La cultura en tus manos

Rasia Friedler, la artista que vive en estado de exploración

2 agosto, 2025

Cuando Daniela Rossi, presidenta del Consejo Internacional de las Naciones Unidas para las Artes y las Ciencias, la llamó por teléfono, le habló de su trayectoria. Le dijo eso: que la habían elegido ganadora del Premio Leonardo Da Vinci en 2025 por su trayectoria artística. Esa llamada la tomó por sorpresa. No esperaba, Rasia Friedler, artista y psicóloga, ningún premio, ningún reconocimiento. O, en todo caso, nunca, nada de lo que hace, nada de lo que hizo, ha sido con ese fin. 

“Cuando me llamaron, la verdad es que fue una alegría inmensa, una gran sorpresa. Este premio, para mí, es una confirmación. Uno no trabaja por el premio. Lo hago porque amo lo que hago y porque tengo valores y sueños, busco aportar lo que pueda para construir un mundo mejor, según yo lo entiendo. Y que alguien pueda ver y reconocer ese trabajo es muy hermoso, más a esta altura de la vida”. 

Es difícil reconocer cuándo empezó esa trayectoria de la que le hablaron al otorgarle el premio Da Vinci, a la que ella hace referencia con esa frase: “A esta altura de la vida”. Es difícil porque no hay un inicio, un punto de inflexión, algo que haya cambiado el rumbo de las cosas. Entonces, cuando se le pregunta de dónde viene la vocación por el arte, cuándo empezó, ella dice “desde siempre”. Si se insiste, si se busca una fecha, un día, un inicio, algo, ella insiste: “Siempre”. 

Sus abuelos paternos se fueron de Lituania huyendo de la Segunda Guerra Mundial. Llegaron a Uruguay sin nada y, sin nada, se instalaron en Paysandú. Todos los días su abuelo caminaba la ciudad de una punta a la otra con un pequeño bolso a cuestas, vendiendo lo poco que tenía. Tiempo después lograron tener una casa que se dividía en dos: en la parte delantera un almacén de ramos generales, en el resto, la vivienda. 

“Mis abuelos eran muy inteligentes, muy trabajadores, muy dedicados, y lograron lo que lograron trabajando, con eso pudieron sustentar a su familia, para mí es realmente admirable. Ese valor del trabajo, del compromiso a fondo con algo, lo tengo grabado a fuego y está muy presente en mi vida”, dice Rasia.

Su padre nació en Viena y su madre en Uruguay. Y, aunque ella nació en Rejovot, Israel, cuando tenía un año la familia regresó y se instaló en Paysandú. 

Vivían en una casa pequeña que estaba muy cerca de la de sus abuelos. Por eso, los recuerdos de aquellos años en Paysandú van y vienen entre las bibliotecas que tapizaban todas las paredes de su hogar y el almacén de sus abuelos. En el medio: las veredas, los juegos al aire libre, los versos de La higuera, de Juana de Ibarbourou, y otros poemas que con su hermana mayor aprendían de memoria y recitaban a todos los vecinos del barrio. 

Entonces, cuando se le pregunta de dónde viene la vocación por el arte, cuándo empezó, ella dice “desde siempre”. Si se insiste, si se busca una fecha, un día, un inicio, algo, ella insiste: “Siempre”. 

Ese “siempre” tal vez empiece ahí, en esos días en Paysandú, en los poemas recitados en los zaguanes, en las revistas de La pequeña Lulú, de Archie, de Patoruzú, en libros como La vuelta al mundo en 80 días o Sissi emperatriz, que la hacían soñar, imaginar otros mundos posibles, en los autores que leía su padre, en las conversaciones familiares. El arte y la cultura eran, para Rasia, algo de todos los días.

Su padre era crítico de arte y su madre profesora de física y matemáticas. Cuando Rasia cumplió diez años la familia se mudó a Montevideo y entonces a los libros se sumaron el teatro, el cine, la ópera, la danza, los museos. Ella todavía recuerda el impacto de algunas de esas experiencias: de la primera vez que vio ballet y los bailarines parecían deslizarse sobre el escenario en vez de bailar, de la primera vez que vio a Les Luthiers.  

En medio de todo eso había algo más. A Rasia le gustaban los libros, la poesía, el teatro, el canto, pero también le gustaba entender: mirar a las personas, observar cómo se comportaban, cómo se relacionaban, por qué, por ejemplo, en su familia sucedían ciertas dinámicas, cómo operaban ciertas cosas. 

