universidad de Navarra, España. Hay una biblioteca enorme y este año puse a circular libros. En mi personalidad no tengo nada de coleccionista, me gusta dar. Armé una biblioteca en un barrio, a mis amigas les pasé una lista de veinte libros que seguro les iban a gustar, distribuí libros, llevé dos bolsas enormes al colegio de mi hijo. Generé minibibliotecas con libros que teníamos ahí. Sin importar el nivel social –acá la mayoría de las personas lee– todos se llevaron libros y todos quisieron leer. En Argentina eso se perdió, esas cosas que pasan en Uruguay son las que me indican que estoy en el lugar que tengo que estar, en donde la cultura, la educación, no tienen nada que ver con la economía. Mi mamá, hija de inmigrantes, estudió inglés, italiano, siempre leía, era una persona culta y económicamente no estaba bien, pero la cultura seguía estando presente. Veo eso en Uruguay, jamás hay que perderlo porque hace que estemos hablando el mismo lenguaje. Son detalles que sigo eligiendo: esa común unión que tiene que ver con la educación, con la cultura, con la reflexión. No puedo dejar de referenciar el país en el que nací, donde hay gente que tiene un universo conceptual con tan pocas palabras que no podés tener un ida y vuelta, una sensibilidad compartida y ahí es donde empiezan a haber resquebrajamientos sociales muy fuertes. Acá no, todavía hay una pelea fuerte para que eso no decaiga. Hay muchas cosas para arreglar, pero la pelea por lo cultural, lo social, la educación, el respeto la vamos ganando. Eso, para mí, es mucho.
¿Cómo fue evolucionando tu proceso artístico? ¿Hay vínculos con tu profesión de gestora?
Tiene algo que ver con mi condición previa, pero más tiene que ver hacia dónde voy, no de dónde vengo. Evidentemente, todo lo que tenemos está dentro nuestro. Es una sumatoria que tiene que ver con el ahora, con lo que fuimos y hacia dónde vamos, para mí es puro aprendizaje, descubrimiento e investigación. Si tengo ganas de decir algo y siento que eso se puede decir con una escultura por ensamble, aprenderé más de eso. Me gusta elegir el lenguaje de cada proyecto en función de lo que tengo ganas de decir. Ahí hay una búsqueda que tiene que ver otra vez con la curiosidad, con esas ganas de saber siempre más, interesarme, incluso con mezclarme con gente nueva. Eso es lo que me sostiene viva: la búsqueda constante. La comunicación y el diseño me dieron un saber compositivo, visual, lo tengo porque lo estudié [risas], pero el devenir de los proyectos tiene más que ver con la pregunta existencialista y con la curiosidad de replanteos. El discurso artístico, en el fondo, también termina establecido, y un artista no tiene que ser establecido, no tiene que identificarse con un discurso establecido, todo lo contrario, tiene que romperlo. Hay que dar batalla desde otro lugar. Quiero que todos tengamos derechos. La educación es lo que hace que el derecho se iguale. Gran parte de la retracción de la mujer y su lugar en la sociedad fue la falta de educación. ¿Cómo no se va a tener la escuela abierta? La escuela abierta siempre.
En tu obras usás mucho el color y los elementos reciclados, ¿por qué?
