Por Carlos Diviesti.
Sonny Hayes fue la gran promesa de la Fórmula 1 en tiempos de Ayrton Senna. Un accidente lo dejó fuera de las pistas, pero con el tiempo, a medida que se va poniendo viejo, descubre que no puede dejar de buscar esa sensación parecida a volar que llega cuando las rectas, las curvas, el ruido y la furia lo suspenden sobre la pista y ya no es él, ni el auto, ni que hablar de la gloria, lo que lo mantiene vivo. No importa qué, a Sonny, hoy, lo único que le importa es recobrar esa sensación.
¿Será en las veinticuatro horas de Daytona, en prototipos que saltan las dunas del desierto, en algún circuito del Golfo Pérsico? Da lo mismo. Por eso, cuando casi frisa los sesenta y se mantiene en forma a fuerza de tomar baños de hielo, aceptar la descabellada propuesta de Rubén Cervantes no le resulta estrafalario. Otros con su edad –claro que en otros tiempos– también volvieron a las pistas de la Fórmula 1 por la razón que fuese (en este caso, intentar el salvataje de APXGP, la escudería de Cervantes que anda por sus horas bajas). El equipo tiene al arrogante joven Joseph Pearce como primer piloto, a Kate McKenna como directora técnica, a Kaspar Smolinski como director del equipo –que justamente no es como el equipo Ferrari que alguna vez dirigió–, y a Peter Banning en la junta directiva de la escudería, miembro al que no le temblará el pulso para traicionarla en caso de que le sea conveniente. Nos enfrentamos con nerviosismo creciente a las últimas nueve carreras de la temporada, esas que van de Las Vegas a Abu Dabi y cruzan los océanos y los husos horarios, y enfrentan a los pilotos a romperse los huesos en una chicana.
Quizás la trillada curva dramática de F1: la película sea lo que más nos pese al cabo de las dos horas y media de metraje. Pero a diferencia de una de las mejores películas sobre automovilismo de todos los tiempos (y también una de las más recientes), Contra lo imposible (Ford v Ferrari, James Mangold, 2019), ese defecto queda subsanado cuando el prodigio de montaje al que nos enfrentamos suspende toda lógica y nos atrapa virtuosamente en la butaca como en un videojuego. Claro, F1: la película podrá tener la estructura dramática de un videojuego estándar, pero, más allá de que lo veamos a Lewis Hamilton circular por el pit stop de su escudería, lo que la transforma en uno de los mayores eventos cinematográficos del año es que cumple con la premisa básica del cine: ser más grande que la vida.
Revista Dossier - La Cultura en tus manos
Dirección Comercial: Bulevar Artigas 1443 (Torre de los Caudillos), apto 210
Tel.: 2403 2020
Mail: suscripciones@revistadossier.com.uy