Cuando tenía diecisiete años se casó y, por el trabajo de su esposo, se fue a vivir a Europa. Primero estuvo en Alemania, después en Inglaterra. Luego se mudaron a Brasil. Y, aunque había estudiado canto y mientras vivía en Múnich llegó, incluso, a grabar algunos temas, en San Pablo decidió hacer la carrera de psicología. 

Estudió y se graduó en la Universidad de San Pablo. Fue en esa ciudad, también, donde decidió que, algún día, quería hacer algo que generara un impacto real en las personas. 

Un día, mientras estaba en una tienda, vio por la ventana que un hombre caminaba con una mujer atada a una cadena. Cuando la situación empezó a ponerse violenta, ella y algunas personas más se acercaron a ayudar. Entonces el hombre y la mujer dejaron de hacer lo que hacían, se presentaron, dijeron que eran artistas de la compañía Augusto Boal y que lo que pretendían, con esa acción, era poner en cuestionamiento la situación de la mujer en Brasil. Invitaron a las personas que se habían acercado a sentarse, conversaron, debatieron. En total todo habrá durado una hora, pero ese día –como las veces que visitaba las favelas como parte de las prácticas de la facultad y se repetía que algo de todo eso debía cambiar– Rasia tuvo una convicción. 

Cuando se graduó como psicóloga, ella y su pareja regresaron a Uruguay. Sin embargo, todas las experiencias, todos los países, todas las personas, todos los lugares, todos los viajes, todos los sabores, todos los aromas habían dejado algo, como una marca, como una forma de mirar.  

¿Qué te aportó la multiculturalidad en tu carrera?

Creo que la creatividad está estrechamente ligada a esa experiencia multicultural, porque vivir en otras culturas te ayuda a relativizar la tuya y te muestra que nada es único, que son puntos de vista y que todo tiene una razón, que pueden ser muy distintos a las tuyas. Entonces, además de esas razones que una ya tiene como psicóloga de intentar suspender el juicio y profundizar en la comprensión del otro, también estaba esa cuestión de correrse de esos lugares recurrentes del pensamiento en los que uno tiende a quedarse como si fuese una zona de confort. Cuando tenés una experiencia multicultural, constantemente te estás corriendo de la zona de confort, en el lenguaje, en las costumbres, en los olores, en los vínculos, es una gran conmoción y eso es muy estimulante. Eso se traduce también en transgredir las barreras disciplinarias, en esa cuestión que tengo de utilizar múltiples lenguajes, porque la creatividad es indisciplinada, no en el sentido del trabajo que uno tiene en el estudio, sino de no quedar ceñido a una sola disciplina o sometido a una norma que por ahí no condice con lo que tú necesitas hacer en ese momento. Para mí el arte es una experiencia de libertad.

Instalada en Uruguay revalidó el título de psicóloga, empezó a trabajar en la clínica y, de a poco y de manera autodidacta, empezó a investigar sobre aquella acción que habían hecho los artistas brasileños en las calles de San Pablo, sobre la metodología de Augusto Boal, sus antecedentes, sus formas. Una cosa la llevó a la otra, leyó sobre psicodrama y sobre teatro espontáneo y, en 1999, unió sus dos pasiones: la psicología y el arte. 

Ese fue el inicio de SaludArte, una fundación que, durante 25 años, se dedicó a la promoción de la salud a través del arte y del humor. Aunque a fines del año pasado Rasia decidió cerrar la organización como tal, sabe que los profesionales que formaron parte de ella –artistas, psicólogos, profesionales de la salud– siguen trabajando con los mismos valores y metodología. Y ella sigue pensando lo mismo: que en cada equipo médico debería haber un artista hospitalario, que el arte hospitalario debería ser una formación como tal, que todo cambia –el dolor cambia, la desesperación cambia, la desesperanza cambia– cuando se lo pasa por el umbral del arte. 

También se especializó en familia y en parejas, escribió para varias revistas académicas y fundó la cátedra de Arte y Psicología en la Facultad de Psicología de la Universidad de la República. 

“La idea era generar un espacio académico para explorar los entrecruzamientos entre arte y psicología y mi interés también era generar un antecedente que pudiera servir para la creación de la carrera de arteterapia que no había en ese momento en forma académica en Uruguay”, dice. 

A Rasia le gusta –siempre le gustó– mirar. Cree que cualquier cosa, si se la mira el tiempo suficiente, se vuelve interesante. “Yo le doy ese tiempo a cada cosa, prefiero abarcar menos, pero más profundamente, creo que esa es mi estrategia, en la vida y en el arte”. 

A veces, por ejemplo, visita museos y galerías de arte de todo el mundo en internet y se queda ahí mucho rato, explorando. A veces, por ejemplo, se sienta en una cafetería y observa: cómo caminan las personas, cómo se miran, cómo interactúan. A veces, por ejemplo, mira a través de las puertas y ventanas. 