Estábamos en pandemia y tenía telas y pinturas dentro de una habitación de tres por tres. Empecé a pintar mucho por la necesidad de sostenerme y a partir de ahí nació Sostén. Es como fuera de serie respecto a mi trabajo, porque es el único proyecto artístico que no tuvo un disparador o una vinculación con un elemento encontrado. Cuando lo presenté pensé: “Qué loco, estoy presentando una serie de pinturas y siempre dije que nunca iba a pintar”. El color para mí es vibración, veo un bordó muy oscuro y se me cierra el pecho, hay un amarillo que es perfecto para demostrar el descontrol, la locura. Kandinsky tiene muchos libros al respecto. En diseño estudié mucho el color, mis ojos ven a color. En mi discurso como artista hay mucho de reinventar, siempre trabajo con objetos encontrados que necesito reinventarlos, quizá como un simple disparador o como la obra en sí misma, pero siempre hay un objeto encontrado ahí atrás que me disparó algo. Todos los objetos que encuentro tienen cierta vida y esa vida está ahí, a no ser que se disuelva. Respecto a los elementos encontrados, tengo una sensibilidad con ellos. Hay elementos que no puedo dejar de mirar. Hay una necesidad con algunos objetos –por eso digo que son tan disparadores– de aprehenderlos. A partir de ahí surge. Necesito cerrar los ojos, tocarlos y sentirlos, necesito que no haya basura, reinventarlos sobre todo. Me pasa lo mismo si encuentro huesos, plumas, patas, una silla. Mis propias creaciones abandonadas en el taller son el inicio de nuevas obras.
¿Siempre usás papel en tus trabajos?
Uso distintos materiales por períodos, el papel es un elemento más para mí, no le doy una preponderancia. Me sirvió mucho para decir algunas cosas y de hecho ahora me está sirviendo porque hice unas piezas con volumen en papel, aunque después nadie sabe que adentro hay papel porque las estoy trabajando arriba con resina, pues no quería estar serruchando porque me dolía la espalda. Físicamente ahí tenía una limitación, quise esquivarla para trabajar con volumen y encontré ese camino. Uso resina epoxi que no tiene más olor, por suerte.
¿Dirías que la escultura es tu lenguaje preferido?
Me presenté a una bienal en Inglaterra y fui seleccionada. El proyecto es una instalación, a partir de ahí empecé a investigar un poco más y me volví a presentar a una convocatoria en Estados Unidos. Me estoy dando cuenta de algo muy interesante: en muchas instituciones de escultura, a la instalación la incluyen como escultura. Soy diseñadora de interiores, para mí la instalación es algo muy fácil de ver espacialmente, pero aparte me encanta –lo digo desde la definición– que la instalación esté incluida en una categoría escultórica, porque es como el vacío y el lleno, la escultura y la instalación. La instalación está dentro de un espacio que es la sala, es como vaciar ese espacio o llenarlo con esa instalación. La escultura también es vaciar y llenar, por ensamble o por vaciado o por molde. La escultura es espacialidad, le doy una preponderancia y le incluyo la posibilidad instalativa. Desde lo filosófico soy muy existencialista, lo que hago siempre es una pregunta del devenir, de los tiempos, de la convivencia, de lo social, del presente, del pasado, del futuro, de la vida, la muerte, los huesos, el cuerpo, todo eso está siempre ahí, en mis proyectos. Desde el lenguaje me doy cuenta de que lo escultórico como lo espacial o lo instalativo me interesa observarlo alrededor, no tiene una sola cara como las obras planas. Me identifico con eso. Por eso elijo, cuando trabajo en un plano, la abstracción porque tampoco tiene una sola cara.
Parece que vivieras un proceso constante de cambios.
La vida es cambio. El no cambio es estar muerto. La música siempre está presente porque me emociona. Escucho a Mercedes Sosa, escucho ópera y me emociono. Es la voz del alma. Sale de algo que no tiene nombre, apellido, interpretación concreta. Yo hablo de otra música, la música cuando el ser humano empieza a darse cuenta de que su cuerpo vibra cuando la escucha. Y cuando el bebé descubre que su cuerda vocal existe y empieza a hacer sonidos extraños o cuando las tribus en la antigüedad zapateaban y se conectaban con todo. La música es una celebración, una arenga de guerra, es una queja, un himno donde todos se alinean en veneración a algo, tristeza, emoción que te desborda, es como el perfecto lenguaje –no lo digo desde la parte compositiva, formal y estudiada– vibracional, vivencial. Uno escucha una canción y sin saber la letra le llega, le mueve. Hay personas que no saben qué es un pentagrama, si es un compás de cuatro por cuatro, negra o blanca, pero lo sienten. Si hay algo que siento que es existencial es la música, por eso está tan presente. Nacés y tu mamá te tararea, desde la panza, es como un hilo conductor. Si te acordás de una canción que te representa y viviste en un país, te acordás de la música de ese lugar; y si sos una persona mayor y te acordás de la música que escuchabas de joven, te emocionás. Desde lo colectivo también, alrededor de una música hay una unión muy potente que excede el escrito. La tengo presente no desde el lugar formal, sino desde el lugar vibracional, sin sentido, incluso cuando se escucha lo gutural de los africanos y no entendés, pero te quedás en silencio y sentís lo que hacen. La música es el perfecto ejemplo de existencia.