Hace muchísimos años se compró una cámara digital, chiquitita, y empezó a sacar fotografías. No sabe cómo ni por qué, pero sí sabe que le fascina y que esa fascinación crece cada vez más. Ahora tiene dos cámaras diferentes y recorre la ciudad buscando imágenes. 

“Tengo una cuestión con el paso del tiempo, es uno de mis temas recurrentes y la fotografía nos da esa ilusión de capturar eso que se desvanece de forma continua que es la vida, eso que se nos escurre entre los dedos como arena”, dice. 

Fue un día hace varios años cuando, pensando en el tiempo –en eso de que todo avanza demasiado rápido y no se detiene–, se dio cuenta de que, si bien había utilizado el arte para ayudar a otros, había brindado, incluso, talleres de creatividad, nunca se había generado el espacio para crear, para dejar que su creatividad saliera, se expandiera. 

Entonces, como sucedió casi todo en su vida, empezó a investigar y se apasionó por la técnica del collage. Y después dibujó sobre el collage. Y después pintó sobre el collage. Y después mezcló todas las técnicas. Y después hizo un taller de expresión libre y experimentó. Y después hizo otro taller de pintura al óleo y experimentó. Y después ya nunca dejó de hacer y de experimentar. Sobre todo, eso: nunca dejó de hacer. Rasia siempre está haciendo. “El aburrimiento es algo que no existe para mí”. 

¿De dónde vienen las ideas para crear?

Tengo una tendencia a la reflexión filosófica y psicológica, y eso se traduce, creo yo, en todo loque hago. Muchas veces me sucede que tengo un concepto y después lo pienso en imágenes y después se plasma en una obra. Eso fue bien claro, por ejemplo, en la última exposición en la que participé sobre el despertar de la conciencia ambiental [NdeR: muestra colectiva que se expuso en Costa Urbana Shopping y cuyo objetivo era contribuir y sensibilizar sobre los efectos del calentamiento global], donde estaba claro que quería hacer una obra que sensibilizara sobre la importancia de tomar acción contra el cambio climático. Entonces empecé a dejar fluir todas las imágenes que me venían a la mente, y fue así cómo surgió este reloj antiguo, esas manos intergeneracionales sosteniendo un tiempo que se está acabando, la amenaza del fuego y el cielo enturbiado en el que nos encontramos hoy. No sé, son procesos creativos.

¿Podés detectar ciertos patrones en tus procesos creativos o siempre son distintos?

Son muy variados, pero siempre hay algo de incubación. Lo primero es algo que me asombra, algo que me conmueve, una experiencia muy intensa, esos suelen ser los puntos de partida de lo que hago. Cualquier cosa puede inspirarme, a partir de eso cuando ya estoy en el proceso creativo, a veces entro en ese estado de flow, ese estado de fluir, que es cuando te sumergís en el proceso a tal punto de que te olvidás del paso del tiempo y de dónde estás, y estás con la atención plena focalizada en lo que estás haciendo. Son estados de mucho gozo, de gran placer por hacer lo que estás haciendo. Eso es algo que me sucede a menudo, afortunadamente. Es una de las razones por las cuales disfruto tanto de lo que hago.

No tiene un lugar de trabajo, un sitio, un estudio. Le gusta estar cerca de las ventanas, que entre la luz, pero, a veces sucede: que va caminando y se topa con una piedra y le llama la atención y se la lleva y la mira y la une con algo más, y entonces surge algo nuevo. 

“Eso es, justamente, la creatividad. Es la posibilidad de establecer conexiones inusuales, de generar ideas innovadoras que trascienden lo instituido, lo conocido hasta el momento o lo utilizado hasta el momento, es pensar, como le llaman ahora, fuera de la caja, es arriesgarse a experimentar e incursionar en campos nuevos o de una forma diferente”, dice. 

Ahora, por ejemplo, está trabajando en una muestra que mezcla lo híbrido, explorando lo que sucede si se unen lo orgánico, lo biológico y la inteligencia artificial para preguntarse por el futuro: ¿Hasta cuándo viviremos en la realidad tal y como la conocemos hasta ahora? ¿Cuánto queda para que todo cambie drásticamente? 

Tal vez, para ella, siempre todo se ha tratado de eso: de investigar, de buscar, de mezclar las cosas que en el mundo real están separadas, para encontrar un nuevo sentido, de vivir como si estuviera siempre en un estado constante de exploración, como si siempre existieran cosas nuevas, como si el mundo siempre pudiese sorprenderla. 

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