¿Te proponés transmitir algo puntual con tus obras?
No es que haga una serie “intentando evangelizar”, no me pongo a pensar qué van a sentir los demás. Evidentemente no me puedo correr de eso porque sabemos que el arte contemporáneo empieza en el artista y termina en el que lo está vivenciando. Disfruto cuando las personas observan y se quedan un rato pensando qué quise decir con algún trabajo de mi autoría, que no sea ni claro, ni obvio, ni directo porque creo que la vida no es blanco o negro. El arte no es lindo ni feo, te permite decir, pensar, sentir, ese es el arte que a mí también me gusta. Dejar al otro pensando, por ahí va la cosa. Busco no aburrirme de mí misma, no podría repetirme, por eso mis obras son variables, soy multifacética. La vida en términos generales es cambio, sí o sí. Las temáticas que te abordan lo hacen en un momento viviendo algunas cosas y en otros momentos viviendo otras y además está la curiosidad de poder usar y disfrutar un nuevo lenguaje y no conformarme con el otro. Mi madre siempre me decía algo para retarme, que es tal cual: “Vos siempre contra la corriente”. Esta pieza de video que ahora tengo que realizar tiene origen en una intención mía y en un apoyo muy fuerte de Rulfo Álvarez, con quien hice clínica en 2021. Me dijo: “Escultura ya sabés hacer y pintar también”. Me sacó de la zona de confort, entendí que no estaba mal cambiar. Hay personas que piensan al revés, que hay que tener una identidad. Creo que si un artista es genuino, lo genuino se ve en su producción.
¿Cómo funciona la residencia “Puertas adentro. Casa de artista”?
Para “Puertas adentro. Casa de artista” abrimos una nueva convocatoria para residencias para octubre, noviembre y diciembre. En la edición anterior eran once porque al final un artista colombiano se bajó porque le salió una exposición individual en Canadá. La residencia es híbrida, todo el proceso se puede hacer desde el lugar en que estés. Todas las semanas, durante cinco, cada artista se une a encuentros grupales con un acompañamiento curatorial del filósofo Luis María Rojas, con doctorado en arte contemporáneo, que vive en Tucumán, Argentina. Yo también sobrevuelo para ir definiendo el diseño expositivo final que está bajo mi responsabilidad. La residencia artística la diseñé desde esa hibridez, porque hay muchos extranjeros que se instalan en Maldonado la última semana, hay una parte virtual y una física, pero el que no puede asistir, manda su obra.
¿Hoy pensás que podés vivir del arte?
Hoy tengo un círculo a nivel económico en torno a mi profesión como artista que se sostiene. He logrado que se sostenga mi trabajo como artista, lo que entra por una obra lo puedo pagar para una residencia, lo que entra por un proyecto lo puedo usar para otra cosa. Mi mundillo personal de artista lo puedo autosostener, llegué hace poco a lograr eso. Si tuviese que pagar la nafta del auto o el viaje para ver a mi hijo que está en España, tendría que ser diseñadora porque ganaría más plata o tendría que encontrarle la vuelta para ser diseñadora y artista, que es lo que le digo a los chicos. Como diseñador, si sos artista, lo que diseñás es diferente. Estoy armando un proyecto que tengo en la cabeza y no lo dejo salir porque está vinculado con diseño indumentario, lo estoy juzgando. Estoy debatiendo conmigo misma hace como siete meses si lo presento en Nueva York. En el arte hay demasiada mirada puesta en el otro, hay un condicionamiento que incluso se lo imponen los artistas. Hay una mirada propia y hay una mirada preestablecida por las dudas en cuanto a qué dirá el colectivo artístico. Hay una frase que es clara: “Hacer guita es difícil”. En Uruguay pagar las cosas es difícil, eso no significa que le saques las ganas a la vida. También hay que aprovechar que vivimos en una era en donde podés usar oportunidades de otros países. Quizá lo mío es una manera de ver la vida muy infantil y esperanzadora por demás. La vida es una, hasta que alguien me demuestre lo contrario, entonces hay que poner todo lo que uno tiene para poner. Yo trabajo de lunes a lunes, ayer en la noche me presenté a una convocatoria que cerraba. No me fui a dormir hasta que no terminó y era domingo; el sábado la estuve preparando.
¿Tenés algún proyecto en mente?
Estoy trabajando en cuatro proyectos a la vez. No me había pasado antes, la pandemia fue “maravillosa” para mi cabeza. En el primero ya hice el rodaje de una pieza de videoarte que habla de la conciencia del cuerpo, estoy en la instancia de edición. El segundo es un proyecto que habla de las ruinas, no tengo idea de cuál es el título completo, pero habla de “esa aceptación de estar en ruinas”. Hay un momento en que las cosas son y otro momento en que se desmoronan y se reconstruyen. Desde los imperios a las casas, edificios, al propio cuerpo, digamos. El tercer proyecto ya está terminado, pero lo tengo que hacer realidad en la instalación. Respira fue seleccionado para la Bienal de Inglaterra 2024, pero la quiero seguir presentando porque es un proyecto súper interesante que habla del hatillo, que es un filtro de aire que encontré hace mucho tiempo y no pude tirarlo, entonces volví al taller mecánico, le pedí todos los filtros de aire que tenía y me llevé una bolsa enorme con los filtros de aire. Empecé a investigar y sentir qué pasaba con ellos. Habla de una convivencia orgánico-industrial, como un proyecto que habla de posibilidad de replantearnos cómo hacemos para convivir en este desarrollo, progreso con la naturaleza, todo junto armónicamente. El cuarto proyecto que estoy empezando es de vestidos, pretende ser una combinación de obra y vestimenta, donde le doy un lugar al vestido como un género unisex. Hace muchos años que uso ropa de hombre, entro a locales de ropa de hombres, me encanta, me compro y la uso. Yo uso pantalones como un hombre, puedo usar camisas, puedo usar corbatas. No considero que tenga que usar zapatos de mujer. Si algo me gusta lo uso, me da igual. Tengo dos hijos varones contemporáneos y comparto ropa con ellos, me sacan remeras, pantalones. El mayor un día se fue de viaje y se llevó mi camisa-saco llena de flores y el tipo con una colita y bigotes parecía Frida Kahlo, me encanta. Quiero decir eso en ese proyecto, todavía falta por resolver que los hombres puedan usar vestidos. Elegí el vestido como unión, todos podemos estar de cualquier manera bajo el “manto protector” de ese vestido. Algunos de los cuatro proyectos van más rápido que otros, hay momentos en que trabajo más en uno y dejo descansar al otro, van decantando a su manera. Alguno ya fue elegido y seleccionado. Ahora le estoy poniendo más pilas a las ruinas que está por salir el proyecto en la revista argentina Zancada. Me gusta ir con los cuatro en paralelo.
En diciembre de 2023 Mariela estará exhibiendo en una muestra colectiva en el Museo de Arte Contemporáneo de Bahía Blanca, Argentina. Fue seleccionada para Fresh Air Biennale Quenington Sculpture, Inglaterra, y para la residencia artística internacional Joya Air arte+ecología, en España para 2024.